domingo, 21 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 15




—Paula, espera…


—Déjame en paz, por favor. Estoy bien.


Pero no estaba bien. Se sentía avergonzada, vulnerable, como una tonta. Estaba convirtiéndose en una costumbre que Pedro la viese llorar, que tuviera que consolarla, y eso que tenía que terminar de una vez por todas. Él era por su oficio, un protector. Pero no era su protector.


No se había dado cuenta de que estaba tras ella hasta que la tomó del brazo.


—He visto tu expresión, Paula. He tenido que sujetarte porque te caías al suelo. Sé que no estás bien, así que puedes contarme qué te pasa.


Ella intentó respirar, pero no era capaz de llevar aire a sus pulmones. Estaba tan cansada… Cansada de tener miedo, de fingir que no lo tenía.


—Por favor, no seas tan amable conmigo. No puedo soportarlo.


—¿Por qué?


Esa pregunta era lo que necesitaba, algo para olvidarse del calor de su mano.


—¿Quieres razones? Vamos a empezar por el hecho de que sólo vas a estar aquí unas semanas. Sólo estás de paso, Pedro. Y además, eres un comisario de policía. Por no hablar de… —Paula se detuvo un momento, cortada—. ¡Por no hablar de que tienes casi diez años menos que yo! Y eso es lo último que necesito.


—¿Te he dado a entender yo que quisiera algo más que una buena amistad?


—¡Constantemente! Empezando por la noche que me besaste un dedo.


—¡Ah, sí! Cuando te pusiste tan nerviosa que se te cayó la taza —sonrió Pedro—. Y deberías saber que tu edad no me importa en absoluto. Sólo es un número.


Él dio un paso adelante e instintivamente Paula dio un paso atrás.


—No coquetees conmigo, Pedro. Los dos somos muy mayorcitos para eso.


—Sólo quería ayudarte y tú haces que me sienta culpable. A lo mejor te gustaría explicarme por qué…


¿Cómo podía explicarle que estar con él la hacía sentir más vulnerable que nunca? Su profesión la asustaba y la atracción que sentía por él, también. Todos esos miedos se mezclaban con las heridas del pasado, y el resultado era una mujer que no era capaz de actuar con sentido común.


—No puedo hacer esto. No puedo ponerme a llorar delante de un cliente. Y eso es lo que eres, aunque a veces se me olvida. Por favor… Déjame, Pedro.


Pero él no le hizo caso.


—Creo que los dos sabemos que no soy un simple cliente. Ya no.


Pedro tiró de ella para envolverla en sus brazos.


Su olor, el calor de su cuerpo… Paula no podía seguir luchando contra él y contra todas las emociones que había tenido que esconder desde la detención de Juana el verano anterior, y apoyando la cabeza en su pecho, dejó que las lágrimas rodaran por su rostro.


Sabía que no debía hacerlo, pero lo necesitaba tanto… ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo, por fin se sentía conectada con alguien? Había tantas razones por las que Pedro Alfonso era el hombre equivocado para ella, que incluso podría enumerarlas: Era un nombre que vivía para su trabajo y a quien no importaba el peligro. Tenía nueve años menos que ella… Y ni siquiera vivían en el mismo país. Y en poco tiempo se habría ido.


Paula, con la cara enterrada en el torso masculino, se dio cuenta de que lo echaría de menos cuando se fuera.


Pero tenía aquel momento, se dijo. Poco a poco dejó de llorar y se percató entonces de que Pedro estaba pasando la mano por su espalda, como si fuera una niña.


—Confía en mí… —murmuró—. Tienes que hablar con alguien y yo estoy aquí.


Paula hizo un esfuerzo para levantar la cabeza. «Es tan hermoso…», pensó, atónita. No sólo su cuerpo, no sólo el color de sus ojos, la línea de sus labios o el hoyito en la barbilla. Era hermoso por dentro. Fuerte y obstinado, pero también un hombre de principios, cariñoso y compasivo. Y le gustaría compartir su carga con él. Necesitaba hacerlo. 


Había intentado fingir que el pasado ya no existía, pero no podía seguir haciéndolo.


—¿Qué quieres saber?


—Lo que tú quieras contarme. Por ejemplo, cómo terminaste aquí. Quiero… —Pedro tragó saliva y ella contuvo el aliento, esperando—. Quiero saberlo todo sobre ti.


Paula asintió con la cabeza. Estaba tan cansada de los miedos, de las reservas…


—Entonces te lo contaré. Pero será mejor que encendamos la chimenea. Hace un poco de frío.


—Una chimenea, marchando —sonrió Pedro.


—¿Te apetece tomar una copa?


—Sí, gracias. Eso nos animará un poco.


Cuando volvió de la cocina con dos copas y una botella de whisky, la chimenea estaba encendida y él sentado en el sofá, mirando el fuego.


—Espero que te guste el whisky… Es lo único que tengo.


—¿Por qué no empiezas por el principio? —sugirió Pedro, mientras Paula se sentaba a su lado—. Sé que perdiste a tus padres y a tu marido, pero tiene que haber algo más para que estés tan dolida.


—Sí, bueno…


—¿Y por qué abriste un hostal en medio de ninguna parte?


Paula sirvió las copas y subió las piernas al sofá, apoyándose en el respaldo.


—Mi infancia fue normal hasta que mis padres murieron… Cuando yo tenía dieciséis años. Entonces tuve que empezar a cuidar de mí misma. En ese momento había dejado de ser «la hija de alguien». Desde entonces era Paula, la huérfana que había tenido que abrirse camino en la vida.


—¿Cómo murieron?


—En un accidente de coche.


—Lo siento mucho. Supongo que fue horrible para ti.


—Sí, lo fue.


—¿Tenías algún sitio al que ir, alguien que cuidase de ti?


Paula sonrió con tristeza.


—No, pero conseguí un trabajo, intenté entender lo que había pasado, y seguí adelante.


—¿Y luego?


—Luego conocí a Miguel. Era un primo segundo, el hijo de una prima que lo había tenido siendo muy joven, y que no sabía nada de la vida, con lo cual el niño acabó en una casa de acogida —Paula apartó la mirada un momento—. Entonces yo tenía veintiún años y él once. Era la única familia que me quedaba, y… No sé, necesitaba agarrarme a eso.


—Tú lo necesitabas tanto como él a ti.


Ella asintió con la cabeza. Así había sido. Miguel le había dado un propósito en la vida, aunque dudaba que él lo supiera.


—Yo tenía un trabajo fijo y un apartamento en Sundre, así que pedí la custodia de Miguel y me la concedieron. No sé quién se quedó más sorprendido, él o yo.


—Y os convertisteis en una familia.


—Así es. Miguel era un buen niño, aunque estaba muy asustado. No confiaba en la gente y era lógico. Yo hice lo que pude por él, pero era muy joven y aún estaba dolida por haber perdido a mis padres de golpe. Y entonces conocí a Tomas, mi marido. Miguel era un adolescente cuando nos casamos y supongo que sintió que estaba molestando, aunque nunca dijo nada. Nunca hablaba mucho de esas cosas —Paula sonrió—. En fin, pensé que nunca encontraría a nadie a quien pudiera confiarle su corazón, pero así fue.


—¿Cómo te pasó a ti con Tomas?


Paula se dio cuenta entonces de que había estado contándole cosas que no había pensado contarle. Quizá fuera el calor de la chimenea, el whisky, el ambiente íntimo… 


O que Pedro le pareciese una persona de confianza.


Fuera lo que fuera, algo había cambiado. Quizá sin darse cuenta, poco a poco estaba dejando de luchar contra sus sentimientos, y le sorprendía ver que había bajado la guardia por completo.


Pero ahora Pedro había mencionado a Tomas y eso era diferente. No sabía si podría seguir. Desde luego, no era tan fácil como hablar de Miguel. Tomas había hecho por ella lo que Grace, la esposa de su primo, había hecho por Miguel: Le había dado un sitio donde poner su corazón. O eso había pensado.


Perderlo fue lo más horrible que le había pasado nunca, y había tenido que hacer uso de todas sus fuerzas para seguir adelante. Incluso ahora le faltaban piezas a su vida.


Entonces recordó el beso de Pedro en la cocina, lo que había sentido…


No podía volver a pasar. No podía sentir eso de nuevo porque la última vez había acabado aplastada bajo todos esos sentimientos. Era una situación extraña confiar en Pedro, y sin embargo, tener que alejarlo de ella. Y hablar de su difunto marido haría que cualquier hombre quisiera echar el freno.


—Sí, le confié mi corazón a Tomas.


—Y entonces murió, dejándote sola con Juana —Paula asintió, con un nudo en la garganta


—Ven aquí…


Pedro le quitó la copa de la mano antes de estrecharla entre sus brazos. Ella sabía que debería mantener las distancias, pero le gustaba tanto…


—¡Oh, Pedro…! —suspiró, mirando las llamas.


¿Por qué tenía que ser tan perfecto? ¿Por qué después de tantos años, Pedro Alfonso tenía que hacerla sentir cosas que no había sentido en tanto tiempo? Incluyendo la necesidad de hablar del pasado.


—¿Puedes hablarme de él?


Paula tragó saliva.


—No lo sé… —susurró.


—Me gustaría que lo hicieras… Si tú quieres.


—No hablo de Tomas con nadie, y hablar de él ahora… No es fácil para mí.


Pero, ¿por qué no contárselo y liberarse de una vez por todas? En un par de semanas, Pedro volvería a Florida y se olvidaría de ella y de su difunto marido.


¿Cuál sería el beneficio de una aventura?, se preguntó entonces. Porque sabía que existía la posibilidad de que Pedro y ella tuvieran una aventura. Él se marcharía y lo echaría de menos. Porque ella no tenía aventuras amorosas. Y tampoco tenía relaciones serias, claro.


Pero Pedro estaba vivo, era real. Y si no tenía cuidado, acabaría con el corazón roto. Sería una tontería, sí. Quizá contárselo los uniría un poco más, pero desde luego enfriaría la atracción que había entre ellos.


—Yo era camarera entonces, y Tomas era guardia de seguridad en la refinería que hay a la salida del pueblo. La primera vez que nos vimos le tomé el pelo, porque había pedido un pastel de nata a las seis de la mañana —Paula recordó a un Tomas joven y enérgico, rubio, con hoyitos en las mejillas… Y enseguida se dio cuenta de que se había quedado callada—. Perdona.


—No, nada. Sigue, por favor.


—Yo me había hecho cargo de Miguel y estaba trabajando en dos sitios a la vez para llegar a fin de mes. Tomas fue como un soplo de aire fresco. En nuestra primera cita organizó una merienda en el campo, porque como siempre le estaba atendiendo yo en la cafetería, esa vez quería que fuese al revés —Paula se puso colorada—. Y yo me enamoré sin darme cuenta. Estaba necesitada de amor, supongo. Y él era todo lo que yo imaginaba que podía necesitar en la vida. Nos casamos tres meses después y siete meses más tarde nació Juana.


—¿Y os vinisteis a vivir aquí?


Ella asintió con la cabeza. Recordaba muy bien el día que Tomas la llevó allí, en otoño, con Juana envuelta en una mantita. Se había enfadado tanto con él al descubrir que había comprado la casa sin consultárselo siquiera… ¡Qué bobada discutir por algo así, cuando la verdad era que la casa le encantaba!


—Sí, vinimos aquí. Tomas ganaba bastante dinero en la refinería y yo podía quedarme en casa con Juana. Incluso pensamos en tener más hijos.


Pedro levantó la mano derecha para acariciar su pelo.


—¿Querías tener más hijos?


—Sí, entonces sí… —Paula se detuvo, sin saber cómo seguir. No estaba acostumbrada a hablar de cosas tan personales en voz alta, pero lo estaba haciendo desde que Pedro había aparecido en su casa—. Tomas arregló algo que se había roto dentro de mí cuando perdí a mi familia.


—Pero murió.


—Sí. Y ese día me di cuenta de que daba igual lo que hiciera, la gente a la que quería iba a dejarme siempre. Sólo me quedaba Juana.


—Y por eso te preocupas tanto por tu hija. Estás esperando que le ocurra algo a ella.


Paula sintió que todo el miedo y la tensión desaparecían de su cuerpo. El hecho de que otra persona la entendiera era absolutamente liberador.


—Sí, eso es.


Pedro cerró los ojos mientras acariciaba su pelo. La pobre había sufrido tanto… Y él quería ayudarla, estar a su lado.


Paula le importaba muchísimo, y le asustaba saber que todo eso había ocurrido en sólo unos días.


Pero lo único que tenía absolutamente claro era que no podía hacerle más daño. Paula Chaves era demasiado importante como para jugar con ella. Nunca había conocido a una mujer tan fuerte y tan frágil a la vez. Una mujer que había recogido las piezas de su vida después de una tragedia, trabajando para ganarse la vida mientras criaba a dos niños.


Y no podía ser él quien volviera a hacerla sufrir.


Lo cual era terriblemente difícil, porque la deseaba cada vez más.


Paula confiaba en él, pero si supiera la verdadera razón por la que estaba en Mountain Haven, esa confianza desaparecería. No, cuando se fuese de allí, se iría con una sonrisa en los labios y cálidos recuerdos de lo que habían compartido.


Así tenía que ser.


De modo que no dijo nada. La apretó contra su corazón oyéndola respirar, sintiendo que la conexión que había entre ellos se hacía más profunda.


Nunca antes se había sentido tan cómodo con una mujer.


La deseaba, pero no podía tenerla después de todo lo que había ocurrido aquel día. No era el momento. Además, sabía que no se lo había contado todo. Se preguntó entonces cómo habría muerto Tomas…


Paula no le había contado eso ni los problemas de Juana con las drogas el año anterior. Y se preguntó si algún día confiaría en él por completo.


Pedro siguió abrazándola mientras se ponía el sol, preguntándose cómo iba a soportar los días que quedaban.







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