jueves, 23 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 26




Pedro no trató de comunicarse con Paula después de que ella salió de la oficina el día anterior, y eso significaba que ella no se había equivocado en su evaluación. Él no deseaba volver a verla porque no quería enfrentarse a su propia culpabilidad.


Atacó el teclado del ordenador con vigor renovado. Era muy tonta porque siempre la atraía el hombre equivocado, pero quizás algún día aprendería la lección. Pedro Alfonso. había sido el primero en aprovecharse de su inocencia; la había llevado a un encandilamiento del cual se liberó justo a tiempo.


Ahora era Pedro. Lo que Ruben había hecho no se comparaba con lo que Pedro había provocado en ella. Él jugó con sus emociones y las tensó al grado de que tronarían con la menor presión. Ella lo odiaba por lo que él le hacía. Pedro había aprovechado su vulnerabilidad y quiso explotarla al máximo. Era un monstruo despiadado, insensible y traicionero y ella lo odiaba.


El ordenador hizo un sonido como de indignación y ella la observó con rebeldía. Presionaba las teclas equivocadas, pero, ¿por qué hacía tanto estruendo? ¿Conspiraba todo contra ella? ¿Era su culpa si su cerebro no funcionaba con normalidad? Pedro tenía la culpa de los horrores a los cuales se enfrentaba ella. Desde que lo conoció no había dejado de subir y bajar en la montaña rusa al ir de una crisis emocional a la otra. ¿Cómo podía ella trabajar con ordenadores tontos que no tenían la inteligencia de comprender un error sencillo o con las calculadoras que le daban cifras equivocadas? Al diablo con esos aparatos, los apagaría y se iría a sumergir en una bañera durante una media hora.



****


Sujetó sus rizos rebeldes e hizo una mueca frente al espejo que comenzaba a cubrirse de vapor. Lo único que calmaría su espíritu lastimado sería un buen baño en la bañera caliente llena de espuma jabonosa y aromática. Dejó caer la bata sobre un taburete y se deslizó despacio hacia la calidez del agua. ¿Por qué tenía que ser tan complicada la vida? No era justo tener que lidiar con tantos torbellinos.


Dirigió un pie hacia el techo y distraída, observó la largura de su pierna llena de jabón. ¿Qué veía Pedro en Rebecca? Era una muñeca rubia de ojos azules con quien jugar, sólo eso. 


Disgustada, arrojó la esponja hacia los grifos justo cuando el timbre de la puerta sonó.


Debió imaginar qué tendría visitas. Por la insistencia del timbre de seguro era algún acreedor. ¿No había pagado el alquiler hacía apenas unas semanas?


Suspiró frustrada, se secó y se puso la bata sobre la ropa íntima La gente era un engorro. Le habría ido mejor al tratar de olvidar sus penas con una botella de vino tinto y permitir que el mundo se incendiara. Hizo una mueca.


Cuando abrió la puerta el pulgar de Pedro seguía presionando el timbre. Los dos se miraron. Él ceñudo y ella recelosa.


—¿Qué quieres? —preguntó Paula.


—Aclarar algunas cosas —entró en el vestíbulo y miró a su alrededor—. ¿En donde está la sala… Por aquí?


Entró en la sala y se detuvo al lado de una ventana saliente sin dejar de observar el decorado.


—Puedes irte si mi decoración ofende tu sensibilidad —tronó Paula.


—No te hagas la graciosa, no te queda —entrecerró los párpados—. ¿Qué hacías ayer en Lynx antes de que yo llegara?


—Te dije que había olvidado mi calculadora y fui por ella —respondió, aunque la pregunta la sorprendió.


—¿Qué más recogiste allí?


—No comprendo —lo miró intrigada—. ¿Qué tratas de decir?


—Quiero saber qué te llevaste además de tu calculadora —gruñó—. Espero que ahora ya comprendas.


—Nada. Ya te dije, fui porque Adrian me pidió que le copiara un disco y luego busqué mi calculadora, que había olvidado.


—Entonces, Rebecca mintió al decir que tú tenías los libros de contabilidad y algunos expedientes que sacaste del archivador de seguridad.


Soltó las palabras como si masticara granito.


—¿Libros? ¡Ah…! —lo había olvidado, ¿cómo pudo olvidar algo tan importante?—. Pensaba…


—¿Qué pensabas? ¿Ahora dices que sí los tienes? ¿Qué te pasa? ¿Tienes la mente totalmente ofuscada o soy el blanco de una traición?


—¿Traición? Estás loco y no tienes una capa de educación. No puedes entrar en mi casa para molestarme. Me haces preguntas como si fueras parte de un pelotón de fusilamiento.


Si él no la hubiera perturbado tanto el día anterior, al dejarla abandonada para irse con su amiguita, ella quizás habría recordado los libros. Él no tenía derecho de entrar en su casa para tratarla como si fuera una criminal.


—¿Los tienes? —apretó la boca y la mandíbula.


—Sí —bulló—. Los tengo, pensaba devolvértelos.


—Pero antes terminaste un proyecto para tu buen amigo Ruben Blake, ¿no?


—¿Te incumbe eso?


Alzó una ceja.


—Quizás. Algunos se preguntarían si ahora Blake podrá fijar sus precios a una cotización más baja para competir favorablemente con Lynx. Sólo el tiempo lo dirá, ¿estás de acuerdo?


—¿Me acusas de espionaje industrial? —lo miró conmocionada y respiró profundo. ¿No tenían fin los horrores que él la creía capaz de cometer? La amargura la hirió como un cuchillo y la furia y la frustración le nublaron la vista—. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa para acusarme con tantas mentiras sucias? ¿No tienes la más mínima confianza? ¿Realmente crees que pondría en peligro mi trayectoria cometiendo algo tan vil? —la furia le llenó la cabeza como si fuera una bruma roja—. Permite que te diga, Alfonso —rechinó los dientes y la voz le tembló—. Estoy harta de tus calumnias malvadas. No he hecho nada para merecer tus odiosas insinuaciones; no lo hice con Ruben ni con Adrian, y si no puedes creerme, al menos concédeles a ellos un poco de integridad.


Se abalanzó sobre la mesa, tomó su carpeta y la abrió.


—Viniste por esto, ¿no? ¿Tus libros y unos expedientes? No creo tener nada más, excepto unas fotocopias. Pero no aceptes mi palabra, quizá deberías revisar mi apartamento, por las dudas. Quizás tengo un archivador debajo del colchón. ¿Por qué no vas a verificarlo? Quizás metí el contenido de tu caja de seguridad dentro de mi bata antes de abrirte la puerta y verte. No tienes manera de saber hasta que punto me degradaría, ¿o sí?


Él gruñó y caminó hacia ella.


—Aléjate de mí —tronó Paula—. No te quiero cerca de mí; sal de mi apartamento y de mi vida, ¿me oíste? Y llévate esto —le arrojó el contenido de la carpeta y le dio gusto ver que había dado en el blanco—. No quiero tratar contigo ni con algo que remotamente tenga relación contigo. No me ensuciaría las manos. Llévate tus malditos papeles y vete al infierno. No me importa si ardes con los condenados. ¡Sal de aquí!





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