sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 12





No dejó de besarla y lo hizo cada vez con más intensidad. 


Paula se quedó sin aliento y sintió la intensa necesidad que Pedro había provocado en ella. Cada vez que los labios de él tocaban los suyos deseaba que durara para siempre y cada vez que los apartaba sentía como si algo se estuviera rompiendo dentro de su cuerpo.


—¡Pedro! —gritó antes de besarlo. 


Abrió los ojos. La sensación fue como si un rayo le traspasara por dentro. El fuego le recorrió las venas.


El también debió de sentirlo ya que le agarró la cabeza con delicadeza y la inclinó en la posición exacta para poder besarla aún más profunda y apasionadamente. Provocó que ella abriera la boca bajo la suya.


Paula fue consciente de que en aquel momento necesitaba que Pedro le diera más que las delicadas caricias que le había ofrecido al principio. Necesitaba sentir el poder de las manos de aquel atractivo hombre, la fortaleza de los músculos de sus brazos al abrazarla…


Se levantó. No estaba segura de si él le había ayudado a hacerlo o no. pero lo cierto era que estaba de pie, apoyada contra la fuerte musculatura del cuerpo de Alfonso. Respiró la agradable fragancia de su piel.


La boca de Pedro ya no estaba actuando de manera delicada, sino con la exigencia que ella había temido que actuara desde el principio. Pero ya no sentía miedo ante aquella actitud exigente, actitud que acompañó con su propia hambre, presión por presión, necesidad por necesidad… En aquel momento tenía las manos libres para acariciarle el pelo, tal y como había querido, pero en cuanto vio su deseo cumplido supo que no era suficiente. Quería más. Quería tocarlo por todas partes, quería sentir la fortaleza de sus músculos bajo sus dedos, quería acariciarle el pecho y el vello que cubría a éste.


Una de las manos de Pedro estaba sobre su pelo. Trataba de sujetarla con firmeza para así mantener su boca donde quería tenerla. Con su otra mano le estaba acariciando todo el cuerpo. Su lengua jugueteó con la de ella, saboreó su calidez. Paula pensó que no cabía duda de que se estaban dirigiendo en una sola dirección. Aquella pasión, aquel hambre, aquellas intensas ansias no podían llevar a otro lugar, tira como si alguien hubiera comenzado la cuenta atrás para una explosión nuclear y no había otra manera de detener aquello que no resultara en una dramática fusión entre ambos.


—Te deseo —dijo Pedro entre dientes.


Pero en realidad no hacían falta palabras, ya que la apasionada evidencia de su erección presionando el estómago de Paula lo dejó claro. Entonces, por debajo del sujetador, le acarició un pecho y le incitó el pezón. La excitó tanto que ella sintió la necesidad en todos los poros de su piel. No pudo evitar gemir en alto y él la besó apasionadamente.


Aquello era lo que Paula deseaba con todas sus fuerzas. 


Estaba demasiado excitada como para pensar en otra cosa que no fuera aquel momento. Se echó para un lado y chocó contra la cama con la parte de atrás de las piernas. Cayó sobre el colchón, momento en el que Pedro se echó sobre ella.


Le metió las manos por debajo del vestido y comenzó a bajárselo por los brazos…


—Yo también te deseo —murmuró Paula—. Bésame, tócame…


Deseaba pedirle que la poseyera, pero lo poco que le quedaba de compostura le impidió hacerlo. Aunque en lo más profundo de su alma sabía que no había marcha atrás. 


Todo su cuerpo estaba prácticamente gritando debido a la necesidad de que la poseyera, debido a la necesidad de sentir la unión completa de sus dos cuerpos, piel contra piel, carne contra carne, hambre contra hambre…


Pero no era capaz de expresar su necesidad. No se atrevía a expresar su anhelo, no se atrevía a quitarse la máscara de protección que había sentido la necesidad de utilizar delante de aquel hombre. Una cosa era quitarse la ropa, cosa que deseaba más que nada en el mundo… estar físicamente desnuda con él. Pero desnudarse emocionalmente era otro asunto muy distinto. Era algo que no se atrevía a revelarle. 


Sería como poner su alma bajo un microscopio y permitir que Pedro la diseccionara con un frío cuchillo de metal.


Le desabrochó los botones de la camisa con unos impacientes movimientos. Al exponer la piel de su pecho pudo percibir la cálida fragancia que ésta desprendía. La inhaló como si fuera un rico perfume y sintió cómo el impacto de ello le golpeó como un potente afrodisíaco.


Pedro


Las martirizantes manos de él habían bajado por su cuerpo y le estaban acariciando un pecho por encima del sujetador. 


Pero entonces se lo desabrochó y se lo quitó, momento en el cual comenzó a tocarle ambos pechos con un gran apasionamiento. Paula no pudo pensar en nada más que en el placer que estaba sintiendo y disfrutó del intenso goce que le ofreció Pedro al jugar con sus endurecidos pezones. 


Emitió un grito ahogado.


El volvió a besarla sin dejar de acariciarle los pechos. La llevó a alcanzar un punto en el que creyó que iba a enloquecer de tanto placer.


—Sabía que las cosas serían así —dijo Pedro entre dientes, tras lo cual le besó la barbilla y la garganta—. Sabía cómo tenían que ser las cosas.


Ella sintió cómo le acariciaba la piel con la lengua y cómo, al llegar a sus pechos, reemplazó las manos por su boca. En aquel momento tomó uno de sus pezones entre los dientes y lo mordisqueó suavemente.


—¡Pedro!


Paula no había sabido que era capaz de perder el control de aquella manera. Lo agarró por el pelo y lo mantuvo sobre sus pechos. Se estremeció de placer…


Pero no podía controlar las manos de Alfonso. Estas no se estaban quietas y habían comenzado a acariciarle el estómago. Se detuvieron en su ombligo para después comenzar a bajar hacia su suave valle. Se introdujeron debajo de sus braguitas de seda y se detuvieron de nuevo en el oscuro vello que escudaba la más íntima parte de su cuerpo. La parte que le estaba quemando con la expectativa de que él la tocara. Arqueó la espalda y suspiró.


—Oh, sí… Pedro… por favor…


Lo abrazó por el cuello y cerró los ojos. Lo atrajo hacia su boca para que la besara una vez más. El tenía la respiración agitada, lo que demostraba que estaba tan fuera de control como ella.


—¿Cómo me has hecho esto? —preguntó Pedro— murmurando—. ¿Cómo hemos llegado tan rápido a esta situación?


Paula se estaba preguntando lo mismo, pero no quería detenerse a pensar en ello, no quería reconsiderar cómo había llegado a aquella situación. Simplemente quería sentir, experimentar aquella pasión, conocer la fuerza completa de Pedro.


Con las manos temblorosas de necesidad, agarró la ropa de él. Le quitó el chaleco y después la camisa, tras lo cual le acarició el pecho con una hambrienta pasión.


Entonces Pedro se encargó de quitarse el resto de la ropa y volvió a echarse sobre ella. La calidez de su cuerpo embargó a Paula, que lo abrazó estrechamente, hasta tal punto que no sabía dónde terminaba su cuerpo ni dónde comenzaba el de él. Pero todavía sentía una parte de sí que no había sido saciada, que necesitaba ser poseída. Incapaz de expresar su necesidad con palabras, lo único que pudo hacer fue apretar su cuerpo contra el de él para implorarle silenciosamente que terminara con aquella agonía, para implorarle que la poseyera.


Pedro no necesitó que le impulsaran más. Sin dejar de besarla, le colocó una pierna entre las suyas para así separárselas. Le puso una mano por debajo de la espalda y le levantó el cuerpo ligeramente.


Ella apenas tuvo tiempo de respirar antes de sentir cómo él la penetró con fuerza y cómo la llenó de placer. Casi la llevó al éxtasis desde el primer momento.


—¡Pedro! —gritó, impresionada e incrédula. Se aferró a él y sintió lo revolucionado que tenía el corazón.


—Tranquila, belleza —dijo Pedro. Su voz reflejó que estaba al límite.


Pero oír la voz de él provocó que ella perdiera todo el control que le quedaba. Percatarse de que había tenido aquel tipo de efecto en aquel hombre le impulsó a moverse con más fuerza. Entonces lo besó.


—Paula…


El nombre de ella fue lo último que logró decir Pedro antes de que Paula tomara el control de la situación. Comenzó a moverse con una frenética necesidad.


Ambos alcanzaron la cima del placer al mismo tiempo, se vieron embargados por un intenso éxtasis que les dejó sin aliento.





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