viernes, 10 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 16





Pedro se dio un gran susto cuando un trueno estalló justo encima de su casa a la semana siguiente de haber llegado y lo despertó.


Un segundo estallido siguió al relámpago del primer trueno. 


Bostezó y pensó que por fin Izaak tendría la lluvia que tanto necesitaba.


De manera distraída, miró el reloj de la mesilla y, de repente, el miedo lo invadió. Maldición. El único día que no podía quedarse dormido y el cielo conspiraba contra él. 


Normalmente, el sol del amanecer lo despertaba cada mañana; pero, ese día, cuando se suponía que tenía que ir con Paula al médico, se quedaba dormido.


Y el cielo no era el único culpable. Las imágenes de Paula de hacía cinco años lo habían mantenido despierto hasta bien entrada la noche.


Se vistió y condujo a toda velocidad hacia la casa de Paula. 


Aparcó lo más cerca que pudo de la puerta y tocó el claxon. 


Pero, después de unos minutos, Paula seguía sin aparecer. Pedro saltó del coche y corrió bajo la lluvia hasta el porche.


Mientras llamaba a la puerta, una gota gorda le cayó en la cabeza. Pedro miró hacia arriba con el ceño fruncido y una segunda y una tercera gota le cayeron encima. Parecía que bajo el techo también llovía. Volvió a llamar a la puerta, pero Paula no respondió.


El coche seguía en la entrada, así que sabía que no se había marchado sin él. Lo cual le hacía preguntarse si la falta de sol también la habría despistado a ella.


La puerta, como siempre, estaba abierta, así que entró y, la llamó:
—¡Paula! ¿Estás despierta?


—Estoy aquí —gritó desde arriba de las escaleras—. Espero que cuando me dijiste que estabas aquí para ayudar lo dijeras en serio.


Él sintió pánico y corrió escaleras arriba. Después, se paró de golpe pues casi choca con un cubo lleno de agua. En el pasillo había otros dos.


—Hay que vaciar el barreño del baño —le dijo Paula mientras ella corría hacia una de las habitaciones. Pero él no movió ni un músculo. En lugar de eso, se quedó mirándola. Paula recordó que sólo llevaba una toalla alrededor de su cuerpo desnudo. Se puso colorada y, lo que era peor, sintió que no podía apartar los ojos de la mirada ardiente de él.


—No te quedes ahí parado —consiguió decir por fin—. Hay como doce goteras y los cubos se llenan a toda velocidad. Es como si estuviera lloviendo aquí dentro.


Pedro despertó de su trance y asintió.


—Vaciar los cubos. Entiendo. Ve a vestirte. Yo me ocuparé de esto.


Mientras ella iba a vestirse, pensó que no podía marcharse de casa con la que tenía montada.


Cuando volvió al pasillo, se lo encontró ocupado con un cubo en las manos.


—No creo que pueda ir. No, con todo esto.


—Mira, no hace falta que yo vaya hoy. Ve tú. Yo me quedaré aquí y me encargaré de las cataratas.


Ella fue a protestar, pero Pedro meneó la cabeza.


—Ve al médico.


No hizo falta que se lo dijera una vez más. Aquella cita era demasiado importante. Se paró en la entrada principal y miró hacia las escaleras, obsesionada con un pensamiento que últimamente se estaba convirtiendo en habitual. ¿Qué habría hecho sin él?


Era mejor que no fuera con ella. Se estaba acostumbrando demasiado a tenerlo al lado y aquello sólo era algo temporal.


La cita duró más de lo previsto porque una emergencia había hecho que el médico empezara más tarde.


Se sentía culpable de haber dejado a Pedro solo. Al llegar, la sorprendió encontrarse con la camioneta de uno de los albañiles que había consultado hacía unas cuantas semanas.


El tejado de la casa estaba cubierto por un enorme plástico azul y otro más pequeño cubría el tejadillo del porche.


—Oh, Dios mío. No lo habrá hecho.


¿Pensaría que no se había dado cuenta de que el techo estaba deteriorado? ¿Que no se había preocupado en buscar presupuestos?


Paula se dirigió hacia la puerta a toda velocidad.


—¿Qué has hecho? —preguntó ella, con lágrimas quemándole los ojos.


—¿Con el tejado? —preguntó él, fingiendo inocencia—. He llamado a un albañil. ¿Qué otra cosa podía hacer?


—¡Deberías haber vaciado los cubos como dijiste que harías!


—Estuve haciendo eso mismo mucho tiempo. Después, escuché en el canal del tiempo que esta lluvia va a permanecer durante varios días.


—Pero yo sé lo que cuesta un tejado. ¿Crees que no he preguntado? —tomó aliento. No podía hacerle entender. Venían de mundos diferentes en lo que al dinero se refería y no podría entender—. Mira, quizás no esté tan mal como tú pensabas; pero tampoco tengo demasiado dinero. Pensaba arreglar el tejado después del granero y cuando la tienda estuviera abierta. ¿Cuánto me van a costar esos plásticos?


—Es parte del coste del tejado.


—Pero yo no voy a arreglar el tejado ahora. No puedo permitírmelo.


—Pero yo sí —levantó la mano para acallar su protesta—. No pienso discutir por esto. No voy a permitir que estés sacando cubos de agua durante días. Olvídalo. Piensa un poco en lo cansada que estabas y sólo llevaba una hora lloviendo. Imagínatelo durante varios días. Piensa en el bebé; no en el dinero.


Paula se llevó los dedos al puente de la nariz y cerró los ojos intentando controlar las lágrimas.


No dijo nada más. Él se cruzó de brazos y permaneció allí con aquel aspecto grande y atractivo y cabezota. Lo peor de todo era que tenía razón.


—De acuerdo. Tú ganas. Tienes razón. El tejado no puede esperar, ahora hay que reparar las goteras y después lo cambiaré.


Él meneó la cabeza.


—Esto no tiene nada que ver con ganar. Es lo mejor para ti, para tu bebé y para la casa en la que vas a criarla. Le he preguntado al albañil y me ha dicho que el tejado es algo importante. El desmantelamiento de los graneros tampoco puede esperar y tampoco tu tienda. Tengo una propuesta que hacerte. Tanto tu casa como la mía necesitan reparaciones. Compré la cabaña sabiendo que tenía que hacerle una restauración. Tú eres diseñadora de interiores y, por si acaso no te has dado cuenta, necesito una.  Urgentemente.


—La verdad es que la cabaña es preciosa.


—¿Qué? —preguntó él horrorizado.


—Lo digo en serio. Está todo hecho a mano. Cuando le quites todas las capas de pintura y de papeles te sorprenderás del trabajo con la madera —vio la sorpresa en su expresión—. ¿No sabías lo que estabas comprando, verdad?


—Estaba cerca de ti y del bebé...


—Confía en mí, es un diamante en bruto. La expresión de los ojos de ella le atrajo como una llama.


—Confío en ti —dijo él— y de eso era de lo que quería hablarte. El trato es que tú me ayudas con la decoración de mi casa y yo pago por las cosas que hay que arreglar en la tuya: el tejado, la pintura...


Aquel hombre era incorregible.


—Eso no es justo y lo sabes.


—Yo no sé nada. Lo que le pagué a mi decorador en Devon sería suficiente para arreglar tu casa.


Cuando le dijo la cifra a Paula ella dio un paso hacia atrás.


—Te robaron.


Él meneó la cabeza.


—Quizá tú cobres demasiado poco. Además, me gustaría ayudarte a pintar esto.


—¿Pero sabes pintar?


—No, pero...


—Puedes lee un libro y aprender.


Pedro sonrió y a Paula le dio un vuelco el corazón. Después el pulso se le aceleró. Era tan irresistible que era peligroso. 


Si accedía, tendría que verlo todo el tiempo. Por otro lado, llevaba mucho tiempo deseando abrir su tienda y él no le había hecho prometer nada sobre el futuro; al contrario, le había dicho que se quedaría sólo basta que naciera la niña y después iría a visitarla ocasionalmente.


Si aprendía a pintar y lo hacía también como lo hacía todo, tendría una casa preciosa para cuando naciera Malena.


Paula sonrió al pensar que mientras estuviera ocupado pintando, no la fastidiaría con su dieta.




jueves, 9 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 15





¿TE importa si me pongo a trabajar por aquí? —preguntó Pedro desde la puerta de la oficina que Paula tenía al lado del salón.


Paula levantó la cara de la pantalla del ordenador. 


Sinceramente, no sólo había conseguido un tío para su niña; sino que, en los dos últimos días, Pedro Alfonso, abogado internacional, se había convertido en un manitas que lo mismo arreglaba el porche, que preparaba una suculenta comida.


Y le estaba volviendo loca.


—¿Trabajar por aquí? ¿Qué quieres hacer? — preguntó ella.


El se encogió de hombros.


—Me refería a limpiar un poco. Me he dado cuenta de que... hay un poco de... polvo.


Paula miró el reloj y vio que sólo eran las diez de la mañana. 


Debería haberse imaginado que los platos del desayuno no lo mantendrían alejado de ella mucho tiempo ahora que había acabado con el porche. Tenía a un adicto al trabajo en la casa y sólo verlo, la agotaba. Y eso por no hablar de los recuerdos que venían a su mente y que la atormentaban en sueños. Desgraciadamente, no podía hacer nada sobre el polvo. Entre el embarazo y el negocio, no tenía demasiada energía sobrante para dedicarse a limpiar la casa. Sin embargo, nunca se habría imaginado a Pedro limpiando. La cocina, aunque era vieja, estaba brillante desde que él la había tomado. Y si mientras se mantenía limpiando, no cocinaba para ella, aceptaba. Aquel hombre estaba obsesionado con la alimentación.


Al menos con la de ella.


Meneó una mano en el aire.


—Vete a limpiar, señor don limpio. Pero aquí no, ni en el salón tampoco hasta las cuatro. Tengo que acabar esta presentación; y no toques nada de mi escritorio.


Él dio un paso hacia adelante.


—Pareces estresada.


—Simplemente tengo que acabar esto; eso es todo.


—Quizás este trabajo no te merezca la pena.


Ella meneó la cabeza.


—Esto va a ser como un gran escaparate de lo que puedo hacer. Es perfecto.


—Pero estás muy estresada. Según el libro que estoy leyendo...


Paula dejó escapar un suspiro. Él y su libro. ¿Por qué no podía ver todo el estrés que le provocaba pensar en el futuro? El comienzo de un negocio era como el de una bola de nieve. Tenía que ser fuerte y resistente para que no se desarmara después.


Ella estaba sola para cuidar de su hija. Él no estaría aquí cuando ella se rompiera un brazo, cuando tuviera que sacarse el carné de conducir, pagar el seguro del coche.


—Sé que no tengo que estresarme. Lo sé. Lo sé. Pero ese libro también dice que tengo que comer toneladas de comida y tengo que poder pagarlas, ¿de acuerdo? Esta presentación es una clave importante para mi futuro y tiene que estar lista. Así que, ahora, márchate. Tengo que trabajar.


Él asintió y desapareció.


Ella había esperado escuchar todo tipo de ruidos, pero la casa se mantuvo en silencio durante las dos horas siguientes. Hasta que Pedro volvió a llamar a la puerta.


—Hola, te he traído comida. La he comprado en un chino.


—No me había dado cuenta de que te habías marchado. Gracias, me encanta la comida china.


—Me acordé de algo que había leído, así que corrí al centro comercial a comprarlo. Toma. Es para ti. Es un CD fetal.


Paula pensó que no había oído bien. Se rió, al agarrar la bolsa.


—Es gracioso, pero me ha parecido que decías fetal.


—Y eso es lo que he dicho —agarró la bolsa de nuevo y sacó un reproductor de CDs portátil, con unos auriculares y un gran cinturón—. Esto —dijo señalando el cinturón— va alrededor de las caderas. Se ajusta y tiene altavoces incorporados. Y los auriculares son para ti para que puedas escuchar la música al mismo tiempo que el bebé, si quieres. Dicen que la música clásica calma al bebé y reduce el estrés. Tengo un montón de música clásica en la casa, pero elegí a Paganini. Pruébalo. Así no me oirás mientras limpio. No te puede hacer ningún daño.


Paula se emocionó. Aunque parecía un poco tonto, alargó la mano para aceptar el regalo.


—Fantástico. Déjame que te enseñe cómo funciona.


Pedro abrió la caja y se colocó detrás de ella, de cuclillas en el suelo.


Ella podía oler su loción para después del afeitado, y su respiración en el cuello hacía que temblara. Después la rodeó con los brazos para abrocharle el cinturón.


Paula dio un respingo cuando oyó su voz cerca del oído.


—Te he traído la comida para que puedas seguir trabajando.


Paula se quedó mirándolo mientras se marchaba y, después, puso el CD en la disquetera. Deseó saber lo que pasaba por su cabeza. ¿Era ése el Pedro de verdad? ¿O todo era una actuación?


Ella había visto retazos de esa persona la noche antes de la boda de German y Laura. De hecho, era una de las cosas que le habían atraído. Tanto que casi había estado a punto de entregarle su virginidad.



Sin embargo, al día siguiente, todas las ilusiones se habían hecho añicos. La había mirado con indiferencia y ella había visto la imagen de su padre. Según Laura, con una mujer en cada ciudad del mundo.


¿Y si ahora estaba maquinando algo? ¿Y si había adoptado una estrategia que ya le había funcionado muy bien en otras ocasiones?


¿O ahora que no quería nada podía mostrarse tal y como era? No podía saberlo y se iba a volver loca. Y lo que más le preocupaba de todo era que si aquello era un plan para desarmarla, estaba funcionando a la perfección.



*****

A pesar de lo que Paula le había dicho, Pedro se puso a ordenar un poco la mesa. Debajo de un montón de papeles, encontró los planos de la casa con un cuadernillo en el que venía toda la historia del edificio. Entonces, se le ocurrió que sus padres aceptarían mejor el hecho de que viviera en un lugar histórico. Si pudiera arreglar la casa... O, mejor aún, si pudiera restaurarla. Siguió mirando y encontró los bocetos de los sueños de Paula para la casa de su familia. Dibujos de cada habitación con todos los detalles.


Pedro miró a su alrededor y pensó que sus sueños probablemente habían acabado con la muerte de su tío y la posterior llamada de su hermana para que los ayudara con el tema del bebé.


El sonido de una campana y de la grava del suelo, llamaron su atención desde la parte de delante de la casa. Dejó lo que estaba mirando sobre la mesa y fue a investigar.


Dos hombres Amish y un niño de unos doce años estaban bajándose de una carreta. Estaba llena de contraventanas como las que colgaban de las ventanas de Paula.


Cuando Pedro salió al porche, las tres personas se le quedaron mirándolo.


—Buenas tardes —dijo bajando los escalones del porche—. Soy... —dejó de hablar de repente. ¿Quién era él? Desde luego no era su cuñado. Tampoco un amigo. Futuro amante; pero se pasaba la mayoría del tiempo recordándose que eso no era posible.


—Eres familia del marido de Laura. Se nota el parecido —dijo el hombre más alto, rescatándolo.


El problema era que la afirmación de aquel hombre se le agarró al corazón, aunque no sabía por qué. Intentando disimular su reacción, le ofreció la mano.


Pedro Alfonso. ¿Conocía a German? Era mi hermano.


—Sí, lo vimos por aquí alguna vez. Soy Izaak Abranson


Pedro le echó unos cuarenta años. No tenía ni una cana en el pelo, pero algunas asomaban a su barba. Abranson debía tener su misma altura y, la constitución de un atleta; aunque, probablemente, no se había puesto unas zapatillas en su vida.


—Encantado de conocerte, Izaak —dijo él mientras el hombre estrechaba su mano.


—Yo también me alegro de conocer al hermano del marido de Laura. Era un buen hombre. Siento mucho su muerte. ¿Has venido por el bebé? —preguntó Abranson.


Pedro señaló hacia la casa.


—Pensé que podía necesitar ayuda.


—Es familia tuya. Es tu derecho. Y tu deber. Tú compraste la granja de los Jacobs, ¿verdad?


—Lo que quedaba de ella. Pensé que debía estar cerca.


El hombre asintió.


—Éste es mi hermano, Od —dijo Abranson señalando hacia el otro adulto—. Es carpintero. Y éste es mi hijo Joseph. Nos hubiera gustado pintar la casa de Paula, pero ella quiere que acabemos la tienda primero. También tenemos que derribar esos graneros; ya son peligrosos.


—Paula me ha dicho que vais a hacer muebles con la madera.


—Sí. A Paula se le dan muy bien los negocios. Tampoco le queda más remedio, con ese bebé en camino y ningún padre y un marido que cuide de ellas. No nos gusta verla con tanta carga a sus espaldas.


No había enfado en la voz de Abranson, pero sí había censura. Pedro no estaba seguro de contra quién iba dirigida. Decidió salir en defensa de Paula.


—Paula iba a hacer algo extraordinario por mi hermano y su mujer. No me gusta la posición en la que ha quedado, pero me alegro de que una parte de German siga viva. Es egoísta, pero German era lo único que tenía y ahora se ha marchado.


—Quizás no seas tú el egoísta. Aunque querían mucho a Paula, le pidieron algo que no estaba bien. Algo demasiado difícil para una mujer.


Aquel pensamiento no era muy leal con su hermano, sin embargo, Pedro reconoció que siempre había pensado lo mismo.


—Quizás ahora el bebé sea una recompensa y no una carga. Por lo menos, eso es lo que ella siente. Así no está tan sola.


—Los caminos del Señor son inescrutables — dijo Abranson—. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?


Pedro asintió y fue ayudar a los otros dos a descargar las contraventanas que habían reparado. Mientras trabajaban, Pedro les preguntó dónde podía encontrar gente para arreglar su casa y tal vez la de Paula. Consiguió los nombres de otros hombres Amish. También se le ocurrió cómo podía hacer que Paula aceptara que él se hiciera cargo de las reparaciones. Cuanto más tiempo permaneciera la casa en ese estado, más peligro había de que su madre hiciera algo terrible si se enteraba de lo del bebé. Era algo de lo que tenía que protegerla. La otra cosa era de sí mismo y de su creciente necesidad de ella.





HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 14




Una hora después, estaba sentada en la mesa de la cocina de Pedro, con un enorme plato delante y los ojos de él clavados en su cara.


—Espero que no pretendas que me coma todo esto.


—Tienes que tener una dieta equilibrada.


Ella levantó la mirada, del plato.


—¿Te lo estás tomando en serio, verdad? —su mirada estaba llena de calidez.


Pedro intentó ignorar aquella ola de deseo que su mirada tierna había provocado. Aquello era una locura. Él se iba a marchar cuando el bebé naciera y Paula no era del tipo de mujer a la que un hombre deja atrás.


—Sí. Hasta que no leí el libro ayer, no comprendí que el bebé y tú estáis completamente conectados. En realidad tienes que comer para los dos.


—El folleto que me dio mi médico no dice eso. Sólo dice que tengo que llevar una dieta equilibrada. Si como lo que dice tu libro, no cabré por la puerta.


Pedro pensó que no tenía que preocuparse por su figura: era perfecta.


—Ni siquiera se te nota que estás embarazada.


Si German no se lo hubiera dicho y ella lo hubiera confirmado, nunca se habría imaginado que estaba embarazada. Aunque, según el libro, a las mujeres primerizas no se les notaba hasta el quinto mes.


—Créeme, ya no me abrocha ninguno de mis pantalones. El traje que llevaba ayer, es el único que me entra y, aun así, me queda demasiado ajustado —se encogió de hombros—. Aparte de eso, no me siento muy diferente. Aunque me canso antes y sólo me apetece llevar la ropa suelta. El doctor dice que tengo mucha suerte. Lloro con mucha frecuencia, pero, como casi siempre es por Laura y por German, no sé si es por el embarazo o de pena.


—Tienes que estar alegre. Anoche leí que el bebé puede sentir tu estado emocional. No debería haber aparecido así. Te molesté. No me di cuenta...


—Desde luego, fue una sorpresa —le dijo ella.


—Lo siento. No sabía lo importante que eran tus sentimientos hacia el bebé. Si mi presencia es demasiado para tí, me marcharé —las palabras se le atragantaron—. Pero no me iré del país. Podrás localizarme cada vez que quieras. No es lo que yo quiero. Además, creo que necesitas que alguien esté cerca de ti por si necesitas ayuda. Pero no puedo permitir que mi presencia le haga daño al bebé.


Se encontró conteniendo la respiración y suplicando en silencio que le permitiera ayudarla. Quedarse. Sería incluso capaz de suplicarle, pero no quería presionarla de ninguna manera. Tenía miedo de haberla presionado ya demasiado.


Entonces, ella meneó la cabeza y él pudo soltar el aliento.


—Me sorprendió encontrarte en mi casa y me enfadé mucho por lo que dijiste el primer día. Tampoco confío en ti del todo. Pero he cambiado de opinión. Eres el tío de Malena.


—¿Malena?


—Es el nombre que he elegido para la niña. Elena era el nombre de mi madre y aparentemente alguien que se llamaba Maria era importante para German.


Pedro asintió.


—Era el nombre de nuestra niñera —una sonrisa apareció en sus labios—. Tengo muy buenos recuerdos de ella. De hecho, la veíamos más que a nuestra madre.


Ella lo miró con tristeza.


—No tengas pena por el pobre niño rico. Tu vida tampoco fue muy fácil.


—Pero mis padres no me abandonaron; ellos murieron en un accidente. Y nosotras nos fuimos a vivir con nuestros tíos que nos querían. Todos tenemos que sufrir momentos difíciles antes de llegar a adultos, pero lo más doloroso es cuando las personas que te causan dolor son tus propios padres.


Tenía razón.


—Cuando era pequeño, German solía contarme historias sobro una vida mejor y más feliz cuando creciéramos. Yo soñaba con el mundo que él describía. Decidí venir para que Malena siempre se sintiera feliz y segura. Quizás no sea posible, pero quiero que ese sueño se haga realidad para su hija. Sólo quiero ayudar.


Paula asintió.


—Entonces, ayuda —dijo una sonrisa—. A decir verdad, el embarazo y parto cada vez me preocupan más. Solamente, no me cebes.


Pedro no podía creerse cómo lo afectaba que ella hubiera aceptado su ayuda. Aunque sólo pretendía alimentarla, no le importaba nada que se le empezara a notar su estado. 


Pensaba que aquello aplacaría un poco el deseo que sentía por ella.


Paula se marchó poco después de cenar y Pedro se quedó levantado hasta bien entrada la noche, leyendo y pensando en ella. Aparte de ser una buena persona, era divertida y encantadora y sería una madre excelente. El hecho de que también fuera una mujer deseable era una complicación, pero que estaba seguro de que, con el tiempo, y con una tripa bien gorda, sentiría cada vez menos atracción por ella.


Sus planes para tratar con ella a diario, sin que la relación se estrechara demasiado o se hiciera demasiado personal, era muy sencilla. Estaría a su alrededor y la ayudaría con las cosas de la casa, pero no se entrometería en su vida privada ni permitiría que llegara a importarle demasiado. Después del día de Acción de Gracias, se marcharía. Se quedó dormido en el sofá, haciendo la lista mental de todas las cosas que tenía que hacer sólo en la casa, mientras intentaba no pensar en hacer la única cosa que le apetecía y que no podía ser: sentir sus labios suaves y dulces contra los de él de nuevo.



HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 13




Paula se despertó de la siesta con el sonido del teléfono.


—¿Sí? —contestó con un gruñido.


—Vaya, vaya. Parece que sigues dormida. Te llamaré después.


Al oír la voz de Pedro, el pulso se le aceleró. Se despertó de golpe, pensando que aquella reacción tenía que acabarse. 


No podía hacer que se marchara, pero no podía permitir que hiciera que lo deseara. Y tampoco quería acostumbrarse a escuchar su voz y a confiar en su presencia. Aunque se quedara hasta el nacimiento del bebé, después se marcharía.


—No estoy dormida —le dijo con los dientes apretados. Tenía que encontrar una forma de mantenerlo alejado.— Sólo estaba pensando.


—Lo que tú digas —dijo él—. He decidido preparar la cena. ¿Te atreves? E incluso tengo una tarta de moras que me trajo una amable vecina ayer para darme la bienvenida.


—Un día te vas a morir por ser excesivamente encantador.


Él se rió.


—No creo que eso sea posible.


Ella ignoró el cosquilleo que sintió y se negó a atribuírselo a su risa sexy.


—¿Qué te parece si tu vecina amable va a verte con la escopeta de su tío?


—¿Te ha dicho alguien que te levantas de muy mal humor?


Laura. Sus padres y sus tíos. Pero ellos ya se habían ido, igual que haría Pedro; aunque él lo haría por decisión propia.


Y ella se quedaría sola. Sola con su hija, con sus enfermedades, con las facturas y el colegio. Sola. ¿Por qué siempre tenía que acabar sola?


—Nunca hay nadie a mi alrededor cuando me despierto Pedro; al contrario que otras personas, que no quiero mencionar, que siempre tienen a alguien en el cuarto.


—Vaya vaya. Parece que tu hermana no te habló muy bien de mí. Créeme, aparte de mi hermano, nadie ha estado a mi lado cuando me despierto. Esa escena es demasiado familiar para mi gusto.


Paula no tenía ningún comentario que hacer. Ni siquiera estaba segura de lo que sentía al respecto. Aunque, era algo totalmente inapropiado, sintió lástima. ¿Tanto miedo tenía de dejar que alguien se le acercara?


—No necesito tanta información sobre tu vida amorosa o, más específicamente, sobre tu vida sexual.


—¿Hay alguna diferencia? —preguntó él con una sonrisa en la voz.


—Eso es a lo que me refiero. No creo que nunca hayas querido a nadie aparte de a ti mismo.


Él se quedó un rato en silencio.


—Quería a mi hermano; si no, no estaría aquí —dijo con un suspiro—. ¿Vas a venir a cenar o no?


—No— dijo ella y colgó el auricular.


Desgraciadamente, se arrepintió al instante: por lo que había dicho y por colgar.


Al nombrar a su hermano había notado dolor en su voz. 


Entonces, recordó las lágrimas de Pedro cayendo sobre su pelo y se le ocurrió que quizá estuviera buscando algo más al ir para allá. Pensó que quería ayudarlo. Después de todo, era el único tío de su hija y quería formar parte de sus vidas.


En sólo un día, le había quedado claro que iba a quedarse hasta que el bebé naciera. Lo cual significaba que pronto tendría que tomar una decisión con respecto a tres vidas. La suya, la de su hija y la de Pedro


Paula sabía que aunque sería más fácil alejarlo, no sería justo. El problema era que si le permitía que fuera a visitarla, tendría que verlo de vez en cuando. Durante muchos años. 


Y no podría soportarlo mientras tuviera todos esos sentimientos conflictivos y ese resentimiento.


¿Por qué no podía perdonarlo cuando ella también había sido culpable de lo que sucedió en la casa de la piscina? No había sido ninguna niña ingenua y tenía que hacerle frente a la realidad: el sexo no significaba un compromiso para la mayoría de las personas, aunque ella pensara de otra forma.


Antes de cambiar de opinión, Paula agarró el teléfono para disculparse por su mal humor y aceptar su invitación.