sábado, 20 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 14





Paula se cambió las bolsas de mano para poder abrir la puerta. Era media tarde, y aún tenía tiempo de hacer los filetes y el pastel que había planeado para la cena. La hora del desayuno y la cena eran los únicos momentos en los que veía a Pedro desde aquella conversación.


Después de desayunar guardaba la comida en una mochila y estaba todo el día fuera. Volvía cansado, cenaba, y pasaba la tarde en su habitación.


Las pocas veces que había hablado con él, estaba sentado en su cuarto leyendo o trabajando en el ordenador.


Se había equivocado al insistir en que le contase la verdad. 


Ahora lo sabía. Lo había sabido cuando tocó su brazo y él se apartó.


¿Cómo era posible que lo que más le disgustaba de él fuera, a la vez, lo que más la atraía? Lo último que ella deseaba era tener una relación con un policía. Entonces, ¿por qué lo encontraba tan increíblemente sexy? Afortunadamente, el coqueteo había terminado.


Al meter la llave en la cerradura se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, y frunció el ceño sorprendida. Estaba segura de haber cerrado con llave antes de salir.


Pero enseguida vio las botas de esquí en la entrada y dejó escapar un suspiro de alivio. Cuando Pedro apareció en el pasillo, Paula intentó sonreír.


—Has vuelto temprano.


—Sí.


—¿Cómo has entrado? ¡Ah, claro, supongo que estás entrenado para esas cosas! ¿Cómo lo has hecho, con una tarjeta de crédito como en las películas?


—No, con la llave que dejas escondida bajo el felpudo. No deberías dejarla en un sitio tan evidente —contestó él.


Pedro no estaba sonriendo, pero tampoco se mostraba brusco como otras veces. Y no parecía molesto por el asunto de la llave, era otra cosa.


Paula cerró la puerta, olvidando que había dejado las bolsas en el porche.


—¿Qué ocurre?


—Ha llamado Juana.


El corazón de Paula se detuvo durante una décima de segundo.


—¿Qué ha pasado? —logró decir, con voz estrangulada.


—Ha habido un asesinato en el campus de Edmonton.


Ella sintió que le fallaban las piernas, y estaba a punto de caerse cuando Pedro la sujetó.


—¡Paula!


Juana, Juana, Juana. Su hija…


—Paula, tranquilízate —la voz de Pedro parecía llegar desde muy lejos—. Tranquila, no le ha pasado nada. Está bien. Juana está bien. Paula, piensa, si no estuviera bien no habría podido llamar por teléfono.


Ella abrió los ojos por fin.


—Lo siento —se disculpó, temblando.


—Perdóname tú, no quería asustarte. Lo primero que debería haberte dicho es que estaba bien.


—No suelo desmayarme…


—Ha sido culpa mía, soy un bobo.


Paula cerró los ojos, aliviada al verlo sonreír.


—Creí que estabas enfadado conmigo.


—No, contigo no. Quizá enfadado con el mundo en general. ¿Estás bien?


—Sí, creo que sí.


—Quería decir que Juana había llamado para que no te enterases por las noticias, pero no me has dado oportunidad.


—No sé qué me ha pasado. Es que la idea de que le ocurra algo a Juana…


—Lo entiendo —la interrumpió él, acariciando su pelo—. Sé que tienes miedo de que le pase algo.


Paula lo miró a los ojos. Le había tendido una rama de olivo y dependía de ella aceptarla o no. Pero no quería hablar del pasado. Nadie quería oír hablar de esas cosas.


—Mi historia es muy deprimente. Además, no es nada original.


—Eso me suena…


Pedro la soltó, pero se sentía más conectada que nunca con él, incluso más que cuando estaba entre sus brazos.


—Me lo pensaré. Por el momento, voy a llamar a Juana.


—Es una buena chica. Sabe lo preocupada que estás y no quiere hacerte sufrir. De no ser así, no te habría llamado.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. ¿Por qué aquel hombre parecía saber exactamente lo que necesitaba oír? 


Era increíble.


—Gracias, Pedro. Eso significa mucho para mí.


—De nada.


Paula se dio la vuelta para que no viera el anhelo en sus ojos. Juana era un tema tan delicado para ella, que lo mejor sería marcharse antes de que se pusiera a llorar como una cría.


Pedro no tenía ni idea de lo tentadora que resultaba la posibilidad de aceptar su oferta y hablar con él.



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