viernes, 10 de noviembre de 2017
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 16
Pedro se dio un gran susto cuando un trueno estalló justo encima de su casa a la semana siguiente de haber llegado y lo despertó.
Un segundo estallido siguió al relámpago del primer trueno.
Bostezó y pensó que por fin Izaak tendría la lluvia que tanto necesitaba.
De manera distraída, miró el reloj de la mesilla y, de repente, el miedo lo invadió. Maldición. El único día que no podía quedarse dormido y el cielo conspiraba contra él.
Normalmente, el sol del amanecer lo despertaba cada mañana; pero, ese día, cuando se suponía que tenía que ir con Paula al médico, se quedaba dormido.
Y el cielo no era el único culpable. Las imágenes de Paula de hacía cinco años lo habían mantenido despierto hasta bien entrada la noche.
Se vistió y condujo a toda velocidad hacia la casa de Paula.
Aparcó lo más cerca que pudo de la puerta y tocó el claxon.
Pero, después de unos minutos, Paula seguía sin aparecer. Pedro saltó del coche y corrió bajo la lluvia hasta el porche.
Mientras llamaba a la puerta, una gota gorda le cayó en la cabeza. Pedro miró hacia arriba con el ceño fruncido y una segunda y una tercera gota le cayeron encima. Parecía que bajo el techo también llovía. Volvió a llamar a la puerta, pero Paula no respondió.
El coche seguía en la entrada, así que sabía que no se había marchado sin él. Lo cual le hacía preguntarse si la falta de sol también la habría despistado a ella.
La puerta, como siempre, estaba abierta, así que entró y, la llamó:
—¡Paula! ¿Estás despierta?
—Estoy aquí —gritó desde arriba de las escaleras—. Espero que cuando me dijiste que estabas aquí para ayudar lo dijeras en serio.
Él sintió pánico y corrió escaleras arriba. Después, se paró de golpe pues casi choca con un cubo lleno de agua. En el pasillo había otros dos.
—Hay que vaciar el barreño del baño —le dijo Paula mientras ella corría hacia una de las habitaciones. Pero él no movió ni un músculo. En lugar de eso, se quedó mirándola. Paula recordó que sólo llevaba una toalla alrededor de su cuerpo desnudo. Se puso colorada y, lo que era peor, sintió que no podía apartar los ojos de la mirada ardiente de él.
—No te quedes ahí parado —consiguió decir por fin—. Hay como doce goteras y los cubos se llenan a toda velocidad. Es como si estuviera lloviendo aquí dentro.
Pedro despertó de su trance y asintió.
—Vaciar los cubos. Entiendo. Ve a vestirte. Yo me ocuparé de esto.
Mientras ella iba a vestirse, pensó que no podía marcharse de casa con la que tenía montada.
Cuando volvió al pasillo, se lo encontró ocupado con un cubo en las manos.
—No creo que pueda ir. No, con todo esto.
—Mira, no hace falta que yo vaya hoy. Ve tú. Yo me quedaré aquí y me encargaré de las cataratas.
Ella fue a protestar, pero Pedro meneó la cabeza.
—Ve al médico.
No hizo falta que se lo dijera una vez más. Aquella cita era demasiado importante. Se paró en la entrada principal y miró hacia las escaleras, obsesionada con un pensamiento que últimamente se estaba convirtiendo en habitual. ¿Qué habría hecho sin él?
Era mejor que no fuera con ella. Se estaba acostumbrando demasiado a tenerlo al lado y aquello sólo era algo temporal.
La cita duró más de lo previsto porque una emergencia había hecho que el médico empezara más tarde.
Se sentía culpable de haber dejado a Pedro solo. Al llegar, la sorprendió encontrarse con la camioneta de uno de los albañiles que había consultado hacía unas cuantas semanas.
El tejado de la casa estaba cubierto por un enorme plástico azul y otro más pequeño cubría el tejadillo del porche.
—Oh, Dios mío. No lo habrá hecho.
¿Pensaría que no se había dado cuenta de que el techo estaba deteriorado? ¿Que no se había preocupado en buscar presupuestos?
Paula se dirigió hacia la puerta a toda velocidad.
—¿Qué has hecho? —preguntó ella, con lágrimas quemándole los ojos.
—¿Con el tejado? —preguntó él, fingiendo inocencia—. He llamado a un albañil. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—¡Deberías haber vaciado los cubos como dijiste que harías!
—Estuve haciendo eso mismo mucho tiempo. Después, escuché en el canal del tiempo que esta lluvia va a permanecer durante varios días.
—Pero yo sé lo que cuesta un tejado. ¿Crees que no he preguntado? —tomó aliento. No podía hacerle entender. Venían de mundos diferentes en lo que al dinero se refería y no podría entender—. Mira, quizás no esté tan mal como tú pensabas; pero tampoco tengo demasiado dinero. Pensaba arreglar el tejado después del granero y cuando la tienda estuviera abierta. ¿Cuánto me van a costar esos plásticos?
—Es parte del coste del tejado.
—Pero yo no voy a arreglar el tejado ahora. No puedo permitírmelo.
—Pero yo sí —levantó la mano para acallar su protesta—. No pienso discutir por esto. No voy a permitir que estés sacando cubos de agua durante días. Olvídalo. Piensa un poco en lo cansada que estabas y sólo llevaba una hora lloviendo. Imagínatelo durante varios días. Piensa en el bebé; no en el dinero.
Paula se llevó los dedos al puente de la nariz y cerró los ojos intentando controlar las lágrimas.
No dijo nada más. Él se cruzó de brazos y permaneció allí con aquel aspecto grande y atractivo y cabezota. Lo peor de todo era que tenía razón.
—De acuerdo. Tú ganas. Tienes razón. El tejado no puede esperar, ahora hay que reparar las goteras y después lo cambiaré.
Él meneó la cabeza.
—Esto no tiene nada que ver con ganar. Es lo mejor para ti, para tu bebé y para la casa en la que vas a criarla. Le he preguntado al albañil y me ha dicho que el tejado es algo importante. El desmantelamiento de los graneros tampoco puede esperar y tampoco tu tienda. Tengo una propuesta que hacerte. Tanto tu casa como la mía necesitan reparaciones. Compré la cabaña sabiendo que tenía que hacerle una restauración. Tú eres diseñadora de interiores y, por si acaso no te has dado cuenta, necesito una. Urgentemente.
—La verdad es que la cabaña es preciosa.
—¿Qué? —preguntó él horrorizado.
—Lo digo en serio. Está todo hecho a mano. Cuando le quites todas las capas de pintura y de papeles te sorprenderás del trabajo con la madera —vio la sorpresa en su expresión—. ¿No sabías lo que estabas comprando, verdad?
—Estaba cerca de ti y del bebé...
—Confía en mí, es un diamante en bruto. La expresión de los ojos de ella le atrajo como una llama.
—Confío en ti —dijo él— y de eso era de lo que quería hablarte. El trato es que tú me ayudas con la decoración de mi casa y yo pago por las cosas que hay que arreglar en la tuya: el tejado, la pintura...
Aquel hombre era incorregible.
—Eso no es justo y lo sabes.
—Yo no sé nada. Lo que le pagué a mi decorador en Devon sería suficiente para arreglar tu casa.
Cuando le dijo la cifra a Paula ella dio un paso hacia atrás.
—Te robaron.
Él meneó la cabeza.
—Quizá tú cobres demasiado poco. Además, me gustaría ayudarte a pintar esto.
—¿Pero sabes pintar?
—No, pero...
—Puedes lee un libro y aprender.
Pedro sonrió y a Paula le dio un vuelco el corazón. Después el pulso se le aceleró. Era tan irresistible que era peligroso.
Si accedía, tendría que verlo todo el tiempo. Por otro lado, llevaba mucho tiempo deseando abrir su tienda y él no le había hecho prometer nada sobre el futuro; al contrario, le había dicho que se quedaría sólo basta que naciera la niña y después iría a visitarla ocasionalmente.
Si aprendía a pintar y lo hacía también como lo hacía todo, tendría una casa preciosa para cuando naciera Malena.
Paula sonrió al pensar que mientras estuviera ocupado pintando, no la fastidiaría con su dieta.
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