viernes, 24 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 28




Cuando Paula regresó al edificio de ladrillos rojos donde vivía, la tarde comenzaba a proyectar sombras largas y grises. Había recorrido varios kilómetros mientras trataba en vano de deshacerse de los demonios de los celos y el resentimiento que la perseguían. Sin importar qué rumbo tomara, siempre sabría que amaba a Pedro y que él no correspondía a ese sentimiento. Nada borraría ese amor; existiría siempre en lo más recóndito de su ser. Ese dolor sordo nunca se calmaría.


Entró en su apartamento y cansada, se quitó la chaqueta y la colgó en el ropero. Encendió la chimenea de la sala y la luz azul titiló. Extendió las manos hacia las llamas, tenía mucho frío. Por dentro estaba congelada, tenía el cuerpo aterido y la mente desolada.


Fue a la cocina y se preparó una bebida caliente que llevó a la sala donde el fuego comenzaba a calentar el ambiente. 


Recordó que no había probado bocado en todo el día, pero no tenía hambre. Pensar en comida le provocó náuseas.


Paula se preguntó cuánto tiempo tardaría Rebecca en presentarse, pues estaba segura de que lo haría.


Por algún motivo, Rebecca había alterado las páginas en los libros y no deseaba que alguien se enterara.


Paula había sacado todo a relucir y no podía arrepentirse. 


Rebecca creía que Paula podía demostrar su culpabilidad y de seguro intentaría evitarlo.


¿Por qué no se daba cuenta Pedro de la verdad? ¿Estaba tan enamorado de su bella secretaria que estaba ciego para lo demás?


Fijó la vista en el fuego. Rebecca lo hacía jadear. La mujer lo engañaba para obtener lo que quería y eso incluía destruir a Paula.


Paula sabía que su situación era peligrosa. No tenía manera de saber hasta qué extremos llegaría el control de Rebecca. 


Las fuerzas sombrías y amenazantes rondaban y Paula era la carnada, pero ella misma se había metido en la trampa.


¿Por qué no se daba cuenta Pedro de lo mucho que ella lo necesitaba? El corazón le dolía porque lo deseaba a su lado, pero esa era una ilusión vana nacida de la desesperación. Él la había llevado al torbellino del amor y ahora Paula se sumergía y se ahogaba. Pedro, por el contrario, había escapado a través de la bruma que pendía sobre el agua.


Rebecca lo había seducido y él la complacía de buena voluntad porque tenía la mente ofuscada.


No oía a Paula que lo llamaba a través de la bruma que los separaba y no la ayudaría. Ella estaba sola y lo había perdido para siempre.





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