miércoles, 26 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 2





-No -respondió Pedro Alfonso con firmeza-. Yo no trabajo por libre. Tendrás que buscarte a otro hombre.


El hombre que estaba al otro lado de la línea hizo un último intento para convencerlo de que lo reconsiderara. La oferta subió hasta un millón.


Pedro se limitó a negar con la cabeza. Cuando alguien ofrecía tanto dinero era porque se trataba de un asunto turbio. Especialmente si además quería mantener la misión en secreto y se negaba a acudir a la policía. Salvar a un pariente supuestamente secuestrado en un país del tercer mundo en el que las drogas eran la principal exportación era buscarse un problema.


-Buenos días, señor Santiago dijo Pedro. Y después colgó.


Había gente que no aceptaba un “no” por respuesta. Pedro era detective de la Agencia Colby. Sólo aceptaba las misiones que le encargaba una persona, y sólo ella. Victoria Colby. Por supuesto, la mayoría de las veces las órdenes le llegaban a través de Ian Michaels, su brazo derecho. Pero a Pedro eso no le importaba. Le caía bien Ian.


Una llamada a su puerta llamó la atención de Pedro. Ana Wells le sonrió antes de entrar.


-Hola, Pedro -dijo dejándole un par de informes sobre la mesa.


Era una chica muy joven. No tendría más de veintitrés años y era bastante ingenua.


-Mildred me ha pedido que te pase los informes que ha firmado Victoria.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y le regaló a la recepcionista de la Agencia Colby una sonrisa deslumbrante.


-Buenos días, Ana. Te agradezco que me los hayas traído personalmente.


No hizo falta más. La joven se sonrojó y salió rápidamente de su despacho.


Pedro sonrió con picardía antes de contestar al intercomunicador del escritorio, que sonó en aquel momento.


-Alfonso al habla.


-Pedro, ¿puedes venir a mi despacho, por favor?


Victoria.


-Claro -respondió él poniéndose inmediatamente de pie-. Voy para allá.


Pedro salió de su despacho y se dirigió al pasillo enmoquetado hacia el vestíbulo. El elegante mobiliario y la exquisita decoración formaban parte del ambiente de la prestigiosa agencia. Desde el momento en que un cliente potencial atravesaba aquellas puertas de caoba pulida no le quedaban dudas de que había entrado en el mejor sitio. 


Ahora, como casi todos los lunes, el ambiente estaba muy tranquilo.


La Agencia Colby era la mejor en el negocio de la investigación privada y la protección personal. Nadie se acercaba ni de lejos a la reputación estelar de Victoria
Colby. Tenía clientes a lo largo y ancho del planeta. Y contaba con un selecto personal muy cualificado.


Aquello era lo que había servido para convencer definitivamente a Pedro cuando ella lo llamó para trabajar allí. Con treinta y un años y a sólo ocho de conseguir el retiro, había abandonado la carrera militar sin mirar atrás. 


Pedro apretó la mandíbula para dejar de lado aquellos pensamientos. Un año después, Victoria lo quiso en su equipo. En la entrevista que mantuvieron le contó que estaba muy recomendado por un amigo de ella que tenía contactos en el ejército. Lucas Camp. Pedro no lo conocía, pero sabía por Victoria que era uno de aquellos agentes secretos que se suponía que no existían. Seguramente sólo un puñado de gente sabría que estaba vivo, y Victoria era claramente una de los elegidos.


Veinticuatro horas después de su primer encuentro con ella Pedro aceptó su oferta. El sueldo era impresionante, pero no era la razón por la que se había unido a la Agencia Colby. La sinceridad y la lealtad eran las dos virtudes que más admiraba. A Victoria no le gustaban los juegos y nunca, nunca permitía que manipularan a su gente. Era una mujer absolutamente de fiar. Directa y legal.


Investigaba en profundidad a cada cliente que entraba por la puerta. Pedro no tenía que preocuparse de que lo manipularan o trataran de utilizarlo. Él mismo se aseguraría de que aquello no volviera a ocurrirle nunca. Aquellos recuerdos dolorosos del pasado intentaron una vez más salir a la superficie. Pedro los desechó al instante.


Aquello había terminado. No podía cambiar el pasado. Pero bien podía evitar que la historia se repitiera.


Pedro se detuvo en la puerta del despacho de Victoria. 


Estaba sola. Esperaba encontrarse allí también a Ian.


-Buenos días, Victoria.


-Buenos días, Pedro. Por favor, pasa y siéntate -le pidió ella señalando con un gesto uno de los dos sillones de orejas que había frente al escritorio-. Tengo un posible cliente del que me gustaría hablarte.


-Estupendo -dijo él tomando asiento-. Terminé mi último caso hace una semana y estoy listo para ir donde quieras y cuando quieras.


-Ésa es una de las cosas que más me gustan de ti, Pedro -reconoció Victoria sonriendo-. El entusiasmo con el que te tomas el trabajo.


Pedro asintió con la cabeza, aceptando el cumplido. Había estado muy cerca de tomar la dirección opuesta cuando Victoria lo encontró. Tres años atrás, su última misión militar estuvo a punto de costarle la vida y también la capacidad de que ello le importara. Pero la Agencia Colby le había devuelto ambas cosas.


Victoria se recostó en su silla de cuero y lo observó fijamente durante un instante. Era lo que solía hacer. Pedro se había acostumbrado a aquellos momentos de reflexión en los que solía perderse. Se limitó a quedarse sentado y disfrutar de la visión. Era una mujer muy atractiva a pesar de haber superado los cincuenta años. Seguía teniendo el pelo azabache, decorado con unos pocos mechones grises, y poseía los ojos más oscuros del mundo. De esos capaces de mirar directamente al corazón de las cosas. Ojos sinceros. 


Su hermoso rostro, sin embargo, no se libraba de su cuota de marcas de expresión. Líneas que hablaban de experiencias y de pérdidas.


Pedro no conocía la historia entera, pero había escuchado los rumores. Al marido de Victoria lo habían asesinado. 


Aquel suceso tan terrible había tenido lugar sólo cinco años después de la muerte de su hijo de siete años. Ella nunca hablaba de ninguna de las dos cosas.


-Seguro que has oído hablar de los laboratorios farmacéuticos Chaves, más conocidos como Balphar.


Pedro reconoció el nombre. Era una empresa muy conocida en el campo de la investigación. Cphar era líder en lo que a medicinas innovadoras se refería.


-Adrian Chaves es cliente nuestro desde hace más de diez años -continuó explicando Victoria-. Hemos investigado el pasado de todos sus trabajadores y también a alguna que otra empresa con la que tenían pensado hacer negocios. 
Siento un gran respeto por Adrian. Ésa es la razón principal por la que estoy considerando la posibilidad de encargarme de este caso a pesar de las circunstancias sospechosas.


-Creía que Simon se encargaba del caso Balphar -comentó Pedro.


Simon Ruhl era un ex agente del FBI. Nadie era tan bueno como él sacando a relucir la basura de la gente y de las empresas. Pedro no quería meterse en su territorio por nada del mundo.


-Es cierto, pero ahora mismo está en una misión que no puede abandonar por el momento. Y en este caso el tiempo es esencial.


Pedro frunció el ceño. Aquello no sonaba nada bien.


-¿De qué se trata?


-Adrian tiene una hija de veintidós años llamada Paula. Es una especie de genio. Terminó el instituto a los trece años y se doctoró con dieciocho. Ha trabajado codo a codo con su padre desde que era niña. Cuando no estaba en el colegio estaba en el laboratorio.


Pedro se imaginó de inmediato unas gafas de culo de vaso y el pelo recogido en una coleta tirante. Y claro, la proverbial bata blanca de laboratorio.


-Parece una dama interesante.


“Para los microscopios”, añadió para sus adentros.


-Estoy seguro de que te lo parecerá más todavía dadas sus circunstancias -aseguró Victoria con una leve sonrisa poco habitual en ella-. Cree que alguien está intentando matarla.


Aquella afirmación inesperada atrajo la atención de Pedro.


-¿Alguien?


-Cree que la amenaza contra su vida proviene del interior de la empresa de su padre.


-¿Y qué dice su padre al respecto? -preguntó él frunciendo el ceño.


-Está gravemente enfermo -explicó Victoria-. Su problema médico comenzó hace más de un año. Pero hará seis meses que guarda cama. Por lo que tengo entendido, entra y sale de un estado catatónico. Tal vez ni siquiera esté el tanto de los temores de su hija.


-¿Dónde está ahora la señorita Chaves?


-Escondida. Me ha dado una dirección en la que podemos encontrarla. Le gustaría encontrarse con alguno de nosotros lo antes posible.


Era imposible pasar por alto el escepticismo de las palabras de Victoria.


-¿No confías en ella? -le preguntó Pedro.


-No la conozco -respondió ella suspirando-. Antes de esto yo sólo había tenido contacto con su padre. Pero en el expediente tenemos una foto de ella tomada hace cinco años. Adrian la ha mantenido alejada de la prensa. Es hija única y la ha protegido mucho. Algo bastante lógico en un negocio tan despiadado como ése.


-Hay algo que no te encaja -sugirió Pedro al percibir su vacilación.


Victoria consideró aquella frase durante unos instantes.


-Esta agencia ha investigado a todos y cada uno de los trabajadores de Cphar. Todos están limpios. Por supuesto eso no quiere decir que ninguno haya hecho después algo malo.


Victoria se detuvo un momento para escoger cuidadosamente las siguientes palabras.


-Creo que mis dudas están más relacionadas con el pasado de la hija y con su resistencia a dar detalles que con cualquier otra cosa.


-Ahora sí que me pica la curiosidad - confesó Pedro alzando una ceja.


-Como te he dicho antes, es una joven brillante -se explicó ella-. Pero semejante nivel de inteligencia viene acompañado de otros problemas. Sociales, emocionales incluso. Ha llevado una vida muy escondida. Recuerdo que tuvo un problema cuando se iba a graduar en el instituto. Algún tipo de ataque. No duró mucho y seguramente tendría más que ver con lo joven que era que con cualquier otra cosa. Pero sin embargo, con el declive de la salud de su padre, me parece que este punto cobra importancia.


Pedro vio a lo que se refería. Si la dama tenía un historial de inestabilidad emocional, entonces el peso de la enfermedad de su padre podría ser superior a sus fuerzas.


-¿Dirige ella la empresa en su ausencia?


-Sí -respondió Victoria exhalando un suspiro-. Es la vicepresidenta primera. Si sufriera alguna crisis sería un desastre para Cphar en este momento tan crítico. Los accionistas y los mecenas que Adrian ha tardado una vida en conseguir la estarán vigilando muy de cerca. ¿Comprendes mi preocupación?


-Totalmente. Es mucha responsabilidad para alguien tan joven, aunque sea un genio.


-Exacto -corroboró Victoria afirmando con la cabeza-. Y si no me equivoco, social y sentimentalmente deber tener todavía menos de veintidós años. Estoy convencida de que no ha llevado una vida normal.


Algo de lo que había dicho Victoria le había llamado la atención.


-Dijiste que era vicepresidenta primera-. ¿Es que hay más de uno?


-Sí -respondió ella-. Esta mañana le he echado una ojeada al actual organigrama de la empresa. El doctor David Crane es el vicepresidente segundo. Por supuesto, como hija de Adrian, Paula está por encima de él.


David Crane. Pedro escuchó aquel nombre con incredulidad. 


La misma incredulidad que experimentaría alguien que creyera ver un fantasma. Y eso era exactamente Crane. Un fantasma del pasado.


-¿Y qué dice Crane al respecto? -preguntó casi balbuceando.


En su memoria se sucedieron fragmentos de recuerdos. 


Pistolas disparando, gente corriendo, muerte. Pedro apartó de sí aquellas imágenes.


Victoria lo observó con curiosidad al notar su breve distracción. No se le pasaba ni una.


-No he hablado con el doctor Crane. Le prometí a Paula que no me pondría en contacto con nadie de la empresa ni con las autoridades hasta que hubiéramos comprobado sus acusaciones. Algo que por supuesto no podemos hacer hasta que nos de más detalles, y Paula no nos los dará si no se encuentra contigo cara a cara.


Victoria inclinó la cabeza y observó atentamente a Pedro unos instantes más.


-¿Conoces al doctor Crane?


El consideró la posibilidad de decir que no, pero no quería mentirle a su jefa.


-Lo conocí. En otra vida.


-¿Deberíamos sospechar de él?


-No lo creo -aseguró Pedro negando con la cabeza-. Me salvó la vida en Iraq. Parecía recto como una flecha.


-Ya. ¿Estaba en el ejército contigo?


-No -respondió Pedro, todavía distraído debido a la coincidencia-. Era un científico al que habían capturado como rehén. Yo fui a liberarlo. Al salir me cubrió las espaldas e impidió que me dispararan.


-Entonces tal vez debería pedirle a otra persona que se ocupara de este caso -reflexionó Victoria-. No quiero que nada se interponga en el camino de la objetividad. Si hay alguna posibilidad de que Paula esté en lo cierto, Crane podría ser sospechoso.


-No hay de qué preocuparse –aseguró Pedro levantando las manos en gesto tranquilizador-. Hace casi diez años que no veo a Crane. Además, no sabemos si la señorita Chaves cree que es sospechoso. Pero aunque así fuera una vieja historia no empañará mi juicio. Te lo aseguro.


Transcurrieron unos segundos de tensión mientras Victoria sopesaba sus palabras. La precaución era una de sus principales armas.


-De acuerdo -dijo finalmente-. Pero si tu pasado común con Crane interfiere espero que sepas retirarte graciosamente.


-Me parece razonable -reconoció él-. ¿Qué quieres que haga?


Parecía que la joven necesitaba ayuda y las cosas podían ponerse feas. Pedro tendría que examinar cuidadosamente la situación antes de llegar a alguna conclusión. La reputación de las industrias farmacéuticas era muy frágil. Un movimiento en falso y todos los años de investigación, por no mencionar los millones de dólares invertidos, podrían irse al garete.


-Me ha dado el nombre de un motel en Kankakee, un pueblo pequeño situado a unos sesenta kilómetros al sur de Chicago. Quiero que hables con ella. Que determines si hay alguna posibilidad de que sus sospechas sean ciertas.


-¿Y si no lo son?


-Comprueba su historia y si tienes claro que es una joven inestable entonces conseguiremos de alguna manera que el doctor Melbourne le eche un vistazo antes de hacer nada más. No quiero arriesgarme innecesariamente a la mala prensa. La enfermedad de Adrian ya es del dominio público. Una cosa así podría arruinar el trabajo de toda su vida.


-¿Y si no quiere ver a Melbourne?


Pedro recordaba perfectamente al médico de sus pruebas de admisión. Aquel tipo era un genio. Si había algo que no estuviera en su sitio, él lo encontraría. Melbourne era bueno. El mejor.


-Bueno, entonces tendríamos que encontrar la manera de convencerla -aseguró Victoria mirándolo directamente a los ojos-. Dejando aparte lo que me has contado de Crane, te escogí a ti para esta misión por dos razones, Pedro.


Él le aguantó la mirada y esperó a que continuara hablando.


-Si hay algo de cierto en sus acusaciones quiero que esté protegida a toda costa. En segundo lugar, tu capacidad de persuasión en lo que a las damas se refiere no me ha pasado desapercibida. Estoy segura de que podrás convencer a la señorita Chaves para que vea las cosas bajo tu punto de vista.


-Haré lo que pueda -dijo Pedro sonriendo.


-Estoy segura de ello -respondió Victoria inclinándose hacia delante para entregar le un papel doblado-. Ésta es la localización. La llamaré al número que nos dejó para decirle quién va a ir. A ella le gustaría encontrarse contigo hoy a la una de la tarde. ¿Tendrás tiempo para prepararte?


-Me las arreglaré.


Eran las nueve de la mañana. Tenía tiempo de sobra para ir a su apartamento y guardar algunas cosas por si la misión le llevaba más de veinticuatro horas.


-Te llamaré en cuanto sepa algo -dijo guardándose el papel en el bolsillo.


Pedro se dirigió hacia la puerta haciendo una lista mentalmente de lo que iba a necesitar.


-Una cosa más -dijo la voz de Victoria a su espalda-. Dado que no conozco personalmente a Paula, siempre existe la posibilidad de que se trate de una impostora que pretenda crearle problemas a Cphar. Podría tratarse de una antigua empleada con sed de venganza.


-Es posible -reconoció Pedro.


-No la pierdas de vista ni un segundo. Si es Paula Chaves, quiero que la protejas. Y si no lo es, quiero asegurarme de que no representa ninguna amenaza para la auténtica Paula.


-Así lo haré.


Pedro salió del despacho de Victoria sintiendo un nudo incómodo en la garganta.


Había algo en todo aquel asunto que no le encajaba. Victoria también lo veía así, y por eso quería tomar tantas precauciones. Un temor desconocido y a la vez familiar le atravesó el cuerpo. Ya había pasado una vez por una situación en la que había demasiadas variables. En aquella ocasión la cosa terminó mal y estuvo a punto de costarle la vida.


Esta vez no bajaría la guardia. Por muy dulce e inocente que pareciera Paula Chaves no confiaría en ella hasta que estuviera absolutamente seguro de poder hacerlo.


Tendría que demostrarle más allá de cualquier sombra de duda que le estaba diciendo la verdad.







PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 1







Paula Chaves se quedó mirando una vez más su reflejo en el espejo y sintió una oleada de emoción. Un velo de encaje francés le caía por los hombros y su cabello rubio, recogido en un moño alto, estaba coronado por un exquisito tocado. 


El cuerpo ajustado del vestido tenía perlas que lo adornaban y la falda de seda con vuelo era digna de los sueños de Cenicienta.


Aspiró profundamente el aire para tranquilizarse. Era el día de su boda. El día que llevaba esperando toda su vida.


Siempre había soñado con una boda así. Una ermita de cuento de hadas situada en lo alto de una colina... Y un novio guapo que la amara y la protegiera para siempre. 


Aunque era mucho mayor que ella, David Crane era al mismo tiempo amable y compasivo. Paula lo respetaba tanto personal como profesionalmente. Cierto que no se le aceleraba el corazón al verlo, pero la vida era mucho más que eso. David la entendía, respetaba su trabajo y, lo que era todavía más importante: su padre confiaba en él.


Su padre. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Si al menos se encontrara lo suficientemente bien como para estar allí... Pero no era así. Había insistido en que no retrasara la boda por él. A cambió le había pedido a su viejo amigo Roberto Gardner que fuera su padrino y la llevara hasta el altar. Paula sonrió al recordarlo. Ella también quería a Roberto. Si su padre no podía llevarla al altar, no se le ocurría nadie mejor que pudiera hacerlo.


El sonido de la puerta del vestidor al abrirse la sacó de sus pensamientos. Se dio la vuelta para ver quién había violado la estricta ley que impedía que nadie viera a la novia antes de que sonara la marcha nupcial.


-Tío Roberto -dijo sonriendo a su pesar-. ¿Qué...?


El hombre entró en la estrecha habitación medio tambaleándose y la agarró de los hombros.


-Debes huir, Pau. Corre lo más rápido que puedas y vete lejos.


-No entiendo -respondió ella asustada-. ¿Le ha ocurrido algo a mi padre?


Roberto negó con la cabeza.


-Escúchame bien -dijo con voz grave-. ¡Corre!


Sólo entonces Pau se dio cuenta de lo pálido que estaba. 


Unas gotas de sudor le perlaban la frente.


-¿Qué ocurre? ¡Dime qué está pasando!


-Se trata de Crane -dijo apretando los dientes, como si le costara trabajo hablar-. No debes creer nada de lo que te diga.


Roberto emitió un extraño gemido que hizo que el resto de sus palabras resultaran ininteligibles.


-¿Qué estás diciendo?


No podía haber dicho lo que le había parecido entender. Ella conocía a David. Nunca mentía, y a ella menos que nadie. 


Roberto trató de seguir hablando, pero se tambaleó como si estuviera demasiado débil para mantenerse en pie. Pau lo sujetó.


-Por favor, dime qué ocurre.


-El proyecto Kessler. Algo... No va bien -murmuró-. Crane ha mentido. Tu vida corre grave peligro. Hay... Cosas que no sabes.


Entonces le fallaron las rodillas y cayó en brazos de Pau.


-¡Oh, Dios mío!


La joven se tambaleó bajo su peso pero consiguió tenderlo en el suelo. Estaba inconsciente. Pau comenzó a agitarlo, pero entonces le llamó la atención la mancha carmesí que tenía en el vestido.


Sangre.


Ahora, con las solapas del esmoquin abierto, pudo ver que Roberto estaba sangrando. Se quedó mirando su figura inmóvil completamente desconcertada. Tenía en el pecho un pequeño agujero por el que se le estaba derramando el fluido vital.


Le habían disparado.


Obligándose a sí misma a reaccionar, Pau comprobó si tenía pulso. A ella le latía el corazón a toda prisa. Los dedos le temblaban de miedo. No había pulso.


Tenía que conseguir ayuda.


-Está aquí.


Paula alzó la cabeza al distinguir el sonido de la voz de David. Ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado. Iba seguido por tres de sus amigos. ¿Habría ocurrido algo fuera y ella no se había enterado? Gracias a Dios que David estaba allí. Él ayudaría.


-¡Roberto necesita una ambulancia! -gritó con las lágrimas resbalándole por las mejillas-. Por favor, que se den prisa -rogó.


-Sacadlo de aquí -ordenó David.


Dos de sus amigos agarraron el cuerpo inerte de Roberto y se dirigieron hacia la puerta.


-¿Qué están haciendo? -preguntó Pau sintiendo cómo un nuevo terror se abría paso en su pecho-. ¿Adónde se lo llevan? Alguien debería intentar reanimarlo. No está...


David se limitó a mirarla. Sus ojos no reflejaban ninguna emoción.


Pau se puso de pie. Le temblaban las rodillas. Aquella situación parecía surrealista. Como una pesadilla. Aquello no podía estar ocurriendo.


-¿No me has oído? -le espetó a su prometido-. Necesita ayuda. ¡Se está muriendo!


David se ajustó la chaqueta de su elegante esmoquin y luego se giró hacia el hombre que tenía al lado.


-Mátala.







PELIGROSO CASAMIENTO: SINOPSIS





Debían enfrentarse al peligro... y al deseo, y sólo podían confiar el uno en el otro...


Paula Chaves jamás habría pensado que su boda sería un intrincado montaje. Su prometido quería matarla y después apoderarse del negocio farmacéutico de su familia...


El primer instinto de Paula fue recurrir a la prestigiosa Agencia Colby en busca de ayuda. Y de repente se encontró bajo la protección de Pedro Alfonso, el guapísimo investigador al que le habían asignado el caso. Pero lo más sorprendente fue que, en medio de aquella complicada misión para descubrir la conspiración que podría arruinarle la vida, Paula comenzó a sentirse inconscientemente atraída por el duro guardaespaldas...





martes, 25 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO FINAL




El sol estaba bajo en el cielo de finales de septiembre. 


Acariciaba las piedras de la casa Dower con su luz y bailaba entre las hojas que comenzaban a perder su color verde. 


Paula se dio cuenta de que lo que más echaría de menos sería el jardín. Nico podría echarle un vistazo a la casa hasta que se mudaran los nuevos propietarios; le había comunicado que ya se había realizado la venta y, aunque le había asegurado que no había prisa por mudarse, era el momento de irse.


Observó al taxi acercarse y sintió un vuelco en el corazón.


Era curioso, pues nunca había esperado realmente que llegaría ese día. Se había aferrado a la esperanza de que Pedro apareciese y declarase su amor por ella, pero la realidad era que había pasado el último mes dando la vuelta al mundo tratando de proclamarse campeón del mundo por sexta vez. Su decisiva victoria en Japón le había asegurado el puesto como uno de los pilotos de Fórmula 1 más prometedores de todos los tiempos y su foto había aparecido en las portadas de todos los periódicos, con la obligada rubia a su lado.


—¿Lista para irnos? —preguntó el taxista—. Meteré su maleta en el maletero.


—Me aseguraré de haber cerrado las ventanas —murmuró Paula, furiosa consigo misma por ceder a la tentación de echar un último vistazo. Aquélla nunca había sido su casa y era ridículo sentir algo por ella. Era una casa familiar, una casa que debía estar llena de niños, pero no serían los suyos, y era el momento de dejar de desear lo imposible.


Frunció el ceño cuando bajó las escaleras y oyó las voces de fuera. Nico se lo habría comunicado si los nuevos propietarios fuesen a instalarse ese mismo día. El coche deportivo rojo fue lo primero que llamó su atención, fijándose luego en Pedro, discutiendo con el taxista por la maleta.


—¿Quiere que la guarde en el maletero o no? —preguntó el taxista.


—¡Sí! —gritó Paula mientras salía al exterior.


—¡No! Todavía no —ordenó Pedro.


—Bueno, pues cuando se hayan decidido, me lo dicen —dijo el taxista, dejando la maleta en el suelo y metiéndose en el coche para escuchar la radio—. Me sentaré aquí y escucharé cómo va el criquet hasta que se hayan decidido.


—Tengo que tomar un tren —dijo Paula—. ¿Qué quieres, Pedro?


—Cinco minutos de tu tiempo —contestó él con determinación en la mirada—. Pensé que te encantaba esta casa —añadió mientras Paula lo conducía al salón—. Pensé que era la razón por la que habías regresado conmigo. Eso es lo que le dijiste a mi padre.


—Ya sabes por qué dije esas cosas —susurró ella.


—Para convencer a Fabrizzio de que nuestra relación era un escarceo casual que no significaba nada para ninguno de los dos.


—Sí.


—Porque temías que, si te veía como una amenaza, intentaría separarnos como había hecho cuatro años antes, ¿verdad? Sólo que entonces, claro, convenció a Gianni para que lo ayudara —añadió Pedro lentamente.


—Sinceramente, creo que lo hizo porque pensaba que era lo mejor para ti. Quería que te casaras con una heredera italiana, no con una inglesa hija de un vicario y sin estatus social —contestó Paula. Incluso entonces, después de todo lo que había pasado, odiaba ver el dolor en sus ojos.


—De hecho, la principal razón por la que desaprobaba mi relación contigo era que temía que cualquier hijo que tuviéramos pudiera estar discapacitado. Sabía que tu hermano, Simon, había quedado confinado a una silla de ruedas, pero no sabía por qué —añadió Pedro sin dejar de mirarla—. Eso no es excusa para lo que hizo, pero explica muchas cosas.


—Simon tuvo un accidente —dijo Paula.


—Lo sé, y ahora también mi padre. También sabe que, fuera cual fuera la razón por la que Simon estaba así, nunca habría servido para disuadirme de casarme contigo.


—Entiendo —murmuró ella sin saber muy bien a qué había ido allí. La verdadera razón por la que su relación había fracasado seguía siendo la misma. No había confiado en ella y, desde luego, no la amaba. Aquellas cosas eran requisito imprescindible en cualquier relación en la que se embarcara a partir de ese momento—. Realmente tengo que irme, así que, si eso es todo...


—Claro que no es todo —el viejo Pedro volvía a escena, arrogante y exigente como siempre mientras se pasaba la mano por el pelo y trataba de controlar su temperamento—. Estoy tratando de decirte que lo siento. Trato de disculparme por cómo te he tratado. Toma —sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y se lo entregó—. Puede que esto explique mejor las cosas.


Paula se quedó mirándolo y luego observó los documentos, sintiendo un vuelco en el corazón antes de volver a meterlos en el sobre y devolvérselos.


—Un gesto muy bonito —dijo secamente, sintiendo las lágrimas en la garganta—, pero no, gracias.


—Son las escrituras de la casa Dower. La he comprado para ti —gritó él, como si gritando fuese a hacerle entrar en razón.


—Lo sé, y no puedo aceptarla —contestó Paula con una calma que no sentía—. No tienes que pagarme por mis servicios, Pedro. Las dos veces he acudido a ti voluntariamente.


—No estoy intentando pagarte. Madre de Dios, eres la mujer más imposible que he conocido. No la he comprado sólo para ti. Es para los dos, para cuando estemos en Inglaterra.


La cosa empeoraba. Planeaba tenerla como su amante residente para cuando estuviera de paso. Una especie de ama de llaves con tareas extracurriculares. Aunque lo peor era que se sentía tentada de aceptar.


Al mirar el reloj vio que se le estaba haciendo tarde y esperó que el taxista no le estuviera cobrando.


—Lo siento, Pedro, pero no me interesa y, si pierdo el tren, llegaré tarde al aeropuerto.


—Pensé que te ibas a Londres. Tu amigo el de la agencia inmobiliaria me dijo que tienes un trabajo en una agencia de noticias —murmuró mientras la seguía al exterior.


—Lo tengo, pero no es en Londres.


—¿Entonces dónde? ¿En algún lugar de Europa?


—En Sierra Leona —admitió ella—. La agencia de noticias me ha pedido que escriba una serie de reportajes especiales sobre la situación allí.


—Por encima de mi cadáver, cara; es demasiado peligroso.


—Será por encima de tu cadáver si no te apartas. Y, en cuanto a lo de peligroso... Tú eres piloto de carreras, por el amor de Dios. No me hables de peligro cuando he estado en la pista viendo cómo arriesgabas tu vida por puro entretenimiento.


—Ésa es la otra cosa que he venido a decirte. Mañana daré una conferencia de prensa para anunciar que me retiro de la Fórmula 1, pero quería que fueras la primera en saberlo.


—Muy bien —dijo ella como si no le importara en absoluto.


—¡Dios! ¿Es que no hago nada bien? Compro la casa que te gusta y la rechazas, dejo de competir, que es lo que más odias, y actúas como si te diera igual —se pasó una mano por el pelo mientras Paula se subía al taxi. Necesitaba saber lo que sentía. Era el momento más importante de su vida y perder no era una opción—. Dime, ¿qué tengo que hacer para que vuelvas conmigo? —metió la cabeza por la ventanilla del taxi para mirarla y Paula cerró los ojos.


—Tienes que amarme como yo te amo —susurró ella, incapaz de contener las lágrimas—. Es lo que siempre he querido, y lo único que nunca podrás darme.


Le pidió al conductor que arrancase, y estaba demasiado ocupada frotándose los ojos como para fijarse en el paisaje, hasta que el taxista frenó en seco y murmuró en voz baja.


—Claro —gritó mientras salía del coche—. Ahora sé quién eres. El piloto de carreras. Bonito coche.


—Quédeselo —dijo Pedro, entregándole las llaves al taxista y metiéndose tras el volante del taxi—. Ya no lo necesito. Necesito un coche seguro y familiar, ¿verdad, cara?


—Creo que deberías dar la vuelta y llevarme a la estación —dijo Paula—. ¿Qué estás haciendo, Pedro?


Sin contestar, Pedro aceleró por los senderos a tanta velocidad, que Paula cerró los ojos y, cuando los abrió de nuevo, estaban otra vez frente a la casa Dower.


—Bájame —dijo ella cuando Pedro la tomó en brazos y la metió en la casa. Ya era suficientemente bochornoso que le hubiera dicho cómo se sentía como para tener que soportar que la tratara como a una muñeca, que era exactamente como se sentía.


—Claro que te amo —gritó él mientras se dirigía hacia las escaleras—. Mi amor por ti nunca ha estado en duda. Ti amo, cara mia. Sé que voy a tener que perfeccionar tu italiano, pero llevo diciéndote meses que te quiero, y en mis sueños, años.


Paula se rió frenéticamente en sus brazos, sintiendo la necesidad de escapar de él antes de derrumbarse.


—No tienes que decirlo para hacerme sentir mejor.


—Lo digo para sentirme mejor yo. Eres mi vida, mi amor, y lo has sido desde que te colaste por la ventana de mi cuarto en aquel hotel asegurándome que no eras una admiradora.


—Pero no confiaste en mí, creíste que te había engañado con tu hermano y fuiste cruel. Me rompiste el corazón —dijo ella mientras Pedro la dejaba en el suelo y la rodeaba con los brazos.


—Si te sirve de consuelo, pasé los cuatro años siguientes en el purgatorio. Te eché mucho de menos, pero Gianni había resultado herido y no podía abandonarlo. Me parecía mal ir a buscar la felicidad cuando él no tenía ninguna, pero nunca te olvidé, ni un solo día, y, cuando me enteré de que habías regresado a Wellworth, supe que tenía que encontrarte.


—¿Realmente has dejado las carreras? —preguntó Paula con incredulidad—. Es lo más importante en tu vida, Pedro, y no quiero que hagas ese sacrificio por mí.


—Eres mi vida. No hay nada que se parezca a ti. No es un sacrificio; no estoy dejando de competir por ti, sino porque preferiría estar contigo en una casa en Inglaterra lo suficientemente grande para albergar a nuestros hijos —la besó con ternura, y Paula supo con seguridad que estaba diciendo la verdad. Por increíble que pareciera, aquel hombre tan maravilloso la amaba—. ¿Te casarás conmigo? —preguntó él mientras le cubría el cuello de besos.


—Tu padre... —comenzó a decir ella tras vacilar un momento.


—Mi padre sabía que quería casarme contigo hace cuatro años y que no había ninguna otra mujer que se pareciera a ti. También sabe que la única opción que tiene de tener nietos es que yo te convenza para casarte conmigo. Confía en mí, cara, mi padre espera y desea que digas que sí.


Al observar el dormitorio que Pedro había utilizado durante la única noche que había pasado en la casa Dower, Paula se dio cuenta de que le gustaba esa habitación. Después de que él se hubiera marchado, había dormido en su cama, desesperada por sentir algún vínculo, y sonrió cuando la depositó sobre las sábanas.


—¿Esperas que diga que sí? —preguntó ella mientras él intentaba desabrocharle la blusa, antes de que se cansara y tirara de la prenda, consiguiendo que todos los botones salieran disparados.


—No lo espero, cara mia. Lo ansío —le dijo tras darle un beso—. Eres mi otra mitad, la que me ha robado el alma, y te quiero con todo mi corazón. Tienes que decir que sí, porque pasaré el resto de mi vida persiguiéndote hasta que lo hagas, y se me ocurren formas mejores de pasar nuestro tiempo.


Procedió a demostrárselo y ella le rodeó el cuello con los brazos mientras Pedro le acariciaba los pechos con la boca.


—Entonces no perderé el tiempo discutiendo —dijo Paula casi sin aliento y levantando las caderas para que pudiera quitarle la falda—. Te quiero, Pedro —susurró, mirándolo a los ojos.


—Y yo te quiero a ti, cara mia, siempre, durante el resto de mi vida.






AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 25




Era prueba de que había estado asimilando la información que le había proporcionado el investigador privado. El día anterior de volar a Mónaco, había descubierto que había malinterpretado a Paula tremendamente y que no tenía posibilidad de ganarse su perdón. No sólo eso, sino que tras haberle exigido a su padre que le contara la verdad, sabía que la había malinterpretado dos veces; la primera, cuatro años antes. La culpa que sentía había sido difícil de manejar; no sabía cómo acercarse a ella o dónde comenzar a rogarle otra oportunidad. Sus remordimientos habían hecho que se mantuviera frío y distante. Cuatro años atrás, se había negado a escucharla, y no podía culparla por querer castigarlo duramente.


—Si quieres pruebas del modo en que me siento, aquí las tienes —dijo mientras se acercaba a ella y la tomaba entre sus brazos para besarla—. Ésta es la única prueba que necesitamos —insistió cuando Paula dejó de resistirse y se apoyó contra su pecho, pero las lágrimas en sus ojos advirtieron a Pedro de que la batalla no estaba ganada.


—Que tenemos buen sexo nunca ha estado en duda —dijo ella—. Pero quiero más que eso, me merezco más que eso. No quiero tener miedo a abrir el periódico porque pueda aparecer otra foto u otro artículo sobre mí. Ni siquiera me defendiste, Pedro, no te importó quién estuviera detrás de todo el asunto del espionaje en Venecia. Como tu amante, soy propiedad pública, y he decidido renunciar.


—Ya sé quién avisó a los paparazzi —dijo él al ver que agarraba la maleta y se dirigía hacia la puerta—. Y ya he tomado medidas para asegurarme de que nada así vuelva a ocurrir. Te protegería con mi vida, y nunca volverán a hacerte daño. Te lo prometo.


Paula lo observó durante un rato, como si se hubiera quitado la venda y estuviera viéndolo por primera vez y, a juzgar por su expresión, Pedro imaginó que no le gustó lo que vio.


—No te creo —contestó Paula—. Quiero irme a casa.



AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 24





La villa estaba a oscuras cuando Pedro cruzó las puertas con el coche y ascendió por el camino. Sin duda, Sophia se habría ido a dormir hacía tiempo, pensó al mirar el reloj y darse cuenta de que habían pasado horas desde que había visto a su padre en el hospital.


¿Pero qué habría pasado con Paula? ¿Lo habría esperado despierta?, se preguntaba mientras corría escaleras arriba. 


Debía haberla llamado, pero había estado demasiado sorprendido, devastado por la conversación con Fabrizzio, y el único modo que conocía para exorcizar sus demonios era la velocidad. Debía de haber recorrido cientos de kilómetros yendo de un lado a otro por las autopistas. Conducir era su segunda naturaleza, lo que mejor hacía y, mientras su atención estuviese centrada en la carretera, no podría pensar en Paula y en cómo se había equivocado con ella.


No le gustaba la culpa, pensó mientras abría la puerta de la habitación de invitados a la que Paula se había trasladado. 


La cama estaba vacía, sin sábanas, y un torrente de miedo recorrió su cuerpo al abrir los armarios y descubrir que estaban desnudos. Había estado preparándose para el hecho de que tal vez hubiera decidido marcharse después de haber hablado con ella, después de haber revelado que sabía la verdad, pero no imaginaba llegar a casa y encontrarla vacía.


Regresó al hall sintiendo cómo el corazón se le aceleraba al ver la luz salir por debajo de la puerta de su dormitorio. La abrió con fuerza y, por un momento, pensó que Paula había vuelto a trasladarse a su cuarto, pero la maleta que yacía abierta sobre la cama acabó con sus esperanzas.


—Me preguntaba cuándo aparecerías, o si te molestarías en aparecer —dijo ella con frialdad, evitando su mirada.


Pero, cuando Pedro se fijó, vio el rastro de las lágrimas en su rostro.


—¿Dónde creías que había ido, cara?


—Estoy segura de que tienes docenas de nombres en tu agenda. Nunca has estado escaso de compañía femenina, Pedro.


—La única compañía que quiero es la tuya —dijo él.


—¡Oh, por favor! No finjamos que soy algo más que un entretenimiento temporal. Soy tu amante, nada más, como tú mismo señalaste.


—La noche que regresamos de Indianápolis estaba furioso —comenzó a decir él, pero ella negó con la cabeza y, por primera vez, Pedro se dio cuenta del control que Paula tenía sobre sus emociones. Prácticamente se estaba desmoronando delante de sus ojos y la culpa era sólo suya.


—Estabas furioso antes, durante y después de Indianápolis —dijo ella—. Estoy harta de tener que anticipar tus cambios de humor, y nada excusa el modo en que me trataste. 
Cambias de humor con tanta rapidez, que nunca sé en qué punto estoy contigo. Mientras tu padre estaba enfermo, pensé que quizá me necesitaras realmente, pero ya no me necesitas, ¿verdad, Pedro? Fui un hombro sobre el que llorar, pero, desde que Fabrizzio ha empezado a recuperarse, ya no me necesitas. Tu actitud hacia mí esta última semana es prueba de ello.