martes, 25 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 24





La villa estaba a oscuras cuando Pedro cruzó las puertas con el coche y ascendió por el camino. Sin duda, Sophia se habría ido a dormir hacía tiempo, pensó al mirar el reloj y darse cuenta de que habían pasado horas desde que había visto a su padre en el hospital.


¿Pero qué habría pasado con Paula? ¿Lo habría esperado despierta?, se preguntaba mientras corría escaleras arriba. 


Debía haberla llamado, pero había estado demasiado sorprendido, devastado por la conversación con Fabrizzio, y el único modo que conocía para exorcizar sus demonios era la velocidad. Debía de haber recorrido cientos de kilómetros yendo de un lado a otro por las autopistas. Conducir era su segunda naturaleza, lo que mejor hacía y, mientras su atención estuviese centrada en la carretera, no podría pensar en Paula y en cómo se había equivocado con ella.


No le gustaba la culpa, pensó mientras abría la puerta de la habitación de invitados a la que Paula se había trasladado. 


La cama estaba vacía, sin sábanas, y un torrente de miedo recorrió su cuerpo al abrir los armarios y descubrir que estaban desnudos. Había estado preparándose para el hecho de que tal vez hubiera decidido marcharse después de haber hablado con ella, después de haber revelado que sabía la verdad, pero no imaginaba llegar a casa y encontrarla vacía.


Regresó al hall sintiendo cómo el corazón se le aceleraba al ver la luz salir por debajo de la puerta de su dormitorio. La abrió con fuerza y, por un momento, pensó que Paula había vuelto a trasladarse a su cuarto, pero la maleta que yacía abierta sobre la cama acabó con sus esperanzas.


—Me preguntaba cuándo aparecerías, o si te molestarías en aparecer —dijo ella con frialdad, evitando su mirada.


Pero, cuando Pedro se fijó, vio el rastro de las lágrimas en su rostro.


—¿Dónde creías que había ido, cara?


—Estoy segura de que tienes docenas de nombres en tu agenda. Nunca has estado escaso de compañía femenina, Pedro.


—La única compañía que quiero es la tuya —dijo él.


—¡Oh, por favor! No finjamos que soy algo más que un entretenimiento temporal. Soy tu amante, nada más, como tú mismo señalaste.


—La noche que regresamos de Indianápolis estaba furioso —comenzó a decir él, pero ella negó con la cabeza y, por primera vez, Pedro se dio cuenta del control que Paula tenía sobre sus emociones. Prácticamente se estaba desmoronando delante de sus ojos y la culpa era sólo suya.


—Estabas furioso antes, durante y después de Indianápolis —dijo ella—. Estoy harta de tener que anticipar tus cambios de humor, y nada excusa el modo en que me trataste. 
Cambias de humor con tanta rapidez, que nunca sé en qué punto estoy contigo. Mientras tu padre estaba enfermo, pensé que quizá me necesitaras realmente, pero ya no me necesitas, ¿verdad, Pedro? Fui un hombro sobre el que llorar, pero, desde que Fabrizzio ha empezado a recuperarse, ya no me necesitas. Tu actitud hacia mí esta última semana es prueba de ello.



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