domingo, 21 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 15




—Paula, espera…


—Déjame en paz, por favor. Estoy bien.


Pero no estaba bien. Se sentía avergonzada, vulnerable, como una tonta. Estaba convirtiéndose en una costumbre que Pedro la viese llorar, que tuviera que consolarla, y eso que tenía que terminar de una vez por todas. Él era por su oficio, un protector. Pero no era su protector.


No se había dado cuenta de que estaba tras ella hasta que la tomó del brazo.


—He visto tu expresión, Paula. He tenido que sujetarte porque te caías al suelo. Sé que no estás bien, así que puedes contarme qué te pasa.


Ella intentó respirar, pero no era capaz de llevar aire a sus pulmones. Estaba tan cansada… Cansada de tener miedo, de fingir que no lo tenía.


—Por favor, no seas tan amable conmigo. No puedo soportarlo.


—¿Por qué?


Esa pregunta era lo que necesitaba, algo para olvidarse del calor de su mano.


—¿Quieres razones? Vamos a empezar por el hecho de que sólo vas a estar aquí unas semanas. Sólo estás de paso, Pedro. Y además, eres un comisario de policía. Por no hablar de… —Paula se detuvo un momento, cortada—. ¡Por no hablar de que tienes casi diez años menos que yo! Y eso es lo último que necesito.


—¿Te he dado a entender yo que quisiera algo más que una buena amistad?


—¡Constantemente! Empezando por la noche que me besaste un dedo.


—¡Ah, sí! Cuando te pusiste tan nerviosa que se te cayó la taza —sonrió Pedro—. Y deberías saber que tu edad no me importa en absoluto. Sólo es un número.


Él dio un paso adelante e instintivamente Paula dio un paso atrás.


—No coquetees conmigo, Pedro. Los dos somos muy mayorcitos para eso.


—Sólo quería ayudarte y tú haces que me sienta culpable. A lo mejor te gustaría explicarme por qué…


¿Cómo podía explicarle que estar con él la hacía sentir más vulnerable que nunca? Su profesión la asustaba y la atracción que sentía por él, también. Todos esos miedos se mezclaban con las heridas del pasado, y el resultado era una mujer que no era capaz de actuar con sentido común.


—No puedo hacer esto. No puedo ponerme a llorar delante de un cliente. Y eso es lo que eres, aunque a veces se me olvida. Por favor… Déjame, Pedro.


Pero él no le hizo caso.


—Creo que los dos sabemos que no soy un simple cliente. Ya no.


Pedro tiró de ella para envolverla en sus brazos.


Su olor, el calor de su cuerpo… Paula no podía seguir luchando contra él y contra todas las emociones que había tenido que esconder desde la detención de Juana el verano anterior, y apoyando la cabeza en su pecho, dejó que las lágrimas rodaran por su rostro.


Sabía que no debía hacerlo, pero lo necesitaba tanto… ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo, por fin se sentía conectada con alguien? Había tantas razones por las que Pedro Alfonso era el hombre equivocado para ella, que incluso podría enumerarlas: Era un nombre que vivía para su trabajo y a quien no importaba el peligro. Tenía nueve años menos que ella… Y ni siquiera vivían en el mismo país. Y en poco tiempo se habría ido.


Paula, con la cara enterrada en el torso masculino, se dio cuenta de que lo echaría de menos cuando se fuera.


Pero tenía aquel momento, se dijo. Poco a poco dejó de llorar y se percató entonces de que Pedro estaba pasando la mano por su espalda, como si fuera una niña.


—Confía en mí… —murmuró—. Tienes que hablar con alguien y yo estoy aquí.


Paula hizo un esfuerzo para levantar la cabeza. «Es tan hermoso…», pensó, atónita. No sólo su cuerpo, no sólo el color de sus ojos, la línea de sus labios o el hoyito en la barbilla. Era hermoso por dentro. Fuerte y obstinado, pero también un hombre de principios, cariñoso y compasivo. Y le gustaría compartir su carga con él. Necesitaba hacerlo. 


Había intentado fingir que el pasado ya no existía, pero no podía seguir haciéndolo.


—¿Qué quieres saber?


—Lo que tú quieras contarme. Por ejemplo, cómo terminaste aquí. Quiero… —Pedro tragó saliva y ella contuvo el aliento, esperando—. Quiero saberlo todo sobre ti.


Paula asintió con la cabeza. Estaba tan cansada de los miedos, de las reservas…


—Entonces te lo contaré. Pero será mejor que encendamos la chimenea. Hace un poco de frío.


—Una chimenea, marchando —sonrió Pedro.


—¿Te apetece tomar una copa?


—Sí, gracias. Eso nos animará un poco.


Cuando volvió de la cocina con dos copas y una botella de whisky, la chimenea estaba encendida y él sentado en el sofá, mirando el fuego.


—Espero que te guste el whisky… Es lo único que tengo.


—¿Por qué no empiezas por el principio? —sugirió Pedro, mientras Paula se sentaba a su lado—. Sé que perdiste a tus padres y a tu marido, pero tiene que haber algo más para que estés tan dolida.


—Sí, bueno…


—¿Y por qué abriste un hostal en medio de ninguna parte?


Paula sirvió las copas y subió las piernas al sofá, apoyándose en el respaldo.


—Mi infancia fue normal hasta que mis padres murieron… Cuando yo tenía dieciséis años. Entonces tuve que empezar a cuidar de mí misma. En ese momento había dejado de ser «la hija de alguien». Desde entonces era Paula, la huérfana que había tenido que abrirse camino en la vida.


—¿Cómo murieron?


—En un accidente de coche.


—Lo siento mucho. Supongo que fue horrible para ti.


—Sí, lo fue.


—¿Tenías algún sitio al que ir, alguien que cuidase de ti?


Paula sonrió con tristeza.


—No, pero conseguí un trabajo, intenté entender lo que había pasado, y seguí adelante.


—¿Y luego?


—Luego conocí a Miguel. Era un primo segundo, el hijo de una prima que lo había tenido siendo muy joven, y que no sabía nada de la vida, con lo cual el niño acabó en una casa de acogida —Paula apartó la mirada un momento—. Entonces yo tenía veintiún años y él once. Era la única familia que me quedaba, y… No sé, necesitaba agarrarme a eso.


—Tú lo necesitabas tanto como él a ti.


Ella asintió con la cabeza. Así había sido. Miguel le había dado un propósito en la vida, aunque dudaba que él lo supiera.


—Yo tenía un trabajo fijo y un apartamento en Sundre, así que pedí la custodia de Miguel y me la concedieron. No sé quién se quedó más sorprendido, él o yo.


—Y os convertisteis en una familia.


—Así es. Miguel era un buen niño, aunque estaba muy asustado. No confiaba en la gente y era lógico. Yo hice lo que pude por él, pero era muy joven y aún estaba dolida por haber perdido a mis padres de golpe. Y entonces conocí a Tomas, mi marido. Miguel era un adolescente cuando nos casamos y supongo que sintió que estaba molestando, aunque nunca dijo nada. Nunca hablaba mucho de esas cosas —Paula sonrió—. En fin, pensé que nunca encontraría a nadie a quien pudiera confiarle su corazón, pero así fue.


—¿Cómo te pasó a ti con Tomas?


Paula se dio cuenta entonces de que había estado contándole cosas que no había pensado contarle. Quizá fuera el calor de la chimenea, el whisky, el ambiente íntimo… 


O que Pedro le pareciese una persona de confianza.


Fuera lo que fuera, algo había cambiado. Quizá sin darse cuenta, poco a poco estaba dejando de luchar contra sus sentimientos, y le sorprendía ver que había bajado la guardia por completo.


Pero ahora Pedro había mencionado a Tomas y eso era diferente. No sabía si podría seguir. Desde luego, no era tan fácil como hablar de Miguel. Tomas había hecho por ella lo que Grace, la esposa de su primo, había hecho por Miguel: Le había dado un sitio donde poner su corazón. O eso había pensado.


Perderlo fue lo más horrible que le había pasado nunca, y había tenido que hacer uso de todas sus fuerzas para seguir adelante. Incluso ahora le faltaban piezas a su vida.


Entonces recordó el beso de Pedro en la cocina, lo que había sentido…


No podía volver a pasar. No podía sentir eso de nuevo porque la última vez había acabado aplastada bajo todos esos sentimientos. Era una situación extraña confiar en Pedro, y sin embargo, tener que alejarlo de ella. Y hablar de su difunto marido haría que cualquier hombre quisiera echar el freno.


—Sí, le confié mi corazón a Tomas.


—Y entonces murió, dejándote sola con Juana —Paula asintió, con un nudo en la garganta


—Ven aquí…


Pedro le quitó la copa de la mano antes de estrecharla entre sus brazos. Ella sabía que debería mantener las distancias, pero le gustaba tanto…


—¡Oh, Pedro…! —suspiró, mirando las llamas.


¿Por qué tenía que ser tan perfecto? ¿Por qué después de tantos años, Pedro Alfonso tenía que hacerla sentir cosas que no había sentido en tanto tiempo? Incluyendo la necesidad de hablar del pasado.


—¿Puedes hablarme de él?


Paula tragó saliva.


—No lo sé… —susurró.


—Me gustaría que lo hicieras… Si tú quieres.


—No hablo de Tomas con nadie, y hablar de él ahora… No es fácil para mí.


Pero, ¿por qué no contárselo y liberarse de una vez por todas? En un par de semanas, Pedro volvería a Florida y se olvidaría de ella y de su difunto marido.


¿Cuál sería el beneficio de una aventura?, se preguntó entonces. Porque sabía que existía la posibilidad de que Pedro y ella tuvieran una aventura. Él se marcharía y lo echaría de menos. Porque ella no tenía aventuras amorosas. Y tampoco tenía relaciones serias, claro.


Pero Pedro estaba vivo, era real. Y si no tenía cuidado, acabaría con el corazón roto. Sería una tontería, sí. Quizá contárselo los uniría un poco más, pero desde luego enfriaría la atracción que había entre ellos.


—Yo era camarera entonces, y Tomas era guardia de seguridad en la refinería que hay a la salida del pueblo. La primera vez que nos vimos le tomé el pelo, porque había pedido un pastel de nata a las seis de la mañana —Paula recordó a un Tomas joven y enérgico, rubio, con hoyitos en las mejillas… Y enseguida se dio cuenta de que se había quedado callada—. Perdona.


—No, nada. Sigue, por favor.


—Yo me había hecho cargo de Miguel y estaba trabajando en dos sitios a la vez para llegar a fin de mes. Tomas fue como un soplo de aire fresco. En nuestra primera cita organizó una merienda en el campo, porque como siempre le estaba atendiendo yo en la cafetería, esa vez quería que fuese al revés —Paula se puso colorada—. Y yo me enamoré sin darme cuenta. Estaba necesitada de amor, supongo. Y él era todo lo que yo imaginaba que podía necesitar en la vida. Nos casamos tres meses después y siete meses más tarde nació Juana.


—¿Y os vinisteis a vivir aquí?


Ella asintió con la cabeza. Recordaba muy bien el día que Tomas la llevó allí, en otoño, con Juana envuelta en una mantita. Se había enfadado tanto con él al descubrir que había comprado la casa sin consultárselo siquiera… ¡Qué bobada discutir por algo así, cuando la verdad era que la casa le encantaba!


—Sí, vinimos aquí. Tomas ganaba bastante dinero en la refinería y yo podía quedarme en casa con Juana. Incluso pensamos en tener más hijos.


Pedro levantó la mano derecha para acariciar su pelo.


—¿Querías tener más hijos?


—Sí, entonces sí… —Paula se detuvo, sin saber cómo seguir. No estaba acostumbrada a hablar de cosas tan personales en voz alta, pero lo estaba haciendo desde que Pedro había aparecido en su casa—. Tomas arregló algo que se había roto dentro de mí cuando perdí a mi familia.


—Pero murió.


—Sí. Y ese día me di cuenta de que daba igual lo que hiciera, la gente a la que quería iba a dejarme siempre. Sólo me quedaba Juana.


—Y por eso te preocupas tanto por tu hija. Estás esperando que le ocurra algo a ella.


Paula sintió que todo el miedo y la tensión desaparecían de su cuerpo. El hecho de que otra persona la entendiera era absolutamente liberador.


—Sí, eso es.


Pedro cerró los ojos mientras acariciaba su pelo. La pobre había sufrido tanto… Y él quería ayudarla, estar a su lado.


Paula le importaba muchísimo, y le asustaba saber que todo eso había ocurrido en sólo unos días.


Pero lo único que tenía absolutamente claro era que no podía hacerle más daño. Paula Chaves era demasiado importante como para jugar con ella. Nunca había conocido a una mujer tan fuerte y tan frágil a la vez. Una mujer que había recogido las piezas de su vida después de una tragedia, trabajando para ganarse la vida mientras criaba a dos niños.


Y no podía ser él quien volviera a hacerla sufrir.


Lo cual era terriblemente difícil, porque la deseaba cada vez más.


Paula confiaba en él, pero si supiera la verdadera razón por la que estaba en Mountain Haven, esa confianza desaparecería. No, cuando se fuese de allí, se iría con una sonrisa en los labios y cálidos recuerdos de lo que habían compartido.


Así tenía que ser.


De modo que no dijo nada. La apretó contra su corazón oyéndola respirar, sintiendo que la conexión que había entre ellos se hacía más profunda.


Nunca antes se había sentido tan cómodo con una mujer.


La deseaba, pero no podía tenerla después de todo lo que había ocurrido aquel día. No era el momento. Además, sabía que no se lo había contado todo. Se preguntó entonces cómo habría muerto Tomas…


Paula no le había contado eso ni los problemas de Juana con las drogas el año anterior. Y se preguntó si algún día confiaría en él por completo.


Pedro siguió abrazándola mientras se ponía el sol, preguntándose cómo iba a soportar los días que quedaban.







sábado, 20 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 14





Paula se cambió las bolsas de mano para poder abrir la puerta. Era media tarde, y aún tenía tiempo de hacer los filetes y el pastel que había planeado para la cena. La hora del desayuno y la cena eran los únicos momentos en los que veía a Pedro desde aquella conversación.


Después de desayunar guardaba la comida en una mochila y estaba todo el día fuera. Volvía cansado, cenaba, y pasaba la tarde en su habitación.


Las pocas veces que había hablado con él, estaba sentado en su cuarto leyendo o trabajando en el ordenador.


Se había equivocado al insistir en que le contase la verdad. 


Ahora lo sabía. Lo había sabido cuando tocó su brazo y él se apartó.


¿Cómo era posible que lo que más le disgustaba de él fuera, a la vez, lo que más la atraía? Lo último que ella deseaba era tener una relación con un policía. Entonces, ¿por qué lo encontraba tan increíblemente sexy? Afortunadamente, el coqueteo había terminado.


Al meter la llave en la cerradura se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, y frunció el ceño sorprendida. Estaba segura de haber cerrado con llave antes de salir.


Pero enseguida vio las botas de esquí en la entrada y dejó escapar un suspiro de alivio. Cuando Pedro apareció en el pasillo, Paula intentó sonreír.


—Has vuelto temprano.


—Sí.


—¿Cómo has entrado? ¡Ah, claro, supongo que estás entrenado para esas cosas! ¿Cómo lo has hecho, con una tarjeta de crédito como en las películas?


—No, con la llave que dejas escondida bajo el felpudo. No deberías dejarla en un sitio tan evidente —contestó él.


Pedro no estaba sonriendo, pero tampoco se mostraba brusco como otras veces. Y no parecía molesto por el asunto de la llave, era otra cosa.


Paula cerró la puerta, olvidando que había dejado las bolsas en el porche.


—¿Qué ocurre?


—Ha llamado Juana.


El corazón de Paula se detuvo durante una décima de segundo.


—¿Qué ha pasado? —logró decir, con voz estrangulada.


—Ha habido un asesinato en el campus de Edmonton.


Ella sintió que le fallaban las piernas, y estaba a punto de caerse cuando Pedro la sujetó.


—¡Paula!


Juana, Juana, Juana. Su hija…


—Paula, tranquilízate —la voz de Pedro parecía llegar desde muy lejos—. Tranquila, no le ha pasado nada. Está bien. Juana está bien. Paula, piensa, si no estuviera bien no habría podido llamar por teléfono.


Ella abrió los ojos por fin.


—Lo siento —se disculpó, temblando.


—Perdóname tú, no quería asustarte. Lo primero que debería haberte dicho es que estaba bien.


—No suelo desmayarme…


—Ha sido culpa mía, soy un bobo.


Paula cerró los ojos, aliviada al verlo sonreír.


—Creí que estabas enfadado conmigo.


—No, contigo no. Quizá enfadado con el mundo en general. ¿Estás bien?


—Sí, creo que sí.


—Quería decir que Juana había llamado para que no te enterases por las noticias, pero no me has dado oportunidad.


—No sé qué me ha pasado. Es que la idea de que le ocurra algo a Juana…


—Lo entiendo —la interrumpió él, acariciando su pelo—. Sé que tienes miedo de que le pase algo.


Paula lo miró a los ojos. Le había tendido una rama de olivo y dependía de ella aceptarla o no. Pero no quería hablar del pasado. Nadie quería oír hablar de esas cosas.


—Mi historia es muy deprimente. Además, no es nada original.


—Eso me suena…


Pedro la soltó, pero se sentía más conectada que nunca con él, incluso más que cuando estaba entre sus brazos.


—Me lo pensaré. Por el momento, voy a llamar a Juana.


—Es una buena chica. Sabe lo preocupada que estás y no quiere hacerte sufrir. De no ser así, no te habría llamado.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. ¿Por qué aquel hombre parecía saber exactamente lo que necesitaba oír? 


Era increíble.


—Gracias, Pedro. Eso significa mucho para mí.


—De nada.


Paula se dio la vuelta para que no viera el anhelo en sus ojos. Juana era un tema tan delicado para ella, que lo mejor sería marcharse antes de que se pusiera a llorar como una cría.


Pedro no tenía ni idea de lo tentadora que resultaba la posibilidad de aceptar su oferta y hablar con él.



IRRESISTIBLE: CAPITULO 13




Cuando volvió a bajar a la cocina, ella estaba sacando los platos del lavavajillas.


—Tus cosas… —dijo en voz baja, devolviéndole la bolsa y el termo.


—Gracias.


—¿Esto es por lo de ayer, Paula? Porque si es así, ya he admitido que me pasé de la raya. Podemos dejarlo ahí.


—¿Tan malo es lo que tienes que contarme? ¿Tanto como para que intentes cambiar de conversación a toda costa?


Pedro suspiró. Había cometido un error… Y eso era algo que se lo comía vivo. Casi tanto como verse obligado a pedir la baja. Él no necesitaba unas vacaciones, necesitaba trabajar.


Y si no sintiera aquel extraño deseo de protegerla, le diría la verdad y acabaría con todo. Él odiaba las mentiras.


—Fue hace un mes… —empezó a decir, pero tuvo que aclararse la garganta—. Debíamos detener a un delincuente peligroso y sabíamos que tenía armas, así que fuimos preparados.


Pedro tragó saliva. ¿Hasta dónde podía contarle? Lo suficiente para tranquilizarla y no tanto como para descubrir la verdadera razón por la que estaba allí.


Paula cerró la puerta del lavavajillas y volvió a mirarlo fijamente. Y él, sin saber qué hacer con las manos, las metió en los bolsillos del pantalón.


—Cuando reunimos información sobre un caso, normalmente es lo suficientemente completa para trazar la mejor táctica posible. Todo estaba bien organizado, todo el mundo sabía cuál era su trabajo. Pero él sabía que íbamos a buscarlo. No sé si nos vio o alguien le dio la información, pero nos recibió en la puerta.


Pedro levantó la mirada un momento. Paula no podía saber lo duro que era para él contarle aquello. Mientras hablaba, las imágenes que había intentado olvidar por todos los medios volvían a su cabeza. Imágenes a cámara lenta, cuando en realidad, todo ocurrió en unos segundos. El momento en el que se dio cuenta del desastre…


—Él disparó y nosotros devolvimos los disparos. Debes entender que según la información que teníamos, estaba solo. Y no había razones para desconfiar. Pero no estaba solo. Había una chica, su hija. Murió de un disparo.


—¿La disparaste tú?


—¿Yo personalmente? No.


—¿Entonces por qué cargas con la culpa?


¿No era suficiente haberle contado la verdad? ¿Por qué tenía que seguir haciendo preguntas? Daba igual quién hubiese apretado el gatillo, había sido un error fatal.


—Era mi equipo, Paula. Yo estaba a cargo de esos hombres.


—Fue un error, un error trágico…


Pedro sacó las manos de los bolsillos.


—No lo entiendes. Yo no puedo cometer errores. ¿Dirías lo mismo si hubiera sido Juana? ¿Si hubiera sido tu hija la chica que murió?


Luego se dio la vuelta para salir al porche. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Contárselo a Paula, había vuelto a enfurecerlo. Sencillamente, no había sitio para ese tipo de errores en su trabajo. Preocuparse por matar a un inocente o perder a un miembro de su equipo, era mucho más importante que el peligro para su propia vida.


Su jefe le había dicho que la baja no era negociable, aunque lo único que Pedro quería era volver al trabajo. Necesitaba concentrarse en algo, no tiempo libre para pensar en todo lo que había hecho mal. Pero luego esa baja se había convertido en parte de una misión, y eso le gustaba aún menos.



****


Paula salió al porche tras él y puso una mano en su brazo, pero Pedro se apartó.


—Lo siento. No debería haber insistido en que me lo contaras.


—Ahora que lo sabes puedes dejar de preguntar.


El brusco tono la hizo dar un paso atrás, y Pedro se odió a sí mismo por hacerle daño. Ésa era precisamente la razón por la que le gustaría decirle la verdad.


No quería mentirle a Paula. Podía convencerse a sí mismo de que no le estaba mintiendo, que sólo había soslayado la verdad… Pero era lo mismo. No podía hablarle de su misión y protegerla al mismo tiempo. Y él sabía qué era lo más importante.


—Gracias por contármelo de todas formas.


Al menos su respuesta parecía haberla satisfecho, pensó Pedro, preguntándose cómo sería su relación a partir de aquel momento.


—Tienes que entender una cosa, Paula: Soy un comisario de policía y hago mi trabajo. Y si tengo que lidiar con consecuencias desagradables, lo hago.


—Eso ha quedado muy claro… —murmuró ella, entrando de nuevo en la casa.


Pedro golpeó uno de los pilares del porche, frustrado. Él odiaba la mentira con todas sus fuerzas, pero aquello no tenía nada que ver con la honestidad o la deshonestidad, sino con la protección. Protección para ella, para él, y para toda la comunidad. Sortear un poco la verdad no debería ser tan importante. Paula era algo temporal en su vida y no había sitio para las emociones.


Pero al recordar el beso de la noche anterior se sintió culpable de nuevo.


Culpable porque Paula era, en cierto modo, parte de su trabajo, cuando lo único que él quería hacer era volver a tenerla entre sus brazos.


Pero en aquel momento lo mejor sería mantener las distancias.




IRRESISTIBLE: CAPITULO 12




Paula cerró los ojos, y dejó escapar un suspiro de alivio mientras lo veía marchar.


Aquella mañana había tenido que actuar como nunca, pero no estaba segura de poder mantener la charada.


En cuanto lo vio en la cocina, tan alto y tan sexy… Lo único que habría deseado era echarse en sus brazos para comprobar si el beso del día anterior había sido tan emocionante como recordaba.


Algo había cambiado entre ellos. Al principio era simple atracción por un hombre guapo, nada más. La última persona en la que ella podía sentirse interesada era un policía. Pero quizá el problema fuera que Pedro no estaba allí en capacidad oficial. No llevaba un uniforme, ni una placa o un arma. Así era más fácil olvidar lo que era.


Hasta que verlo con Gabriel Simms se lo había recordado.
Pero no debería seguir pensando en él, decidió, mientras volvía a entrar en la cocina. Quizá se hubiera equivocado no saliendo con nadie en todos esos años. Pedro era un hombre joven, lleno de energía, y por eso, le resultaba irresistible. Pero era una tontería pensar que podría revivir su juventud con un hombre que sólo estaba allí de paso.


Esa mañana había despertado pensando que mantener las distancias con Pedro sería lo mejor para los dos. La angustia del día anterior se había disipado, y tenía las ideas más claras. Pedro se marcharía unas semanas después y no podía encariñarse con él, de modo que repetir el beso de la noche anterior sería un absurdo.


Después de aquel beso… Incluso tontear era algo que sería mejor dejar a un lado. Aquellos días en Mountain Haven no eran algo real. Lo real era que Pedro vivía en Estados Unidos y ella en Canadá, y sobretodo, que Pedro era un comisario de policía que se pasaba la vida deteniendo a delincuentes.


Mientras limpiaba la casa, Paula descubrió que Pedro era un cliente muy ordenado. Había hecho su cama y el ordenador portátil estaba cerrado, con el ratón inalámbrico colocado sobre la tapa. No había ropa tirada en los sillones, y de no ser por el ordenador, cualquiera diría que nadie se alojaba en aquella habitación.


Y por alguna razón, eso no le pareció muy consolador.


Después de comer se dejó caer en el sofá con un libro, pero se le cerraban los ojos porque apenas había dormido la noche anterior, y los rayos de sol que entraban por la ventana eran tan agradables…



****


Cuando despertó eran más de las cinco, y Pedro no había vuelto.


Había estado soñando, sueños muy raros en los que aparecían Pedro, Juana y Gabriel. Nada que tuviera sentido. Pedro esposando a su hija, mientras Gabriel le ponía una medalla…


Paula se levantó del sofá, y giró el cuello a un lado y a otro para desentumecerse. El significado del sueño estaba bien claro. Le preocupaba que Pedro descubriera lo que le había pasado a Juana, y después de verlo con Gabriel el día anterior, era lo más lógico.


Luego miró por la ventana. En poco tiempo se habría hecho de noche, y Pedro no aparecía. ¿Dónde podría estar? ¿Se habría perdido a pesar del GPS?


Suspirando, metió unas pechugas de pollo en el microondas. 


El sonido del aparato rompió el silencio de la solitaria cocina.


Pero no dejaba de preguntarse por qué habría ido Pedro allí precisamente. O por qué estaba de baja. ¿Y por qué pagaba el departamento de policía de Florida sus facturas? Si estaba de baja, no tenía sentido.


El sonido de sus botas en el porche coincidió con aquel repentino pensamiento. No podía creer que no se le hubiera ocurrido antes.


El pago de la factura, su contacto con el jefe de policía… 


Pedro estaba allí trabajando.


Era lo único que tenía sentido, y cuando se abrió la puerta tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su miedo.


Pedro entró con la cara roja por el frío y las botas de nieve en las manos.


—Siento llegar tan tarde.


Paula no sabía qué decir. La asustaban todas las posibilidades que pasaban por su cabeza. ¿Y si le había estado mintiendo desde el principio? ¿Qué habría estado haciendo aquel día? ¿De qué conocía al policía que había detenido a Juana?


¿Y cómo podía conseguir que Pedro le contase la verdad? 


¿Quería saberla? Nerviosa, dio un paso atrás.


—Paula, ¿te encuentras bien? ¿Le ha ocurrido algo a Juana?


¡Oh, no! Ella no sabía poner cara de póquer. Y tendría que hacerlo mejor, porque si sus sospechas eran correctas, él era un gran jugador.


—No, Juana está bien. Es que acabo de despertarme y… Creo que aún sigo un poco dormida.


—Voy a cambiarme de ropa. Me he caído un par de veces y tengo los pantalones mojados —sonrió Pedro, dirigiéndose a la escalera.


—¿Pedro?


—¿Sí?


Las palabras que Paula quería pronunciar no salían de su garganta. Además, no sabía si sería suficientemente astuta como para conseguir una respuesta sincera, y tenía miedo de preguntar directamente. ¿Y si estaba allí trabajando? ¿Eso cambiaría algo? Desde luego, no cambiaría nada entre ellos. Porque no había un «ellos».


Pedro, yo… He tenido mucho tiempo para pensar, y me preguntaba… Qué pasó para que tuvieras que pedir una baja.


Lo había dicho a toda velocidad, para no perder el valor.


—¡Ah, vaya! Veo que no te andas por las ramas…


Pedro no quería hablar de ello, evidentemente. O eso, o estaba escondiendo algo. Fuera cual fuera la razón, Paula decidió que necesitaba saber la respuesta.


—¿Vas a decírmelo?


—Ésa es una pregunta muy personal.


Pedro se dio la vuelta para seguir subiendo la escalera.


—Pero tus gastos los paga el Departamento de Policía de Florida, y la primera vez que vas al pueblo te encuentro hablando con Gabriel Simms.


Pedro se volvió de nuevo. Había pensado que Paula le haría alguna pregunta después de verlo con Gabriel, pero entonces estaba demasiado preocupada por Juana como para darse cuenta. Ahora que había tenido tiempo para pensar…


—¿Quieres saber por qué decidí tomarme unos días libres?


Mientras hablaba, pensaba a toda velocidad. Podía decirle por qué había pedido unas semanas de baja, no por qué estaba en Mountain Haven. Pero no quería volver a mentirle. 


Prefería… Soslayar la verdad.


—Sé que no tengo derecho a preguntar, pero… Te lo pregunto de todas formas.


—Yo te pregunté anoche por tu vida privada, y te cerraste como una ostra.


Había sentido la tentación de contarle la verdad por la mañana, cuando la vio entrar en la cocina.


Afortunadamente, no lo había hecho. Por su forma de actuar con Gabriel el día anterior y la frialdad con que lo miraba en aquel momento, empezaba a pensar que no le gustaban los policías.


—Al menos, te cerraste al principio… —siguió, mirando sus labios.


Paula se puso colorada.


—Lo sé, pero eres un cliente y…


—Y cuando llegué me aseguraste que lo más importante para ti era que tus clientes estuvieran cómodos.


—Quizá la preocupación por mi seguridad y la de mi hija sea más importante que eso —replicó ella.


Pedro se quedó sorprendido. ¿Creía que él iba a hacerles daño? Se preguntó entonces si habría estado mirando entre sus cosas, pero preguntar sólo confirmaría sus sospechas, y además, estaba seguro de que Paula no habría hecho eso. 


No, ella era una persona honesta y por eso se arriesgaba a preguntar directamente. Y él no sabía qué decir.


—¿Dónde has estado, Pedro?


No iba a dejarlo escapar, evidentemente. Y sabía que la única manera de calmar sus miedos era contarle… Lo único que podía contarle. Aunque no quería hacerlo.


—Muy bien. Te lo contaré cuando me haya cambiado de ropa.


Luego subió a la habitación, evitando su mirada. Tenía que quitarse el chaleco antibalas. Paula no debía descubrir que debajo de la parka no llevaba sólo un jersey y una camiseta.