martes, 4 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 8




Paula despertó al oír que llamaban a la puerta con impaciencia y al otro lado la voz de Pedro.


—Levántate, mi bella durmiente. 


Paula rió, se puso la bata y abrió la puerta.


—¿Bella durmiente?


—¿Acaso no hay un poema que dice que un amor es como una rosa roja?—preguntó Pedro—. Eso es lo que siento por ti. Eres tan elegante y suave como una rosa. Pensaba que te parecías más a una orquídea, pero anoche me di cuenta de tu fuerza y tus espinas.


—Gracias...—respondió Paula—. ¿Siempre eres tan poético a las... —miró el reloj que estaba junto a la cama—... nueve de la mañana?


—Raras veces me viene la inspiración —admitió él—. ¿Quieres el desayuno en la mesa que está ahí, o en tu cama? —preguntó.


—Eso depende. ¿Lo compartirás conmigo?


—Por supuesto —aseguró Pedro suspirando.


—Entonces, será mejor que lo pongas sobre la mesa —sugirió Paula.


—Temía que dijeras eso —confesó Pedro.


—¿Qué has traído? —quiso saber Paula, al darse cuenta de que tenía mucho apetito.


—Este fin de semana no se permite dieta —indicó Pedro—. No dejarás nada en el plato.


—Hablas como el ama de llaves de mi madre —le reprochó Paula—. Los desayunos de mamá y los míos, tan sólo media naranja y pan tostado, la enfurecen. Cuando mi padre tuvo que dejar de comer huevos, Maisie estuvo a punto de retirarse. Dijo que no tenía sentido saber cocinar, si todos en la casa comían tan poco. Amenazó con servirnos alpiste en lugar de la comida.


—¿Y lo hizo? —preguntó Pedro.


—Por supuesto que no. Maisie se moriría si no pudiera cuidara mis padres. Su mayor pesar es que ahora sólo puede cuidarme a mí durante la cena del domingo. No puedo soportar la expresión de su cara, cuando no me como el postre. ¿Vas a abrir esas bolsas, o tendré que robártelas?


—Eso podría resultar interesante —comentó Pedro, y levantó las dos bolsas, fuera del alcance de Paula. Ella se puso de puntillas y se estiró. La mirada divertida de Pedro se encontró con los ojos de ella, encendiendo la pasión en ellos. Al advertir que la mirada de Pedro se fijaba en su pecho, Paula se dio cuenta de que su bata estaba abierta, que sus senos sólo estaban cubiertos por su sostén de encaje—. Paula... —murmuró de pronto él, con voz ronca.


—Sí —musitó Paula, sintiendo un nudo en la garganta. Su corazón latía con fuerza.


—Yo...—empezó a decir Pedro y luego se aclaró la garganta. Sacudió la cabeza, como si hubiera salido de un trance—. Creo que será mejor que comamos.


Ella asintió y se sentó de inmediato. Se cerró la bata. Pedro abrió una bolsa con dedos temblorosos y sacó el contenido: galletas todavía calientes y recién salidas del horno, mermelada, melón fresco, y unas enormes tazas de café caliente. Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un folleto que colocó delante de Paula. Ella reconoció el logotipo del College of Art & Design, y de pronto, su apetito desapareció.


Pedro, me estás presionando.


—No te hará daño leerlo, ¿o sí? Pensé en que más tarde podríamos pasar por allí y hablar con alguien acerca de las matrículas para el otoño.


—¿Por qué es tan importante para ti que yo haga esto? —preguntó ella.


—No es importante para mí que lo hagas —le aseguró—. Es importante para ti.


—¿Cómo puedes decir eso? ¡Ni si quiera me conoces! Yo solamente te hice un comentario.


—No es así —insistió Pedro. Con calma untó mermelada en un panecillo para ella. A Paula le irritaba la apariencia de seguridad de Pedro. El añadió—: Me dijiste que eso era algo que en una ocasión deseaste mucho. Siempre estás diciendo que esas comidas benéficas te aburren. Por lo que sé, la única razón por la que no te matriculas en la escuela es por tu edad. Sólo quiero que te des cuenta de que eso es una tontería. ¿Todavía piensas que no te conozco?


—De acuerdo, quizá me conoces algo —admitió Paula, no quería conceder nada más—. Eso no te da el derecho de interferir en mi vida.


—¿Es interferir desear lo mejor para ti? —preguntó él.


—No, si soy yo quien escoge —respondió.


—Entonces, escoge, Paula. Toma una decisión... cualquiera, yo te respaldaré.


En el tono de su voz había un matiz de censura que irritó a Paula. La joven pensaba que él no tenía ningún derecho a sugerirle que lo que ella estaba haciendo con su vida no era suficiente. Paula arrojó la servilleta y se levantó.


—Quizá esto sea un error, Pedro. Tal vez lo mejor hubiese sido dejar las cosas como estaban.


—¿Qué quieres decir? —preguntó él.


Paula se puso a pasear de un lado al otro de la habitación. Estaba irritada con él por haber arruinado lo que veinticuatro horas antes parecía tan perfecto.


—Quiero decir que algunas fantasías no son tan perfectas bajo un escrutinio más atento. Eres tan dominante, a tu manera, como lo era Mateo a la suya. No permitiré que otro hombre dirija mi vida. No quiero ser moldeada como tu versión de mujer ideal.


—Cálmate —le pidió Pedro—. No quiero dirigir tu vida. Quiero que tú lo hagas. Hay una gran diferencia.


—Ya estoy dirigiendo mi vida —aseguró Paula.


—¿De verdad? No lo veo —señaló Pedro.


—Eso se debe a que estás obsesionado con tu carrera —explicó Paula— Piensas que todo el que no esté obsesionado con el trabajo como tú, es alguien aburrido.


—A mi no me importa si tienes o no una carrera —le aseguró Pedro con impaciencia—. ¿Puedes afirmar sinceramente que eras feliz cuando eras solamente ama de casa? ¿Eso te dejaba satisfecha? ¿Estabas contenta dirigiendo una casa, y haciendo buenas obras?


—¡No! —explotó al fin Paula. A ella misma le sorprendía la ira que la dominaba—. Lo odiaba, pero eso era lo que se esperaba de mí, y yo lo hacía bien.


—Estoy seguro de que lo hacías bien —indicó él y suspiró aliviado al ver que ella explotaba—. Creo que has sido buena en todo lo que has hecho —ella se volvió a mirarlo, tenía los ojos llenos de lágrimas—. En ésta ocasión, se trata de algo que significa mucho para ti, algo importante, algo que necesitas para sentirte realizada.


De pronto, Paula comprendió lo que él había hecho. No estaba segura de qué le irritaba más: si el hecho de que lo hubiera intentado, o de que funcionara.


—Me has hecho pelearme contigo a propósito, ¿no es así? —quiso saber Paula.


—Quizá.


—No intentes manipularme de nuevo, Pedro —le advirtió seriamente. Parecía dotada de una nueva fuerza. Pensó que tal vez debería agradecérselo, pero no lo hizo—. Es probable que ganes la batalla, pero te garantizo que perderás la guerra.


En lugar de parecer intimidado, Pedro parecía contento.


—Es un trato —dijo él.


No convencida por su repentino cambio de táctica, Paula lo miró desconfiada a los ojos. Al fin, asintió y volvió a sentarse. 


Dio un sorbo a su café.


—¿Eso mismo significa la publicidad para ti? —preguntó Paula con voz calmada—. ¿Te sentirías vacío sin ella?


—A veces —contestó Pedro.


—Creía que la adorabas. Cada vez que hablas de White Stone Electronics, te brillan de una manera especial los ojos. Te envidiaba por eso. Me gustaría tener algo que llegara a importarme tanto.


—White Stone me ha hecho ver lo mucho que he perdido al convertirme en un ganador —manifestó Pedro.


—¿No es eso una contradicción? —preguntó ella.


—No lo creo. No, si ser un ganador te aleja de los aspectos de tu trabajo que más quieres. Es como si a un maestro que adorara trabajar con estudiantes de pronto lo nombraran director. El todavía es un educador, sin embargo, ya no está en las aulas —explicó Pedro.


—¿Qué significa eso para ti?


—Todavía no estoy seguro. Tal vez, como tú, encontraré las respuestas aquí en Savannah. ¿Quieres averiguarlo?


Paula suspiró y al fin asintió.


—¿Por dónde empezamos?


—Visitemos esa escuela —sugirió Pedro—. El resto, iremos paso a paso —Al ver la mirada dudosa de Paula, insistió—: Los dos.


—Seguro —dijo al fin Paula—. ¿Qué tengo que perder? Un trabajo en una tienda que no me deja ningún dinero y que podría ser efectuado por cualquier adulto. Casi cualquier cosa sería mejor que eso, ¿no es así?


—Esa es la mejor actitud —aseguró Pedro con tono aprobador.


—¿Valerosa?


—Desde luego —respondió él, riendo. Le tomó la mano y le besó la palma—. También sexy.


Aquella caricia ligera de sus labios provocó una especie de terremoto en Paula. Un estremecimiento la recorrió. Después de todo, pensó que tal vez todo saliera bien. Miró a Pedro a los ojos y le sostuvo la mirada. El guiñó un ojo, y el pulso de Paula volvió a acelerarse.


Ella pensó de nuevo, pesarosa, que era muy posible que se estuviera metiendo en problemas.






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