sábado, 25 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 1




—¿Paula Chaves?


Pedro tenía que lidiar las exigencias de cierto cliente estaban a punto de acabar con su paciencia; pero por otra parte, ese cliente era precisamente el responsable de que tuviera que encontrar a aquella mujer.


Habría dado cualquier cosa por llevar una vida más sencilla; una vida como la que había tenido hasta poco antes, aunque le parecía que había pasado un siglo.


—Aquí arriba…


Pedro reconoció la voz de la persona con quien había hablado por teléfono. Alzó la cabeza y la descubrió en lo alto de un andamio, aplicando pintura dorada a un arabesco del techo. En cierto sentido, Paula Chaves era su presa; iba a conseguir que colaborara en aquel proyecto aunque tuviera que vender su alma al diablo.


—Hablamos por teléfono hace un rato —dijo él.


—Debe de haber sido muy difícil para usted. Todo el mundo dice que mi voz suena especialmente sexy por teléfono.


Pedro pensó que tenía razón. Le había parecido una voz sexy hasta que ella interrumpió la conversación y colgó para su sorpresa; la gente de aquella ciudad no colgaba a un Alfonso si sentían algún deseo de alcanzar el éxito. Él se quedó mirando el auricular durante varios minutos y decidió tomar el toro por los cuernos.


—Dijo que estaba muy ocupada y que no podía venir a mi despacho, de modo que decidí pasar a verla y…


—Como puede comprobar, señor Alfonso, sigo ocupada —lo interrumpió—. Si no se trata de un asunto de vida o muerte, estoy segura de que podrá esperar hasta mañana.


—En circunstancias normales, le daría la razón, pero mi cliente ha insistido. Si no consigo pronto un diseñador de interiores, todo el proyecto se vendrá abajo.


Pedro dijo la verdad, pero omitiendo un detalle: si no conseguía pronto un diseñador de interiores, tendría que asesinar a su cliente. Y aunque técnicamente no fuera un asesinato sino defensa propia, el simple hecho de que ya lo estuviera pensando, lo convertiría en asesinato con premeditación.


—Un día más no cambiará las cosas —declaró ella—. Mañana habré terminado con este trabajo.


Pedro la miró mientras ella daba las últimas pinceladas a una de las hojas del arabesco.


—Ya que estoy aquí, ¿hay alguna posibilidad de que baje y me conceda cinco minutos antes de que empiece a pintar otra hoja?


—La hay. Si lo pide con amabilidad.


Él tomó aire y se obligó a decir:
—Por favor…


—¿Sólo por favor? ¿No me lo va a rogar?


Pedro suspiró y ella soltó una carcajada en lo alto del andamio. Si su cliente no hubiera estado tan empeñado en contratar a esa mujer, Pedro le habría dicho dónde se podía meter su petición de amabilidad.


—Está bien, ya bajo…


Él dio un paso atrás y echó un vistazo a su alrededor mientras ella descendía por el andamiaje. La decoración del local era muy bonita, aunque le pareció que resultaba demasiado ostentosa para un restaurante. Cuando miró el mosaico del suelo, pensó que Paula Chaves debía de estar acostumbrada a los clientes difíciles; era obvio que le habría llevado muchas horas de trabajo.


Pedro volvió a alzar la cabeza al ver que unas botas y unos pantalones de mono, ambos polvorientos, aparecían en su campo de visión. Segundos después, la miró a los ojos y se quedó boquiabierto; algo verdaderamente extraordinario, porque Pedro Alfonso nunca se quedaba boquiabierto.


—¿Tú? —preguntó ella, clavándole sus ojos verdes. —¿Tú eres Paula Chaves?


—¿Y tú, Pedro Alfonso? —replicó, con una gran sonrisa—. Vaya, vaya, vaya… qué interesante.


Pedro apretó los puños dentro de los bolsillos y recompensó su sonrisa con un ceño fruncido, aunque sintió deseos de sonreír a su vez. Al fin y al cabo, en su encuentro anterior lo había dejado en fuera de juego con una sonrisa.


—No es posible. Tú no puedes ser Paula Chaves…


Él lo dijo por decirlo. Sólo se habían visto en una ocasión, y al final, Pedro decidió llamarla Red; pero ella no le había dicho su nombre real.


Paula se cruzó de brazos e inclinó la cabeza. Un mechón de cabello ondulado y rubio le acariciaba el cuello.


—¿Y por qué no puedo serlo?


—Porque no pienso trabajar seis meses contigo después de…


—¿De una noche de sexo maravilloso y sin complicaciones?


Los ojos de Paula Chaves de tal forma que él sonrió a su pesar y se maldijo para sus adentros. No era posible que tuviera tan mala suerte.


Intentó recordar que era un hombre adulto y que sabía afrontar cualquier situación, por complicada que fuera. Sin embargo, no iba a ser tan fácil; en cuanto la reconoció, su mente empezó a bombardearlo con imágenes de aquella noche y su cuerpo reaccionó como si estuviera más que dispuesto a repetir la experiencia. De hecho, hasta consideró la posibilidad de utilizar accesorios distintos; sus juegos con el pañuelo de seda habían sido verdaderamente interesantes, pero podían probar con algo de terciopelo o incluso con plumas.


Aquello no iba a funcionar. Pedro se conocía bien y sabía que no se podría concentrar en el trabajo si ella lo distraía con sus virtudes físicas.


—Además —continuó ella—, todavía no he dicho que vaya a aceptar tu oferta. ¿Siempre eres tan presuntuoso?  ¿Pensabas que tu apellido sería suficiente para convencerme? Supongo que debería arrodillarme ante ti…


Pedro pensó que Paula sólo decía estupideces, pero su imaginación se empeñaba en desnudarla y en sacarlo de quicio a él.


Cerró los ojos durante un momento, respiró a fondo y la miró con ojos entrecerrados.


—¿Me estás tomando el pelo?


—¿Quién? ¿Yo? —preguntó ella, con una sonrisa—. Oh, no me atrevería…


Pedro aún se estaba preguntando si seguía de broma cuando ella descruzó los brazos y se alejó de él.


—Ya te dije por teléfono que tengo que estudiar el proyecto antes de poder darte una contestación —añadió.


—No, no es verdad. Dijiste que estarías libre durante una temporada, y sé que no serás capaz de rechazarlo cuando sepas en qué consiste.


—¿Por qué estás tan seguro?


—Porque ningún diseñador que disfrute con su trabajo rechazaría un proyecto de esas dimensiones —respondió.


Paula pensó que había elegido muy bien las palabras. Y cuando giró la cabeza para mirarlo, sus ojos volvieron a brillar con malicia.


—¿Nadie te ha dicho que las dimensiones no son importantes?


Pedro apretó los labios, miró el techo y tomó aire para mantener la calma y lograr que su cerebro tuviera oxígeno suficiente. Un hombre con treinta años no podía tener problemas de tensión alta.


—¿Por qué no lo estudias antes de tomar una decisión? Mi cliente tiene tu trabajo en mucha estima —dijo él, frunciendo el ceño—. Además, la reforma del Pavenham sería una ocasión excelente para lanzarte a la fama y…


Paula se giró de repente, se echó el cabello hacia atrás y lo miró a los ojos.


—¿El hotel Pavenham? ¿El que Apocalypse acaba de comprar?


Pedro sonrió. Había conseguido impresionarla.


—El mismo —respondió—. Y tienen mucho dinero… te pagarían muy bien.


Ella alcanzó una petaca y la alzó en gesto de invitación.


—¿Te apetece una tila? —preguntó.


Pedro sacudió la cabeza.


—Qué horror, no.


Paula volvió a dedicarle aquella sonrisa. Vestida con un peto lleno de polvo, le daba aspecto de niña traviesa; pero su efecto había sido muy distinto en su encuentro anterior: entonces se había puesto unos pantalones blancos, extraordinariamente cortos, y una camisa negra de un sólo botón bajo la que no parecía llevar sostén.


A decir verdad, aquella sonrisa fue lo primero que la atrajo de ella cuando la vio por primera vez. Era una noche de septiembre, extrañamente bochornosa para Galway, y el cuerpo de Pedro reaccionó de inmediato. De un modo tan literal que, al recordarlo, se excitó de nuevo.


—Deberías echar un trago —afirmó ella con voz seductora—. Te ayudaría con tu tensión.


Él volvió a fruncir el ceño. Sacó las manos de los bolsillos y cruzó los brazos sobre el pecho.


—¿Qué tensión?


—La que te provoca Mickey D.


Pedro inclinó un poco la cabeza.


—¿Crees que no soy capaz de manejar a un rockero viejo como Mickey D.?


—Si fueras capaz, no me habrías estado buscando por todo Dublín. Es evidente que te está apretando las tuercas. Tiene fama de ser muy divo… —contestó, inclinando la cabeza en un ángulo similar—. ¿Sabías que mis padres me concibieron mientras sonaba una de sus canciones?


—No estoy seguro de que yo necesitara saberlo. Pero si se lo dices a él, me consta que se sentiría más que halagado.


—En serio, deberías tomar un poco de tila. Es muy sana, y completamente natural.


—No, gracias. Estoy bien.


Paula se encogió de hombros, desenroscó el tapón de la petaca y echó un trago. Pedro aprovechó la ocasión para observar su ropa. Su mono sucio y demasiado grande, combinado con un jersey verde y morado, no le habría llamado la atención en circunstancias normales; pero conociendo las curvas que ocultaba, le pareció hasta bonito.


Al notar su vago aroma a espliego, recordó su piel sorprendentemente suave, sus pechos que casi le cabían en las manos y sus piernas largas, las piernas que se habían enroscado alrededor de su cintura cuando hicieron el amor. 


Ni siquiera llevaba braguitas entonces; sólo medias y ligas. Paula Chaves era el sueño erótico de cualquier hombre.


—¿Y qué ha pasado con tu diseñador de interiores?


—¿Cuál de todos? —preguntó él, arqueando una ceja.


—¿Cuántos has tenido? —replicó.


—Cuatro. Mickey D. es bastante particular.


—De modo que yo soy su último recurso…


—No, en realidad eres la primera que está decidido a tener.


Ella rió con suavidad y pasó a su lado.


—Hum. Dudo mucho que sea la primera… —ironizó.


Pedro supo que sólo estaba bromeando, pero la posibilidad de que Mickey D. pudiera desear a Paula por algo más que por sus habilidades profesionales, le molestó.


—Si quisiera tenerte en ese sentido, tendría que arreglárselas por su cuenta. Soy su arquitecto, no su proxeneta particular.


Paula arqueó las cejas.


—Lo digo muy en serio, Pedro. Echa un trago de tila. Aún queda un poco…








SUS TERMINOS: SINOPSIS




No mezcles nunca los negocios con el placer


El rico y atractivo Pedro Alfonso contrató a Paula Chaves por sus habilidades como diseñadora de interiores, pero poco después decidió romper su norma más importante y llevarse a aquella belleza irlandesa a la cama. 


¡Era la amante perfecta! Paula no quería discutir con su jefe, pero estaba acostumbrada a su libertad y no buscaba una relación. ¿Qué haría cuando el rico multimillonario deseara repentinamente que quería ser algo más que su amante?

viernes, 24 de marzo de 2017

PROBLEMAS: EPILOGO





Embarazada de seis meses, una radiante Paula Chaves sostenía la Biblia en la que su marido apoyaba la mano mientras hacía el juramento como nuevo gobernador de Tennessee. Era un momento maravilloso que perduraría para siempre en el corazón de Paula. juntos, ella y Pedro habían trabajado duro para conseguir su sueño.


Cuando la ceremonia terminó, Pedro estrechó a Paula entre sus brazos, besándola sin ningún reparo ante Octavio y su familia, sus amigos y conocidos y, a través de la televisión, ante todo el estado de Tennessee.


-Bienvenida a Nashville, señora Alfonso -dijo Pedro junto al oído de Paula-. ¿Pensabas que lo lograríamos?


-Nunca he dudado ni por un momento que llegarías a gobernador. Era tu destino.


-Todo esto habría carecido de sentido sin tenerte a mi lado -Pedro bajó las escaleras de la tribuna junto a Paula entre una nube de fotógrafos y periodistas.


-No sabes cuánto me alegro de que tuvieras el suficiente sentido común como para casarte con Paula -dijo Octavio junto al oído de Pedro mientras él y su familia acompañaban al nuevo gobernador y a su esposa hasta la limusina-. Ahora ya no tendré que preocuparme porque te vuelvas un político desalmado.


-Mientras ella esté a mi lado yo tampoco volveré a preocuparme por eso -dijo Pedro-. Y no creerías todo lo que espera que logre durante mi primer año de gobernador.


-Estoy seguro de que lograrás hacer todo lo que espera de ti.


-Desde luego pienso intentarlo con todas mis fuerzas.


Juntos, Pedro y Paula se volvieron hacia los periodistas, sonriendo y despidiéndose con la mano.


Los periódicos de la tarde mostrarían dos fotos en la primera plana. Una, de Paula Alfonso mirando arrobada a su marido mientras juraba su cargo de gobernador. La otra, del nuevo gobernador rodeando con un brazo los hombros de su mujer y el otro cruzando por delante su cintura, apoyando posesivamente la mano en su redondo vientre.






PROBLEMAS: CAPITULO 26





Con Eric esposado en la parte trasera del coche del agente Whitson, Lorenzo Redman ordenó que llevaran al prisionero a la cárcel.


Pedro abrazó a Paula mientras veían cómo se alejaba el coche por el camino.


Sintiendo los temblores que aún recorrían su cuerpo, Pedro la estrechó con fuerza, depositando breves y reconfortantes besos en su frente.


-Nunca sospeché que Eric Miller fuera el hombre que te disparó -dijo Lorenzo, echándose atrás el sombrero-. Cliff Nolan ha vuelto a desaparecer. Supongo que está buscando a Loretta. Y Lobo va a ser juzgado muy pronto. Le tocará pasar una temporada en prisión. Así que creo que podemos dejar de preocuparnos una temporada por la seguridad de Paula.


-Nunca dejaré de preocuparme de la seguridad de Paula -Pedro acarició su mejilla con la punta de los dedos-. Pero cuando sea la primera dama de Tennessee estará protegida todo el tiempo.


Paula miró a Pedro, boquiabierta.


-De manera que así van a ser las cosas, ¿no? -dijo Lorenzo, volviendo a colocarse el sombrero-. No me sorprende nada, y no creo que sorprenda a nadie de por aquí. Hace años que todo el mundo sabe que estabais hechos el uno para el otro.


-Pues para mí ha sido toda una sorpresa -dijo Paula-. Pedro ni siquiera me ha hecho una propuesta de matrimonio.


Sin esperar a ver cómo se iba Lorenzo, Pedro cogió a Paula en brazos y entró en la casa con ella.


Una vez dentro, la llevó al sofá, la sentó y, doblando una rodilla ante ella le cogió la mano izquierda.


-Paula Chaves, quiero que seas mi esposa -buscando en el bolsillo de su chaqueta, Pedro sacó una pequeña cajita y la abrió. Un deslumbrante diamante de cuatro quilates brillaba en su interior.


-¿No podías haber encontrado uno más grande? -dijo Paula, riendo a la vez que tocaba el anillo.


-¿Es demasiado grande? -Pedro sacó el anillo de la caja y lo sostuvo frente a Paula.


-Es maravilloso, Pepe-Paula extendió la mano para que se lo pusiera-. Quiero casarme contigo. Quiero ser tu esposa, pero necesito saber...


-Te amo, Paula -Pedro deslizó el anillo en el dedo anular de Paula y luego le besó la mano-. Nunca he amado a nadie como te amo a ti.


-Oh, Pepe. Tenía planeada una tarde tan perfecta... Chuletas, un buen vino y yo.


-Estabas muy segura de mí, ¿no? -Pedro sonrió, sintiendo que una sublime alegría se apoderaba de él. No podía comprender por qué le había llevado tanto tiempo admitir sus sentimientos, aceptar el hecho de que ninguna otra mujer en la tierra habría encajado tan bien con él como Paula.


-No estaba segura de ti, Pepe


Pedro sentó a Paula en su regazo.


-He comprendido algo que debes saber, Paula. Eres más importante para mí que cualquier cosa de este mundo, incluyendo mi carrera política. Aunque significara perder mi oportunidad de ser gobernador, aún querría casarme contigo y pasar el resto de mi vida junto a ti.


-¿Tanto me amas? -las lagrimas se deslizaron por la mejillas de Paula.


-Tanto te amo -Pedro besó sus mejillas, bebiendo sus lágrimas-. Lo que no sé es por qué me ha llevado tanto tiempo darme cuenta.


-Porque siempre has estado asustado de mí -Paula empezó a desabrocharle la camisa-. Me has querido prácticamente desde que yo empecé a quererte, pero tenías miedo de admitirlo.


Pedro se quitó la chaqueta y se tumbó sobre los cojines, apoyando la cabeza en el brazo del sofá mientras Paula se acomodaba entre sus piernas y seguía desvistiéndole.


-Solía fantasear sobre ti en medio del día mientras trataba de trabajar -dijo Pedro, alzando los hombros para que Paula pudiera quitarle la camisa-. Me ponía tan caliente que me volvía loco y amargaba a todos los que me rodeaban el resto del día.


-¿Qué hacía yo en tus fantasías? -Paula le soltó el cinturón.


Pedro sonrió.


-Me obligabas a tener relaciones sexuales contigo. Yo protestaba, exponía todas las razones por las que no deberíamos hacer el amor, pero tú no te detenías. Me desvestías y hacías lo que querías conmigo.


-Mmmm... -Paula miró el diamante que brillaba en su dedo-. Ya que tú has hecho realidad mi fantasía más querida diciéndome que me amas y pidiéndome que sea tu esposa, creo que yo debo satisfacer la tuya.


-Me parece justo -dijo Pedro.


-Usted no tiene nada que decir en esto, señor Alfonso. Voy a desnudarte -Paula le bajó la cremallera de los pantalones-. Luego voy a besar, chupar y saborear cada centímetro de tu cuerpo. Voy a volverte loco y cuando creas que no puedes aguantar más voy a... -tumbándose sobre él, presionando sus senos contra su pecho, susurró en su oído exactamente lo que pensaba hacerle.


-Paula Chaves, una dama no debe utilizar ese lenguaje -Pedro deslizó las manos bajo el vestido de Paula, acariciando la parte trasera de sus muslos hasta llegar a sus nalgas.


-No soy una dama, Pepe. Deberías saberlo. Soy una mujer que creció con tres hermanos malhablados que normalmente olvidaban cuidarse de lo que decían cuando yo andaba por ahí -Paula chupó la garganta de Pedro. A la vez que jugueteaba con la lengua sobre uno de sus pezones, deslizó la mano en el interior de sus pantalones abiertos.


-Has aprendido muy rápido para ser virgen hace una semana -dijo Pedroempujándola contra su erección.


-Tú haces que quiera aprender todo lo que hay que saber sobre cómo hacer el amor -Paula cogió los pantalones de Pedro, tirando de ellos hasta quitárselos.


-¿Qué otras palabras y frases les oíste decir a tus hermanos?


Paula se ruborizó.


-¿Te gusta que te diga lo que voy a hacerte?


-Me gusta que me mires, que me acaricies, que me beses y que me hagas el amor -Pedro la atrajo hacia sí, tomando apasionadamente la boca de Paula entre sus labios.


Cuando el beso terminó, Paula se tumbó sobre él, jadeante.


-Te quiero tanto, Pepe. Te quiero tanto que a veces duele.


-Sé lo que quieres decir. Nunca imaginé que pudiera querer a alguien, desearle y necesitarle tanto como a ti -levantando la falda de Paula, Pedro enganchó los dedos en el interior del elástico de sus braguitas y se las bajó-. Te necesito, Paula - susurró-. Te necesito como el aire que respiro.


El vestido de Paula voló sobre su cabeza, cayendo en el suelo seguido de su sujetador. Los calzoncillos de Pedro se unieron al montón.


Paula mantuvo su promesa, besando cada músculo del cuerpo de Pedro, deteniéndose a saborear las partes más deliciosas, llevándole al borde de la locura mientras su intuitiva boca aprendía una de las técnicas más antiguas de las mujeres para dar placer a un hombre.



PROBLEMAS: CAPITULO 25




Lo primero que hizo Paula por la mañana cuando se despertó fue salir corriendo a por el periódico, esperando ver en primera plana la foto de Pedro golpeando a Noreen Ellibee. Pero no había ninguna foto y la única mención de
Pedro Alfonso y Paula Chaves estaba relacionada con su asistencia a la fiesta de los Alfonso y el breve comentario de que ahora eran «pareja».


Pedro no se puso en contacto con Paula hasta las once de la mañana, cuando esta recibió una tarjeta junto con un enorme ramo de lilas y rosas. La tarjeta decía: Quiero verte esta noche.


Paula lo llamó de inmediato, pero Pedro tenía puesto el contestador automático. Le dejó un mensaje diciendo que estaría esperándole.


El resto del día fue muy activo para Paula. Limpió la casa de arriba a abajo y luego, acompañada de Solomon, fue a comprar unos filetes y una botella de vino especial. También se compró un vestido rosa de algodón con un escote bastante descarado.


Al volver de hacer las compras dejó a Solomon fuera, en el porche. Cuando entró en casa vio que la luz del contestador parpadeaba alegremente. Pedro había llamado para decirle que iría a las siete y media.


Paula miró el reloj del cuarto de estar. Eran las siete en punto y ya estaba lista.


Se había dado un baño, se había lavado y secado el pelo y se había puesto el carísimo perfume que Claudio le había mandado por navidad. Los filetes estaban listos en la plancha, las patatas se estaban haciendo en el horno y la ensalada estaba preparada.


Tras poner su disco favorito de Ricky Van Shelton, Paula colocó dos velas en las mesa del cuarto de estar y luego se encaminó hacia la puerta para contemplar el atardecer y el camino que llevaba a su casa.


-Estás preciosa, muñeca.


Paula se quedó helada al oír aquella voz a sus espaldas. Se volvió rápidamente y se encontró frente a Eric Miller, que sostenía un brillante revolver del calibre treinta y ocho en la mano.


-¿Sorprendida de verme? -estaba muy cerca de ella, con el rostro enrojecido, los ojos inyectados en sangre y una barba de dos días-. Parece que te has preparado muy bien para el niño bonito.


-¿Cómo has entrado aquí? -Paula caminó de espaldas hacia la puerta, estirando el brazo a sus espaldas para tratar de coger el pomo.


Solomon, que había oído la voz de Eric, empezó a gruñir y arañar la puerta.


-He entrado por la puerta trasera mientras tú y tu monstruoso perro habéis ido al pueblo -dijo Eric, avanzando hacia ella.


Paula cogió la manija de la puerta, esperando poder abrirla para salir y tener la protección de Solomon. Pero cuando la puerta empezaba a abrirse Eric apoyó la mano contra ella, cerrándola de un golpe.


-¡Tranquiliza a ese maldito animal o tendré que dispararle! -pasando la mano en torno a la cintura de Paula, Eric la empujó contra su pecho y apoyó el cañón de la pistola en su estómago.


-Tranquilo, Solomon -ordenó Paula-. Quieto. Quieto.


Solomon se sentó de inmediato sobre las patas traseras. 


Continuó gruñendo unos minutos, pero cuando Paula reiteró la orden se calló, aunque no se apartó de la puerta.


-Ahora tú y yo vamos a esperar a tu cita -Eric arrojó a Paula al sofá y luego se sentó junto a ella.


-¿Cómo sabes que tengo una cita?


-¿Olvidas que he entrado mientras estabas de compras? Me he ocultado en ese armario -Eric señaló el armario que había en el vestíbulo-. Oí el mensaje de Alfonso cuando llamó.


-¿Por qué has entrado en mi casa, Eric? ¿Qué quieres?


Eric cogió el rostro de Paula en su mano grande y sudorosa, apretándole las mejillas.


-¿Qué quiero? Te quiero a ti, Paula. Pedro Alfonso no es el hombre que te conviene. Yo sí. Traté de apartarlo de tu vida antes y pensé que lo había conseguido, pero no; tenías que volver a liarte con él, ¿verdad?


-¿Qué quieres decir con que trataste de apartarlo de mi vida? -el estómago de Paula se encogió. Sus manos se humedecieron.


-Planeé cómo lo haría. Parecería que habían sido Lobo o Cliff Nolan -Eric deslizó la mano por el cuello de Paula, rodeando su garganta-. Robé una camioneta y tuve tanta suerte que encontré una pistola nueva en la guantera.


-¿Tú... tú disparaste contra Pedro? ¿No fue Lobo Smothers, ni Cliff Nolan?


-No disparo muy bien, pero pensé que podría malherirle o incluso matarle si tenía un poco de suerte -Eric bajó la mano hasta dejarla apoyada sobre los senos de Paula, que sobresalían por el escote de su vestido-. No sabía lo difícil que sería conducir la camioneta y disparar a la vez.


-Estabas borracho, Eric. No sabías lo que hacías. La gente lo entenderá.


-Nadie va a saberlo -Eric deslizó su pulgar en el interior del vestido de Paula, deslizándolo arriba y abajo entre sus senos.


Ella trató de apartarse, pero Eric la sujetó con su manaza por la nuca.


-Cuando me libre de Alfonso esta noche, tú y yo vamos a hacer un viajecito. Una especie de luna de miel.


Paula no tenía idea de cómo escapar de Eric, pero estaba segura de una cosa: no iba a permitirle matar a Pedro Alfonso.


-No... no tenemos por qué esperar a Pepe.


-Por supuesto que sí. No quiero que nadie se interponga entre nosotros -Eric deslizó la mano por la mejilla de Paula.


-Podemos irnos ahora tú y yo solos. Irnos lejos. Sólo nosotros. No tenemos por qué esperar.


El sonido del motor del jaguar alertó a Eric y a Paula de la llegada de Pedro.


Solomon dejó escapar un gemido sin abandonar su posición en el porche.


Eric obligó a Paula a levantarse, retorciéndole el brazo tras la espalda.


-Vamos a recibir a tu muchachito -dijo, apuntándole con la pistola.


Empujándola, Eric colocó a Paula a un lado de la puerta, donde Pedro no pudiera verla desde el porche.


-Cuando llame dile que entre -ordenó Eric.


Paula miró la pistola. Eric la apartó de ella y apuntó hacia la puerta.


-¡Corre Pepe! -gritó de inmediato-. ¡Sal de aquí! ¡Va a dispararte!


Arrojando a Paula a un lado, Eric abrió la puerta y salió lanzado al porche.


Paula se levantó del suelo y salió directamente tras él.


Cuando oyó los gritos de Paula, Pedro tuvo tiempo de apartarse a un lado antes de que Eric saliera por la puerta. 


Al verlo, alzó el pie derecho la justo para que Miller tropezara en él y cayera. La fuerza de la caída hizo que Eric aflojara la mano en la que sostenía el revolver. Pedro le dio una patada en la mano para que lo soltara. El arma se deslizó por el suelo del porche y cayó al patio.


Atontado pero no inconsciente, Eric se levantó con los puños en alto, dispuesto a pelear.


-Voy a matarte con mis manos, niño bonito. Habría sido más rápido con la pistola, pero así voy a disfrutar mucho más.


Pedro vio de reojo a Paula junto a Solomon. Eric se lanzó contra él pero Pedro se apartó y le lanzó un directo a la mandíbula. Eric se tambaleó pero enseguida lanzó otro golpe. Al cabo de unos minutos los dos hombres habían intercambiado varios golpes. Aunque no era tan pesado como Eric, Pedro logró finalmente darle un puñetazo que lo lanzó a tierra.


En ese momento, Paula ordenó a Solomon que atacara y ella fue a recoger la pistola donde había caído. Solomon cayó sobre Eric, lanzándose directamente hacia su garganta.


Sosteniendo la pistola en una mano, Paula ordenó a Solomon que se detuviera cuando este ya había desgarrado la piel del cuello de Eric. El gran danés detuvo su ataque pero permaneció en guardia sobre su presa.


-Eric fue el que te disparó -las lágrimas enturbiaban la visión de Paula. No fueron Cliff Nolan ni Lobo. Eric quería quitarte de en medio para quedarse conmigo.


-Será mejor que me des eso, cariño -Pedro cogió la pistola de manos de Paula-. Ahora vete a llamar a Lorenzo.