sábado, 28 de enero de 2017
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 6
—¿No me dirás que creías que yo era culpable, verdad princesa? —dijo Pedro en tono desafiante, observando a Paula Chaves con los ojos entrecerrados.
No podía creer que fuera tan inocente como sus ojos sugerían. Parecía sorprendida, a la vez que aturdida.
—De toda la gente del mundo, pensaba que tú serías la única que sabría cómo reaccionaría cuando la hija del jefe tratara de seducirme. La violación no es mi estilo —dijo él en voz baja para que el padre de ella sentado al otro lado de la alfombra persa, no pudiese oírlo.
—No fuiste acusado de violación —dijo ella, palideciendo.
Él bajó la vista y observó sus labios, sintiendo cómo un calor subía por sus muslos. Aquélla era una trampa con la que no había contado. Por un instante se preguntó si aún utilizaría aquella ropa interior tan sexy con la que había tratado de tentarlo años atrás.
Pedro apartó su atención del vestido blanco que llevaba y, ocultando su reacción, la miró a los ojos.
Aquellos ojos profundos, de color gris verdoso, estaban llenos de confusión y eso despertó su instinto protector.
Aquello lo aturdía. Hacía tiempo que nadie ni nada lo conmovía. ¿Tendría aquella reacción algo que ver con la lástima que había sentido por ella tras la muerte de su madre?
—No, no fui acusado de violación. Pero tu padre usó información falsa para que la acusación pudiese prosperar. Dime, ¿crees de verdad que seduje a tu hermana? —dijo él.
—No lo sé —dijo finalmente.
—¡No es suficiente! —exclamó él.
Por alguna razón necesitaba que lo creyera, que le dijera que nunca había sospechado de él.
—¿Acaso Catalina mintió?
Lo había creído capaz de hacer daño a su hermana y de traicionar la confianza de su padre. Sintió rabia, pero no dijo nada. Había aprendido que en ocasiones, lo mejor era no hablar.
Finalmente, cuando el silencio se tornó insoportable, Pedro miró a Roberto Chaves.
—Yo sugeriría que sacases de aquí a esa gente —dijo haciendo una indicación con el pulgar.
—Paula conoce a Arturo y David de toda la vida —dijo Chaves con una arrogancia que le hizo a Pedro cerrar sus puños.
Paula se incomodó.
—Papá, ¿podrías pedirles que se fueran por favor?
Su suave voz sonó como si estuviera agotada. Pedro no había esperado sentir lástima por ella, lástima que chocaba con la ira que había sentido durante los últimos diez días, desde la llamada del abogado.
—No veo cuál es el problema —dijo su padre encogiéndose de hombros.
—Creo que a su hija le gustaría un poco de intimidad para aceptar lo que acaba de descubrir —dijo Pedro tan fríamente como pudo, y luego se preguntó por qué la estaba defendiendo.
Chaves se levantó y fue hacia donde estaban el resto de los hombres.
—Quiero que tú también te vayas —dijo Paula.
—De ningún modo, princesa —dijo Pedro mirándola.
Pero cuando la puerta se cerró detrás de aquellos hombres, deseó haberse ido. Ella puso el rostro entre las manos y sus hombros comenzaron a temblar.
Pedro miró desesperado a su alrededor. No sabía qué hacer.
Odiaba que las mujeres llorasen.
La había visto llorar por su madre durante las largas horas que siguieron al accidente y en el funeral. A diferencia de Catalina, que había atravesado un periodo de dramáticos altibajos y necesitado largas horas de terapia. Catalina ni siquiera había estado en el accidente de automóvil que causó la muerte de Rosa Chaves, ni había quedado atrapada dentro durante las dos horas que le había llevado al servicio de emergencias liberar a Paula.
Pedro le tocó el hombro con algo de incomodidad. Su pulgar rozó su piel desnuda, suave y sedosa. Pero retiró la mano con un sentimiento de culpa.
—¿Por qué lo hizo Catalina? —preguntó ella—. ¿Nunca la tocaste? —preguntó.
—¿Recuerdas lo que dije aquella noche en mi defensa? Amaba a mi esposa e íbamos a tener un bebé. ¿Por qué iba a querer estropearlo todo? —contestó él.
—Pero te fuiste... —comenzó ella, con expresión confusa y aturdida.
—No me dejaron otra opción —dijo él amargamente, observándola.
Ella bajó la mirada mientras él la observaba.
—Lo siento. Me enteré de que tu esposa murió.
—Nada podrá devolvérmela —dijo él.
La cabeza de Paula se inclinó ante aquellas duras palabras y, por un instante, Pedro sintió remordimiento. Sabía lo que era perder a un ser querido y ella era la última persona con la que él debería estar descargándose.
Por un momento, la entereza de Pedro sucumbió, pero luego se endureció de nuevo. Ella era una Chaves. Había sido parte de todo aquello... y estaba disponible. Catalina podía estar casada, pero su hermana no lo estaba.
—Nos odias. Nos odias de verdad. ¿Por qué estás aquí? —preguntó ella.
—Tu familia está en deuda conmigo —dijo él con una mirada poco amable.
—¿Quieres vengarte?
Era rápida y directa. A él siempre le habían gustado aquellas cualidades de Paula.
—Digamos que quiero ser resarcido por lo que he perdido —dijo él curvando los labios.
—Quieres dinero —dijo Paula con una extraña expresión de desilusión en el rostro.
Había muchas cosas que quería, pero ninguna era dinero.
Aun así, no dijo nada.
—Eres rápida.
El sonido de una puerta abriéndose a sus espaldas lo hizo girarse. Chaves estaba en pie al otro lado de la puerta, con Pascal detrás de él. Pedro se volvió a Paula, que observaba a su padre.
—Alfonso me estaba diciendo que tenéis que compensarle. ¿Habéis resuelto ya eso?
—Solías llamarme Pedro—interrumpió él hablando en voz baja para que sólo ella pudiera escucharlo.
Paula se ruborizó y levantó un poco la barbilla.
—Estamos ultimando detalles. No tienes que preocuparte de eso —dijo Chaves.
—También tendré un puesto en el consejo de Chavesco.
Ella se volvió hacia él y sus ojos se ensombrecieron.
—¿Qué puesto? —preguntó.
No había decidido nada hasta ese momento, pero entonces lo vio claro.
—Voy a estar a cargo de un proyecto especial, princesa.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 5
Nada más entrar en el estudio de su padre, Paula percibió la tensión. Sus ojos se posaron en el desconocido de anchos hombros. Estaba de espaldas a ella, con las piernas separadas y con el cuerpo ligeramente ladeado. A pesar de estar en minoría, era evidente que tenía el control de la situación.
Una rápida mirada a su alrededor, le confirmó que conocía a los demás presentes. Su padre parecía desesperado; Arturo, el jefe de seguridad, se veía algo más calmado mientras que David, el asesor económico, mostraba la cara de póquer que solía poner cuando trataba de dar solución a un enigma. El joven que Arturo había elegido como vigilante y de cuyo nombre no se acordaba, se veía perdido.
Volvió su mirada al desconocido. Los otros cuatro hombres lo miraban como si fuera un animal peligroso. Deseó ver la cara de aquel hombre, leer sus ojos y entender qué era lo que lo hacía destacar entre los demás.
Paula parpadeó para borrar su poderosa imagen, pero no pudo evitar reparar una última vez en aquel imponente cuerpo bajo la camiseta y los vaqueros negros que llevaba.
Era sólo un hombre más, se dijo, aunque muy atractivo.
Tenía en la mano un sobre y algo más. Un segundo más tarde, se giró. Su corazón se detuvo al ver su perfil y se sintió confusa. Algo brilló en sus ojos al reconocerla y, rápidamente, guardó lo que estaba viendo dentro del sobre y lo dejó.
Pedro Alfonso.
Una sensación de furia se apoderó de su corazón, pero mantuvo la expresión calmada para que no se percatara del odio que sentía por aquel hombre. Su estómago dio un vuelco y respiró hondo, tratando de mantener su habitual tranquilidad.
—¿Qué está pasando, papá? ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué quiere? —dijo mirando el rostro de cada uno de los presentes en busca de respuestas, deseando que alguien se hiciera cargo y lo sacara de allí—. ¿Y por qué no habéis llamado a la policía?
—El motivo no importa —contestó su padre a regañadientes.
—¿Por qué?
Los ojos de Pedro Alfonso se encontraron con los de ella. Se le veía arrogante y divertido. Paula estudió la curva de sus labios y el brillo de sus ojos y vio algo más. Parecía enojado.
¿Por qué lo estaba? Era el canalla que tanto daño había hecho a su hermana. ¿Por qué estaba allí, en su casa?
Desconcertada, miró a su padre.
—Tengo que llamar a Catalina.
Quería advertir a su hermana y salir de aquella asfixiante habitación.
—Catalina ya lo sabe, ella es la razón por la que ha vuelto.
Paula tosió. Su cabeza daba vueltas y se sintió mareada.
—Siéntate, Paula.
Apenas oía las palabras de su padre. ¿Cómo era posible?
Cuando Pedro Alfonso abandonó el país cuatro años atrás, se había sentido muy aliviada al saber que nunca más volvería a hacer daño a Catalina. Pero ahora había vuelto y estaba mucho más atractivo de lo que lo recordaba.
—Siéntate hija antes de que te desmayes.
Sin pensar, obedeció la orden de su padre y se sentó frente a él.
Unos segundos más tarde, el cojín de su lado se hundió bajo el peso de un cuerpo mucho más grande y pesado. Giró la cabeza y se encontró con la peligrosa mirada de Pedro Alfonso.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 4
—He leído que ahora te dedicas a la liberación de secuestrados.
Pedro se giró para encontrarse con la mirada escrutadora de Arturo Pascal, el jefe de seguridad de Chavesco.
—Sí, así es.
Aquellas tres palabras no revelaban el horror y las atrocidades que había conocido durante los últimos cuatro años que había pasado en Iraq, Afganistán y África. Había intervenido en tensas situaciones para negociar la liberación de pobres desafortunados. Se le daba bien. Junto a Morgan Tate y Carlos Carreras, había fundado una empresa para entrenar a destacamentos militares en casos de secuestro.
Ahora, eran sus socios los que se ocupaban de llevar la compañía y juntos, habían hecho mucho dinero.
—¿Y eso qué importa, Arturo? —preguntó Chaves impaciente.
—Es una buena oportunidad de entrar en ese juego, jefe.
Pedro puede estudiar si es viable para nosotros o incluso si hay otros campos en los que Chavesco pueda tener posibilidades.
—No voy a dirigir una unidad de riesgo —dijo Pedro.
Chaves ladeó la cabeza.
—Eso me daría una excusa para convencer a Manuel para que dimita como consejero.
Pedro comenzó a sentir las mieles de la victoria y señaló con la cabeza hacia el teléfono que estaba en la mesa.
—Llama a Manuel.
—Eso no es posible. Se acaba de casar hoy —dijo Chaves.
—Claro, se me había olvidado. Lo he leído en los periódicos: la hija del jefe se casa con el consejero de Chavesco. Es una buena noticia para ambas familias y, por supuesto, para los accionistas, ¿verdad?
El viejo lo miró con recelo, pero no dijo nada.
—Claro que tengo..., ¿Cómo se dice? —dijo exagerando su acento italiano—, algunos asuntos sin concluir con la novia.
—Quizá sea exactamente lo que necesitamos, jefe. Míralo, nadie querrá enfrentarse a él, a menos que no esté en su sano juicio —dijo Pascal.
Pedro giró la cabeza y dirigió una fría mirada a Arturo Pascal. ¿Habría el paso del tiempo afectado el cerebro de aquel hombre?
Pedro se dio cuenta de que Chaves parecía saber a qué se estaba refiriendo Pascal y no le gustó la manera en que estaban observando sus anchos hombros y sus fuertes brazos. Era como si aquel hombre estuviera considerando la compra de un caballo.
—¿Para qué me necesitas? ¿Acaso tienes algunos trapos sucios que lavar? ¿Quieres mandar a algún otro hombre al exilio?
Pascal carraspeó.
—Paula Chaves necesita que alguien la vigile.
La imagen de la hija mayor de Chaves apareció en la mente de Pedro. Joven, reservada y muy problemática. Enseguida apartó aquel pensamiento.
—¿Por qué no un guardaespaldas? —preguntó Pedro—. Creo que por aquí no escasean ¿O acaso el último fue descubierto llevándose la plata de la familia? Quizá la señorita trató de quitarle los pantalones.
Todos los hombres de la habitación se incomodaron ante su insolencia. Esta vez Pedro echó la cabeza hacia atrás y rió.
Había aprendido que la risa era un arma muy útil para controlar su propia furia.
—No quiero a Alfonso cerca de mi hija —dijo Chaves, con el rostro pálido—. Está loco.
Pedro volvió a reír.
—Paula ha rechazado todos los ofrecimientos de ayuda —dijo Pascal dirigiéndose a Pedro—. Es tan testaruda como su padre —y girándose hacia Chaves, añadió—. Roberto, si no haces algo enseguida, vas a quedarte sin hija. En mi opinión, Pedro es la respuesta.
—¿Quedarse sin hija? —repitió Pedro—. No puedo creerme que vaya a dejar a su papá. ¿Adónde va?
—Acabará bajo tierra, si el psicópata que anda tras ella no es detenido.
Pascal se dirigió al escritorio y tomó un gran sobre y un paño.
—¿Puedo? —dijo pidiendo permiso a Chaves.
Roberto Chaves hundió los hombros mientras asentía.
Pedro tomó el paño y el sobre que le ofrecía Arturo Pascal y miró en su interior. Con cuidado de no dejar huellas dactilares ni borrar las que hubiera, sacó una foto del interior.
Sus ojos se abrieron asombrados y a continuación los entrecerró.
Era la foto de una boda. Al reconocer a la novia, Carolina Chaves, se quedó con la boca abierta. El rostro vibrante que recordaba, mostraba una sonrisa formal, mientras posaba entre su padre y el hombre que debía de ser Manuel Lester.
Pero era la cuarta persona de la foto la que le dejó sin aliento.
Aquella esbelta figura iba vestida con un vestido de un extraño color rosa oscuro, un tono que sólo una mujer apasionada se atrevería a llevar. Si aquélla era Paula Chaves, había madurado mucho. Pero era su rostro lo que llamó su atención o lo poco que quedaba de él en la foto después de haber sido cortada con una afilada cuchilla.
Pedro se quedó mirando fijamente la foto mutilada con el corazón latiendo con fuerza. Pascal tenía razón. Alguien debía velar por ella antes de acabar en una fría mesa del depósito de cadáveres. No le había tendido la mano en los peores momentos de su vida para que ahora un lunático le hiciera daño.
viernes, 27 de enero de 2017
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 3
Más tarde, recién duchada y sin maquillaje, Paula se sintió lo suficientemente relajada como para dedicarle atención a su padre. Roberto Chaves era un hombre que apenas pensaba en algo más que en el trabajo. Al llegar a casa, en lugar de celebrar la boda de Catalina brindando con champán junto a su otra hija, le había dicho a Paula que quería verla en su despacho.
Con el ceño fruncido, Paula se estiró el vestido de algodón blanco que se había puesto. Llegaba tarde y su padre odiaba que lo hicieran esperar. Pero por una vez, se dio el placer de tomarse su tiempo, una pequeña muestra de rebeldía que no era habitual en ella.
Catalina siempre había sido la rebelde. Unos años atrás, Paula había intentado escapar de la prisión en que se había convertido la bonita mansión, pero su padre había impedido todos sus intentos de irse a vivir a un apartamento con sus amigas del colegio.
Con el tiempo, sus amigas la habían dejado de lado y habían continuado con sus vidas, mientras ella había seguido viviendo con su padre.
Paula sonrió. Había sido una estúpida por no haberse dado cuenta antes de lo sola que se había quedado. Había tenido que acabar sus estudios universitarios, además de soportar la presión de su padre para obtener las mejores calificaciones. Había sido una hija sumisa durante tanto tiempo, que se había convertido en un hábito.
Al salir de su habitación, el sonido del teléfono le hizo detenerse. Sería su padre para decirle que se diera prisa.
Suspirando, atravesó la alfombra para contestar.
—¿Cata? —dijo Paula sin poder ocultar su sorpresa al oír la voz de su hermana—. ¿Qué ocurre?
Catalina balbuceaba.
—No me odies, pero no podía vivir con ello. Y menos aún siendo tan feliz. Tenía que hacer algo.
—Espera, más despacio —dijo Paula tratando desesperadamente de encontrar sentido a aquellas palabras—. ¿Qué has hecho?
La línea se quedó en silencio unos segundos.
—¿No te lo ha dicho papá todavía?
—¿Decirme qué?
Se volvió a hacer el silencio. Paula respiró hondo y contó hasta tres antes de continuar hablando.
—No. Ha convocado no sé qué reunión, pero quería verme antes. Tengo que irme, ya llego tarde.
—Va a decírtelo —dijo Cata con voz entrecortada, haciendo que la preocupación de Paula fuera en aumento—. Lo siento.
—¿Pero el qué?
—Papá te lo dirá —dijo y colgó.
—¿Cata? —la llamó su hermana desesperada, pero la línea se había cortado.
Paula colgó el auricular y se dio cuenta de que la relajación que había sentido hasta unos minutos antes, había desaparecido.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 2
—¿Qué demonios quieres, Alfonso?
«Llevaros a ti y a tu hija al infierno conmigo», pensó Pedro Alfonso, pero en lugar de contestar a la pregunta de Roberto Chaves se inclinó sobre el escritorio.
Allí, en el inmenso estudio de la mansión de Chaves, sin prestar atención al esplendor que lo rodeaba, Pedro puso lentamente sus puños sobre la mesa y miró al hombre que estaba al otro lado.
Tenía que reconocerle su mérito a Chaves. El viejo no se dejaba impresionar ante dos metros de puro músculo.
Tampoco se estremeció al ver que el descendiente de italianos se inclinaba hacia delante.
De pronto, Chaves parpadeó. Así que su viejo mentor estaba nervioso. Pedro entrecerró los ojos mientras Chaves comprobaba que sus secuaces estuvieran en su sitio. A Pedro no le preocupaba la presencia de David Matthews, el asesor legal de Chavesco, ni del joven musculoso junto a él, que portaba una pistola y que parecía estar preparado para entrar en acción. Pero el hombre siniestro que estaba al otro lado de la habitación, era otra historia. Arturo Pascal era un hombre al que no se debía de perder de vista.
El sudor en la frente de Chaves produjo enorme satisfacción a Pedro. Iba a tener que sudar mucho más antes de que todo aquello terminara.
—Te dije ayer por teléfono que te compensaría —dijo Roberto Chaves señalando la pila de documentos que había en un extremo de la mesa—. Firma el contrato que David Matthews ha preparado y me aseguraré de que todo el dinero se transfiera a la cuenta bancaria que me indiques.
Pedro tensó la mandíbula.
—Ninguna cantidad podrá compensar todo lo que he perdido.
Roberto Chaves frunció el ceño.
—¿Qué es lo que quieres?
—¡Todo!
—¿Todo? ¿Qué quieres decir con todo?
Por primera vez, se le veía desconcertado. Chaves era bueno, muy bueno. Dos días después de recibir la llamada del abogado, Pedro había volado al pie de la cama de su padre enfermo, quien le había hecho prometer que le daría un nieto.
Tiempo atrás, en un cementerio a las afueras de Milán, con el corazón lleno de dolor y pena, Pedro había prometido venganza sobre la tumba de Lucia. Ahora, después de cuatro años tenía una misión: regresar a Nueva Zelanda y hacer pagar a Roberto Chaves y a su hija. Pero no podría cumplir uno de sus objetivos, puesto que Catalina se había casado.
Pedro sonrió lentamente, mientras comprobaba cómo los ojos grises del viejo se llenaban de miedo.
—¿No entiendes la palabra todo? —preguntó Pedro con tono burlón—. Quizá necesites un diccionario para buscar su significado —y arqueando una ceja, añadió—. ¿O acaso no entiendes mi acento?
—Tu inglés es impecable, Alfonso, como no podía ser de otra manera después de una década en Nueva Zelanda.
Pedro sintió deseos de dar un puñetazo al otro hombre, pero se contuvo. No quería ser arrestado, aunque tampoco le importaba nada ya. La frente de Chaves continuó llenándose de perlas de sudor.
—¿Qué quieres?
—Quiero que me devuelvas mis acciones de Chavesco Security y me compenses por todo lo que he perdido.
—Hecho —dijo Chaves con voz de alivio.
—Aún hay algo más que quiero.
—¿Cuánto? —preguntó Chaves mirando con desprecio a Pedro.
Pedro cerró los puños, luchando contra la furia y el dolor que amenazaban con hacerle salir corriendo. Era evidente que Chaves todavía pensaba que podía comprarle. Hubo un tiempo en que la riqueza de Roberto Chaves le había impresionado, pero ahora, ya no necesitaba a Roberto Chaves ni a Sinco Security. Su fortuna era inmensa y por ella había tenido que pagar un alto precio.
Pero Chaves no lo sabía. Él pensaba que estaba tratando con un nómada sin raíces al que había llevado al exilio.
—No quiero tu sucio dinero —dijo Pedro entre dientes.
—Entonces, ¿qué quieres, Alfonso?
Si Chaves supiera...
Pedro se quedó pensativo por unos instantes, buscando las palabras que le habría dicho cuatro años atrás, cuando perdió todo el respeto por el hombre que tenía frente a él. La respuesta llegó al cabo de unos segundos, al encontrarse con la gélida mirada de Chaves.
—Quiero volver a formar parte del consejo de Sinco.
Se había dejado la piel trabajando para que Chavesco Security fuera lo que era hoy en día. Había sido idea suya proveer de seguridad a los ricos, haciendo que Chavesco se convirtiera en una compañía de prestigio en Australia y gran parte de Asia.
—Y no quiero cualquier cargo, quiero ser el consejero.
—Imposible, ese cargo ya está ocupado —dijo Chaves y su frente se arrugó—. Venga, Alfonso. Soy un hombre razonable y estoy tratando de hacer todo lo posible por contentarte.
Bruscamente, Pedro se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Chaves alarmado.
Pedro se dio media vuelta y se pasó la mano por el pelo.
—A que me hagan unas fotos. Los periódicos van a necesitarlas. Ah, y quizá también llame a algún canal de televisión. A ver quién me hace la mejor oferta—dijo mostrando una sonrisa despreocupada—. Ciao.
Lo cierto es que no tenía ninguna intención de vender su historia a los tabloides, pero eso no lo sabía su interlocutor.
Al girarse hacia la puerta, Pedro oyó el rechinar de los dientes de Chaves.
—No tan deprisa, Alfonso—dijo Chaves por fin, haciendo que Pedro sonriera para sus adentros.
Pedro se detuvo y se giró sobre sus talones. No había ninguna duda de que era la primera vez que Chaves pedía algo en su vida.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 1
Ya estaba hecho.
Paula Chaves dejó escapar el aire que llevaba conteniendo todo el día y colocó el ramo de flores en un jarrón. Por fin, Cata se había casado.
Después de años cuidando de su hermana, sacándola de aprietos, Catalina había dejado de ser un problema. Ahora tenía un marido y Paula podía relajarse.
La boda del año había sido fastuosa, llena de arreglos florales y champán francés. No exactamente lo que había imaginado para su rebelde hermana, pero aun así, Cata había brillado con un impresionante vestido y el cabello enmarcando su rostro, inesperadamente pálido.
Al terminar la fiesta, Cata se había girado, había escrutado a la multitud y había lanzado el ramo, que había ido a parar a las manos de Paula. Sujetándolo y embriagada por el olor de las flores, Paula se había quedado de piedra. Aquel ramo no iba a proporcionarle un marido y mucho menos, al hombre de sus sueños.
Paula confiaba que Manuel Lester, consejero de la compañía de su padre y recién convertido en su cuñado, supiera en lo que se estaba metiendo. Catalina se merecía un poco de felicidad, después del dolor y humillación que Pedro Alfonso le había hecho pasar cuatro años atrás.
No, no estaba dispuesta a pensar en aquel hombre el día de la boda de Cata. Por lo que a ella incumbía, podía arder en el infierno. Paula miró su reloj de oro. A esa hora, Cata y Manuel debían de estar en la suite real del Hilton, con vistas a los lujosos yates del puerto de Auckland. Al día siguiente, volarían a Fiji.
Paula se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Se quitó el vestido magenta que había llevado durante todo el día y lo colgó en una percha, aunque nunca más volvería a ponérselo. Aquel color tan intenso no era de su gusto, pero no lo había elegido ella. Hubiera preferido un tono azul, pero ¿cómo discutir con una novia?
Se daría una rápida ducha e iría al encuentro de su padre para ver de qué quería hablarle. Quizá incluso tuviera oportunidad de echar un vistazo al informe que había preparado el día anterior antes de irse a la cama. El trabajo era algo que se le daba mucho mejor que las bodas.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: SINOPSIS
La venganza había sido su única compañera de cama...
El ejecutivo italiano Pedro Alfonso no se detendría ante nada hasta haber llevado a cabo su venganza y haber destruido por completo a la familia Chaves. Convertir en su esposa a Paula Chaves, la hija mayor, no era más que el comienzo.
Dejarla embarazada para que trajera al mundo a su heredero sería la prueba definitiva de su triunfo. ¿Pero enamorarse de la mujer con la que se había casado por venganza? Eso era algo que jamás habría imaginado que podría suceder... como tampoco había imaginado los secretos que saldrían a la luz con su unión...
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