viernes, 24 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 29
La quietud y la oscuridad habían cubierto el apartamento con un manto pesado y Paula se movió quedo en el sillón que ocupaba. Había escuchado un leve sonido, pero eso bastó para que se pusiera de pie muy alerta y a la expectativa. Su oído estaba afinado a cualquier crujido y murmullo que perturbara el aire y cuando volvió a oír pisadas que se arrastraban de manera casi imperceptible, su pulso se aceleró. En silencio y en la penumbra, tanteó para apoyarse en la mesa antes de detenerse a un lado de la puerta.
Parecía una figura pálida que esperaba en las sombras de la noche.
La puerta se abrió y sus presentimientos se hicieron realidad cuando alguien caminó con una lámpara de mano hacia el sofá y el escritorio. Paula encendió la luz y Rebecca giró. La conmoción la hizo contener el aire y la lámpara se le soltó de las manos que al caer sobre la alfombra hizo un ruido sordo.
—¿Buscas algo? —la retó Paula.
—Sabes a qué vine —dijo con voz ronca, como si hubiera corrido una gran distancia después de sobreponerse a la conmoción de saber que no estaba sola—. Nos ahorrarás tiempo y problemas si de inmediato me entregas los papeles.
—¿Y si no quiero hacerlo? —la observó pensativa.
La sonrisa de Rebecca fue breve y sin diversión.
—Me doy cuenta de que usas esta habitación como oficina. Tu equipo debió costarte una pequeña fortuna. ¿No crees que sería terrible que ocurriera un accidente? —levantó un pisapapeles de cristal del escritorio y lo sopesó—. Los ordenadores son muy frágiles.
Una ráfaga de aire fresco tocó los brazos descubiertos de Paula y ella comprendió que la puerta de entrada había quedado abierta.
—¿Cómo entraste? —preguntó—. Pero quizá lo adivine, el hecho de que te llevaras mis llaves el otro día no se debió a un descuido, ¿verdad? Te las llevaste para que te sacaran una copia.
—Pensé que me sería útil —aceptó Rebecca y movió despacio los dedos sobre el pisapapeles.
—Deja eso, Rebecca.
De pronto se escuchó la voz de Pedro y el corazón de Paula se alocó. Ella lo miró y absorbió su presencia. Por lo visto, él sí se había presentado. ¿Cómo supo que ella lo necesitaba?
Durante un momento, sus miradas se encontraron antes de que él entrara con lentitud. Rebecca se alejó de él. Tenía el rostro lívido, marcado por la tensión interna y sus dedos ceñían el pisapapeles con tanta fuerza que sus nudillos perdieron color.
—¿Por qué lo hiciste, Rebecca? —preguntó Pedro sin moverse—. ¿Por qué alteraste los libros? ¿No pudiste recurrir a mí para decirme que estabas endeudada y que necesitabas dinero? Pude darte un préstamo o encontrar la manera de ayudarte.
—¿Cómo podría pagar un préstamo? No sabes lo difícil que es llevar una casa sólo con un sueldo, tratar de criar a una criatura que deja la ropa porque le queda chica casi desde que se compra —torció la boca y sus facciones cambiaron al contemplar a Paula—. ¿Por qué tuviste que regresar e inmiscuirte? Pedro nunca lo habría sabido si tú no vas a la oficina. Me tenía confianza. Nunca receló de mi trabajo y Adrian tampoco —con inquietud movía el pisapapeles que tenía en las manos—. ¿Por qué te quedaste con esos documentos? Arruinaste todo. Toda la evidencia fue destruida…
—Quizá mentí, quizá no tengo nada… —murmuró Paula afligida.
Rebecca se le quedó mirando. Despacio y con mucho cuidado Pedro levantó un brazo y le quitó el pisapapeles de los dedos para dejarlo sobre la mesa.
—Debes saber que tarde o temprano lo habríamos descubierto.
Rebecca hizo un movimiento negativo con la cabeza y sus ojos azul pálido adquirieron un aire remoto. Levantó una mano para asirse de la camisa de Pedro.
—Ella causa problemas, lo supe desde el principio —murmuró Rebecca—. Sabes que ella trabaja para Blake y que se confabuló con él. ¿Acaso no estás enfadado con ella? Sabes lo que ella hace y merece que su negocio fracase. Es demasiado ambiciosa. Nada de esto habría ocurrido si ella hubiera interpretado bien su horóscopo para actuar de acuerdo con él. Debió irse cuando tuvo la oportunidad. ¡Dile que se vaya!
Paula la observó con mucha tristeza. La mujer estaba desquiciada y desvariaba. Incluso en ese momento no podía aceptar que todo había terminado y que su engaño también debía terminar. Se aferraba a la tabla salvadora que eran los sentimientos de Pedro hacia ella. ¿Quién podía saber si él le negaría ese apoyo que ella buscaba?
—Ojalá hubieras acudido a mí, Rebecca —murmuró Pedro—. Ojalá me hubieras confiado tus problemas para que te ayudara.
Había tanta tristeza en sus ojos, que Paula tuvo que volverse, porque su alma lloraba de angustia. Era evidente que Pedro le tenía mucho cariño a la mujer que lo había traicionado.
—No supe qué hacer —confesó Rebecca—. Estaba desesperada porque necesitaba el dinero. Quise decírtelo, pero tuve miedo. Pensé que acudirías a la policía y no sabía lo que habría hecho yo en ese caso.
—Estás muy nerviosa —murmuró él—. Ven a sentarte aquí.
Rebecca se lo quedó mirando, pero no lo enfocaba y movía los labios sin emitir sonido.
—Siéntate —repitió Pedro en tono amable.
Rebecca parpadeó y obedeció.
—No existe ninguna evidencia —murmuró ella—. Paula dijo que no tenía pruebas y que mintió.
—Dudo que eso sea cierto —respondió Pedro—. Debe tener fotocopias y discos anteriores. Es una precaución que se toma por temor a que se pierda algo cuando se trabaja con el ordenador.
Miró a Paula, pero no necesitaba que ella se lo confirmara. Pedro lo había adivinado.
—La policía —murmuró Rebecca—. Llamaste a la policía —el rostro de Rebecca estaba lívido y sus labios no tenían color—. ¿Qué sucederá? ¿Qué voy a hacer?
—Olvida a la policía. Yo hablaré con ellos. Solucionaremos el problema —prometió después de arrodillarse a su lado.
Rebecca asintió y se meció suavemente en el sofá.
—La obligarás a que se vaya, ¿no? —rogó—. Todo es culpa de ella. Después de que se vaya las cosas volverán a estar bien.
—Yo me encargaré de todo. Tranquila, no debes preocuparte por nada.
Rebecca aceptó las palabras de Pedro y se calmó. Él se puso de pie. Le indicó a Paula que saliera con él y ella lo siguió.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro en la pequeña cocina.
—Sí —Paula respiró profundo.
Teniendo a Pedro a su lado podría resistir cualquier tormenta.
Él le tocó el rostro con ternura y le rozó la mejilla con el pulgar cuando le apartó del rostro unes mechones rebeldes.
—Estás cansada —dijo—. Ha sido una noche larga y debió ser difícil para ti.
—Pero ya pasó.
De pronto, no le pareció suficiente que él le tocara el rostro.
Deseaba que la abrazara como era debido para que olvidara el mundo. Necesitaba sentir la presión ardiente de sus labios en los propios para que desapareciera el molesto dolor de la incertidumbre. Lo deseaba con vehemencia porque era un deseo fiero y pulsante dentro de ella.
—Pedro…
Los labios de él rozaron los de ella con la suavidad de una pluma y luego, increíblemente, Pedro se alejó y fue como un aguijón de rechazo, como una cubeta de agua helada que le caía sobre la carne acalorada.
—No puedo quedarme —expresó Pedro calmado—. Creo que sabes que debo hacer lo que pueda por Rebecca.
Trabajó muchos años conmigo y nuestra relación es algo más que la de un jefe con su secretaria. Tengo que cuidarla porque es evidente que en los últimos meses estuvo muy presionada y ahora necesita mi ayuda —sus ojos azul profundo le sostuvieron la mirada—. ¿Puedes comprenderlo?
La conmoción le dio de lleno. Pedro haría lo que Rebecca le había pedido. Se alejaba de ella porque Rebecca era vulnerable y significaba más que nadie para él.
Paula no supo de dónde sacó las fuerzas para contestarle sin traicionarse por la tormenta dentro de su ser.
—Sé cuanto te importa, siempre lo he sabido.
Se le hizo un nudo en la garganta y sintió el escozor de las lágrimas debajo de los párpados. Se volvió para que él no las viera. ¿Por qué siempre le entregaba el corazón al hombre equivocado?, se preguntó muy triste. ¿Por qué no pudo probar un poco de la delicia que el amor de Pedro podría darle, sólo un fragmento del ascua encendida que le habría dado calor interno en vez de sentir ese vacío frío y amargo?
—La llevaré para que la examine un médico y si él lo juzga conveniente, ella podrá quedarse en la clínica Marshes —declaró Pedro—. ¿En dónde está el teléfono?
El médico llegó a la media hora y examinó a Rebecca antes de decidir que necesitaban una ambulancia para llevarla a la clínica Marshes. Mientras esperaban, Paula preparó unas bebidas calientes y se mantuvo aparte para escuchar a Pedro hablar con la mujer que seguía meciéndose en el sofá. Saber lo mucho que él debía amarla le desgarraba el corazón.
—¿Por qué no te acuestas, Paula? Trata de dormir un poco —la voz interrumpió los pensamientos de la chica—. La ambulancia llegó y ya no puedes hacer más.
Despacio y como autómata, obedeció y se dirigió a su dormitorio
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