sábado, 28 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 4




—He leído que ahora te dedicas a la liberación de secuestrados.


Pedro se giró para encontrarse con la mirada escrutadora de Arturo Pascal, el jefe de seguridad de Chavesco.


—Sí, así es.


Aquellas tres palabras no revelaban el horror y las atrocidades que había conocido durante los últimos cuatro años que había pasado en Iraq, Afganistán y África. Había intervenido en tensas situaciones para negociar la liberación de pobres desafortunados. Se le daba bien. Junto a Morgan Tate y Carlos Carreras, había fundado una empresa para entrenar a destacamentos militares en casos de secuestro.


 Ahora, eran sus socios los que se ocupaban de llevar la compañía y juntos, habían hecho mucho dinero.


—¿Y eso qué importa, Arturo? —preguntó Chaves impaciente.


—Es una buena oportunidad de entrar en ese juego, jefe. 
Pedro puede estudiar si es viable para nosotros o incluso si hay otros campos en los que Chavesco pueda tener posibilidades.


—No voy a dirigir una unidad de riesgo —dijo Pedro.


Chaves ladeó la cabeza.


—Eso me daría una excusa para convencer a Manuel para que dimita como consejero.


Pedro comenzó a sentir las mieles de la victoria y señaló con la cabeza hacia el teléfono que estaba en la mesa.


—Llama a Manuel.


—Eso no es posible. Se acaba de casar hoy —dijo Chaves.


—Claro, se me había olvidado. Lo he leído en los periódicos: la hija del jefe se casa con el consejero de Chavesco. Es una buena noticia para ambas familias y, por supuesto, para los accionistas, ¿verdad?


El viejo lo miró con recelo, pero no dijo nada.


—Claro que tengo..., ¿Cómo se dice? —dijo exagerando su acento italiano—, algunos asuntos sin concluir con la novia.


—Quizá sea exactamente lo que necesitamos, jefe. Míralo, nadie querrá enfrentarse a él, a menos que no esté en su sano juicio —dijo Pascal.


Pedro giró la cabeza y dirigió una fría mirada a Arturo Pascal. ¿Habría el paso del tiempo afectado el cerebro de aquel hombre?


Pedro se dio cuenta de que Chaves parecía saber a qué se estaba refiriendo Pascal y no le gustó la manera en que estaban observando sus anchos hombros y sus fuertes brazos. Era como si aquel hombre estuviera considerando la compra de un caballo.


—¿Para qué me necesitas? ¿Acaso tienes algunos trapos sucios que lavar? ¿Quieres mandar a algún otro hombre al exilio?


Pascal carraspeó.


—Paula Chaves necesita que alguien la vigile.


La imagen de la hija mayor de Chaves apareció en la mente de Pedro. Joven, reservada y muy problemática. Enseguida apartó aquel pensamiento.


—¿Por qué no un guardaespaldas? —preguntó Pedro—. Creo que por aquí no escasean ¿O acaso el último fue descubierto llevándose la plata de la familia? Quizá la señorita trató de quitarle los pantalones.


Todos los hombres de la habitación se incomodaron ante su insolencia. Esta vez Pedro echó la cabeza hacia atrás y rió. 


Había aprendido que la risa era un arma muy útil para controlar su propia furia.


—No quiero a Alfonso cerca de mi hija —dijo Chaves, con el rostro pálido—. Está loco.


Pedro volvió a reír.


—Paula ha rechazado todos los ofrecimientos de ayuda —dijo Pascal dirigiéndose a Pedro—. Es tan testaruda como su padre —y girándose hacia Chaves, añadió—. Roberto, si no haces algo enseguida, vas a quedarte sin hija. En mi opinión, Pedro es la respuesta.


—¿Quedarse sin hija? —repitió Pedro—. No puedo creerme que vaya a dejar a su papá. ¿Adónde va?


—Acabará bajo tierra, si el psicópata que anda tras ella no es detenido.


Pascal se dirigió al escritorio y tomó un gran sobre y un paño.


—¿Puedo? —dijo pidiendo permiso a Chaves.


Roberto Chaves hundió los hombros mientras asentía.


Pedro tomó el paño y el sobre que le ofrecía Arturo Pascal y miró en su interior. Con cuidado de no dejar huellas dactilares ni borrar las que hubiera, sacó una foto del interior.


Sus ojos se abrieron asombrados y a continuación los entrecerró.


Era la foto de una boda. Al reconocer a la novia, Carolina Chaves, se quedó con la boca abierta. El rostro vibrante que recordaba, mostraba una sonrisa formal, mientras posaba entre su padre y el hombre que debía de ser Manuel Lester. 


Pero era la cuarta persona de la foto la que le dejó sin aliento.


Aquella esbelta figura iba vestida con un vestido de un extraño color rosa oscuro, un tono que sólo una mujer apasionada se atrevería a llevar. Si aquélla era Paula Chaves, había madurado mucho. Pero era su rostro lo que llamó su atención o lo poco que quedaba de él en la foto después de haber sido cortada con una afilada cuchilla.


Pedro se quedó mirando fijamente la foto mutilada con el corazón latiendo con fuerza. Pascal tenía razón. Alguien debía velar por ella antes de acabar en una fría mesa del depósito de cadáveres. No le había tendido la mano en los peores momentos de su vida para que ahora un lunático le hiciera daño.





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