sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 12





No dejó de besarla y lo hizo cada vez con más intensidad. 


Paula se quedó sin aliento y sintió la intensa necesidad que Pedro había provocado en ella. Cada vez que los labios de él tocaban los suyos deseaba que durara para siempre y cada vez que los apartaba sentía como si algo se estuviera rompiendo dentro de su cuerpo.


—¡Pedro! —gritó antes de besarlo. 


Abrió los ojos. La sensación fue como si un rayo le traspasara por dentro. El fuego le recorrió las venas.


El también debió de sentirlo ya que le agarró la cabeza con delicadeza y la inclinó en la posición exacta para poder besarla aún más profunda y apasionadamente. Provocó que ella abriera la boca bajo la suya.


Paula fue consciente de que en aquel momento necesitaba que Pedro le diera más que las delicadas caricias que le había ofrecido al principio. Necesitaba sentir el poder de las manos de aquel atractivo hombre, la fortaleza de los músculos de sus brazos al abrazarla…


Se levantó. No estaba segura de si él le había ayudado a hacerlo o no. pero lo cierto era que estaba de pie, apoyada contra la fuerte musculatura del cuerpo de Alfonso. Respiró la agradable fragancia de su piel.


La boca de Pedro ya no estaba actuando de manera delicada, sino con la exigencia que ella había temido que actuara desde el principio. Pero ya no sentía miedo ante aquella actitud exigente, actitud que acompañó con su propia hambre, presión por presión, necesidad por necesidad… En aquel momento tenía las manos libres para acariciarle el pelo, tal y como había querido, pero en cuanto vio su deseo cumplido supo que no era suficiente. Quería más. Quería tocarlo por todas partes, quería sentir la fortaleza de sus músculos bajo sus dedos, quería acariciarle el pecho y el vello que cubría a éste.


Una de las manos de Pedro estaba sobre su pelo. Trataba de sujetarla con firmeza para así mantener su boca donde quería tenerla. Con su otra mano le estaba acariciando todo el cuerpo. Su lengua jugueteó con la de ella, saboreó su calidez. Paula pensó que no cabía duda de que se estaban dirigiendo en una sola dirección. Aquella pasión, aquel hambre, aquellas intensas ansias no podían llevar a otro lugar, tira como si alguien hubiera comenzado la cuenta atrás para una explosión nuclear y no había otra manera de detener aquello que no resultara en una dramática fusión entre ambos.


—Te deseo —dijo Pedro entre dientes.


Pero en realidad no hacían falta palabras, ya que la apasionada evidencia de su erección presionando el estómago de Paula lo dejó claro. Entonces, por debajo del sujetador, le acarició un pecho y le incitó el pezón. La excitó tanto que ella sintió la necesidad en todos los poros de su piel. No pudo evitar gemir en alto y él la besó apasionadamente.


Aquello era lo que Paula deseaba con todas sus fuerzas. 


Estaba demasiado excitada como para pensar en otra cosa que no fuera aquel momento. Se echó para un lado y chocó contra la cama con la parte de atrás de las piernas. Cayó sobre el colchón, momento en el que Pedro se echó sobre ella.


Le metió las manos por debajo del vestido y comenzó a bajárselo por los brazos…


—Yo también te deseo —murmuró Paula—. Bésame, tócame…


Deseaba pedirle que la poseyera, pero lo poco que le quedaba de compostura le impidió hacerlo. Aunque en lo más profundo de su alma sabía que no había marcha atrás. 


Todo su cuerpo estaba prácticamente gritando debido a la necesidad de que la poseyera, debido a la necesidad de sentir la unión completa de sus dos cuerpos, piel contra piel, carne contra carne, hambre contra hambre…


Pero no era capaz de expresar su necesidad. No se atrevía a expresar su anhelo, no se atrevía a quitarse la máscara de protección que había sentido la necesidad de utilizar delante de aquel hombre. Una cosa era quitarse la ropa, cosa que deseaba más que nada en el mundo… estar físicamente desnuda con él. Pero desnudarse emocionalmente era otro asunto muy distinto. Era algo que no se atrevía a revelarle. 


Sería como poner su alma bajo un microscopio y permitir que Pedro la diseccionara con un frío cuchillo de metal.


Le desabrochó los botones de la camisa con unos impacientes movimientos. Al exponer la piel de su pecho pudo percibir la cálida fragancia que ésta desprendía. La inhaló como si fuera un rico perfume y sintió cómo el impacto de ello le golpeó como un potente afrodisíaco.


Pedro


Las martirizantes manos de él habían bajado por su cuerpo y le estaban acariciando un pecho por encima del sujetador. 


Pero entonces se lo desabrochó y se lo quitó, momento en el cual comenzó a tocarle ambos pechos con un gran apasionamiento. Paula no pudo pensar en nada más que en el placer que estaba sintiendo y disfrutó del intenso goce que le ofreció Pedro al jugar con sus endurecidos pezones. 


Emitió un grito ahogado.


El volvió a besarla sin dejar de acariciarle los pechos. La llevó a alcanzar un punto en el que creyó que iba a enloquecer de tanto placer.


—Sabía que las cosas serían así —dijo Pedro entre dientes, tras lo cual le besó la barbilla y la garganta—. Sabía cómo tenían que ser las cosas.


Ella sintió cómo le acariciaba la piel con la lengua y cómo, al llegar a sus pechos, reemplazó las manos por su boca. En aquel momento tomó uno de sus pezones entre los dientes y lo mordisqueó suavemente.


—¡Pedro!


Paula no había sabido que era capaz de perder el control de aquella manera. Lo agarró por el pelo y lo mantuvo sobre sus pechos. Se estremeció de placer…


Pero no podía controlar las manos de Alfonso. Estas no se estaban quietas y habían comenzado a acariciarle el estómago. Se detuvieron en su ombligo para después comenzar a bajar hacia su suave valle. Se introdujeron debajo de sus braguitas de seda y se detuvieron de nuevo en el oscuro vello que escudaba la más íntima parte de su cuerpo. La parte que le estaba quemando con la expectativa de que él la tocara. Arqueó la espalda y suspiró.


—Oh, sí… Pedro… por favor…


Lo abrazó por el cuello y cerró los ojos. Lo atrajo hacia su boca para que la besara una vez más. El tenía la respiración agitada, lo que demostraba que estaba tan fuera de control como ella.


—¿Cómo me has hecho esto? —preguntó Pedro— murmurando—. ¿Cómo hemos llegado tan rápido a esta situación?


Paula se estaba preguntando lo mismo, pero no quería detenerse a pensar en ello, no quería reconsiderar cómo había llegado a aquella situación. Simplemente quería sentir, experimentar aquella pasión, conocer la fuerza completa de Pedro.


Con las manos temblorosas de necesidad, agarró la ropa de él. Le quitó el chaleco y después la camisa, tras lo cual le acarició el pecho con una hambrienta pasión.


Entonces Pedro se encargó de quitarse el resto de la ropa y volvió a echarse sobre ella. La calidez de su cuerpo embargó a Paula, que lo abrazó estrechamente, hasta tal punto que no sabía dónde terminaba su cuerpo ni dónde comenzaba el de él. Pero todavía sentía una parte de sí que no había sido saciada, que necesitaba ser poseída. Incapaz de expresar su necesidad con palabras, lo único que pudo hacer fue apretar su cuerpo contra el de él para implorarle silenciosamente que terminara con aquella agonía, para implorarle que la poseyera.


Pedro no necesitó que le impulsaran más. Sin dejar de besarla, le colocó una pierna entre las suyas para así separárselas. Le puso una mano por debajo de la espalda y le levantó el cuerpo ligeramente.


Ella apenas tuvo tiempo de respirar antes de sentir cómo él la penetró con fuerza y cómo la llenó de placer. Casi la llevó al éxtasis desde el primer momento.


—¡Pedro! —gritó, impresionada e incrédula. Se aferró a él y sintió lo revolucionado que tenía el corazón.


—Tranquila, belleza —dijo Pedro. Su voz reflejó que estaba al límite.


Pero oír la voz de él provocó que ella perdiera todo el control que le quedaba. Percatarse de que había tenido aquel tipo de efecto en aquel hombre le impulsó a moverse con más fuerza. Entonces lo besó.


—Paula…


El nombre de ella fue lo último que logró decir Pedro antes de que Paula tomara el control de la situación. Comenzó a moverse con una frenética necesidad.


Ambos alcanzaron la cima del placer al mismo tiempo, se vieron embargados por un intenso éxtasis que les dejó sin aliento.





NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 11




¡De ninguna manera! —espetó Paula—. ¡Eso no va a ocurrir!


—¿Por qué no? —contestó Pedro—. ¿Por qué es algo tan imposible?


—Porque… porque no me conoces. Y yo no te conozco a ti.


—Sé que me gusta lo que veo y creo que a ti también.


—Bueno, sí… —respondió ella antes de siquiera pararse a pensar en lo tonta que era al admitirlo.


La oscura satisfacción que se reflejó en la cara de él provocó que Paula temblara.


Se preguntó si Pedro realmente había dicho que le gustaba lo que veía. Siempre había vivido a la sombra de la belleza de su hermana y le impresionó que un hombre como Pedro Alfonso expresara sus sentimientos tan claramente.


—Debes ver que… —comenzó a decir él.


—No, no. No veo nada porque no hay nada que ver. ¡Nada en absoluto! ¿Cómo puede haberlo cuando no hemos dicho nada, cuando no hemos admitido nada más que el hecho de que nos gusta el aspecto físico de la otra persona? ¿Cómo puede eso significar algo? ¿Cómo puedes reclamar algo tan ridículo, tan absurdo, como el que digas que tú…?


Paula no podía decirlo. No importaba cuántas veces abriera la boca… no era capaz de repetir la imposible declaración que había realizado él hacía unos momentos.


—¿Que me casaría contigo? —terminó Pedro por ella—. ¿Por qué no? Jamás deseé a tu hermana como te deseo a ti.


—Pero tú… —comenzó a decir Paula, la cual hizo una pausa cuando se percató de lo que había dicho él—. ¿Es eso cierto?


—¿Por qué debería mentirte, belleza? —contestó Pedro con un dulce tono de voz. La miró profundamente a los ojos.


Ella deseó poder apartar la mirada, pero le resultó imposible retirar la vista de los cautivadores ojos de aquel hombre.


—¿Pero…?


Se sintió mareada y le pareció como si la habitación estuviera dando vueltas a su alrededor.


—¿Pero cómo puedes saberlo? Ni siquiera me has besado…


—Eso es algo que pronto se puede remediar —respondió él.


Horrorizada. Paula observó cómo Pedro se acercó a ella.


—No… —dijo, levantando las manos como para apartar el peligro. Comenzó a echarse para atrás. Pero lo cierto era que dentro de ella sabía que en realidad a quien temía era a ella misma y no a Pedro. Los recuerdos de los momentos que habían vivido en el jardín se habían quedado grabados en su memoria y era consciente de que jamás olvidaría cómo se había sentido al haberse acercado él a ella… cuando había creído que la iba a besar…


Tenía el corazón muy acelerado, tanto que le era imposible pensar con claridad. Había deseado con todas sus fuerzas que él la hubiera besado en aquel momento y le había dolido mucho cuando en el último instante Pedro se había echado para atrás. Y estaba segura de que él había sabido cómo se había sentido.


Alfonso se estaba acercando a ella con la mirada fija en su boca. Paula tenía miedo de su propia reacción, de la manera en la que quizá le respondiera si la besaba.


—¡No! —repitió con más énfasis sin dejar de echarse para atrás—. No, Pedro… yo… ¡oh!


Exclamó al chocar sus piernas contra algo, algo que parecía un lateral de la cama. Perdió el equilibrio y cayó sobre el edredón. Se quedó sin aliento.


Observó cómo Pedro continuó acercándose a ella como una elegante pantera consciente de tener a su presa acorralada. 


Trató de levantarse, pero sintió como si le hubieran quitado todos los huesos de las piernas y no tuviera fuerza para moverse. Y repentinamente él estuvo allí. Se colocó encima de ella y puso las manos a ambos lados de su cuerpo.


Por primera vez, al verlo tan de cerca, se percató de que tenía una cicatriz en los nudillos de la mano derecha. Sintió unas intensas ganas de preguntarle cómo se la había hecho.


Pero en aquel preciso momento Pedro dijo su nombre de manera dulce, engatusadora, e instantáneamente ella se olvidó de lo que estaba pensando. La mano que tenía la cicatriz se movió y le acarició la barbilla para a continuación levantarle la cara. Entonces él acercó su boca a la de ella con una deliberada lentitud.


Paula había dejado de respirar. Tenía la boca dolorosamente seca, así como la garganta paralizada, y no podía tragar saliva. La manera en la que él la estaba sujetando implicaba que no podía mirar a otra parte que no fueran los ojos de aquel atractivo hombre.


Sintió un repentino miedo ante lo que sus propios ojos pudieran revelar. Bajó los párpados, pero ello sólo empeoró las cosas ya que sus demás sentidos se avivaron. Pudo oler su piel y la fragancia cítrica del champú que había utilizado. 


Oyó cómo respiraba…


—Belleza —murmuró Pedro.


Ella sintió su respiración en los labios y cuando por fin la besó fue algo extraordinario, algo que no se parecía en nada a todo lo que había experimentado anteriormente. Fue como si ni siquiera hubiera besado a nadie en su vida. Todo su cuerpo se puso tenso y le impresionó mucho darse cuenta de que el beso de él era muy suave, era como la caricia más delicada que podía haber imaginado. Fue como si una mariposa le rozara los labios con sus alas, con tanta delicadeza que le llegó al corazón. No pudo evitar suspirar.


Pedro sólo le dio un beso y entonces se apartó. El sentimiento de pérdida que se apoderó de Paula cuando él se retiró fue casi insoportable. Murmuró a modo de protesta.


—Paciencia, querida…


La voz de aquel hombre nunca antes había sonado tan sexy, tan tentadora. Con los ojos todavía cerrados, ella casi pudo oír la sonrisa que estaba esbozando él con su seductora boca.


En ese momento volvió a besarla de manera levemente más apasionada, lo que provocó que todos sus sentidos se alteraran.





NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 10





Mientras la llevaba en brazos, Paula pensó que no había nada que hablar en aquel momento, pero cuando estuvieran dentro de la casa, ella tenía muchas cosas que decir.


No pudo ignorar la respuesta de cada célula de su cuerpo ante la proximidad de Pedro. Con la cabeza muy cerca de su pecho, pudo oír cómo le latía el corazón y su propio pulso pareció acelerarse de manera alocada. Tras aquel día tan largo y difícil, sintió ganas de apoyarse en la fortaleza de él, de cerrar los ojos y dejarse llevar. Pero un profundo sentimiento de supervivencia no le permitió hacerlo. Había algo en aquella situación que no comprendía, algo oscuro en todo lo que Pedro decía o hacía.


—Aquí…


Al entrar en la casa las luces de ésta cegaron a Paula tras haber estado tanto tiempo a oscuras en el exterior. Hundió la cabeza en el pecho de Alfonso y se dio cuenta demasiado tarde de que la había subido a la planta de arriba.


Levantó la cabeza al percatarse de que él había abierto una puerta con la pierna.


—¿Qué crees que estás haciendo…?


—Estoy tratando de hacer algo por tus pies —contestó Pedro con un cierto toque de burla—. Necesitas lavarte esos cortes y…


—¿En un dormitorio? —preguntó ella, tratando de soltarse y bajar al suelo.


Pero antes de que lo lograra. Alfonso la dejó sobre una cama de matrimonio.


—Necesitaré agua y paños… los tomaré del cuarto de baño —explicó él en un tono de exagerada paciencia que dejó claro la falta de tolerancia de sus palabras—. Quizá necesites esparadrapos y tiritas. Además…


Entonces indicó el resto de la habitación con la mano. Esta estaba decorada en tonos rosas.


—¡Te aseguro que no es mi dormitorio!


Paula tuvo que admitir que sus pobres pies necesitaban atención, por lo que se mordió el labio inferior y mantuvo silencio. Se dijo a sí misma que no debía permitir que nada de lo que él dijera o hiciera la alterara. Pero no pudo cumplirlo.


Las caricias de Pedro en sus pies al ponerle el antiséptico y las tiritas fueron una maravilla. Pero hubiera sido una mentirosa si no hubiera admitido que lo que más le afectó fue ver a aquel moreno e impresionante hombre arrodillado a sus pies y curándole las heridas con la delicadeza de un amante. Tuvo que contenerse para no acercar la mano y acariciar su sedoso pelo negro. Cuando el Forajido terminó de curarla, la miró a la cara y esbozó una de aquellas devastadoras sonrisas. Paula sintió como si se le parara el corazón durante un momento.


—Creo que esto ayudará —comentó él.


—Hará más que ayudar —logró decir ella—. Me siento mucho más aliviada.


—Me alegro —respondió Pedro, levantándose y agarrando el cuenco en el que había llevado agua y dirigiéndose al cuarto de baño para vaciarlo—. Ahora ya podemos hablar.


—¿Hablar de qué? —quiso saber Paula.


—Hablar de hacia dónde nos dirigimos desde aquí —contestó él, apoyándose en la puerta.


—Al único lugar al que vamos a dirigirnos es a la planta de abajo… ¡no tengo ningún deseo de estar a solas contigo!


—Pero yo pensé que ése era el plan, querida —comentó Pedro con una fría expresión reflejada en los ojos.


Paula se preguntó cuál era el verdadero Pedro Alfonso… aquel hombre frío y calculador o el amable caballero que le había curado las heridas de sus pies. Y se percató de que el hombre hacia el cual se había sentido atraída era en realidad una farsa. Como una estúpida, había caído en la trampa que él le había puesto.


—¿Plan? ¿Qué plan? No sé de qué estás hablando. No conozco nada acerca de ningún plan.


—¿No? Perdóname si no te creo, querida, pero me niego a creer que tus padres no tuvieran un plan secundario.


—¿Un plan secundario para qué? —preguntó Paula, planteándose si él se había vuelto loco.


—Ellos debían de saber que era probable que tu hermana fuera a echarse para atrás en el último minuto, o quizá eso era lo que tenían planeado desde el principio. ¿Entonces qué se suponía que debía hacer yo? ¿Mirar a la dama de honor y enamorarme perdidamente de ella para así olvidarme de Natalie?


—No —contestó Paula, agitando la cabeza—. ¡De ninguna manera!


Obviamente Pedro no estaba escuchando.


—Está bien —dijo con frialdad—. Caeré en la trampa.


—¿Qué? —preguntó ella, impresionada.


—Se suponía que iba a celebrarse una boda, con una hija de Chaves como novia. No importa cuál de las dos sea.


Paula se pellizcó la palma de la mano para convencerse de que aquello estaba ocurriendo.


—¡Debes de estar bromeando!


—Estoy hablando en serio —respondió Pedro, encogiéndose de hombros—. Una novia Chaves es tan buena como la otra, ya que este matrimonio era sólo uno dinástico…


—¿Qué clase de monstruo eres? —Paula se forzó en levantarse, ignorando el intenso dolor de sus pies—. Tanto si era un matrimonio dinástico o no, de conveniencia o de lo que sea… ¡no puedes cambiar una novia por otra a tu antojo!


—Oh, sí que puedo —aseguró él con frialdad—. Un acuerdo es un acuerdo. Nadie incumple su palabra conmigo y se sale con la suya.


¡Pero había sido Natalie la que había incumplido su promesa de matrimonio!


—O quizá esto era lo que tu familia y tú habíais planeado desde el principio. Cebasteis el anzuelo con la hermana más glamurosa, conscientes de que ella iba a huir el día de la boda.


Aquello le llegó a Paula al corazón. Fue como una bofetada en la cara. Sin que él tuviera que decirlo, estaba claro que la consideraba la menos glamurosa y atractiva de las dos hermanas.


—No había ningún plan. Y yo no tengo ninguna intención de casarme contigo.


—No tienes otra opción. O lo haces o contemplas cómo tu familia se destruye.


—¿Por qué no me escuchas? No quiero casarme contigo… —contestó ella, que apenas escuchó lo que le había dicho él—. No quiero tener nada contigo.


—Ambos sabemos que eso es mentira. Afuera, junto a la piscina, hubiera podido tomarte si hubiera querido.


—¡No, eso es mentira! Yo jamás…



—Oh. vamos, querida —se burló Pedro—. Si te hubiera besado, tú no te hubieras parado a pensar en tu hermana ni en nadie más. Te hubieras derretido en mis brazos…


Aquello era demasiado. A Paula no le gustó la sensación de saber que él había sabido cómo se había sentido en realidad. Se sintió manipulada.


—Quizá un beso… ¡pero no esto! ¡Esto es una locura! ¡Es imposible!


—No, no lo es —contestó Pedro—. Yo lo considero algo completamente posible… la solución perfecta. Natalie me dejó plantado, pero tú estás aquí. Y puedes ocupar el lugar de tu hermana.







viernes, 20 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 9




El rechazo ante la arrogante afirmación de él fue como un grito en su cabeza. Había abierto la boca para dejarlo salir por sus labios cuando una tardía corriente de sentido común le impidió hacerlo. Recuperando un poco de control, se forzó en mirarlo a la cara y logró mantenerse calmada a pesar de la burla que reflejaban sus ojos.


—También dije que no quería que me atacaran…


—Ambos sabemos que yo no te estaba atacando. Jamás he atacado a una mujer y desde luego que no era lo que estaba haciendo. En realidad, tú estabas disfrutando…


—¡Eso no es cierto! —contestó Paula, preguntándose a sí misma por qué no podía mantener la boca cerrada. Se estaba delatando con cada cosa que decía.


El no creía ni una palabra de las que ella decía: la escéptica expresión de su bella cara y la manera tan cínica con la que levantó una ceja lo dejaron claro.


—Me alivió que me soltaras el pelo… con aquel moño me sentía como si me lo estuvieran arrancando de raíz. Y tú fuiste lo suficientemente amable como para ayudarme… —logró decir ella—. Y… obviamente fue un alivio…


—Obviamente —confirmó Pedro de manera irónica.


A continuación volvió a guardar silencio y esperó a que ella dijera algo más. Pero no había nada que Paula pudiera decir, nada que no la condenara aún más ni que no la hiciera parecer más tonta de lo que claramente él pensaba que era.


—Y eso es todo.


—Desde luego —respondió él, dejando claro con la manera en la que arrastró las palabras que no creía en absoluto que aquello fuera todo.


—Cualquier otra cosa está sólo dentro de tu imaginación.


La manera en la que Pedro inclinó la cabeza en lo que parecía un gesto de concesión, pero que en realidad era todo lo contrario, fue el colmo. Paula pensó que no podía permanecer allí sentada durante más tiempo viendo la diversión que reflejaban los ojos de él y escuchando la burla que su voz no podía ocultar.


—Y ahora me gustaría regresar al hotel —dijo, tratando de levantarse.


Pero se había olvidado de la manera en la que le habían dolido los pies. La dolorosa presión que sus zapatos hablan ejercido sobre éstos había sido la razón por la cual se había quedado descalza nada más sentarse. Pero se le habían hinchado los pies y, al tratar de levantarse, éstos le dolieron aún más. No pudo evitar emitir un grito de aflicción al sentir cómo el dolor le recorría los pies. Tuvo que cerrar los ojos.


—¿Qué…? —comenzó a preguntar Pedro, levantándose de inmediato y sujetándola—. ¿Qué ocurre?


—Mis pies… —contestó ella, abriendo los ojos.


Aquello fue todo lo que logró decir. Miró a Pedro a la cara y vio en ésta reflejada lo que parecía una sincera preocupación.


—¿Tus pies? —dijo él, mirando hacia abajo y aparentemente percatándose por primera vez de que ella estaba descalza—. Vuelve a sentarte.


Entonces la ayudó a sentarse de nuevo y Paula suspiró, aliviada.


—Déjame ver… —ordenó Pedro, poniéndose de rodillas delante de ella. Le tomó los pies y los colocó en una posición adecuada para que les diera la luz.


Con el corazón acelerado, Paula sintió cómo le acariciaba su dolorida y amoratada piel.


—¡Madre de Dios! —exclamó él—. ¿Qué ha ocurrido aquí?


El cambio de humor de Pedro fue tan repentino que ella levantó la cabeza de inmediato.


—Mis zapatos… —contestó, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.


—¡Tus zapatos! —espetó Pedro sin ninguna amabilidad. Parecía estar muy enfadado, incluso consternado—. Te pones zapatos que le hacen esto a tus pies.


Parpadeando, Paula miró el pie que él estaba sujetando en alto para que ella lo viera. Las ampollas eran mucho peores de lo que había esperado. Tenía parte del pie en carne viva y algunas de las ampollas se le habían reventado.


—No me había dado cuenta de que los tenía tan mal.


Pero Pedro no estaba escuchando. En vez de ello había agarrado los zapatos y los estaba observando con el ceño fruncido. Con lo delicados que éstos parecían, resultaba casi imposible creer que hubieran podido hacerle tanto daño.


—¿Qué demonios te poseyó para decidir llevar puestos unos instrumentos de tortura como éstos? Debías haber sabido que te iban a hacer mucho daño.


—No me molestaban cuando me los probé. Pero no estoy acostumbrada a llevar tacones… ni tantas tiras.


En realidad, Paula no había pretendido llevar aquellos zapatos, pero el estrés del día y la sucesión de eventos habían hecho imposible que encontrara unos más cómodos que ponerse.


—Bailaste conmigo… —comentó él.


—Sí, lo hice. Pero…


Paula no sabía adonde quería llegar él con aquello.


—Bailaste conmigo mientras llevabas puestos estos malditos zapatos. Te destrozaste los pies…


—Yo… —comenzó a decir ella.


La verdad era que no se había dado cuenta. En aquellos momentos se había sentido como si hubiera estado bailando en el aire y no había notado ninguna molestia en los pies. Pero admitirlo era dirigirse hacia una trampa, supondría darle a Pedro más munición para las arrogantes suposiciones que había estado haciendo con anterioridad.


—En aquel momento no me dolían. Sólo empezaron a dolerme cuando salí aquí fuera. Creo que andar sobre la hierba, bajar las escaleras…


Pedro no la creyó, desde luego; la expresión de su cara lo dejó claro.


—Ven aquí —ordenó, tendiéndole los brazos.


Cuando ella vaciló, insegura de lo que quería él, Alfonso murmuró algo y se acercó a su cara. El aroma de aquel hombre la embargó, se apoderó de sus sentidos, y sintió cómo un escalofrío le recorrió el cuerpo.


Se preguntó a sí misma qué estaba haciendo Pedro. Trató de emitir la pregunta en alto, pero aunque abrió la boca para hacerlo le fue imposible. Entonces él se agachó aún más y la tomó en brazos. La levantó del banco y la apoyó sobre su pecho.


—¿Qué estás haciendo? —logró preguntar ella, confundida e impresionada. La pasión le recorrió las venas debido a la proximidad de él.


—Te voy a llevar dentro —contestó Pedro. Pareció sorprendido ante el hecho de que ella hubiera tenido que preguntar—. Tal y como tienes los pies, no puedes andar, por lo que ésta es la mejor manera de meterte dentro antes de que te hagas más daño.


—Pero…


—¡Silencio! —ordenó él con dureza—, esto es lo que voy a hacer… no hay más que hablar.