sábado, 20 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 12




Paula cerró los ojos, y dejó escapar un suspiro de alivio mientras lo veía marchar.


Aquella mañana había tenido que actuar como nunca, pero no estaba segura de poder mantener la charada.


En cuanto lo vio en la cocina, tan alto y tan sexy… Lo único que habría deseado era echarse en sus brazos para comprobar si el beso del día anterior había sido tan emocionante como recordaba.


Algo había cambiado entre ellos. Al principio era simple atracción por un hombre guapo, nada más. La última persona en la que ella podía sentirse interesada era un policía. Pero quizá el problema fuera que Pedro no estaba allí en capacidad oficial. No llevaba un uniforme, ni una placa o un arma. Así era más fácil olvidar lo que era.


Hasta que verlo con Gabriel Simms se lo había recordado.
Pero no debería seguir pensando en él, decidió, mientras volvía a entrar en la cocina. Quizá se hubiera equivocado no saliendo con nadie en todos esos años. Pedro era un hombre joven, lleno de energía, y por eso, le resultaba irresistible. Pero era una tontería pensar que podría revivir su juventud con un hombre que sólo estaba allí de paso.


Esa mañana había despertado pensando que mantener las distancias con Pedro sería lo mejor para los dos. La angustia del día anterior se había disipado, y tenía las ideas más claras. Pedro se marcharía unas semanas después y no podía encariñarse con él, de modo que repetir el beso de la noche anterior sería un absurdo.


Después de aquel beso… Incluso tontear era algo que sería mejor dejar a un lado. Aquellos días en Mountain Haven no eran algo real. Lo real era que Pedro vivía en Estados Unidos y ella en Canadá, y sobretodo, que Pedro era un comisario de policía que se pasaba la vida deteniendo a delincuentes.


Mientras limpiaba la casa, Paula descubrió que Pedro era un cliente muy ordenado. Había hecho su cama y el ordenador portátil estaba cerrado, con el ratón inalámbrico colocado sobre la tapa. No había ropa tirada en los sillones, y de no ser por el ordenador, cualquiera diría que nadie se alojaba en aquella habitación.


Y por alguna razón, eso no le pareció muy consolador.


Después de comer se dejó caer en el sofá con un libro, pero se le cerraban los ojos porque apenas había dormido la noche anterior, y los rayos de sol que entraban por la ventana eran tan agradables…



****


Cuando despertó eran más de las cinco, y Pedro no había vuelto.


Había estado soñando, sueños muy raros en los que aparecían Pedro, Juana y Gabriel. Nada que tuviera sentido. Pedro esposando a su hija, mientras Gabriel le ponía una medalla…


Paula se levantó del sofá, y giró el cuello a un lado y a otro para desentumecerse. El significado del sueño estaba bien claro. Le preocupaba que Pedro descubriera lo que le había pasado a Juana, y después de verlo con Gabriel el día anterior, era lo más lógico.


Luego miró por la ventana. En poco tiempo se habría hecho de noche, y Pedro no aparecía. ¿Dónde podría estar? ¿Se habría perdido a pesar del GPS?


Suspirando, metió unas pechugas de pollo en el microondas. 


El sonido del aparato rompió el silencio de la solitaria cocina.


Pero no dejaba de preguntarse por qué habría ido Pedro allí precisamente. O por qué estaba de baja. ¿Y por qué pagaba el departamento de policía de Florida sus facturas? Si estaba de baja, no tenía sentido.


El sonido de sus botas en el porche coincidió con aquel repentino pensamiento. No podía creer que no se le hubiera ocurrido antes.


El pago de la factura, su contacto con el jefe de policía… 


Pedro estaba allí trabajando.


Era lo único que tenía sentido, y cuando se abrió la puerta tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su miedo.


Pedro entró con la cara roja por el frío y las botas de nieve en las manos.


—Siento llegar tan tarde.


Paula no sabía qué decir. La asustaban todas las posibilidades que pasaban por su cabeza. ¿Y si le había estado mintiendo desde el principio? ¿Qué habría estado haciendo aquel día? ¿De qué conocía al policía que había detenido a Juana?


¿Y cómo podía conseguir que Pedro le contase la verdad? 


¿Quería saberla? Nerviosa, dio un paso atrás.


—Paula, ¿te encuentras bien? ¿Le ha ocurrido algo a Juana?


¡Oh, no! Ella no sabía poner cara de póquer. Y tendría que hacerlo mejor, porque si sus sospechas eran correctas, él era un gran jugador.


—No, Juana está bien. Es que acabo de despertarme y… Creo que aún sigo un poco dormida.


—Voy a cambiarme de ropa. Me he caído un par de veces y tengo los pantalones mojados —sonrió Pedro, dirigiéndose a la escalera.


—¿Pedro?


—¿Sí?


Las palabras que Paula quería pronunciar no salían de su garganta. Además, no sabía si sería suficientemente astuta como para conseguir una respuesta sincera, y tenía miedo de preguntar directamente. ¿Y si estaba allí trabajando? ¿Eso cambiaría algo? Desde luego, no cambiaría nada entre ellos. Porque no había un «ellos».


Pedro, yo… He tenido mucho tiempo para pensar, y me preguntaba… Qué pasó para que tuvieras que pedir una baja.


Lo había dicho a toda velocidad, para no perder el valor.


—¡Ah, vaya! Veo que no te andas por las ramas…


Pedro no quería hablar de ello, evidentemente. O eso, o estaba escondiendo algo. Fuera cual fuera la razón, Paula decidió que necesitaba saber la respuesta.


—¿Vas a decírmelo?


—Ésa es una pregunta muy personal.


Pedro se dio la vuelta para seguir subiendo la escalera.


—Pero tus gastos los paga el Departamento de Policía de Florida, y la primera vez que vas al pueblo te encuentro hablando con Gabriel Simms.


Pedro se volvió de nuevo. Había pensado que Paula le haría alguna pregunta después de verlo con Gabriel, pero entonces estaba demasiado preocupada por Juana como para darse cuenta. Ahora que había tenido tiempo para pensar…


—¿Quieres saber por qué decidí tomarme unos días libres?


Mientras hablaba, pensaba a toda velocidad. Podía decirle por qué había pedido unas semanas de baja, no por qué estaba en Mountain Haven. Pero no quería volver a mentirle. 


Prefería… Soslayar la verdad.


—Sé que no tengo derecho a preguntar, pero… Te lo pregunto de todas formas.


—Yo te pregunté anoche por tu vida privada, y te cerraste como una ostra.


Había sentido la tentación de contarle la verdad por la mañana, cuando la vio entrar en la cocina.


Afortunadamente, no lo había hecho. Por su forma de actuar con Gabriel el día anterior y la frialdad con que lo miraba en aquel momento, empezaba a pensar que no le gustaban los policías.


—Al menos, te cerraste al principio… —siguió, mirando sus labios.


Paula se puso colorada.


—Lo sé, pero eres un cliente y…


—Y cuando llegué me aseguraste que lo más importante para ti era que tus clientes estuvieran cómodos.


—Quizá la preocupación por mi seguridad y la de mi hija sea más importante que eso —replicó ella.


Pedro se quedó sorprendido. ¿Creía que él iba a hacerles daño? Se preguntó entonces si habría estado mirando entre sus cosas, pero preguntar sólo confirmaría sus sospechas, y además, estaba seguro de que Paula no habría hecho eso. 


No, ella era una persona honesta y por eso se arriesgaba a preguntar directamente. Y él no sabía qué decir.


—¿Dónde has estado, Pedro?


No iba a dejarlo escapar, evidentemente. Y sabía que la única manera de calmar sus miedos era contarle… Lo único que podía contarle. Aunque no quería hacerlo.


—Muy bien. Te lo contaré cuando me haya cambiado de ropa.


Luego subió a la habitación, evitando su mirada. Tenía que quitarse el chaleco antibalas. Paula no debía descubrir que debajo de la parka no llevaba sólo un jersey y una camiseta.






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