viernes, 17 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 5





Paula lo miró fijo y con una mueca reveló lo molesta que estaba. Le fue imposible hablar. Él estaba loco. No había otra explicación; ella se encontraba varada teniendo a un loco como única compañía. Pues bien, estuviera loco o no, Paula haría que Pedro se arrepintiera de haberla contrariado. El enfado le subió a la garganta como una ola amarga.


—Señor Alfonso… —dijo formando las palabras, con los labios tensos por la rabia apenas reprimida—. Virará este barco en este momento y nos llevará a donde están las balsas.


—¿Desperdiciar una bella y luminosa tarde como esta para arrastrarnos con la muchedumbre? —movió la cabeza—. Temo que no, señorita Chaves, la idea no me atrae.


—No me importa lo que le atraiga o no a ese detestable lodazal que usted considera mente —tronó—. ¡Exijo que me regrese al lado de los demás en este instante!


—Lo lamento, pero no puedo complacerla —se encogió de hombros con una indiferencia negligente.


—¿No puede? ¿No puede?—la palma de la mano le hormigueó por el deseo que tuvo de quitarle la expresión de indiferencia en el rostro con una bofetada—. No quiere, es más exacto. ¿Sabe qué es usted, Alfonso? Es un bandolero, un atavismo de la edad del oscurantismo. Permita que le diga que es usted una especie del pasado en peligro de extinción, y si no gira ese timón para regresar me encargaré de que lo encarcelen sin que pueda objetar —explotó.


—¿Cárcel? —la miró de reojo—. ¿Me encadenarán o algo así? Vaya, vaya, pensé que se le ocurriría algo mejor, señorita Chaves. Esperaba que cuando menos me ahorcarían.


—No tiente a su suerte, Alfonso —con placer ojeó la cuerda enroscada sobre el pasamanos—. Definitivamente disfrutaría de encargarme personalmente de eso.


La sonrisa torcida y el tono burlón del hombre no ayudaron a calmarle la furia candente.


—¿En dónde está su espíritu de aventura? ¿No le agrada viajar a lo desconocido y dejarse llevar por los elementos?


—¿En compañía de usted? —preguntó con franco desprecio—. ¿Un mono maniaco, un soplo generado por el diablo?


Le dio gusto ver que él meditaba acerca de sus palabras.


—¿Sabe que eso nunca se me ocurrió? La próxima vez que esté en Surrey tendré que hablar con mi madre. No tenía la menor idea de que fuera tan ligera de cascos. Siempre me hizo creer que mi padre era un hombre trabajador que desde abajo ascendió al puesto de director general, al menos, eso entendí —calló y entrecerró los párpados porque pareció especular—. ¿Lo sabrá él? Siempre ha dicho que tengo la misma suerte de Lucifer.


—Su sentido del humor es torcido —replicó con frialdad—. A mí, por el contrario, no me parece que haya algo ni siquiera remotamente gracioso en la situación. ¿No se le ocurrió que nos extrañarán y que se preguntarán qué sucedió? Si tiene un poco de sentido común iniciará el regreso antes de que vengan a buscarnos.


—Debe saber que no lo harán —comentó como si le diera poca importancia al asunto—. Estarán muy ocupados participando en la competencia de las balsas, como para que les interese lo que nosotros estemos haciendo.


Muy incitada, Paula absorbió la desagradable verdad en esas palabras. Nadie la buscaría. Tendría que valerse de sus propios recursos.


Dirigió una mirada asesina al duro perfil masculino. De acuerdo, él estaba bien formado, sería un contrincante rudo, pero seguro que le encontraría alguna debilidad de la cual podría aprovecharse. Sólo tenía que descubrirla.


—¿Por qué no se tranquiliza y disfruta del día?


—¿Tranquilizarme? —repitió—. El propósito de todo esto esta tarde, era hacerle publicidad a mi compañía, no era excursionar por el río.


—De esta manera podrá hacer las dos cosas —razonó con una despreocupación molesta—. Y si es franca consigo, recordará que poco antes, usted buscaba un poco de paz y tranquilidad —su bien formada boca se curvó de manera atractiva—. Como ve, tenemos algo en común.


—De ninguna manera. No tenemos nada en común, absolutamente nada.


—¿No crees que eres un poco severa, Paula? —fingió estar lastimado—. ¿Siempre formas tus opiniones tan rápido?


La miró con curiosidad.


—Tratándose de ti, dos segundos sería mucho tiempo. Se me acaba la paciencia, ya te lo dije varias veces. No deseo seguir más lejos. Regrésame a casa.


—A su debido tiempo —murmuró sin detener su camino—. Quiero ir a un laguito, justo detrás del siguiente recodo.


Paula se aferró a la barandilla y trató de dominar su furia. 


Tuvo ganas de darle un golpe en la cabeza con algún objeto puntiagudo. El pensamiento le agradó mucho y lo saboreó un rato, antes de decidir que era mejor esperar. No se le ocurrió nada para librarse de esa situación. No había nadie que pudiera oírla, estaban muy alejados de todo y las posibilidades de librarse de él saltando al río eran nulas. 


Quizá se le presentaría una mejor oportunidad cuando llegaran al lago.


—¿Cómo pudiste apoderarte del timón? —preguntó en tono cortante—. ¿Qué le hiciste al capitán?


Dirigió una mirada recelosa hacia los casilleros, pero descartó sus alocados pensamientos.


—Nada tan drástico como eso —ahogó la risa—. Él aceptó muy bien mi propuesta.


—¿Propuesta? ¡Ah, dinero! —aventuró—. Le pagaste, ¿no? Soborno y corrupción. Espera a que le ponga las manos encima a ese hombre.


—¿Habrá problemas?


Hizo un chasquido con la lengua y Paula lo miró furiosa a los ojos.


—No tienes por qué sentirte tan complacido —le advirtió—. Tienes mucho que explicar, además abandonaste a tus compañeros de trabajo. Supongo que no pensaste en ellos.


—Cumplí con lo programado para el día —se encogió de hombros.


—Has hecho más de la cuenta —repuso—. Quizá mañana comprendas que actuaste sin pensar, sobre todo si te enteras de que ya no puedes regresar a tu empleo.


—Realmente deberías calmarte —sugirió amable—. Gastas mucha energía brincando de arriba abajo.


—No brinco —declaró enfadada y dio una patada en la cubierta.


—Si tú lo dices…


La miró dudoso.


—Mira, Alfonso… —respiró profundo—. No es muy tarde. Si viras y me llevas de regreso te prometo que no diré nada de lo que ocurrió.


—Estamos cerca del lago —respondió—. ¿Lo ves? Amarraremos el yate en la isla y estiraremos las piernas un poco. Te sentirás mejor después.


Ella lo miró iracunda.



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