jueves, 9 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 15





¿TE importa si me pongo a trabajar por aquí? —preguntó Pedro desde la puerta de la oficina que Paula tenía al lado del salón.


Paula levantó la cara de la pantalla del ordenador. 


Sinceramente, no sólo había conseguido un tío para su niña; sino que, en los dos últimos días, Pedro Alfonso, abogado internacional, se había convertido en un manitas que lo mismo arreglaba el porche, que preparaba una suculenta comida.


Y le estaba volviendo loca.


—¿Trabajar por aquí? ¿Qué quieres hacer? — preguntó ella.


El se encogió de hombros.


—Me refería a limpiar un poco. Me he dado cuenta de que... hay un poco de... polvo.


Paula miró el reloj y vio que sólo eran las diez de la mañana. 


Debería haberse imaginado que los platos del desayuno no lo mantendrían alejado de ella mucho tiempo ahora que había acabado con el porche. Tenía a un adicto al trabajo en la casa y sólo verlo, la agotaba. Y eso por no hablar de los recuerdos que venían a su mente y que la atormentaban en sueños. Desgraciadamente, no podía hacer nada sobre el polvo. Entre el embarazo y el negocio, no tenía demasiada energía sobrante para dedicarse a limpiar la casa. Sin embargo, nunca se habría imaginado a Pedro limpiando. La cocina, aunque era vieja, estaba brillante desde que él la había tomado. Y si mientras se mantenía limpiando, no cocinaba para ella, aceptaba. Aquel hombre estaba obsesionado con la alimentación.


Al menos con la de ella.


Meneó una mano en el aire.


—Vete a limpiar, señor don limpio. Pero aquí no, ni en el salón tampoco hasta las cuatro. Tengo que acabar esta presentación; y no toques nada de mi escritorio.


Él dio un paso hacia adelante.


—Pareces estresada.


—Simplemente tengo que acabar esto; eso es todo.


—Quizás este trabajo no te merezca la pena.


Ella meneó la cabeza.


—Esto va a ser como un gran escaparate de lo que puedo hacer. Es perfecto.


—Pero estás muy estresada. Según el libro que estoy leyendo...


Paula dejó escapar un suspiro. Él y su libro. ¿Por qué no podía ver todo el estrés que le provocaba pensar en el futuro? El comienzo de un negocio era como el de una bola de nieve. Tenía que ser fuerte y resistente para que no se desarmara después.


Ella estaba sola para cuidar de su hija. Él no estaría aquí cuando ella se rompiera un brazo, cuando tuviera que sacarse el carné de conducir, pagar el seguro del coche.


—Sé que no tengo que estresarme. Lo sé. Lo sé. Pero ese libro también dice que tengo que comer toneladas de comida y tengo que poder pagarlas, ¿de acuerdo? Esta presentación es una clave importante para mi futuro y tiene que estar lista. Así que, ahora, márchate. Tengo que trabajar.


Él asintió y desapareció.


Ella había esperado escuchar todo tipo de ruidos, pero la casa se mantuvo en silencio durante las dos horas siguientes. Hasta que Pedro volvió a llamar a la puerta.


—Hola, te he traído comida. La he comprado en un chino.


—No me había dado cuenta de que te habías marchado. Gracias, me encanta la comida china.


—Me acordé de algo que había leído, así que corrí al centro comercial a comprarlo. Toma. Es para ti. Es un CD fetal.


Paula pensó que no había oído bien. Se rió, al agarrar la bolsa.


—Es gracioso, pero me ha parecido que decías fetal.


—Y eso es lo que he dicho —agarró la bolsa de nuevo y sacó un reproductor de CDs portátil, con unos auriculares y un gran cinturón—. Esto —dijo señalando el cinturón— va alrededor de las caderas. Se ajusta y tiene altavoces incorporados. Y los auriculares son para ti para que puedas escuchar la música al mismo tiempo que el bebé, si quieres. Dicen que la música clásica calma al bebé y reduce el estrés. Tengo un montón de música clásica en la casa, pero elegí a Paganini. Pruébalo. Así no me oirás mientras limpio. No te puede hacer ningún daño.


Paula se emocionó. Aunque parecía un poco tonto, alargó la mano para aceptar el regalo.


—Fantástico. Déjame que te enseñe cómo funciona.


Pedro abrió la caja y se colocó detrás de ella, de cuclillas en el suelo.


Ella podía oler su loción para después del afeitado, y su respiración en el cuello hacía que temblara. Después la rodeó con los brazos para abrocharle el cinturón.


Paula dio un respingo cuando oyó su voz cerca del oído.


—Te he traído la comida para que puedas seguir trabajando.


Paula se quedó mirándolo mientras se marchaba y, después, puso el CD en la disquetera. Deseó saber lo que pasaba por su cabeza. ¿Era ése el Pedro de verdad? ¿O todo era una actuación?


Ella había visto retazos de esa persona la noche antes de la boda de German y Laura. De hecho, era una de las cosas que le habían atraído. Tanto que casi había estado a punto de entregarle su virginidad.



Sin embargo, al día siguiente, todas las ilusiones se habían hecho añicos. La había mirado con indiferencia y ella había visto la imagen de su padre. Según Laura, con una mujer en cada ciudad del mundo.


¿Y si ahora estaba maquinando algo? ¿Y si había adoptado una estrategia que ya le había funcionado muy bien en otras ocasiones?


¿O ahora que no quería nada podía mostrarse tal y como era? No podía saberlo y se iba a volver loca. Y lo que más le preocupaba de todo era que si aquello era un plan para desarmarla, estaba funcionando a la perfección.



*****

A pesar de lo que Paula le había dicho, Pedro se puso a ordenar un poco la mesa. Debajo de un montón de papeles, encontró los planos de la casa con un cuadernillo en el que venía toda la historia del edificio. Entonces, se le ocurrió que sus padres aceptarían mejor el hecho de que viviera en un lugar histórico. Si pudiera arreglar la casa... O, mejor aún, si pudiera restaurarla. Siguió mirando y encontró los bocetos de los sueños de Paula para la casa de su familia. Dibujos de cada habitación con todos los detalles.


Pedro miró a su alrededor y pensó que sus sueños probablemente habían acabado con la muerte de su tío y la posterior llamada de su hermana para que los ayudara con el tema del bebé.


El sonido de una campana y de la grava del suelo, llamaron su atención desde la parte de delante de la casa. Dejó lo que estaba mirando sobre la mesa y fue a investigar.


Dos hombres Amish y un niño de unos doce años estaban bajándose de una carreta. Estaba llena de contraventanas como las que colgaban de las ventanas de Paula.


Cuando Pedro salió al porche, las tres personas se le quedaron mirándolo.


—Buenas tardes —dijo bajando los escalones del porche—. Soy... —dejó de hablar de repente. ¿Quién era él? Desde luego no era su cuñado. Tampoco un amigo. Futuro amante; pero se pasaba la mayoría del tiempo recordándose que eso no era posible.


—Eres familia del marido de Laura. Se nota el parecido —dijo el hombre más alto, rescatándolo.


El problema era que la afirmación de aquel hombre se le agarró al corazón, aunque no sabía por qué. Intentando disimular su reacción, le ofreció la mano.


Pedro Alfonso. ¿Conocía a German? Era mi hermano.


—Sí, lo vimos por aquí alguna vez. Soy Izaak Abranson


Pedro le echó unos cuarenta años. No tenía ni una cana en el pelo, pero algunas asomaban a su barba. Abranson debía tener su misma altura y, la constitución de un atleta; aunque, probablemente, no se había puesto unas zapatillas en su vida.


—Encantado de conocerte, Izaak —dijo él mientras el hombre estrechaba su mano.


—Yo también me alegro de conocer al hermano del marido de Laura. Era un buen hombre. Siento mucho su muerte. ¿Has venido por el bebé? —preguntó Abranson.


Pedro señaló hacia la casa.


—Pensé que podía necesitar ayuda.


—Es familia tuya. Es tu derecho. Y tu deber. Tú compraste la granja de los Jacobs, ¿verdad?


—Lo que quedaba de ella. Pensé que debía estar cerca.


El hombre asintió.


—Éste es mi hermano, Od —dijo Abranson señalando hacia el otro adulto—. Es carpintero. Y éste es mi hijo Joseph. Nos hubiera gustado pintar la casa de Paula, pero ella quiere que acabemos la tienda primero. También tenemos que derribar esos graneros; ya son peligrosos.


—Paula me ha dicho que vais a hacer muebles con la madera.


—Sí. A Paula se le dan muy bien los negocios. Tampoco le queda más remedio, con ese bebé en camino y ningún padre y un marido que cuide de ellas. No nos gusta verla con tanta carga a sus espaldas.


No había enfado en la voz de Abranson, pero sí había censura. Pedro no estaba seguro de contra quién iba dirigida. Decidió salir en defensa de Paula.


—Paula iba a hacer algo extraordinario por mi hermano y su mujer. No me gusta la posición en la que ha quedado, pero me alegro de que una parte de German siga viva. Es egoísta, pero German era lo único que tenía y ahora se ha marchado.


—Quizás no seas tú el egoísta. Aunque querían mucho a Paula, le pidieron algo que no estaba bien. Algo demasiado difícil para una mujer.


Aquel pensamiento no era muy leal con su hermano, sin embargo, Pedro reconoció que siempre había pensado lo mismo.


—Quizás ahora el bebé sea una recompensa y no una carga. Por lo menos, eso es lo que ella siente. Así no está tan sola.


—Los caminos del Señor son inescrutables — dijo Abranson—. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?


Pedro asintió y fue ayudar a los otros dos a descargar las contraventanas que habían reparado. Mientras trabajaban, Pedro les preguntó dónde podía encontrar gente para arreglar su casa y tal vez la de Paula. Consiguió los nombres de otros hombres Amish. También se le ocurrió cómo podía hacer que Paula aceptara que él se hiciera cargo de las reparaciones. Cuanto más tiempo permaneciera la casa en ese estado, más peligro había de que su madre hiciera algo terrible si se enteraba de lo del bebé. Era algo de lo que tenía que protegerla. La otra cosa era de sí mismo y de su creciente necesidad de ella.





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