sábado, 28 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 6





—¿No me dirás que creías que yo era culpable, verdad princesa? —dijo Pedro en tono desafiante, observando a Paula Chaves con los ojos entrecerrados.


No podía creer que fuera tan inocente como sus ojos sugerían. Parecía sorprendida, a la vez que aturdida.


—De toda la gente del mundo, pensaba que tú serías la única que sabría cómo reaccionaría cuando la hija del jefe tratara de seducirme. La violación no es mi estilo —dijo él en voz baja para que el padre de ella sentado al otro lado de la alfombra persa, no pudiese oírlo.


—No fuiste acusado de violación —dijo ella, palideciendo.


Él bajó la vista y observó sus labios, sintiendo cómo un calor subía por sus muslos. Aquélla era una trampa con la que no había contado. Por un instante se preguntó si aún utilizaría aquella ropa interior tan sexy con la que había tratado de tentarlo años atrás.


Pedro apartó su atención del vestido blanco que llevaba y, ocultando su reacción, la miró a los ojos.


Aquellos ojos profundos, de color gris verdoso, estaban llenos de confusión y eso despertó su instinto protector. 


Aquello lo aturdía. Hacía tiempo que nadie ni nada lo conmovía. ¿Tendría aquella reacción algo que ver con la lástima que había sentido por ella tras la muerte de su madre?


—No, no fui acusado de violación. Pero tu padre usó información falsa para que la acusación pudiese prosperar. Dime, ¿crees de verdad que seduje a tu hermana? —dijo él.


—No lo sé —dijo finalmente.


—¡No es suficiente! —exclamó él.


Por alguna razón necesitaba que lo creyera, que le dijera que nunca había sospechado de él.


—¿Acaso Catalina mintió?


Lo había creído capaz de hacer daño a su hermana y de traicionar la confianza de su padre. Sintió rabia, pero no dijo nada. Había aprendido que en ocasiones, lo mejor era no hablar.


Finalmente, cuando el silencio se tornó insoportable, Pedro miró a Roberto Chaves.


—Yo sugeriría que sacases de aquí a esa gente —dijo haciendo una indicación con el pulgar.


—Paula conoce a Arturo y David de toda la vida —dijo Chaves con una arrogancia que le hizo a Pedro cerrar sus puños.


Paula se incomodó.


—Papá, ¿podrías pedirles que se fueran por favor?


Su suave voz sonó como si estuviera agotada. Pedro no había esperado sentir lástima por ella, lástima que chocaba con la ira que había sentido durante los últimos diez días, desde la llamada del abogado.


—No veo cuál es el problema —dijo su padre encogiéndose de hombros.


—Creo que a su hija le gustaría un poco de intimidad para aceptar lo que acaba de descubrir —dijo Pedro tan fríamente como pudo, y luego se preguntó por qué la estaba defendiendo.


Chaves se levantó y fue hacia donde estaban el resto de los hombres.


—Quiero que tú también te vayas —dijo Paula.


—De ningún modo, princesa —dijo Pedro mirándola.


Pero cuando la puerta se cerró detrás de aquellos hombres, deseó haberse ido. Ella puso el rostro entre las manos y sus hombros comenzaron a temblar.


Pedro miró desesperado a su alrededor. No sabía qué hacer. 


Odiaba que las mujeres llorasen.


La había visto llorar por su madre durante las largas horas que siguieron al accidente y en el funeral. A diferencia de Catalina, que había atravesado un periodo de dramáticos altibajos y necesitado largas horas de terapia. Catalina ni siquiera había estado en el accidente de automóvil que causó la muerte de Rosa Chaves, ni había quedado atrapada dentro durante las dos horas que le había llevado al servicio de emergencias liberar a Paula.


Pedro le tocó el hombro con algo de incomodidad. Su pulgar rozó su piel desnuda, suave y sedosa. Pero retiró la mano con un sentimiento de culpa.


—¿Por qué lo hizo Catalina? —preguntó ella—. ¿Nunca la tocaste? —preguntó.


—¿Recuerdas lo que dije aquella noche en mi defensa? Amaba a mi esposa e íbamos a tener un bebé. ¿Por qué iba a querer estropearlo todo? —contestó él.


—Pero te fuiste... —comenzó ella, con expresión confusa y aturdida.


—No me dejaron otra opción —dijo él amargamente, observándola.


Ella bajó la mirada mientras él la observaba.


—Lo siento. Me enteré de que tu esposa murió.


—Nada podrá devolvérmela —dijo él.


La cabeza de Paula se inclinó ante aquellas duras palabras y, por un instante, Pedro sintió remordimiento. Sabía lo que era perder a un ser querido y ella era la última persona con la que él debería estar descargándose.


Por un momento, la entereza de Pedro sucumbió, pero luego se endureció de nuevo. Ella era una Chaves. Había sido parte de todo aquello... y estaba disponible. Catalina podía estar casada, pero su hermana no lo estaba.


—Nos odias. Nos odias de verdad. ¿Por qué estás aquí? —preguntó ella.


—Tu familia está en deuda conmigo —dijo él con una mirada poco amable.


—¿Quieres vengarte?


Era rápida y directa. A él siempre le habían gustado aquellas cualidades de Paula.


—Digamos que quiero ser resarcido por lo que he perdido —dijo él curvando los labios.


—Quieres dinero —dijo Paula con una extraña expresión de desilusión en el rostro.


Había muchas cosas que quería, pero ninguna era dinero. 


Aun así, no dijo nada.


—Eres rápida.


El sonido de una puerta abriéndose a sus espaldas lo hizo girarse. Chaves estaba en pie al otro lado de la puerta, con Pascal detrás de él. Pedro se volvió a Paula, que observaba a su padre.


—Alfonso me estaba diciendo que tenéis que compensarle. ¿Habéis resuelto ya eso?


—Solías llamarme Pedro—interrumpió él hablando en voz baja para que sólo ella pudiera escucharlo.


Paula se ruborizó y levantó un poco la barbilla.


—Estamos ultimando detalles. No tienes que preocuparte de eso —dijo Chaves.


—También tendré un puesto en el consejo de Chavesco.


Ella se volvió hacia él y sus ojos se ensombrecieron.


—¿Qué puesto? —preguntó.


No había decidido nada hasta ese momento, pero entonces lo vio claro.


—Voy a estar a cargo de un proyecto especial, princesa.





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