Poco después, al salir de la fragante calidez de una bañera espumosa, Paula se secó con cuidado y se puso una prenda íntima de una sola pieza y de seda dorada. El agua la había relajado un poco y los tonos aguamarina del baño la habían tranquilizado. Su habitación tenía una agradable combinación de tonos crema y rosado. Se había proporcionado todo para que la habitación fuera atractiva y cómoda.
Sobre el tocador vio un florero de cristal con flores aromáticas, y las aspiró con placer. ¿Quién las habría puesto ahí?
Se enderezó y se dijo que lo único que faltaba era una cerradura en la puerta del dormitorio. Juntó las cejas.
¿Debería poner una silla debajo del pomo? Descartó la idea.
Pedro no la perturbaría. Era engañoso, pero no dejaba de ser hombre de principios.
Se deslizó bajo las sábanas, apagó la lamparita de noche y se acomodó en la calidez que la rodeaba. Por la mañana, con la cabeza despejada, se enfrentaría a sus problemas…
Por la mañana… Ese fue su último pensamiento antes de caer en un sueño profundo y satisfactorio.
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La sábana se le enredó cuando se volvió y se estiró en la cama grande. Tenía las piernas lánguidas por el calor. Tuvo varios sueños que se mezclaron uno con el otro… Un hombre, cuya imagen conocida se borró por la bruma del sueño, pronunció quedo el nombre de ella y Paula se quedó sola. Tambaleante trataba de encontrar el camino en la penumbra de un bosque donde la neblina ocultaba las ramas de los árboles.
Se lastimó un dedo al tocar la rugosa corteza y ella se le quedaba mirando; unas gotas de sangre caían al suelo entre trozos de cristal roto. Un gemido recorrió su garganta, pero se atoró en sus labios; luego escuchó la voz del hombre que se filtraba a través de las capas del sueño. También percibió una fragancia, el cálido y tentador aroma que flotaba en el aire le incitaba el olfato. Despacio, abrió los párpados.
—Café —anunció Pedro al colocar una taza sobre la mesita de noche—. Quizá te ayude a despertar.
Caminó a la ventana y descorrió la cortina para que entrara la luz gris y acuosa. Ella cerró un momento los ojos para protegerlos del brillo apagado.
—¿Qué hora es? —murmuró ella.
—Tarde —informó Pedro—. Dormiste muchas horas y pensé que estarías a punto de levantarte.
Ella dirigió la mirada a la ventana donde la lluvia golpeaba contra el cristal.
—Me parece que estoy en el lugar correcto —dijo—. Quizá decida invernar. ¿Por qué no te vas y permites que haga eso?
—¿Te tienes lástima porque Adrian no está aquí para compartir tu idilio?
—Vete —repitió en tono grosero mientras tiraba de la sábana para cubrirse el pecho—. Y llévate tus suposiciones sin fundamento. No me hace ninguna falta despertar para que me molestes.
—¿Esconderte debajo de las mantas te dará la respuesta a tus problemas? —preguntó escéptico—. Dudo que así llegues lejos.
—Allí está la puerta —recalcó—. ¡Úsala!
—Eres una chica muy dulce —sonrió—. Bebe tu café, Paula —ordenó—. En un instante te sentirás como una persona diferente.
—Deja de decirme qué he de hacer —se quejó al levantar la taza para darle un sorbo.
Él se sentó con toda comodidad en una silla al lado opuesto de la cama y con la punta del zapato acercó un taburete. Ella lo miró por encima del borde de la taza.
—¿Nunca sigues las reglas de cortesía de la sociedad? —preguntó irritada—. ¿No puedes pensar en abandonar la habitación?
—Podrías volver a dormirte —levantó la taza de la mesa a su lado y le dio un buen sorbo—. Prefiero que hablemos.
—Descubrí que la mañana no es buen momento para charlar —murmuró ceñuda.
—Al contrario, puede ser el mejor momento. Quizá para comenzar, te agradaría decirme por qué tenías la necesidad de aislarte. Suponiendo, desde luego, que tu versión en cuanto a Adrian sea cierta.
Paula se puso tensa. Presintió que podía confiar en Pedro porque era un hombre con fuerza y podía ser un defensor, pero él siempre la había juzgado y declarado culpable, así que no estaba dispuesta a descuidar la guardia para confiar en él. Tratándose de ella, Pedro siempre la condenaría. Además tenía que descubrir lo que había detrás de las insidiosas amenazas que había recibido.
—No quiero hablar de eso —levantó un hombro descubierto—. Y menos contigo.
—Entonces no puedes esperar que aprecie tu punto de vista.
Paula no contestó. Dejó su taza y estiró un brazo para levantar la bata de seda de la silla junto a la cama. Pedro tenía la mano ganadora mientras tuviera a Paula atrapada ahí. Eso la hacía sentirse torpe e inquieta y la colocaba en desventaja.
Deslizó la prenda sobre sus hombros descubiertos, se rodeó con ella y ató el cinturón. Vestida de bata roja y dorada, al menos se sentía más controlada en esa situación. Era desquiciante tenerlo ahí observándola bajar los pies de la cama y ponerse las pantuflas.
Él bebió lo que quedaba de su café y dejó la taza sobre la mesita.
—Bebes demasiado café —comentó Paula al enderezarse y permitir que la suave tela cayera al suelo.
—Hablas como lo hace mi madre. Ella es enfermera y siempre recalca los efectos negativos que encierra el exceso de cafeína.
—Pero no le haces caso a sus advertencias.
—El café me agrada y me ayuda a pensar.
Se encogió de hombros.
—No puede ayudarte mucho porque sigues teniendo ideas alocadas en cuanto a lo que tramo —se llevó una mano a los rizos castaños—. ¿Por qué estás tan decidido a pensar lo peor de mí?
Él se puso de pie sin dejar de mirarla como si penetrara cada poro de la piel femenina y Paula comprendió que había sido un error retarlo. Tenía la boca seca y alisó los pliegues de su bata con dedos levemente temblorosos. Pedro no se movió, pero fue como si la hubiera tocado porque su mirada pareció una llama que se extendía febril por todo su cuerpo.
—¿Por qué será, que hagas lo que hagas y por más injurioso que sea tu comportamiento, no dejas de hechizarme? —respondió pensativo—. Tienes el cuerpo de un ángel con la fruta prohibida en sus manos, sin embargo, eres tan insustancial como una ninfa que revolotea por los arroyos en las montañas. Extiendo una mano para tomarte y te deslizas de mis dedos como una cascada de mercurio. ¿Qué posibilidad tengo, qué posibilidad tiene cualquier hombre, después de que comienzas a desplegar tu magia?
Se acercó y la tomó de los brazos. Ella lo miró sorprendida y titubeante. Él era el hombre de su sueño; sus anhelos subconscientes habían surgido durante el sueño; la habían traicionado y le habían dejado el cuerpo en conflicto con su mente. Estaba transfigurada sin poder alejarse y tenía las piernas débiles.
—¿Qué talismán habrá que pueda protegerme de ti? —preguntó conmocionado—. Riñes, insultas, pero no ejerces ningún efecto. Sólo haces que te desee más. Me incitas a besarte para borrar las duras palabras de tus labios, para sentir tu boca suave y temblorosa bajo la mía.
Deslizó los pulgares sobre sus brazos y le provocó pequeños torbellinos de calidez que traspasaron la delgada seda de la bata. Pedro la oprimió contra su cuerpo y sus labios buscaron el palmo terso de su mejilla y luego la curva llena de la boca. El beso fue dolorosamente dulce, una deliciosa sensación que duró y giró como un círculo eterno de incitante exploración.
¿En dónde estaban las defensas de Paula contra ese tierno asalto? ¿Qué tenía él que la dominaba y la dejaba a su innegable encanto masculino? Pedro la acomodó a su cuerpo y la incitó a que permaneciera dentro de sus brazos y ella accedió de buena voluntad.
El mundo exterior con todas sus adversidades se desvaneció por la excitación del abrazo de Pedro. Ella había luchado contra él, y trató de mantenerlo alejado de su vida… ¿Había sido por miedo? Antes la lastimaron, pero eso quedó en el pasado, ya no era una jovencita frágil, expuesta de manera repentina y cruel a las duras realidades de la vida. ¿No era el momento de olvidarse de los temores y las inseguridades para ceder a la delicia embriagante del amor y la pasión?
Ese hombre, en especial, tenía el poder de incitarla a que se atará a él. ¿Era eso posible? Si tan solo él le creyera… ¿No podrían sumergirse juntos en las aguas del Edén para ser renovados para siempre?
Pedro delineó la esbelta columna de su cuello con una mano. Con los labios siguió el mismo camino que sus dedos recorrieron. Con suavidad, alejó los sedosos pliegues de la bata y con la boca rozó la piel cremosa; luego, con la lengua probó el valle sombreado entre los senos.
Con caricias él buscaba la curva de la cadera y el muslo femenino, la respiración y el pulso de Paula se aceleraron.
Despacio, él la empujó hacia la suavidad de la cama y se colocó encima de ella para que su cuerpo la quemara como un hierro candente.
Paula se movió inquieta debajo de él y su corazón comenzó a golpetear sin control mientras ella registraba los fuertes movimientos de la musculatura de Pedro. La sangre cantó en sus venas cuando las manos de él buscaron un seno.
Con el pulgar acarició el montículo que la bata de seda moldeaba y lo deslizó al pezón. Paula contuvo el aliento, una y otra vez murmuró el nombre de Pedro quien le alteraba los sentidos y le elevaba la temperatura.
—Pedro…
—Lo sé, cariño… lo sé —murmuró ronco—. Quédate conmigo, permite que te guíe. Te ayudaré a que experimentes sensaciones que sólo en sueños has tenido. Prometo que no te arrepentirás.
Paula aceptó el poder que él ejercía sobre ella. La hacía sentirse muy femenina y el más leve contacto de los dedos masculinos la transportaba al éxtasis. Había algo en Pedro que la incitaba como ningún hombre lo había hecho… Pero de todos modos, una vocecita de cautela la frenaba. ¿Qué sentía él por ella? ¿Había algo más que deseo en su pasión? ¿La acosaba por algo más que el deseo carnal?
—Olvida el pasado —murmuró Pedro al notar su leve distanciamiento—. ¿Realmente tiene alguna importancia? —habló más quedo—. No necesitas a Adrian. Él está fuera de límites y nunca podrá darte felicidad; pero tú y yo, Paula, juntos podríamos alcanzar las estrellas.
Él seguía convencido de su culpabilidad. Nada de lo que dijo había cambiado la opinión que tenía de ella. Sintiéndose infeliz, volvió la cabeza para que él no viera las lágrimas que le causaban escozor en los ojos. ¿Cómo pudo olvidar cómo era él? Pedro seguía sospechando de ella, pero la acosó sólo para calmar una necesidad imperiosa. Rebecca estaba ocupada, así lo había dicho él, de modo que la buscó a ella.
¿Qué posibilidad había de que ese hombre la amara o de que le fuera fiel a una sola mujer?
Se equivocó cuando pensó que ya nunca volverían a lastimarla y sabía que en esa ocasión el dolor no desaparecería. Estaría presente siempre, en el transcurso de los años; sería una constante molestia en la boca del estómago.
—Quizá podríamos hacerlo, pero, ¿qué pasará después? —contestó ronca—. ¿Regresarás a la tierra sobre nuevas pasturas? ¿Por qué los hombres piensan que pueden aprovecharse de las mujeres y quedar impunes?
Pedro calló un momento, luego colocó un brazo a cada lado del cuerpo de Paula y se inclinó hacia ella.
—Tienes que olvidarlo —dijo severo—. Adrian nunca fue tuyo. Lo sabes, pero no te animas a aceptarlo.
Se impulsó para ponerse en pie y se apartó de la cama; el timbre del teléfono rompió el silencio y Pedro apretó la boca.
—Tarde o temprano tendrás que soltarlo, porque yo estaré vigilando para asegurarme de que lo hagas.
Levantó el auricular y gruñó.
Con un gesto protector, Paula se envolvió con la bata; tenía la mente congelada. ¿Cómo le había sucedido esa tragedia de enamorarse de un hombre que jamás sería parte de su futuro? Ella no le interesaba a Pedro Alfonso, él la deseaba sólo como un capricho pasajero. Su mayor y única preocupación era mantenerla alejada del esposo de su hermana.
—¿Qué pasa? —preguntó Paula al ver la palidez de su rostro, después de que él cortó la comunicación.
—Emma está en el hospital —respondió—. Hay peligro de un aborto.
A su regreso a la casa, Pedro descansaba en el sofá con las piernas apoyadas en una mesa de ónix de poca altura. Leía un libro de bolsillo.
—Estoy segura de que lo sabías, a juzgar por tu expresión complaciente, ¿por qué no me lo dijiste? —exclamó al entrar en la habitación.
—¿Me habrías creído? Dudo que hubieras aceptado mi palabra, aunque yo te dijera que lo escuché en las noticias locales. Conociéndote de todas maneras te habrías ido —se encogió de hombros, dejó el libro sobre la mesa y bajó las piernas al suelo—. Por lo general la carretera está despejada hasta que el río se desborda. Pensé que era mejor que tú sola lo averiguaras.
—¡Qué amable! —comentó con los labios tiesos—. Gracias a ti estoy empapada.
Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre el respaldo de una silla; luego, con disgusto, tocó los húmedos pliegues de su falda color vino.
—Acércate al fuego y echa un poco de vapor.
Se puso de pie.
Paula estuvo tentada a ignorar cualquier sugerencia que él le hiciera, pero las llamas color naranja la invitaban con su calor y no pudo dominarse. Se despejó los mechones mojados de las mejillas y se paró frente al fuego con las manos extendidas.
—No te habría hecho daño haberte ido antes de que se iniciara la inundación, tal como lo haría un caballero —comentó con amargura.
—¿Por qué habría de irme de mi propia casa?
—¿Tuya? —lo miró conmocionada—. Pero Adrian dijo…
—Compartimos el uso de ella —respondió con indiferencia, y Paula apretó la mandíbula. —Supongo que la cabaña de pesca, junto al lago, también es tuya —calló—. Aunque no comprendo por qué tuviste que romper la puerta.
—Había olvidado mi llave —respondió.
—Lástima que no olvidaste la llave de esta cabaña. Y no sé por qué no puedo disfrutar de un poco de aislamiento si fue Adrian quien me la ofreció.
—Prefiero vigilar lo que ocurre —la observó ceñudo.
—Nada ocurre —refutó con tono acelerado—. ¿No te lo he dicho varias veces?
—Mi hermana piensa lo contrario.
—¿Tu hermana? —Paula se le quedó mirando intrigada—. Tendrás que explicármelo… No comprendo.
—La esposa de Adrian —señaló—. Hablamos de Emma, mi hermana —sus ojos azules se enfrentaron con dureza a la mirada de ella—. Por ese motivo, y no por otro, haré todo lo que pueda para asegúrame de que tu sórdida aventura no prosiga. No tengo intenciones de mantenerme al margen, mientras una trampa mortal para los hombres como tú, lastima a Emma.
Paula quedó atónita. Las palabras la hirieron más de lo que pudo imaginar. ¿Qué clase de persona creía Pedro que era ella? ¿Realmente pensaba que tenía intenciones de destrozar un matrimonio? Era insostenible que él la culpara por los problemas de otros.
—¿Cómo sabes que Emma sospechaba que yo soy la raíz de sus problemas? —preguntó furiosa—. Quizá se sentía infeliz y tú diste con cinco al sumar dos mas dos. No veo por qué crees que yo tengo algo que ver en ese asunto.
—Confío en lo que ella me dijo. ¿No es evidente el motivo por el cual ella te señala? Antes hubo algo más que amistad entre tú y Adrian.
Paula abrió la boca para negarlo, pero él no la dejó hablar.
—Y a últimamente los dos siempre estáis juntos; ella casi no lo ve…
—Es porque Adrian trabaja mucho —espetó Paula—. ¿Por qué tengo que ser yo la culpable de sus dificultades? ¿Por qué siempre me adjudican el papel de pecaminosa?
Pedro torció los labios en un gesto desdeñoso y Paula lo odió aún más por eso.
—No tengo nada que ver con sus problemas —continuó—. Tu hermana debería buscar la respuesta en otro lado y quizás así aclararía la situación. Para comenzar, debería hablar con Adrian en vez de contarte sus angustias.
—Quizá eso hizo, pero al toparse con el muro de ladrillos recurrió a mí. Nuestros padres viven lejos, ella los ve pocas veces al año, pero yo estoy cerca y la escuchó. Siempre me hizo confidencias para que la ayude.
—No te imagino en el papel de tía agonía —repuso Paula.
Él suponía que ella era culpable, daba por hecho que ella era el meollo del asunto y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
—¿Qué esperas que haga? —preguntó mirándola con desagrado—. Aunque Emma es una mujer madura, en el fondo sigue siendo mi hermanita menor y sufre mucho. ¿Querrías que yo no le hiciera caso?
Paula soltó con lentitud el aire contenido. Por supuesto que Pedro no debía hacer eso. Emma lo incitaba dado su estado emocional nervioso, era lógico que él quisiera ayudarla. Su integridad innata del signo de Júpiter lo obligaba.
—Lo lamento. Tienes razón, pero sigo pensando que debes tratar de creer lo que te digo.
—¿Debo hacerlo? Entonces, ¿en dónde encaja este acogedor arreglo que hiciste con Adrian para pasar juntos el fin de semana?
—No encaja —dijo cansada—. No quedamos en eso, pero no pretendo que aceptes mi palabra. Eso sería pedir demasiado —su mirada se nubló—. Vine sola para poder meditar acerca de algo y la única relación que tengo con Adrian es con respecto a los negocios.
Pedro la observó escéptico y Paula se volvió apesadumbrada porque sabía que él nunca le creería. Estaba cansada y no deseaba seguir con esa discusión.
Distraída, se frotó los brazos para alejar el frío que le calaba los huesos.
—Más te vale quitarte la ropa mojada —sugirió Pedro.
—Yo decidiré qué debo hacer —masculló y lo ignoró.
—Como quieras —murmuró—. Pero no te vayas a desmayar en mi presencia, por favor. Bastante difícil es tratar contigo cuando estás normal a medias. Temo pensar cómo serías en estado delirante —la miró—. Además, no objeto a que gotees sobre la alfombra. Te favorece estar empapada.
Luego de ver la sonrisa de Pedro comprendió horrorizada que la ropa se le adhería al cuerpo y emitió un gemido de angustia. El hombre era un monstruo.
—Iré a acostarme —murmuró y se volvió para que él no pudiera ver el rubor en sus mejillas. Tomó su chaqueta de la silla—. ¿Hay una ducha o bañera que pueda usar?
—Arriba, la primera puerta a tu izquierda —habló en tono divertido—. Creo que eres sensata porque una ducha caliente quizás obre maravillas en tus nervios.
Diablos. Se dominó para mantenerse calmada, a pesar de las carnadas que él le arrojaba.
—¿Qué habitación ocuparé? —preguntó Paula.
Casi pudo verle los dientes de tiburón. Dios la guardara de errar el camino y entrar en sus aguas territoriales. Tenía el presentimiento de que Pedro se la tragaría en caso de que ella agitara, aunque fuera levemente, la superficie. Al día siguiente, después de haber dormido bien estaría más capacitada para lidiar con él. Esa noche estaba muy nerviosa por los problemas y ya no toleraba más insinuaciones molestas. Esperaba tener otra perspectiva de la situación por la mañana.
—La segunda a la derecha. Estoy seguro de que te será cómoda, pero si necesitas algo durante la noche, házmelo saber. Haré todo lo posible por complacerte.
Ella lo observó con detenimiento, pero le fue imposible descifrar su expresión.
—Me las arreglaré —respondió, y en el vestíbulo levantó su maleta.
Afuera, la lluvia caía con fuerza. Antes de correr al coche Paula se arropó con su chaqueta para protegerse del fuerte viento. ¿Qué clase de clima era ese? De por sí tenía bastantes problemas. Pedro había planeado ese molesto episodio. Como siempre, él pensaba que podía hacer lo que se le antojara, sin tomar en cuenta las consecuencias. Era el colmo, ¿por qué siempre tenía ella que cruzar espaldas con ese hombre perverso?
Se deslizó al asiento del conductor, cerró la puerta de golpe e introdujo la llave para poner en marcha el motor y pisó el acelerador para que el rugido le hiciera eco a su frustración contenida. Se dijo que Pedro no saldría impune. Si él pensaba que podía manipularla, pronto se daría cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles. El viaje de él había sido del todo innecesario. De cualquier manera, ¿por qué tenía esa obsesión en cuanto a ella y Adrian? ¿Por qué siempre llegaba a conclusiones erróneas? Nada de lo que ella dijera cambiaría algo. Él pensaba que lo sabía todo y por eso mismo fracasaría. Pedro tendría que esperar hasta que Paula volviera a ver a Adrian. Ella aclararía las cosas.
Aguzó la vista a través del parabrisas, hacia la negrura espectral de la sinuosa carretera. La lluvia silbaba contra los neumáticos y el ritmo de los limpiadores se convirtió en algo casi hipnótico. ¿Cuánto tendría que recorrer antes de llegar a la carretera principal? Debió fijarse mejor durante el trayecto de llegada. Tenía los nervios destrozados y ese era precisamente el problema. Con una y otra cosa necesitaba descansar de todo.
¿En dónde estaba la vuelta? Debía estar por ahí. Las luces delanteras iluminaron el letrero y ella viró hacia la derecha para tomar el angosto sendero que indicaba. Ya no podía estar lejos, quizá unos dos kilómetros. Vio otro letrero y disminuyó la velocidad. La congoja la atacó al leer el letrero. Inundaciones. Debió imaginarlo. ¿No sería el típico final de un día terrible?
Detuvo el coche junto a la orilla con hierba, se apoyó en el volante y descansó la cabeza en las manos. ¿Qué hacer?
Parecía que todo conspiraba contra ella. No podía seguir adelante porque le sería difícil encontrar otro sendero en ese panorama oscuro y lluvioso. Además, Adrian le había dicho que para regresar a la carretera principal tenía que tomar una larga desviación en caso de que la senda primera quedara intransitable.
Levantó la cabeza, miró a su alrededor y suspiró. Con razón Pedro no trató de detenerla. Debió saber que ella se toparía con ese obstáculo. Tamborileó sobre el volante y pensó en las opciones que tenía. No le agradó la posibilidad de pasar la noche dentro del coche. La lluvia le había traspasado la chaqueta y tenía mojada la blusa así que podría terminar con una pulmonía o algo parecido.
La única alternativa que le quedaba era regresar a la cabaña y Pedro lo sabía. Hizo una mueca, volvió a poner en marcha el motor y viró. Desgraciado. Si ella pescaba un resfriado él tendría la culpa. Y si ella le estornudaba en la cara bien merecido se lo tendría.
El pulso de Paula se aceleró.
—Tenía entendido que no habría nadie aquí —tronó—. ¿Por qué volviste a aparecer como una moneda falsa?
—Veo que mi presencia te conmocionó y pido disculpas por eso.
Sus ojos brillaron, pero la mandíbula permaneció firme y Paula se dio cuenta de que él no estaba arrepentido.
El resentimiento la hizo bullir. ¿Por qué la inquietaba tanto Pedro? Todo su metabolismo se aceleraba cuando él estaba cerca. ¿Qué tenía que siempre la agitaba?
Lo miró con rebeldía. Él no se movió, su cuerpo alto y esbelto no revelaba preocupación y la ropa que vestía sólo enfatizaba su arrogancia. El pantalón negro de mezclilla le moldeaba los músculos de las piernas y el suéter negro delineaba la anchura de sus hombros. Paula fijó la vista en la esbelta cintura.
Sin prisa, Pedro comenzó a acercársele y ella se tensó.
Odiaba su demoníaco aire de seguridad. Era un macho soberbio, estaba acostumbrado a encantar a las mujeres con su magia misteriosa, pero ella no sería una de tantas. No permitiría que la llevara hacia el destino oscuro que él tenía en mente. Pedro era peligroso, era un animal rapaz que amenazaba su sistema nervioso con sólo estar en la misma habitación.
—¿Por qué no fuiste a la planta Brooskby? —exigió saber.
Él había ido ahí para irritarla; ese era el meollo del asunto.
Estaba decidido a atormentarla a como diera lugar.
—Descubrí que mi presencia allá no era necesaria —respondió severo—. ¿No es eso afortunado?
—¿Quieres decir que volviste a cambiar de opinión para provocarme de nuevo? —estalló—. Parece que eso es un tedioso hábito tuyo.
Pedro sonrió y ella vio brillar la blanca y perfecta dentadura, pero decidió que no la perturbaría. Cualquier plan que él hubiera urdido en su engañoso cerebro estaba predestinado a fracasar.
—No tienes motivos para estar aquí —le informó dominándose—. Sugiero que te vayas en este instante.
—Quieres que desaparezca antes de que llegue Adrian. Con razón estás inquieta —murmuró—. Un trío no era lo que tenías en mente, ¿verdad?
—Sal de aquí, Alfonso —gruñó—. Y llévate tus insinuaciones desagradables.
—¿Y dejarte sola? —cruzó los brazos al frente—. ¿En esta casa aislada mientras los elementos rugen afuera y las ventanas rechinan por el esfuerzo? ¿No tendrás miedo en tanto esperas sentada mucho tiempo?
—De ninguna manera —declaró con firmeza—. Soy más fuerte que eso. Además, el odio que te tengo me mantendrá muy alerta. ¿Qué te parece pensar que tendré una larga espera?
—Intuición —respondió satisfecho y eso la hizo desear golpearlo—. Supongo que te habría agradado venir con él, pero desde luego, primero tuvo que llevar a Emma a casa de su prima de modo que habrá una demora —hizo una pausa y la observo con detenimiento—. Desafortunadamente, algo se presentó: Una misión delicada que requiere los especiales talentos diplomáticos de Adrian y temo que estará muy ocupado la mayor parte del fin de semana. Espero que eso no sea muy decepcionante para ti.
La evidente falta de sinceridad la enfureció y su temperatura se elevó unos grados.
—Imagino que tú fuiste el responsable de esa supuesta misión. No se te ocurrió dejar a Adrian en paz para que tuviera un descanso bien merecido este fin de semana. Todo es un engaño, una invención tuya —expresó enfadada—. ¿No crees que es hora de que dejes de interferir en asuntos que no te conciernen?
—Estás molesta —la miró con cinismo pero habló calmado—. Por supuesto, eso imaginé. No aceptas el hecho de que tu agradable encuentro se truncó, pero míralo desde el punto de vista optimista. Al menos yo estoy aquí para acompañarte. No estarás sola.
—¿Crees que pasaré el fin de semana con un tarambana como tú, un tenorio que se deja llevar por la corriente y aprovecha las oportunidades de donde vengan? Vete, Alfonso, ve a jugar con los relámpagos.
—¡Qué criatura tan salvaje! ¿Siempre eres tan vengativa? ¿Te es natural?
—Sólo cuando estoy contigo. Eres la única persona cuyo prematuro fin me causaría mucho placer. Si no quieres que planee ese fin, ¿por qué no te vas antes de que sea tarde?
—¿Cómo te entretendrás varada aquí, entre cuatro paredes y sin tener quien te haga olvidar la lluvia? —preguntó impasible—. La lluvia no cesará. No será divertido caminar hacia la playa, a menos de que disfrutes luchar contra la tormenta. Deberías darme las gracias por ser tan considerado.
—¡Regresa a Eastlake y concéntrate en tus propios asuntos! —exclamó y un grito se le atoró en los labios—. De hecho, se me ocurre una idea estupenda. ¿Por qué no vas a ver a Rebecca? Estoy segura de que le dará mucho gusto verte.
—Rebecca está ocupada este fin de semana. Estoy a tu entera disposición.
—No me tientes —se estremeció—. Disponer de ti es algo con lo que podría soñar —se obligó a sonreír y sus labios formaron una línea delgada—. Como ves, aquí no se te desea. Soy capaz de organizar mis actividades sin necesidad de que me las sugieras.
Él la miró de reojo.
—¿Estás segura de eso? ¿No sería más interesante un juego de ajedrez que estar sola? ¿Quizás un juego de naipes?
Ella no se molestó en contestar, lo observaba con furia, pero él continuó:
—Supongo que también podríamos sacar el tablero de Scrabble. ¿Tienes buen vocabulario? No, no me lo digas… ¿No dijiste arrogante, machista? —pareció meditar—. Parece que tienes un dominio adecuado del idioma. Estoy seguro de que juegas bastante bien.
—Haces esto con premeditación —Paula rechinó los dientes—. Planeaste todo esto para molestarme. Pues bien, permite que te diga…
—Ahora comprendo —comentó asintiendo satisfecho—. Preferirías pasar todo el fin de semana riñendo, ¿no? —contempló sus facciones—. Sí, veo que eso harías con gusto. Lo comprendo por la forma en que me miras, como un gato rojiverde. Supongo que por dentro siempre deseas pelear —se encogió de hombros—. No importa, puedo tolerarlo. Me agrada una buena riña, sobre todo si tú eres mi contrincante, así la vida deja de ser aburrida. Además, me agrada ganar.
Hizo una mueca diabólica.
—Por favor, no te sumes a otra de tus fantasías —le aconsejó Paula, no mordería el anzuelo. Pedro disfrutaba verla incómoda y ya era hora de que ella le minara su seguridad—. Tratándose de ti ya aprendí la lección. Créeme, tengo mejores cosas que hacer que desperdiciar mi aliento discutiendo contigo.
—Así habla una chica sensata —su voz fue enfurecedoramente tranquila—. Sabía que finalmente entrarías en razón. ¿Por qué reñir si podríamos relajamos para disfrutar de la situación?
Caminó hacia un mueble de caoba pulida y comenzó a revisar una colección de discos de larga duración.
—¿Qué tipo de música te agrada? —preguntó distraído—. ¿Strauss? ¿Brahms? ¿Otra cosa? ¿No te parece que la música sería un agradable acompañamiento para nuestra comida? —levantó un disco y leyó lo escrito en el sobre—. Sé que Adrian tuvo la precaución de ordenar bastantes alimentos. Tendré que buscar una botella de vino que vaya con la comida.
—No pienso sentarme a comer contigo —replicó—. Ni…
—Después del trayecto tan largo debes de tener hambre —insistió y dejó el disco—. Por la forma en que se trastornaron los nuevos planes, sólo puedo compensarte en parte y ayudarte a que te adaptes a las circunstancias con más ánimos.
—No puedes hacer nada para que me sienta bien —replicó.
—¿Nada? —torció la boca—. ¿Estás segura de eso? Creo recordar que la otra velada…
—Fue una aberración —lo interrumpió—. Y lo sabes. Tuve un momento de inestabilidad mental y fuiste lo bastante falto de escrúpulos como para aprovecharte de mí. De ninguna manera se repetirá.
—Por supuesto que no —aceptó en tono suave—. No se me ocurriría agregar algo a tu psicosis —con interés percibió el rubor en las mejillas de Paula—. Eso no sería jugar de acuerdo con las reglas, ¿verdad?
—¿Te irás? —preguntó muy digna.
—No. ¿Sabes que este lugar es extraordinariamente cómodo?
Paula se dijo que algún día encontraría la manera de sacarlo de acción de una buena vez. Mientras tanto, como no podía echarlo físicamente encontraría otro sitio donde pasar la noche.
—Entonces me retiro. Puedes saquear la despensa y la bodega de vinos hasta hartarte. Estoy segura de que estaré mucho más cómoda en un hotel.
—Lo que te sea grato —levantó la ceja y habló en tono burlón—. Huye, si tienes que hacerlo porque parece que te causa desasosiego pasar una noche aquí conmigo. Es evidente que no tienes la seguridad que aparentas. Descubrirás que el hotel más cercano queda a unos ocho o nueve kilómetros de aquí por la carretera principal. La cabaña está bastante aislada. Es agradable si se busca paz y tranquilidad, pero tiene sus desventajas.
—Muchas gracias por la información —habló con cortesía y esbozó una sonrisa—. Estoy segura de que lo encontraré. Te deseo un buen fin de semana