miércoles, 5 de octubre de 2016
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 11
La playa, al atardecer, ofrecía una vista magnífica... los colores naranja brillante y rosa fuerte salpicaban el cielo azul.
—Hermoso, ¿no te parece? —preguntó Pedro. Se encontraba detrás de ella y la abrazó mientras Paula contemplaba las olas que bañaban la playa.
—Glorioso—comentó ella.
—¿Contenta de haber venido? —preguntó él y Paula asintió—. Yo también. Sólo desearía que no tuviéramos que asistir a esa cena. Preferiría pasar la noche aquí, contigo, escuchando el sonido de las olas y bebiendo champaña.
—Bonito pensamiento —comentó ella—, pero el champaña me hace estornudar. La primera vez que lo probé, mis padres se horrorizaron. No podían creer que una hija suya no pudiera tolerar una de las mejores cosas de la vida. Hicieron que mi boda fuera un infierno, porque insistieron en servir champaña. Podía haberlo evitado, supongo, pero todos querían brindar, y Mateo no dejaba de servirme copas. Cuando el banquete terminó, tenía la nariz roja y los ojos llorosos—rió al recordar—. Supongo que se lo merecía, pues en todas las fotografías, la novia parecía estar recuperándose de un resfriado.
—Apuesto a que entonces no te reíste —señaló Pedro. Ella lo miró por encima del hombro.
—¿Qué te hace pensar eso? —quiso saber Paula.
—Estoy seguro de que querías que todo quedara perfecto, para agradar a tus padres y a tu marido. Seguramente aquella pequeña vergüenza echó a perder ese día, por lo menos para ti.
Paula se volvió en sus brazos y apoyó las manos sobe sus hombros. Tenía la sensación de que Pedro podía ver claramente en su alma.
—Eres sorprendente —observó ella.
—Lo sé —dijo él con poca modestia y sonrió.
—Basta, hablo en serio —aseguró Paula—. Nadie más sé dio cuenta de lo que sentí.
—Probablemente porque estaban demasiado preocupados por las apariencias y sus propios sentimientos —sugirió Pedro.
—Estoy dibujando un cuadro horrible de mi familia, ¿no es así? —preguntó Paula—. En realidad, no son así. Ellos sólo quieren lo mejor para mí. Los Chaves siempre han mantenido cierto estilo de vida, y mi madre y su familia estaban preocupadas con la tradición. Puedes imaginar la clase de monstruo que provocó la unión de las dos familias.
Pedro sacudió la cabeza y besó a Paula en la frente.
—No, cariño, no lo veo de esa manera. Te crearon a ti, ¿no es cierto? Por eso les debo eterna gratitud.
—Nadie me ha dicho nada tan bonito —confesó Paula y parpadeó para contener las lágrimas. Una escapó, y Pedro la enjugó con un dedo.
—Nunca me cansaré de decirte cosas como esa —le prometió Pedro—. Lo digo en serio, Paula. Apenas has empezado a descubrir lo mucho que tienes para ofrecer.
Espero que cuando seas consciente de todo tu valor, todavía me quieras en tu vida.
—Creo que siempre te querré en mi vida —confesó Paula mientras su corazón se llenaba de ternura y gratitud, y de algo más profundo, un sentimiento fuerte e intenso.
Pedro la besó en los labios, capturando su aliento, compartiendo el suyo. En aquel beso apasionado nació un compromiso, que ella no estaba muy segura de estar preparada para aceptar. Las rodillas le temblaban cuando al fin él se apartó.
—Si seguimos así, nunca iremos a esa cena, y perderé el cliente —manifestó Pedro sin aliento. Sus ojos castaños la devoraban con pasión—. Casi valdría la pena.
—Debe de ser un cliente muy importante —señaló Paula con voz temblorosa.
—El más importante. Un estudio de filmación completo —sindicó él. Ella retrocedió un paso.
—¿Vamos a cenar con un magnate? —preguntó Paula.
—Es el director del estudio más importante de Los Ángeles. Ha conseguido tres grandes éxitos seguidos. Hemos estado trabajando para pulir su imagen—explicó Pedro.
—Entonces, vayamos —sugirió Paula de inmediato.
—Espera un minuto. ¿Me estás dejando por un tipo de Hollywood?
—No, sólo estoy intentando ayudarte en tu trabajo —explicó Paula.
—De acuerdo. Supongo que te desmayarás al ver al primer actor —bromeó Pedro.
—Es una tradición sureña que las damas se desmayen cuando sus sentidos reciben una fuerte impresión —le aseguró Paula.
—Yo seré el único hombre que altere tus sentidos esta noche —replicó él.
—Promesas, promesas —comentó ella, sonriendo. La mirada de Pedro era más embriagadora que cualquier champaña... y sobre todo, a Paula no le daban ganas de estornudar.
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 10
Paula ya se dirigía hacia su coche cuando oyó que sonaba el teléfono. Intentó ignorarlo, pero no pudo hacerlo; tal vez se tratara de algo grave. Volvió a la casa rápidamente.
—¿Diga?
—¿Paula?
—¿Pedro? ¿Algo anda mal? —preguntó Paula.
—Tal vez yo debería preguntarte eso —respondió él—. Parece que estás sin aliento.
—Me dirigía hacia el coche cuando oí que sonaba el teléfono —explicó Paula—. Mi conciencia no me permitió ignorarlo.
—Por primera vez, le debo algo a tu conciencia —le aseguró él.
—¿Sucede algo malo? —volvió a preguntar Paula.
—Sí, lo siento —se disculpó Pedro—. Después de todo, no voy a poder ir a Carolina del Sur.
Paula intentó disimular su desilusión.
—¿Un problema en el trabajo?—preguntó ella.
—Sí. Un cliente de Los Ángeles piensa cambiar de compañía. El ejecutivo encargado lo ha intentado todo, incluso le ofreció regalarle la próxima campaña de publicidad. Tengo que hablar con él.
—Por supuesto —contestó ella de manera automática—. Lamentaré mucho no verte. Esperaba con ansiedad aquellos paseos por la playa que me prometiste.
—También yo —aseguró Pedro con voz emocionada—. Pero no tenemos por qué estar separados. Ven conmigo a Los Ángeles. Tengo un amigo que me prestará su casa en Malibú. Todavía podremos dar esos paseos por la playa.
Paula se sintió tentada a aceptar. Cambiar de planes de improviso nunca le había gustado; tal vez fuera una herencia de su madre. De cualquier manera, su matrimonio solamente había afirmado más su deseo por una existencia ordenada.
Mateo siempre se apegaba a los horarios.
—¿Percibo alguna reserva? —preguntó Pedro.
—Si.
—¿Por qué —quiso saber él—. Estaremos juntos. Lo único que cambiará será el lugar.
—¿Cómo podré explicar que me voy a Los Ángeles? —preguntó Paula. Ignoró el hecho de que ni siquiera hubiera tenido el valor de explicar a sus padres que iría a Hilton Head.
—Tienes treinta y tres años —le recordó Pedro—. ¿A quién le debes una explicación? —preguntó con impaciencia. Suavizó su tono y añadió—: ¿O acaso hay un amante celoso que no has mencionado?
Sorprendida, Paula se dio cuenta de su tono de ansiedad.
—No hay amantes, Pedro, sólo una familia que no está acostumbrada a que me mueva por mi cuenta.
—No me parece una buena excusa —comentó Pedro—. Tal vez no son Los Ángeles lo que en realidad te preocupa.
—¿Qué se supone que significa eso? —quiso saber Paula.
—¿No te estarás arrepintiendo de volver a verme? El otro día, cuando hablamos, parecías estar de acuerdo.
No quería admitir que él tenía razón. Ella temía la perspectiva de un largo y romántico fin de semana a solas con él. Aunque una parte de ella ansiaba seguir el consejo de Elisabeth y continuar adelante, la otra parte le gritaba que tuviera precaución.
—Te he dicho que ya casi estaba en el coche cuando llamaste —le recordó Paula, a la defensiva.
—Podrías haber salido para comprar comida —indicó él.
—Me disponía a ir a Hilton Head —aseguró Paula—. Quizá todavía lo haga —era consciente de que su comportamiento era agresivo, pero no podría evitarlo. Pedro suspiró.
—No comprendo por qué no quieres hacer esto —confesó él. Paula lanzó una carcajada.
—Con franqueza, tampoco yo lo comprendo —reconoció Paula—. Supongo que es una costumbre.
—Es probable que ya sea hora de acabar con ella —sugirió él con tono amable—. Paula, de verdad deseo pasar el fin de semana contigo, y creo que tú también quieres. No permitas que viejos temores te impidan dar un paso hacia el futuro.
—Tal vez sea el momento —respondió ella y suspiró.
—Entonces, hagámoslo —insistió él. Resultaba evidente que sabía aprovechar una ventaja, quizá por eso era uno de los mejores ejecutivos publicitarios del país—. Llamaré a mi agente de viajes, y tendrás un billete esperándote en el aeropuerto. Podrás ayudarme a convencer a ese tipo para que mantenga su contrato publicitario con nosotros.
—Pedro, no sé nada acerca de publicidad —confesó Paula.
—Sin embargo, lo sabes todo acerca de la seducción —bromeó él—. Me tienes loco desde que nos conocimos.
Créeme, las técnicas son esencialmente las mismas.
Paula no pudo evitar sentirse halagada.
—Podría resultar interesante —comentó ella—. ¿Qué haré si ese tipo empieza a hacerme insinuaciones? —preguntó con inocencia. Le gustó la exclamación de descontento de Pedro.
—No aceptes —respondió Pedro con ferocidad.
—Tal vez sea un hombre que no acepte un "no" como respuesta. He oído que hay hombres así —observó ella.
—No te muevas del teléfono —pidió Pedro—. Le pediré a mi agente de viajes que te llame para avisarte de los arreglos, Paula. Discutiremos eso cuando te vea.
—Sí, Pedro —asintió ella con docilidad, aunque por primera vez en muchos años, no se sentía tan dócil. Estaba llena de satisfacción al saber que podía volver loco a un hombre. Al fin se sentía como la belleza sureña en que su madre siempre había soñado que se convirtiera.
martes, 4 de octubre de 2016
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 9
Cuatro de julio.
—¿QUE es esto? —preguntó Elisabeth con fingida inocencia, al recoger un elegante camisón que se encontraba sobre la cama de Paula.
—¿A ti qué te parece? —fue la respuesta de Paula.
—Pura seducción —contestó Eli y se sentó en el borde de la cama. Miró con curiosidad a Paula—. Hablame de nuevo acerca de este fin de semana. ¿Qué está planeando Pedro?
—Ha alquilado una cabaña en Hilton Head —explicó Paula.
—Vaya, vaya —dijo Eli con tono de aprobación—. Al parecer las cosas van bien.
—Es una buena persona —indicó Paula y miró a su amiga.
—¿Acaso he sugerido otra cosa? —preguntó Eli—. Aunque lo hubiera sugerido, no tienes por qué justificarte conmigo.
—Eso es cierto —asintió Paula. Al notar la expresión divertida de su amiga, suspiró y se sentó en la cama, a su lado—. ¿Por qué me siento como una adolescente saliendo por primera vez con un chico sin que sus padres se enteren?
—Porque no le has hablado a tu madre de Pedro —explicó Eli de inmediato—. ¿Por qué te preocupa eso tanto? Ya has pasado la edad en que tenías que dar cuenta a alguien de tus acciones.
—Lo sé —indicó Paula—, pero mamá se siente herida, porqué no pasaré los días festivos con toda la familia, en Carolina del Norte. También está convencida de que me voy a quedar sentada aquí, sollozando. Ya sabes lo que piensa ella respecto a esa clase de autocompasión.
—Entonces, dile la verdad —sugirió Eli—. Dile que sollozar es lo último que se te pasaría por la cabeza en estos días.
—¡Eli!
—Bueno, es la verdad, ¿no es así? Nunca te había visto tan feliz. Tal vez ella se alegre de saber que hay un hombre nuevo en tu vida. Dejaría de preocuparse tanto.
—Debes de estar bromeando —señaló Paula—. Mi madre es una profesional de la preocupación. No, si se lo digo, lo estropeará todo. Ya la has visto en acción. Hará que papá investigue el crédito que tiene Pedro. Después, lo llamará y lo invitará a Atlanta, para someterlo a una inspección completa. Todavía no estoy lista para enfrentarme con todo eso. Dudo también que Pedro lo esté. No es la clase de hombre al que le gusta que lo sometan a una inspección para conseguir aprobación, como si fuera un artículo comercial.
—¿No crees que lo soportará? —preguntó Elisabeth—. Por lo que has dicho, ese hombre podría pasar una inspección de seguridad del gobierno.
—Las exigencias de mamá son todavía superiores —le aseguró Paula—. Sin embargo, Pedro pasaría la inspección.
—Entonces, tal vez en realidad lo que temes es que él conozca a tu familia. La familia Chaves tal vez lo intimide —indicó Eli.
—Dudo que alguien pueda intimidar a Pedro. Lo que ocurre es que no es el momento adecuado —observó Paula—. La relación todavía es muy reciente. Quizá no llegue a nada importante. ¿Para qué someterla a una inspección?
—Ni por un momento has pensado que no sea importante —señaló Eli. Paula la miró sorprendida.
—Parece que tienes más confianza que yo en ello —comentó Paula—. ¿Cómo es eso?
Elisabeth le quitó el hermoso camisón a Paula de las manos y lo agitó en el aire.
—Esto —respondió Eli——. Eres demasiado puritana como para llevar algo tan provocativo, si no estuvieras muy enamorada de ese hombre.
La observación de Eli hizo que el corazón de Paula latiera aceleradamente.
—Estoy intrigada —respondió Paula, ignorando los fuertes latidos de su corazón—. No estoy enamorada.
—¿Por eso llevas sedas y encajes? Es el amor loco y apasionado el que necesita de sedas y encajes —aseguró Eli—. ¿Intentas convencerme de que no estás enamorada de Pedro?
Paula recordó la tierna seducción de los labios de Pedro, sus caricias provocativas y se emocionó.
—Diría que es una descripción bastante correcta —admitió Paula—. Eli, ¿qué le voy a hacer? No soy la clase de mujer que tiene una aventura cada fin de semana. Eso va contra todo lo que me han enseñado.
—No estamos hablando solamente de sexo —comentó Eli—. Pedro y tú habéis empezado a interesaros el uno en el otro. No hay nada de malo en una aventura de fin de semana, en especial si se trata del proceso natural de una relación importante.
—¿En qué libro de Psicología has leído eso? —preguntó Paula.
—En ninguno —respondió Eli—. Eso pertenece a los derechos románticos. Ya es hora de que los estudies —sugirió Elisabeth—. El siguiente es que no llegues tarde. Termina de hacer la maleta y vete de aquí. Diviértete mucho. Si Pedro puede poner ese brillo en tus ojos, entonces es que tiene algo muy especial.
Paula sabía con exactitud lo que pensaba su amiga. Aunque la atracción sexual era muy importante, la bondad y la fuerza de Pedro también lo eran. Nunca se había sentido más alegre, y tampoco más mujer.
Sin embargo, lamentaba que sus vidas fueran tan diferentes y la distancia que los separaba. De no ser así, su relación se desarrollaría con mayor naturalidad. Pero también era cierto que todo eso de tener que recorrer todo el país para poder estar juntos añadía un poco de aventura a su relación.
¿Cómo se desarrollaría esa relación si se vieran todos los días? Como no había manera de saberlo, Paula decidió dejar de pensar en ello.
—Gracias, Eli —dijo Paula y le dio un abrazo.
—¿Por qué? Vete y diviértete. Estaré ocupada durante el fin de semana pensando en vosotros.
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 8
Paula despertó al oír que llamaban a la puerta con impaciencia y al otro lado la voz de Pedro.
—Levántate, mi bella durmiente.
Paula rió, se puso la bata y abrió la puerta.
—¿Bella durmiente?
—¿Acaso no hay un poema que dice que un amor es como una rosa roja?—preguntó Pedro—. Eso es lo que siento por ti. Eres tan elegante y suave como una rosa. Pensaba que te parecías más a una orquídea, pero anoche me di cuenta de tu fuerza y tus espinas.
—Gracias...—respondió Paula—. ¿Siempre eres tan poético a las... —miró el reloj que estaba junto a la cama—... nueve de la mañana?
—Raras veces me viene la inspiración —admitió él—. ¿Quieres el desayuno en la mesa que está ahí, o en tu cama? —preguntó.
—Eso depende. ¿Lo compartirás conmigo?
—Por supuesto —aseguró Pedro suspirando.
—Entonces, será mejor que lo pongas sobre la mesa —sugirió Paula.
—Temía que dijeras eso —confesó Pedro.
—¿Qué has traído? —quiso saber Paula, al darse cuenta de que tenía mucho apetito.
—Este fin de semana no se permite dieta —indicó Pedro—. No dejarás nada en el plato.
—Hablas como el ama de llaves de mi madre —le reprochó Paula—. Los desayunos de mamá y los míos, tan sólo media naranja y pan tostado, la enfurecen. Cuando mi padre tuvo que dejar de comer huevos, Maisie estuvo a punto de retirarse. Dijo que no tenía sentido saber cocinar, si todos en la casa comían tan poco. Amenazó con servirnos alpiste en lugar de la comida.
—¿Y lo hizo? —preguntó Pedro.
—Por supuesto que no. Maisie se moriría si no pudiera cuidara mis padres. Su mayor pesar es que ahora sólo puede cuidarme a mí durante la cena del domingo. No puedo soportar la expresión de su cara, cuando no me como el postre. ¿Vas a abrir esas bolsas, o tendré que robártelas?
—Eso podría resultar interesante —comentó Pedro, y levantó las dos bolsas, fuera del alcance de Paula. Ella se puso de puntillas y se estiró. La mirada divertida de Pedro se encontró con los ojos de ella, encendiendo la pasión en ellos. Al advertir que la mirada de Pedro se fijaba en su pecho, Paula se dio cuenta de que su bata estaba abierta, que sus senos sólo estaban cubiertos por su sostén de encaje—. Paula... —murmuró de pronto él, con voz ronca.
—Sí —musitó Paula, sintiendo un nudo en la garganta. Su corazón latía con fuerza.
—Yo...—empezó a decir Pedro y luego se aclaró la garganta. Sacudió la cabeza, como si hubiera salido de un trance—. Creo que será mejor que comamos.
Ella asintió y se sentó de inmediato. Se cerró la bata. Pedro abrió una bolsa con dedos temblorosos y sacó el contenido: galletas todavía calientes y recién salidas del horno, mermelada, melón fresco, y unas enormes tazas de café caliente. Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un folleto que colocó delante de Paula. Ella reconoció el logotipo del College of Art & Design, y de pronto, su apetito desapareció.
—Pedro, me estás presionando.
—No te hará daño leerlo, ¿o sí? Pensé en que más tarde podríamos pasar por allí y hablar con alguien acerca de las matrículas para el otoño.
—¿Por qué es tan importante para ti que yo haga esto? —preguntó ella.
—No es importante para mí que lo hagas —le aseguró—. Es importante para ti.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Ni si quiera me conoces! Yo solamente te hice un comentario.
—No es así —insistió Pedro. Con calma untó mermelada en un panecillo para ella. A Paula le irritaba la apariencia de seguridad de Pedro. El añadió—: Me dijiste que eso era algo que en una ocasión deseaste mucho. Siempre estás diciendo que esas comidas benéficas te aburren. Por lo que sé, la única razón por la que no te matriculas en la escuela es por tu edad. Sólo quiero que te des cuenta de que eso es una tontería. ¿Todavía piensas que no te conozco?
—De acuerdo, quizá me conoces algo —admitió Paula, no quería conceder nada más—. Eso no te da el derecho de interferir en mi vida.
—¿Es interferir desear lo mejor para ti? —preguntó él.
—No, si soy yo quien escoge —respondió.
—Entonces, escoge, Paula. Toma una decisión... cualquiera, yo te respaldaré.
En el tono de su voz había un matiz de censura que irritó a Paula. La joven pensaba que él no tenía ningún derecho a sugerirle que lo que ella estaba haciendo con su vida no era suficiente. Paula arrojó la servilleta y se levantó.
—Quizá esto sea un error, Pedro. Tal vez lo mejor hubiese sido dejar las cosas como estaban.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él.
Paula se puso a pasear de un lado al otro de la habitación. Estaba irritada con él por haber arruinado lo que veinticuatro horas antes parecía tan perfecto.
—Quiero decir que algunas fantasías no son tan perfectas bajo un escrutinio más atento. Eres tan dominante, a tu manera, como lo era Mateo a la suya. No permitiré que otro hombre dirija mi vida. No quiero ser moldeada como tu versión de mujer ideal.
—Cálmate —le pidió Pedro—. No quiero dirigir tu vida. Quiero que tú lo hagas. Hay una gran diferencia.
—Ya estoy dirigiendo mi vida —aseguró Paula.
—¿De verdad? No lo veo —señaló Pedro.
—Eso se debe a que estás obsesionado con tu carrera —explicó Paula— Piensas que todo el que no esté obsesionado con el trabajo como tú, es alguien aburrido.
—A mi no me importa si tienes o no una carrera —le aseguró Pedro con impaciencia—. ¿Puedes afirmar sinceramente que eras feliz cuando eras solamente ama de casa? ¿Eso te dejaba satisfecha? ¿Estabas contenta dirigiendo una casa, y haciendo buenas obras?
—¡No! —explotó al fin Paula. A ella misma le sorprendía la ira que la dominaba—. Lo odiaba, pero eso era lo que se esperaba de mí, y yo lo hacía bien.
—Estoy seguro de que lo hacías bien —indicó él y suspiró aliviado al ver que ella explotaba—. Creo que has sido buena en todo lo que has hecho —ella se volvió a mirarlo, tenía los ojos llenos de lágrimas—. En ésta ocasión, se trata de algo que significa mucho para ti, algo importante, algo que necesitas para sentirte realizada.
De pronto, Paula comprendió lo que él había hecho. No estaba segura de qué le irritaba más: si el hecho de que lo hubiera intentado, o de que funcionara.
—Me has hecho pelearme contigo a propósito, ¿no es así? —quiso saber Paula.
—Quizá.
—No intentes manipularme de nuevo, Pedro —le advirtió seriamente. Parecía dotada de una nueva fuerza. Pensó que tal vez debería agradecérselo, pero no lo hizo—. Es probable que ganes la batalla, pero te garantizo que perderás la guerra.
En lugar de parecer intimidado, Pedro parecía contento.
—Es un trato —dijo él.
No convencida por su repentino cambio de táctica, Paula lo miró desconfiada a los ojos. Al fin, asintió y volvió a sentarse.
Dio un sorbo a su café.
—¿Eso mismo significa la publicidad para ti? —preguntó Paula con voz calmada—. ¿Te sentirías vacío sin ella?
—A veces —contestó Pedro.
—Creía que la adorabas. Cada vez que hablas de White Stone Electronics, te brillan de una manera especial los ojos. Te envidiaba por eso. Me gustaría tener algo que llegara a importarme tanto.
—White Stone me ha hecho ver lo mucho que he perdido al convertirme en un ganador —manifestó Pedro.
—¿No es eso una contradicción? —preguntó ella.
—No lo creo. No, si ser un ganador te aleja de los aspectos de tu trabajo que más quieres. Es como si a un maestro que adorara trabajar con estudiantes de pronto lo nombraran director. El todavía es un educador, sin embargo, ya no está en las aulas —explicó Pedro.
—¿Qué significa eso para ti?
—Todavía no estoy seguro. Tal vez, como tú, encontraré las respuestas aquí en Savannah. ¿Quieres averiguarlo?
Paula suspiró y al fin asintió.
—¿Por dónde empezamos?
—Visitemos esa escuela —sugirió Pedro—. El resto, iremos paso a paso —Al ver la mirada dudosa de Paula, insistió—: Los dos.
—Seguro —dijo al fin Paula—. ¿Qué tengo que perder? Un trabajo en una tienda que no me deja ningún dinero y que podría ser efectuado por cualquier adulto. Casi cualquier cosa sería mejor que eso, ¿no es así?
—Esa es la mejor actitud —aseguró Pedro con tono aprobador.
—¿Valerosa?
—Desde luego —respondió él, riendo. Le tomó la mano y le besó la palma—. También sexy.
Aquella caricia ligera de sus labios provocó una especie de terremoto en Paula. Un estremecimiento la recorrió. Después de todo, pensó que tal vez todo saliera bien. Miró a Pedro a los ojos y le sostuvo la mirada. El guiñó un ojo, y el pulso de Paula volvió a acelerarse.
Ella pensó de nuevo, pesarosa, que era muy posible que se estuviera metiendo en problemas.
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