sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 11




¡De ninguna manera! —espetó Paula—. ¡Eso no va a ocurrir!


—¿Por qué no? —contestó Pedro—. ¿Por qué es algo tan imposible?


—Porque… porque no me conoces. Y yo no te conozco a ti.


—Sé que me gusta lo que veo y creo que a ti también.


—Bueno, sí… —respondió ella antes de siquiera pararse a pensar en lo tonta que era al admitirlo.


La oscura satisfacción que se reflejó en la cara de él provocó que Paula temblara.


Se preguntó si Pedro realmente había dicho que le gustaba lo que veía. Siempre había vivido a la sombra de la belleza de su hermana y le impresionó que un hombre como Pedro Alfonso expresara sus sentimientos tan claramente.


—Debes ver que… —comenzó a decir él.


—No, no. No veo nada porque no hay nada que ver. ¡Nada en absoluto! ¿Cómo puede haberlo cuando no hemos dicho nada, cuando no hemos admitido nada más que el hecho de que nos gusta el aspecto físico de la otra persona? ¿Cómo puede eso significar algo? ¿Cómo puedes reclamar algo tan ridículo, tan absurdo, como el que digas que tú…?


Paula no podía decirlo. No importaba cuántas veces abriera la boca… no era capaz de repetir la imposible declaración que había realizado él hacía unos momentos.


—¿Que me casaría contigo? —terminó Pedro por ella—. ¿Por qué no? Jamás deseé a tu hermana como te deseo a ti.


—Pero tú… —comenzó a decir Paula, la cual hizo una pausa cuando se percató de lo que había dicho él—. ¿Es eso cierto?


—¿Por qué debería mentirte, belleza? —contestó Pedro con un dulce tono de voz. La miró profundamente a los ojos.


Ella deseó poder apartar la mirada, pero le resultó imposible retirar la vista de los cautivadores ojos de aquel hombre.


—¿Pero…?


Se sintió mareada y le pareció como si la habitación estuviera dando vueltas a su alrededor.


—¿Pero cómo puedes saberlo? Ni siquiera me has besado…


—Eso es algo que pronto se puede remediar —respondió él.


Horrorizada. Paula observó cómo Pedro se acercó a ella.


—No… —dijo, levantando las manos como para apartar el peligro. Comenzó a echarse para atrás. Pero lo cierto era que dentro de ella sabía que en realidad a quien temía era a ella misma y no a Pedro. Los recuerdos de los momentos que habían vivido en el jardín se habían quedado grabados en su memoria y era consciente de que jamás olvidaría cómo se había sentido al haberse acercado él a ella… cuando había creído que la iba a besar…


Tenía el corazón muy acelerado, tanto que le era imposible pensar con claridad. Había deseado con todas sus fuerzas que él la hubiera besado en aquel momento y le había dolido mucho cuando en el último instante Pedro se había echado para atrás. Y estaba segura de que él había sabido cómo se había sentido.


Alfonso se estaba acercando a ella con la mirada fija en su boca. Paula tenía miedo de su propia reacción, de la manera en la que quizá le respondiera si la besaba.


—¡No! —repitió con más énfasis sin dejar de echarse para atrás—. No, Pedro… yo… ¡oh!


Exclamó al chocar sus piernas contra algo, algo que parecía un lateral de la cama. Perdió el equilibrio y cayó sobre el edredón. Se quedó sin aliento.


Observó cómo Pedro continuó acercándose a ella como una elegante pantera consciente de tener a su presa acorralada. 


Trató de levantarse, pero sintió como si le hubieran quitado todos los huesos de las piernas y no tuviera fuerza para moverse. Y repentinamente él estuvo allí. Se colocó encima de ella y puso las manos a ambos lados de su cuerpo.


Por primera vez, al verlo tan de cerca, se percató de que tenía una cicatriz en los nudillos de la mano derecha. Sintió unas intensas ganas de preguntarle cómo se la había hecho.


Pero en aquel preciso momento Pedro dijo su nombre de manera dulce, engatusadora, e instantáneamente ella se olvidó de lo que estaba pensando. La mano que tenía la cicatriz se movió y le acarició la barbilla para a continuación levantarle la cara. Entonces él acercó su boca a la de ella con una deliberada lentitud.


Paula había dejado de respirar. Tenía la boca dolorosamente seca, así como la garganta paralizada, y no podía tragar saliva. La manera en la que él la estaba sujetando implicaba que no podía mirar a otra parte que no fueran los ojos de aquel atractivo hombre.


Sintió un repentino miedo ante lo que sus propios ojos pudieran revelar. Bajó los párpados, pero ello sólo empeoró las cosas ya que sus demás sentidos se avivaron. Pudo oler su piel y la fragancia cítrica del champú que había utilizado. 


Oyó cómo respiraba…


—Belleza —murmuró Pedro.


Ella sintió su respiración en los labios y cuando por fin la besó fue algo extraordinario, algo que no se parecía en nada a todo lo que había experimentado anteriormente. Fue como si ni siquiera hubiera besado a nadie en su vida. Todo su cuerpo se puso tenso y le impresionó mucho darse cuenta de que el beso de él era muy suave, era como la caricia más delicada que podía haber imaginado. Fue como si una mariposa le rozara los labios con sus alas, con tanta delicadeza que le llegó al corazón. No pudo evitar suspirar.


Pedro sólo le dio un beso y entonces se apartó. El sentimiento de pérdida que se apoderó de Paula cuando él se retiró fue casi insoportable. Murmuró a modo de protesta.


—Paciencia, querida…


La voz de aquel hombre nunca antes había sonado tan sexy, tan tentadora. Con los ojos todavía cerrados, ella casi pudo oír la sonrisa que estaba esbozando él con su seductora boca.


En ese momento volvió a besarla de manera levemente más apasionada, lo que provocó que todos sus sentidos se alteraran.





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