viernes, 17 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 5





Paula lo miró fijo y con una mueca reveló lo molesta que estaba. Le fue imposible hablar. Él estaba loco. No había otra explicación; ella se encontraba varada teniendo a un loco como única compañía. Pues bien, estuviera loco o no, Paula haría que Pedro se arrepintiera de haberla contrariado. El enfado le subió a la garganta como una ola amarga.


—Señor Alfonso… —dijo formando las palabras, con los labios tensos por la rabia apenas reprimida—. Virará este barco en este momento y nos llevará a donde están las balsas.


—¿Desperdiciar una bella y luminosa tarde como esta para arrastrarnos con la muchedumbre? —movió la cabeza—. Temo que no, señorita Chaves, la idea no me atrae.


—No me importa lo que le atraiga o no a ese detestable lodazal que usted considera mente —tronó—. ¡Exijo que me regrese al lado de los demás en este instante!


—Lo lamento, pero no puedo complacerla —se encogió de hombros con una indiferencia negligente.


—¿No puede? ¿No puede?—la palma de la mano le hormigueó por el deseo que tuvo de quitarle la expresión de indiferencia en el rostro con una bofetada—. No quiere, es más exacto. ¿Sabe qué es usted, Alfonso? Es un bandolero, un atavismo de la edad del oscurantismo. Permita que le diga que es usted una especie del pasado en peligro de extinción, y si no gira ese timón para regresar me encargaré de que lo encarcelen sin que pueda objetar —explotó.


—¿Cárcel? —la miró de reojo—. ¿Me encadenarán o algo así? Vaya, vaya, pensé que se le ocurriría algo mejor, señorita Chaves. Esperaba que cuando menos me ahorcarían.


—No tiente a su suerte, Alfonso —con placer ojeó la cuerda enroscada sobre el pasamanos—. Definitivamente disfrutaría de encargarme personalmente de eso.


La sonrisa torcida y el tono burlón del hombre no ayudaron a calmarle la furia candente.


—¿En dónde está su espíritu de aventura? ¿No le agrada viajar a lo desconocido y dejarse llevar por los elementos?


—¿En compañía de usted? —preguntó con franco desprecio—. ¿Un mono maniaco, un soplo generado por el diablo?


Le dio gusto ver que él meditaba acerca de sus palabras.


—¿Sabe que eso nunca se me ocurrió? La próxima vez que esté en Surrey tendré que hablar con mi madre. No tenía la menor idea de que fuera tan ligera de cascos. Siempre me hizo creer que mi padre era un hombre trabajador que desde abajo ascendió al puesto de director general, al menos, eso entendí —calló y entrecerró los párpados porque pareció especular—. ¿Lo sabrá él? Siempre ha dicho que tengo la misma suerte de Lucifer.


—Su sentido del humor es torcido —replicó con frialdad—. A mí, por el contrario, no me parece que haya algo ni siquiera remotamente gracioso en la situación. ¿No se le ocurrió que nos extrañarán y que se preguntarán qué sucedió? Si tiene un poco de sentido común iniciará el regreso antes de que vengan a buscarnos.


—Debe saber que no lo harán —comentó como si le diera poca importancia al asunto—. Estarán muy ocupados participando en la competencia de las balsas, como para que les interese lo que nosotros estemos haciendo.


Muy incitada, Paula absorbió la desagradable verdad en esas palabras. Nadie la buscaría. Tendría que valerse de sus propios recursos.


Dirigió una mirada asesina al duro perfil masculino. De acuerdo, él estaba bien formado, sería un contrincante rudo, pero seguro que le encontraría alguna debilidad de la cual podría aprovecharse. Sólo tenía que descubrirla.


—¿Por qué no se tranquiliza y disfruta del día?


—¿Tranquilizarme? —repitió—. El propósito de todo esto esta tarde, era hacerle publicidad a mi compañía, no era excursionar por el río.


—De esta manera podrá hacer las dos cosas —razonó con una despreocupación molesta—. Y si es franca consigo, recordará que poco antes, usted buscaba un poco de paz y tranquilidad —su bien formada boca se curvó de manera atractiva—. Como ve, tenemos algo en común.


—De ninguna manera. No tenemos nada en común, absolutamente nada.


—¿No crees que eres un poco severa, Paula? —fingió estar lastimado—. ¿Siempre formas tus opiniones tan rápido?


La miró con curiosidad.


—Tratándose de ti, dos segundos sería mucho tiempo. Se me acaba la paciencia, ya te lo dije varias veces. No deseo seguir más lejos. Regrésame a casa.


—A su debido tiempo —murmuró sin detener su camino—. Quiero ir a un laguito, justo detrás del siguiente recodo.


Paula se aferró a la barandilla y trató de dominar su furia. 


Tuvo ganas de darle un golpe en la cabeza con algún objeto puntiagudo. El pensamiento le agradó mucho y lo saboreó un rato, antes de decidir que era mejor esperar. No se le ocurrió nada para librarse de esa situación. No había nadie que pudiera oírla, estaban muy alejados de todo y las posibilidades de librarse de él saltando al río eran nulas. 


Quizá se le presentaría una mejor oportunidad cuando llegaran al lago.


—¿Cómo pudiste apoderarte del timón? —preguntó en tono cortante—. ¿Qué le hiciste al capitán?


Dirigió una mirada recelosa hacia los casilleros, pero descartó sus alocados pensamientos.


—Nada tan drástico como eso —ahogó la risa—. Él aceptó muy bien mi propuesta.


—¿Propuesta? ¡Ah, dinero! —aventuró—. Le pagaste, ¿no? Soborno y corrupción. Espera a que le ponga las manos encima a ese hombre.


—¿Habrá problemas?


Hizo un chasquido con la lengua y Paula lo miró furiosa a los ojos.


—No tienes por qué sentirte tan complacido —le advirtió—. Tienes mucho que explicar, además abandonaste a tus compañeros de trabajo. Supongo que no pensaste en ellos.


—Cumplí con lo programado para el día —se encogió de hombros.


—Has hecho más de la cuenta —repuso—. Quizá mañana comprendas que actuaste sin pensar, sobre todo si te enteras de que ya no puedes regresar a tu empleo.


—Realmente deberías calmarte —sugirió amable—. Gastas mucha energía brincando de arriba abajo.


—No brinco —declaró enfadada y dio una patada en la cubierta.


—Si tú lo dices…


La miró dudoso.


—Mira, Alfonso… —respiró profundo—. No es muy tarde. Si viras y me llevas de regreso te prometo que no diré nada de lo que ocurrió.


—Estamos cerca del lago —respondió—. ¿Lo ves? Amarraremos el yate en la isla y estiraremos las piernas un poco. Te sentirás mejor después.


Ella lo miró iracunda.



MI UNICO AMOR: CAPITULO 4





—¿Está desocupado, Alfonso? —preguntó Paula en tono desdeñoso cuando él la siguió al salir de la tienda.


—Imagino que sabe que él es casado —comentó brusco.


—¿Es eso importante?


—Debería serlo. Cuando los vi abrazados pensé que quizás necesitaba que se lo dijeran.


—Supongo que no tomó en cuenta que eso no es asunto suyo —respondió con igual brusquedad—. ¿Su propia ética es irreprochable?


—Acepte mi consejo y deje las cosas en paz. No quiero ver cómo destruye un matrimonio.


—No se preocupe —masculló entre dientes—. Estoy segura de que si Adrian desea que usted intervenga se lo pedirá.



—En el yate imaginé que algo no marchaba bien, ahora sé qué es —Pedro la observó—. Parecía nerviosa como un gato al acecho. ¿Qué sucedió? ¿Estropeé sus planes al estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado?


—No se entrometa, Alfonso —entrecerró los ojos—. No necesito sus opiniones. Si deseo ver a Adrian Franklyn lo haré, con o sin su aprobación. De hecho… —agregó impulsada por un deseo malvado de ser perversa—. Lo veré después del trayecto en barco. Pasaremos más tiempo juntos.


Con satisfacción se dijo que el hombre llegara a sus propias conclusiones, pero la mirada de Pedro fue extrañamente enigmática.


—¿Esa es su última palabra al respecto? —preguntó tranquilo y ella le sonrió con frialdad.


—Sin la menor duda. Adiós, señor Alfonso. No permita que yo lo aleje de su trabajo. Estoy segura de que tiene muchas cosas en las cuales ocuparse. ¿Quizás una trigueña perdida?


Se volvió y caminó al puesto de exhibición donde el fotógrafo la esperaba con la cámara colgada al hombro.


Le pareció que el tiempo se eternizaba antes de que tomara las fotos y terminara con la entrevista que le hacía la prensa local. Le tomarían más fotos, pero lo harían cuando el yate emprendiera camino y ella no tenía que preocuparse por eso. Cuanto antes terminara el asunto, mejor. Odiaba ser el centro de atención, pero al menos serviría para incitar el interés en su propio negocio. ¿Qué mejor manera de lograrlo que alejarse del terreno firme y preceder a un conjunto de balsas por el río, desfilando frente a la gente que presenciaría el espectáculo?


Para cuando regresó al yate ya habían puesto el estandarte en su lugar y lo único que ella tenía que hacer era colocarse frente a él y formar una T con su cuerpo… Tendencia, sería el nombre de su compañía.


Se aferró a las correas de cuero que le proporcionaron y se acomodó contra el poste de soporte.


—¿Necesita ayuda?


Unos ojos azules observaron su cuerpo esbelto.


—¿Qué hace aquí? —preguntó irritada—. ¡Váyase!


—¡Caray qué nerviosa! Sólo pregunté si necesita ayuda.


—No deseo nada de usted —respondió exasperada—. Sólo quiero verle el dorso de la cabeza.


—Eso es posible —murmuró en voz sedosa sin perturbarse por la muestra del mal humor de ella—. Sonría para la cámara —sugirió y se alejó.


Paula lo miró con hosquedad. ¡Qué hombre tan irritante! Ni en ese momento se iba… Tuvo que detenerse para hablar con los hombres que revisaban las abrazaderas de acero. 


Hacía cualquier cosa para retrasarlo todo e irritarla. ¿Por qué diablos elegía ese momento para, ¡Dios santo!, sacar un fajo de billetes del bolsillo de su pantalón y contarlos con una lentitud enfurecedora?


Bulló en silencio mientras enfocaba la tranquilizadora vista del río y de los campos. Pedro actuaba así con premeditación, sólo para atormentarla. Pues bien, él perdía su tiempo. Ella seguiría mirando el panorama y pensaría en algo tranquilo, y antes de que pasara mucho tiempo, Pedro Alfonso no sería más que un recuerdo borroso, una espina en la piel que se había quitado para pisotearla.


Con gusto aceptó la intromisión del sonido del motor que se ponía en marcha, y el suave deslizamiento del yate que se dirigía al flujo principal, le proporcionó un grato sentimiento.


Paula cerró los párpados, alzó el rostro hacia el sol para disfrutar de su luz y su tibia caricia en las mejillas.


Una repentina brisa le agitó de manera juguetona los rizos castaños que ondearon y tocaron el estandarte. Con movimientos perezosos estiró los brazos y sonrió. Su mirada soñolienta recorría la procesión de juncos y árboles torcidos que remojaban sus ramas en el río. A lo lejos estaba el campo donde se realizaba la fiesta. La flotilla de balsas que había seguido de manera majestuosa el surco del yate había desaparecido.


Abrió enormes los ojos porque comenzó a recelar. 


¿Desaparecieron? ¿Adónde? Volvió la cabeza y vio al hombre que dirigía el timón.


—¿Qué diablos cree que hace, Alfonso? Esta no es la trayectoria. ¿Por qué está al timón?


—Quejas —murmuró sin volverse—. Sólo quejas. Tenía entendido que deseaba verme el dorso de la cabeza. Por lo visto, no hay manera de complacerla.


—¿En dónde estamos? —exigió al soltarse de los soportes para acercarse a él—. ¿Por qué no estamos con el resto de las embarcaciones?


—Hubo un pequeño cambio en los planes —murmuró—. Se me antojó un cambio de escenario, pero no se preocupe.


—No estoy preocupada —tronó—. Estoy furiosa. Debimos seguir el programa. No puede cambiarlo de buenas a primeras.


—¿Por qué no? —preguntó sorprendido.


Paula emitió un sonido que fue algo entre un silbido y un gruñido.


—Porque estamos en el siglo veinte y hace siglos que desapareció la época de la piratería —repuso con fiereza.


—¡Qué pensamiento tan deprimente! —comentó sobrio—. De todos modos, podríamos revivirla, ¿no?




jueves, 16 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 3





—Paula, cariño… —Adrian la saludó al verla—. ¿De dónde vienes? Estuve buscándote.


Le rodeó los hombros para abrazarla de la manera conocida e informal a la cual ella estaba acostumbrada.


—Me aislé unos minutos —explicó casi sin aliento—. No podía concentrarme con tanta gente.


—Comprendo lo que dices —asintió—. Desde que se inició la fiesta no he tenido ni un minuto a solas, pero no debo quejarme porque ha sido provechoso para el negocio —sonrió y Paula se animó al mirar con afecto a ese hombre al que consideraba como a un hermano.


—Te invito un café —declaró Paula y se dirigieron a la tienda de las bebidas, pero Paula no dejaba de mirar hacia el yate.


Pedro estaba de pie en la cubierta, alto y quieto y su presencia enfurruñada y vigilante, la envolvía como si estuviera a su lado.


—Hamburguesas —comentó Adrian al olfatear con placer el aire cuando pasaron debajo del toldo de lona—. Hace horas que no pruebo bocado; desde el desayuno.


—Hamburguesas serán —ella rió mientras se servía—. No podemos permitir que te vayas desvaneciendo después de que te ha ido tan bien en los últimos años —encontraron una mesa desocupada en el fondo de la tienda, se sentaron y Paula le puso azúcar a su café—. Nunca imaginé que al regresar te encontraría dirigiendo una empresa. Más te vale comer bien para que tengas energías. Lynx Engineering te necesita.


—Hoy tuvimos buena asistencia —dijo Adrian antes de darle un gran mordisco a su hamburguesa—. El clima ayuda, por supuesto. Un día agradable hace maravillas para la venta de entradas. He estado ocupado respondiendo preguntas acerca de nuestros productos. Eso significa que nos harán muchos pedidos.


—Creí que ya tenías demasiado trabajo. De por sí, tu pobre esposa no te ve a menudo.


—No puede evitarse —hizo una mueca—. Necesitamos proyectarnos hacia adelante todo el tiempo, esa es la fuerza impulsora en cualquier clase de negocio.


Paula lo comprendió. ¿Acaso ella no estaba motivada por la misma compulsión interna, la necesidad de proyectarse? Se llevó la taza de café a los labios y de pronto se congeló. Pedro estaba de pie en la entrada de la tienda. No iba solo; una linda trigueña monopolizaba su atención y Paula frunció el ceño por encima del borde de su taza. Él no parecía estar abrumado por el sentimiento de culpa en cuanto a haber abandonado a sus compañeros en el trabajo.


Por encima del hombro de Adrian, Paula vio que la pareja caminaba a un rincón tranquilo para concentrarse el uno en el otro. Paula hizo un gesto de desagrado, bajó su taza y de pronto comprendió que Adrian le decía algo:
—El reportaje de esta tarde deberá ayudarte a establecer tu propia empresa —se limpió las manos con una servilleta—. ¿Ya encontraste algunas posibilidades?


—Unas cuantas —aceptó—. Logré algunos contactos que visitaré en las próximas semanas. ¿Pensaste en nuestro contrato? Estoy segura de que se me ocurrirá algo que pueda simplificarte las cosas.


—Lo hice —aceptó y arrojó la servilleta desechable a un cesto de basura—. Pero tendremos que hablar de eso, y en este momento no me es posible. Dentro de unos minutos tengo una cita con uno de los anunciantes. ¿Qué dices si nos reunimos después de tu trayecto por el río, si es que puedes?


—Me parece muy bien.


No era el momento para revelarle sus preocupaciones anteriores. Se las mencionaría después.


Adrian se puso de pie y le dio un abrazo.


—Entonces, te veré más tarde. Diviértete en el trayecto en yate.


Ella lo observó salir y al mismo tiempo notó que la compañera de Pedro ya no estaba con él. Y a juzgar por su expresión sombría, eso debió amargar a Pedro.






MI UNICO AMOR: CAPITULO 2






Los ojos azules la observaron con aprecio. Ella vestía un ceñido pantalón negro de mezclilla, botas de cuero negro hechas a mano y un ajustado suéter debajo de la chaqueta también negra. Fue idea del fotógrafo. Había dicho que le daría un aspecto dramático y sensual. Era buena publicidad.



Alfonso sonrió y mostró sus dientes blancos y parejos.


—Sin identificación no sube —murmuró.


Paula entornó los párpados antes de hablar con furia.


—Tome, tenga esto —le colocó sus llaves en la mano y él, con curiosidad, observó la placa plateada en la argolla.


El ojo de topacio del escorpión tintineó frente a él.


—Su signo zodiacal, ¿no? ¿Se supone que esto me convencerá?


—Mi nombre está grabado en algún sitio, ¿acaso eso no resuelve el problema?—seguía buscando en sus bolsillos.


—Es muy pequeño —comentó—. Se necesita una lupa para verlo bien. Además, preferiría evitar cualquier cosa que emane de ese animal rapaz.


Paula soltó el aire. ¿Cómo podía él decir eso cuando parecía ser un animal semejante? Observó el rostro duro y angular. 


¿Qué era él? ¿León, carnero?, se preguntó.


—Principio de marzo —murmuró él—. ¿Qué soy?


—Una persona irritante —repuso al darle su tarjeta de crédito. Inclinó la cabeza en dirección a la tarjeta—. ¿Cuenta esto con su aprobación?


—Sirve para el propósito —comentó después de ver la tarjeta de plástico.


Paula volvió a meter sus objetos dentro de la chaqueta e inclinó la cabeza para ocultar la sonrisa que esbozó. Piscis, pensó y recobró la confianza. Cuando se trataba de una confrontación, ¿cómo podía compararse un pez con un escorpión?


Se enderezó y lo observó mientras él abría la reja para ofrecerle una mano. Fue una conmoción sentir los fuertes dedos alrededor de su pequeña palma. Él la ciñó con fuerza y la sostuvo del codo contra la otra mano. El contacto la dejó confusa y se soltó tan pronto sintió que pisaba con firmeza.


Volvió a dirigir la mirada hacia las grandes tiendas de campaña, pero no había señales de Ruben; había desaparecido entre la muchedumbre.


—¿Trata deludir a alguien? —preguntó Pedro.


—Trato de encontrar un poco de aislamiento —murmuró al dirigirse al otro lado de la embarcación donde no la verían.


—Intente el camarote —sugirió él y Paula lo tomó en cuenta, aunque sólo durante un momento.


Quizá cuando él se fuera… La presencia del hombre era bastante poderosa y no quiso pensar en el efecto que ejercería en ella si la seguía al reducido espacio del camarote.


—Prefiero el aire fresco —murmuró y se ruborizó un poco porque detectó que Pedro alzaba levemente los labios.


Con la cabeza en alto caminó hasta la barandilla y descansó los dedos sobre el cromo mirando el agua brillante por los reflejos del sol. Se mantuvo ahí un buen rato.


Ver el río burbujeante debió calmarla y ayudarla a pensar en el problema que más la preocupaba, pero le fue imposible concentrarse porque sabía que él estaba cerca. Oyó que el hombre se movía verificando cosas en el yate. ¿Por qué no se iba a otro sitio? ¿Cómo podía Paula pensar con claridad teniéndolo cerca? Pedro exudaba masculinidad.


—Debería aprender a destensarse —murmuró él y ella brincó al escuchar la voz cerca de su oído—. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir? —preguntó quedo—. Está tensa como un alambre tendido. ¿Qué le molesta? ¿Está preocupada por la acrobacia?


¿Lo estaba? ¿A eso se refería su horóscopo, a esa carta anónima que le habían deslizado por debajo de la puerta esa mañana? Una empresa que planea podría estar cargada de desastre. Paula se estremeció. ¿Era una advertencia o una amenaza…? Sugería algo siniestro. ¿Quién pudo enviarlo?


Habían cortado cada palabra de diferentes revistas y periódicos, luego las habían pegado en un trozo de cartón.


—Realmente no hay nada que deba preocuparle.


Las palabras de Pedro la distrajeron y un poco temblorosa contuvo el aliento.


—Por supuesto que no. Sólo será un viaje en barco y lo único que tengo que hacer es colocarme contra el estandarte. ¿Qué puede ir mal? —observó la cubierta ordenada—. ¿No revisaron todo?


—El motor funcionó antes, fue fluido como la miel —respondió.


Paula aceptó ese consuelo. Realmente no creía que ocurriera algo desfavorable esa tarde. No, la amenaza en el horóscopo había sido más profunda e insidiosa que eso. Los asuntos del trabajo y la salud sufren al retornar a una situación conocida. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso había sido un error regresar a Eastlake?


Entonces le había parecido una decisión natural. Cuando terminó sus estudios en la universidad tuvo deseos de regresar a su lugar de nacimiento. Aunque sus padres se habían mudado a los Estados Unidos de Norteamérica, ella aún tenía amigos ahí, gente con la cual había madurado. 


Desde luego, extrañaba a su familia, pero habían ascendido a su padre a corresponsal extranjero y él no quiso desaprovechar la magnífica oportunidad.


El futuro de Paula estaba en esa ciudad y acababa de instalarse en su lindo apartamento. Aunque no lo amuebló con lujo, había elegido con cuidado y cariño las pocas piezas que tenía y Adrian la había ayudado a mudarse. Deseó haberlo visto entre la muchedumbre. La simple presencia de un rostro conocido y amistoso quizá le habría levantado el ánimo.


Pero estaba segura de una cosa; no iba a permitir que la intimidaran. Estaba decidida a triunfar en su negocio de programación y nada la detendría. De mal humor, frotó la punta de su bota en la barandilla de la cubierta. No permitiría que nadie la alejara de ahí.


—¿Quiere hablar del asunto?


Pedro la observaba y ella se perturbó por la extraña percepción que notó en los ojos azules. Ese hombre quería saberlo todo e indagaría con tesón porque las explicaciones someras no lo dejarían satisfecho.


—No tengo nada de que hablar —hizo un gesto de rebeldía porque eso no le incumbía a Pedro Alfonso.


¿Por qué no se iba? Deseó que ya se fuera. ¿No debía estar trabajando?


Se alejó de él e hizo una mueca por su propia actitud grosera. Estaba tensa como un gato que acecha a un pajarillo. Quizá la espera la ponía más nerviosa. No estaba acostumbrada a la inactividad y Alfonso no la había ayudado al quedarse ahí. De alguna manera inexplicable, él la alteraba.


Mientras miraba el agua pensó con sobriedad que de todos modos estar en el yate le había servido para esclarecer sus pensamientos hacia una dirección. No tenía sentido que algo tan tonto como un horóscopo indeseado la desequilibrara. 


No permitiría que la desviaran de sus propósitos y no cambiaría sus planes.


Se calmaría hablando con Adrian y no tendría mejor oportunidad que esa tarde. Deseaba hablar del negocio que habían mencionado la semana anterior.


Consultó su reloj y decidió que no tenía caso quedarse si Alfonso insistía en seguir cada movimiento suyo. El fotógrafo la esperaba en el puesto de exhibición dentro de unos veinte minutos, pero su breve estancia a bordo había servido al menos, para un propósito: La había mantenido alejada de Ruben. Con suerte, él ya habría desaparecido y estaría hablando con posibles clientes y para cuando la encontrara, ella estaría ocupada con otros asuntos y no podría arrinconarla.


Contempló el horizonte. Adrian debía estar en algún sitio… 


Si lo encontraba podría hablar unas palabras con él antes que ella tomara parte en los trámites. Como contestación a sus plegarias un pequeño grupo de hombres de negocios, vestidos de traje comenzó a dispersarse y apareció un hombre rubio.


Paula suspiró de alivio, murmuró su nombre y al ver que Pedro volvía la cabeza comprendió que había hablado en voz alta.


—¿Vio a alguien conocido? —siguió la dirección de su mirada y ella asintió.


—Creo que sí, es Adrian Franklyn. Este terreno es de su empresa y él dio permiso para que la fiesta se celebrara aquí. Lo busqué toda la tarde, pero de seguro estuvo muy ocupado. Necesito hablar con él.


Pedro tenía los párpados entrecerrados, pero ella descartó el problema de las reacciones masculinas y se acercó a la reja de la barandilla.


Si se daba prisa, ella y Adrian podrían beber un café en la tienda de campaña de las bebidas y hablar unos minutos.


Bajó del yate y le sonrió con dulzura a Pedro.


—Gracias por haber permitido que subiera a bordo —le dijo—. Es usted un buen guardia de seguridad. ¿No se equivocó de vocación?


—Considere que corrió con suerte porque no la registré-
Hizo una mueca.


Paula lo miró con recelo y se alejó.


—Eso es más de lo que se atrevería a hacer, Alfonso —respondió Paula desde la relativa seguridad que le ofrecía la ribera.


Él rió quedo y la risa siguió a Paula mientras caminaba deprisa sobre la hierba.