sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 10





Mientras la llevaba en brazos, Paula pensó que no había nada que hablar en aquel momento, pero cuando estuvieran dentro de la casa, ella tenía muchas cosas que decir.


No pudo ignorar la respuesta de cada célula de su cuerpo ante la proximidad de Pedro. Con la cabeza muy cerca de su pecho, pudo oír cómo le latía el corazón y su propio pulso pareció acelerarse de manera alocada. Tras aquel día tan largo y difícil, sintió ganas de apoyarse en la fortaleza de él, de cerrar los ojos y dejarse llevar. Pero un profundo sentimiento de supervivencia no le permitió hacerlo. Había algo en aquella situación que no comprendía, algo oscuro en todo lo que Pedro decía o hacía.


—Aquí…


Al entrar en la casa las luces de ésta cegaron a Paula tras haber estado tanto tiempo a oscuras en el exterior. Hundió la cabeza en el pecho de Alfonso y se dio cuenta demasiado tarde de que la había subido a la planta de arriba.


Levantó la cabeza al percatarse de que él había abierto una puerta con la pierna.


—¿Qué crees que estás haciendo…?


—Estoy tratando de hacer algo por tus pies —contestó Pedro con un cierto toque de burla—. Necesitas lavarte esos cortes y…


—¿En un dormitorio? —preguntó ella, tratando de soltarse y bajar al suelo.


Pero antes de que lo lograra. Alfonso la dejó sobre una cama de matrimonio.


—Necesitaré agua y paños… los tomaré del cuarto de baño —explicó él en un tono de exagerada paciencia que dejó claro la falta de tolerancia de sus palabras—. Quizá necesites esparadrapos y tiritas. Además…


Entonces indicó el resto de la habitación con la mano. Esta estaba decorada en tonos rosas.


—¡Te aseguro que no es mi dormitorio!


Paula tuvo que admitir que sus pobres pies necesitaban atención, por lo que se mordió el labio inferior y mantuvo silencio. Se dijo a sí misma que no debía permitir que nada de lo que él dijera o hiciera la alterara. Pero no pudo cumplirlo.


Las caricias de Pedro en sus pies al ponerle el antiséptico y las tiritas fueron una maravilla. Pero hubiera sido una mentirosa si no hubiera admitido que lo que más le afectó fue ver a aquel moreno e impresionante hombre arrodillado a sus pies y curándole las heridas con la delicadeza de un amante. Tuvo que contenerse para no acercar la mano y acariciar su sedoso pelo negro. Cuando el Forajido terminó de curarla, la miró a la cara y esbozó una de aquellas devastadoras sonrisas. Paula sintió como si se le parara el corazón durante un momento.


—Creo que esto ayudará —comentó él.


—Hará más que ayudar —logró decir ella—. Me siento mucho más aliviada.


—Me alegro —respondió Pedro, levantándose y agarrando el cuenco en el que había llevado agua y dirigiéndose al cuarto de baño para vaciarlo—. Ahora ya podemos hablar.


—¿Hablar de qué? —quiso saber Paula.


—Hablar de hacia dónde nos dirigimos desde aquí —contestó él, apoyándose en la puerta.


—Al único lugar al que vamos a dirigirnos es a la planta de abajo… ¡no tengo ningún deseo de estar a solas contigo!


—Pero yo pensé que ése era el plan, querida —comentó Pedro con una fría expresión reflejada en los ojos.


Paula se preguntó cuál era el verdadero Pedro Alfonso… aquel hombre frío y calculador o el amable caballero que le había curado las heridas de sus pies. Y se percató de que el hombre hacia el cual se había sentido atraída era en realidad una farsa. Como una estúpida, había caído en la trampa que él le había puesto.


—¿Plan? ¿Qué plan? No sé de qué estás hablando. No conozco nada acerca de ningún plan.


—¿No? Perdóname si no te creo, querida, pero me niego a creer que tus padres no tuvieran un plan secundario.


—¿Un plan secundario para qué? —preguntó Paula, planteándose si él se había vuelto loco.


—Ellos debían de saber que era probable que tu hermana fuera a echarse para atrás en el último minuto, o quizá eso era lo que tenían planeado desde el principio. ¿Entonces qué se suponía que debía hacer yo? ¿Mirar a la dama de honor y enamorarme perdidamente de ella para así olvidarme de Natalie?


—No —contestó Paula, agitando la cabeza—. ¡De ninguna manera!


Obviamente Pedro no estaba escuchando.


—Está bien —dijo con frialdad—. Caeré en la trampa.


—¿Qué? —preguntó ella, impresionada.


—Se suponía que iba a celebrarse una boda, con una hija de Chaves como novia. No importa cuál de las dos sea.


Paula se pellizcó la palma de la mano para convencerse de que aquello estaba ocurriendo.


—¡Debes de estar bromeando!


—Estoy hablando en serio —respondió Pedro, encogiéndose de hombros—. Una novia Chaves es tan buena como la otra, ya que este matrimonio era sólo uno dinástico…


—¿Qué clase de monstruo eres? —Paula se forzó en levantarse, ignorando el intenso dolor de sus pies—. Tanto si era un matrimonio dinástico o no, de conveniencia o de lo que sea… ¡no puedes cambiar una novia por otra a tu antojo!


—Oh, sí que puedo —aseguró él con frialdad—. Un acuerdo es un acuerdo. Nadie incumple su palabra conmigo y se sale con la suya.


¡Pero había sido Natalie la que había incumplido su promesa de matrimonio!


—O quizá esto era lo que tu familia y tú habíais planeado desde el principio. Cebasteis el anzuelo con la hermana más glamurosa, conscientes de que ella iba a huir el día de la boda.


Aquello le llegó a Paula al corazón. Fue como una bofetada en la cara. Sin que él tuviera que decirlo, estaba claro que la consideraba la menos glamurosa y atractiva de las dos hermanas.


—No había ningún plan. Y yo no tengo ninguna intención de casarme contigo.


—No tienes otra opción. O lo haces o contemplas cómo tu familia se destruye.


—¿Por qué no me escuchas? No quiero casarme contigo… —contestó ella, que apenas escuchó lo que le había dicho él—. No quiero tener nada contigo.


—Ambos sabemos que eso es mentira. Afuera, junto a la piscina, hubiera podido tomarte si hubiera querido.


—¡No, eso es mentira! Yo jamás…



—Oh. vamos, querida —se burló Pedro—. Si te hubiera besado, tú no te hubieras parado a pensar en tu hermana ni en nadie más. Te hubieras derretido en mis brazos…


Aquello era demasiado. A Paula no le gustó la sensación de saber que él había sabido cómo se había sentido en realidad. Se sintió manipulada.


—Quizá un beso… ¡pero no esto! ¡Esto es una locura! ¡Es imposible!


—No, no lo es —contestó Pedro—. Yo lo considero algo completamente posible… la solución perfecta. Natalie me dejó plantado, pero tú estás aquí. Y puedes ocupar el lugar de tu hermana.







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