viernes, 24 de marzo de 2017
PROBLEMAS: CAPITULO 26
Con Eric esposado en la parte trasera del coche del agente Whitson, Lorenzo Redman ordenó que llevaran al prisionero a la cárcel.
Pedro abrazó a Paula mientras veían cómo se alejaba el coche por el camino.
Sintiendo los temblores que aún recorrían su cuerpo, Pedro la estrechó con fuerza, depositando breves y reconfortantes besos en su frente.
-Nunca sospeché que Eric Miller fuera el hombre que te disparó -dijo Lorenzo, echándose atrás el sombrero-. Cliff Nolan ha vuelto a desaparecer. Supongo que está buscando a Loretta. Y Lobo va a ser juzgado muy pronto. Le tocará pasar una temporada en prisión. Así que creo que podemos dejar de preocuparnos una temporada por la seguridad de Paula.
-Nunca dejaré de preocuparme de la seguridad de Paula -Pedro acarició su mejilla con la punta de los dedos-. Pero cuando sea la primera dama de Tennessee estará protegida todo el tiempo.
Paula miró a Pedro, boquiabierta.
-De manera que así van a ser las cosas, ¿no? -dijo Lorenzo, volviendo a colocarse el sombrero-. No me sorprende nada, y no creo que sorprenda a nadie de por aquí. Hace años que todo el mundo sabe que estabais hechos el uno para el otro.
-Pues para mí ha sido toda una sorpresa -dijo Paula-. Pedro ni siquiera me ha hecho una propuesta de matrimonio.
Sin esperar a ver cómo se iba Lorenzo, Pedro cogió a Paula en brazos y entró en la casa con ella.
Una vez dentro, la llevó al sofá, la sentó y, doblando una rodilla ante ella le cogió la mano izquierda.
-Paula Chaves, quiero que seas mi esposa -buscando en el bolsillo de su chaqueta, Pedro sacó una pequeña cajita y la abrió. Un deslumbrante diamante de cuatro quilates brillaba en su interior.
-¿No podías haber encontrado uno más grande? -dijo Paula, riendo a la vez que tocaba el anillo.
-¿Es demasiado grande? -Pedro sacó el anillo de la caja y lo sostuvo frente a Paula.
-Es maravilloso, Pepe-Paula extendió la mano para que se lo pusiera-. Quiero casarme contigo. Quiero ser tu esposa, pero necesito saber...
-Te amo, Paula -Pedro deslizó el anillo en el dedo anular de Paula y luego le besó la mano-. Nunca he amado a nadie como te amo a ti.
-Oh, Pepe. Tenía planeada una tarde tan perfecta... Chuletas, un buen vino y yo.
-Estabas muy segura de mí, ¿no? -Pedro sonrió, sintiendo que una sublime alegría se apoderaba de él. No podía comprender por qué le había llevado tanto tiempo admitir sus sentimientos, aceptar el hecho de que ninguna otra mujer en la tierra habría encajado tan bien con él como Paula.
-No estaba segura de ti, Pepe
Pedro sentó a Paula en su regazo.
-He comprendido algo que debes saber, Paula. Eres más importante para mí que cualquier cosa de este mundo, incluyendo mi carrera política. Aunque significara perder mi oportunidad de ser gobernador, aún querría casarme contigo y pasar el resto de mi vida junto a ti.
-¿Tanto me amas? -las lagrimas se deslizaron por la mejillas de Paula.
-Tanto te amo -Pedro besó sus mejillas, bebiendo sus lágrimas-. Lo que no sé es por qué me ha llevado tanto tiempo darme cuenta.
-Porque siempre has estado asustado de mí -Paula empezó a desabrocharle la camisa-. Me has querido prácticamente desde que yo empecé a quererte, pero tenías miedo de admitirlo.
Pedro se quitó la chaqueta y se tumbó sobre los cojines, apoyando la cabeza en el brazo del sofá mientras Paula se acomodaba entre sus piernas y seguía desvistiéndole.
-Solía fantasear sobre ti en medio del día mientras trataba de trabajar -dijo Pedro, alzando los hombros para que Paula pudiera quitarle la camisa-. Me ponía tan caliente que me volvía loco y amargaba a todos los que me rodeaban el resto del día.
-¿Qué hacía yo en tus fantasías? -Paula le soltó el cinturón.
Pedro sonrió.
-Me obligabas a tener relaciones sexuales contigo. Yo protestaba, exponía todas las razones por las que no deberíamos hacer el amor, pero tú no te detenías. Me desvestías y hacías lo que querías conmigo.
-Mmmm... -Paula miró el diamante que brillaba en su dedo-. Ya que tú has hecho realidad mi fantasía más querida diciéndome que me amas y pidiéndome que sea tu esposa, creo que yo debo satisfacer la tuya.
-Me parece justo -dijo Pedro.
-Usted no tiene nada que decir en esto, señor Alfonso. Voy a desnudarte -Paula le bajó la cremallera de los pantalones-. Luego voy a besar, chupar y saborear cada centímetro de tu cuerpo. Voy a volverte loco y cuando creas que no puedes aguantar más voy a... -tumbándose sobre él, presionando sus senos contra su pecho, susurró en su oído exactamente lo que pensaba hacerle.
-Paula Chaves, una dama no debe utilizar ese lenguaje -Pedro deslizó las manos bajo el vestido de Paula, acariciando la parte trasera de sus muslos hasta llegar a sus nalgas.
-No soy una dama, Pepe. Deberías saberlo. Soy una mujer que creció con tres hermanos malhablados que normalmente olvidaban cuidarse de lo que decían cuando yo andaba por ahí -Paula chupó la garganta de Pedro. A la vez que jugueteaba con la lengua sobre uno de sus pezones, deslizó la mano en el interior de sus pantalones abiertos.
-Has aprendido muy rápido para ser virgen hace una semana -dijo Pedro, empujándola contra su erección.
-Tú haces que quiera aprender todo lo que hay que saber sobre cómo hacer el amor -Paula cogió los pantalones de Pedro, tirando de ellos hasta quitárselos.
-¿Qué otras palabras y frases les oíste decir a tus hermanos?
Paula se ruborizó.
-¿Te gusta que te diga lo que voy a hacerte?
-Me gusta que me mires, que me acaricies, que me beses y que me hagas el amor -Pedro la atrajo hacia sí, tomando apasionadamente la boca de Paula entre sus labios.
Cuando el beso terminó, Paula se tumbó sobre él, jadeante.
-Te quiero tanto, Pepe. Te quiero tanto que a veces duele.
-Sé lo que quieres decir. Nunca imaginé que pudiera querer a alguien, desearle y necesitarle tanto como a ti -levantando la falda de Paula, Pedro enganchó los dedos en el interior del elástico de sus braguitas y se las bajó-. Te necesito, Paula - susurró-. Te necesito como el aire que respiro.
El vestido de Paula voló sobre su cabeza, cayendo en el suelo seguido de su sujetador. Los calzoncillos de Pedro se unieron al montón.
Paula mantuvo su promesa, besando cada músculo del cuerpo de Pedro, deteniéndose a saborear las partes más deliciosas, llevándole al borde de la locura mientras su intuitiva boca aprendía una de las técnicas más antiguas de las mujeres para dar placer a un hombre.
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