viernes, 9 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 4




Paula regresó a la casa con la espalda muy rígida y los hombros bien cuadrados, aunque se sentía furiosa. ¡Qué cara más dura! Aquel hombre se había dirigido a ella como si fuera una incompetente.


Cerró de un portazo, fue al fregadero y se echó agua por la cara. Cuando oyó una risotada a sus espaldas, se incorporó.


—Veo que ya conoces a Pedro Alfonso —dijo Karen, sin intención alguna de ocultar la diversión que aquello le producía.


—¿Es ese su nombre? ¿Es importante por aquí o puedo matarlo? —preguntó, furiosa.


—Bueno, yo me esperaría un tiempo, si fuera tú. Ese hombre conoce muy bien a los caballos. De hecho, los dos tenéis mucho en común.


—Lo dudo. La arrogancia y la audacia son rasgos de personalidad que yo trato de evitar.


—Sin conseguirlo del todo —comentó Karen, riendo de nuevo—, si no te importa que te lo diga. Sospecho que tu reacción ha sido similar a la de él.


Paula guardó silencio. Desgraciadamente, había pocas personas que la conocieran mejor que Karen.


—Esto es mucho mejor que verte en una de esas comedias románticas que protagonizas —añadió Karen—. Estás toda arrebolada e indignada. Evidentemente, Pedro también lo está. Por lo que he podido ver desde aquí, ha hablado más en los últimos diez minutos de lo que le he oído decir a lo largo de una cena entera.


—¿Estás diciendo que ese hombre es de los fuertes y silenciosos? —preguntó Paula, incrédula, pensando en las palabras llenas de desdén que le había dedicado.


—Hasta ahora lo ha sido. Aparentemente, tú provocas en él el efecto contrario.


—Solo porque me atreví a ganarme a uno de sus preciosos caballos. Aparentemente, su orgullo no pudo soportarlo.


—Me alegra ver que no has perdido tu toque personal, al menos no con los caballos. Sin embargo, en cuanto a los hombres yo no estoy tan segura. Normalmente se te da mucho mejor encandilarlos.


—No necesito encandilar a ese Pedro. ¿O sí? quiso saber, al ver la expresión de su amiga—. No me estarás diciendo que tenemos que trabajar juntos, ¿verdad?


—Creo que sería lo adecuado. Él es el cuidador. Esteban dice que es muy bueno. Lo que encuentro fascinante es que tu instintivo encanto te haya fallado. Permitiste que ese hombre te dejara sin saber qué decir.


—Eso no es cierto —replicó Paula.


Sin embargo, tenía que admitir que, durante varios minutos, la sangre le había hervido de un modo muy desconcertante. 


Además, le había gustado perder el control sobre su genio.


Durante los últimos diez años lo había mantenido bajo control solo para evitar que la etiquetaran como una de las temperamentales estrellas de Hollywood. En sus matrimonios había caído también en la pasividad. Ninguno de los dos hombres había merecido que se desmelenara por él, lo que debía bastar como prueba de que las relaciones habían estado destinadas al fracaso desde el principio. 


Entonces, suspiró profundamente, tras haber olvidado a Pedro Alfonso por el momento.


—¿A qué se debe ese suspiro? —preguntó Karen.


—Solo estaba pensando en el porcentaje tan alto de mi vida que he desperdiciado mintiéndome a mí misma.


—No has desperdiciado tu vida. Has conseguido lo que algunas actrices solo alcanzan a soñar.


—Sin embargo, yo nunca quise ser actriz. Quería vivir en Los Ángeles porque es una ciudad atractiva y excitante, pero me habría contentado con ser contable en uno de los estudios. Si ese productor no me hubiera pedido que hiciera una prueba para su película mientras estábamos haciendo el presupuesto para ella, yo seguiría siendo contable. Es como si los últimos diez años le hubieran ocurrido a otra persona.


—¿Te lamentas del dinero y de la fama que has conseguido?


—No, no me arrepiento de eso. ¿Cómo podría hacerlo? Ha sido algo increíble y sé la suerte que he tenido, pero me falta algo. Lleva faltándome mucho tiempo. Por eso he regresado aquí, para ver si puedo encontrarlo —añadió, admitiéndolo en voz alta por primera vez.


—¿Amor? —sugirió Karen—. ¿Es eso lo que estás buscando?


—Podría ser…


—¿Hijos?


Paula se dio cuenta de que nunca había pensado realmente en tener una familia, pero que, efectivamente, aquello también formaba parte de su anhelo. Quería tener a sus hijos entre sus brazos, comprarles ropa, juguetes y decorarles la habitación. Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de la fuerza con la que le marcaba el tiempo su reloj biológico. Sin embargo, en vez de admitirlo, dijo:
—Tal vez solo esté buscando una saludable dosis de realidad. Buenos amigos. Trabajo físico duro. Una hermosa puesta de sol… Ojalá supiera de lo que se trata.


—Puede que un hombre como Pedro Alfonso pueda ayudarte a descubrirlo.


Paula pensó en el rudo vaquero, con ojos tan duros con el pedernal y boca sombría. Efectivamente, tenía los hombros muy anchos, estrechas caderas y unos envidiables músculos. ¿Y qué?


—Primero tendría que tener más educación.


—¡Eh! —exclamó Karen riendo—. Vi la escenita que compartisteis los dos juntos. Probablemente él diría lo mismo sobre ti. Por cierto, ¿te presentaste o te reconoció él mismo?


Paula se dio cuenta, con algo de estupefacción, que Pedro no había parecido en absoluto preocupado por quién era ella. De hecho, estaba casi segura al cien por cien de que él desconocía la identidad de Paula. Solo había visto en ella a una intrusa, lo que la agradaba mucho.


—Si me reconoció, no pareció importarle mucho. Solamente estaba furioso de que yo estuviera en su terreno.


—Tal vez deberías hacer que siguiera siendo así. Dejar que te conozca sin que se vea deslumbrado por el brillo de Hollywood. ¿No te parece que eso, para variar, sería un alivio?


—Es cierto —respondió Paula imaginándose los beneficios que podría reportarle el anonimato— pero voy a quedarme por aquí para encontrarme a mí misma, no para poder encontrar un hombre.


—¿Hay alguna razón por la que no puedas hacer las dos cosas?


—Tal vez no, pero no creo que a tu amigo Pedro le gustara que se le considerara un candidato —dijo, aunque no pudo explicarse un vago sentimiento de desilusión.


¿Por qué debía importarle que un arrogante vaquero la hubiera mirado o no?


Se obligó a ser sincera.


Tal vez se debía a que Pedro era el hombre más atractivo con el que se había encontrado en diez largos años. Tal vez se debía a que era tan auténtico y real que hacía que los sofisticados y pulidos caballeros que ella conocía palidecieran en comparación.


O tal vez se debía al simple hecho de que, por primera vez, se había sentido completamente viva, con el mal genio a punto de entrar en ebullición y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. En aquella última media hora, había descubierto que todo lo que había sentido en los últimos años no era nada más que una imitación.


Había esperado que vivir en Winding River la ayudara a encontrar la paz. Gracias al desbravador que Karen y Esteban tenían como empleado, acababa de descubrir que su regreso a su lugar de nacimiento prometía ser muy divertido.




jueves, 8 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 3




Pedro Alfonso miró a la mujer que se deslizaba por entre los maderos de la valla del corral y sintió que el corazón se le detenía en seco. Se dijo que no había sido su perfecto trasero lo que había provocado aquella reacción, ni el cabello rojizo que, recogido en una coleta, relucía como si fuera fuego, sino el hecho de que se estuviera acercando a un semental al que no le gustaban los desconocidos. Lo que había comenzado evidentemente como una aventura estaba destinado a terminar muy mal.


Echó a correr hacia el corral, pero luego decidió aminorar el paso para no ser él quien asustara al caballo. Medianoche se movía nerviosamente, mirando fijamente a la mujer que se estaba acercando a él.


Pedro oyó que la mujer murmuraba suavemente con un tono bajo y tranquilizador, no muy diferente al que él mismo habría utilizado. A pesar de todo, pensaba echarle una buena regañina por haberse metido en el corral, asumiendo que saliera de una pieza, lo que todavía no estaba nada claro.


¿Dónde diablos estarían Karen y Esteban? ¿Por qué habían permitido que aquella mujer anduviera a sus anchas por el rancho? Tal vez ni siquiera sabían que estaba allí. 


Seguramente así era. Sabían lo nervioso que era Medianoche y, si estuvieran en el rancho, nunca le habrían permitido que se acercara al animal.


Los fuertes músculos del caballo se anudaron cuando ella le colocó suavemente una mano en el cuello. El animal piafaba, pero no la atacó, tal y como Pedro había anticipado. Sin dejar de murmurar, la mujer se metió la mano en el bolsillo y sacó un terrón de azúcar. Cuando Medianoche lo olisqueó, lo tomó delicadamente de la mano de la mujer, como si nunca hubiera pensado en hacerle daño.


Por fin, Pedro se relajó un poco. Evidentemente, aquella mujer conocía muy bien al semental. El caballo hubiera destrozado con los cascos a cualquiera que se hubiera acercado a él, pero le encantaban las golosinas. Azúcar, manzanas, zanahorias… Contempló cómo el caballo le golpeaba el bolsillo con la nariz para que le diera más.


La mujer se echó a reír, ligera y alegremente, cuando el caballo la empujó algo bruscamente y estuvo a punto de hacerla caer sobre su atractivo trasero.


—No, no. Hoy ya no hay más —le dijo, frotándole el cuello.


Pedro sintió un profundo deseo de cambiarle el sitio a Medianoche. Se preguntó cómo se sentiría si aquellas esbeltas manos le acariciaran el cuello y se le deslizaran sobre el pecho de aquella manera. Entonces, murmuró una maldición. Era penoso que un hombre tuviera celos de un caballo.


Después de unos momentos, la mujer se alejó del caballo y volvió a salir por donde había entrado, con una expresión de satisfacción en el rostro. Esta le duró hasta que vio a Pedro quitándose el sombrero. Él tenía una expresión que habría intimidado al mismísimo Wyatt Earp.


—Hola —dijo ella con una agradable sonrisa.


Esta se le heló en el rostro al no verse correspondida.


—¿Qué se creía que estaba haciendo? —le espetó él, con la intención de hacerla temblar dentro de aquellas carísimas botas.


—¿Y a usted qué le parece? —le espetó ella, sin amilanarse.


—A mí me pareció que estaba esforzándose mucho para que la mataran y arruinarle la vida a un semental al mismo tiempo. La próxima vez que decida que quiere hablar con los animales que hay en este rancho, pida permiso. No está usted en un maldito picadero y estos caballos no son mascotas.


Si su intención era intimidarla, fracasó estrepitosamente. La mujer dio un paso firme hacia él. Se acercó tanto que las puntas de las botas de ambos se tocaban y el aroma floral que emanaba de ella lo envolvió hasta turbarlo de la cabeza a los pies.


Pedro tragó saliva. Tuvo que controlarse para no dar un paso atrás. Además, ninguna mujer le iba a dar órdenes en sus establos, especialmente cuando los dos sabían que él estaba en lo cierto.


—Ahora, escúcheme a mí —replicó ella, dándole con un dedo de manicura perfecta en el pecho—. Yo estaba en ese corral porque Esteban y Karen me han pedido que venga a echarle un vistazo a ese caballo. Por lo que yo sé, este rancho les pertenece a ellos. ¿Le vale con ese permiso, vaquero?


—¿Qué le han pedido que entrara en el corral con ese semental? ¿Y por qué iban a hacer eso?


—Tal vez porque llevo trabajando con caballos desde que no levantaba ni un palmo del suelo. Tal vez porque, al contrario de ciertas personas, no les obligo a hacer cosas que no quieren hacer. Tal vez porque ganarse la confianza de un caballo que ha sido maltratado del modo en que lo ha sido este es algo de lo que el cuidador que han contratado no tiene ni la más mínima idea. Supongo que ese será usted —añadió, con una sonrisa.


Efectivamente así era, pero Pedro no tenía la intención de ponerse a discutir con aquella mujer. Lo que sí pensaba hacer era tener una larga charla con Esteban Blackhawk para saber quién estaba a cargo de los caballos de aquel rancho. 


Según le habían dicho, ese trabajo le correspondía a él.


—Hasta que Esteban me diga lo contrario —replicó él, mirando fijamente los ojos azules verdosos de la mujer—, nadie se va a acercar a Medianoche a menos que yo lo diga. Si la vuelvo a ver aquí, no le gustará el modo en el que la echaré.


—¿De verdad? —preguntó ella, no muy impresionada.


—Póngame a prueba.


Pedro no estaba del todo seguro, pero le pareció que, mientras la mujer se daba la vuelta y se marchaba, le había dicho que lo haría. Tal vez era una locura, tal vez era demasiado optimista, pero le daba la sensación de que ella ya no estaba hablando exclusivamente del caballo. De hecho, le había dado la impresión de que aquella mujer tenía otra cosa en mente. El cuerpo de Pedro respondió con una oleada de deseo tan poderosa que estuvo completamente seguro de que aquella noche le costaría mucho conciliar el sueño.



EL ANONIMATO: CAPITULO 2





Aquella semana, las componentes del Club de la Amistad se habían reunido alrededor de la mesa de la cocina de Karen, como cada lunes. Emma se había marchado de Denver para establecerse allí y había abierto su propio bufete, Gina estaba al frente del restaurante de Tony en Winding River y Carla era muy feliz en su matrimonio con Joaquin, por lo que aprovechaban para reunirse en cualquier sitio cada semana y hablar de sus vidas. Paula se les unía siempre que podía, lo que cada vez, iba siendo más frecuente.


Incluso cuando no estaba en la ciudad, le daba la sensación de que era el principal tema de la conversación. Sus amigas estaban muy preocupadas por ella. Era la única que todavía no se había mudado a Winding River desde que la reunión de antiguos alumnos la hizo regresar. También era la única que no estaba ni felizmente casada ni comprometida. Tal vez si se hubiera mostrado muy entusiasmada sobre su vida en Los Ángeles, ellas no estarían tan preocupadas. Sin embargo, Paula no había podido ocultar su descontento.


Ni siquiera ella misma se podía explicar la razón por la que todavía no había podido tomar la decisión de regresar a Winding River, cuando, para todo el mundo, estaba claro que Los Ángeles ya no la atraía tanto como lo había hecho en el pasado.


Permaneció durante un momento en los escalones del porche trasero del rancho Blackhawk, escuchando la conversación que se estaba produciendo en el interior. Aquel rancho se había convertido en su casa en Winding River. Allí había comprendido que aquel era el único lugar en el que se sentía totalmente en paz. Durante los últimos meses, había empezado a encontrarse de nuevo. Lo único que tenía que hacer era reconciliar lo que estaba descubriendo con la vida que llevaba desde hacía diez años.


Oyó su nombre, lo que la hizo prestar atención a la conversación.


—Os digo que le ocurre algo. Paula no es feliz. Sé que quiere regresar aquí —decía Karen—. Tenemos que hacer algo.


Paula suspiró y llamó a la puerta. Entonces, entró sin esperar a que fueran a abrirla.


—¿Ya estáis otra vez hablando de mí a mis espaldas? —preguntó jocosamente mientras tomaba una silla y se sentaba con ellas—. ¿O es que sabíais que estaba ahí fuera?


—Sabes que te diría lo mismo a la cara —replicó Karen—. De hecho, lo he estado diciendo tan a menudo que hasta yo estoy cansada de escuchar lo mismo.


—Entonces, ¿por qué no dejas el tema? —le preguntó Paula, con una ligera tensión en la voz.


Aquella presión no la estaba ayudando a tomar una decisión. 


De hecho, parecía complicarla, dado que no hacía más que preguntarse si querría volver a casa por sus amigas o por ella misma.


—No lo dejaré porque sé que no eres feliz —dijo Karen, frunciendo el ceño—. Y no entiendo por qué no haces algo para solucionarlo.


—¿Tiene razón Karen? —quiso saber Emma—. ¿Quieres regresar aquí? Todas llevamos meses sospechándolo. Si es así, ¿qué te retiene? Déjate llevar. Hazlo… si es eso lo que realmente quieres.


—De todos modos, estás aquí la mitad del tiempo —señaló Carla—. ¿Por qué no lo haces oficial?


Tenían razón. Si aquello era lo que quería, era el momento de actuar. Una a una, sus amigas habían ido regresando a Winding River y eran felices allí. Habían encontrado lo que les faltaba en sus vidas y las envidiaba por ello.


Sin embargo, ¿y si ella no encontraba la misma clase de satisfacción? ¿Y si se estaba equivocando al creer que sería más feliz llevando una vida normal en Wyoming de lo que lo era en el torbellino de Hollywood? ¿Y si quemaba los barcos y regresaba a casa solo para descubrir que seguía sintiéndose igual de triste? ¿Y si el problema estaba en ella misma y no en su profesión?


—Habla con nosotras —le animó Gina—. ¿Por qué dudas?


—Es un paso muy grande…


—Sí, claro —afirmó Emma —, pero ¿cuáles son los riesgos? No se trata de dinero. A menos que hayas sido una completa manirrota, deberías tener dinero suficiente para que te dure toda la vida.


—Eso es cierto.


—Además, no te vuelve loca que te reconozcan por donde quiera que vayas —comentó Carla—, así que no creo que lo eches de menos.


—Por supuesto que no —subrayó Paula fervientemente.
Aquello era algo que odiaba.


—¿Es por tu trabajo como actriz? —preguntó Karen—. Siempre me ha dado la sensación de que no te lo tomabas muy en serio, aunque lo hagas muy bien. ¿Me equivoco? ¿Crees que lo echarás de menos?


—No, no es por actuar. Es divertido, pero en realidad no significa nada para mí. No siento una necesidad imperiosa por colocarme ante las cámaras.


—¿Y los hombres guapos? ¿Es eso? —quiso saber Gina, con una sonrisa en los labios—. Dios sabe que todas echaremos de menos que nos cuentes sus historias, pero estoy dispuesta a sacrificarme con tal de tenerte aquí.


—Te aseguro que no se trata de los hombres. Estoy escarmentada. No he conocido a uno solo que no fuera un egoísta.


—Entonces, ¿de qué se trata? preguntó Emma—. Danos una razón por la que volver a vivir aquí, cerca de todas nosotras, no sería lo mejor que has hecho en tu vida.


—Creo que podrías haber dado en el clavo —sugirió Carla, dándole un codazo a Emma—. Todas estamos aquí y podría ser que no dejáramos de importunarla hasta que encuentre a alguien y se establezca como todas nosotras. Eso podría resultarle algo molesto.


—¿Nosotras? ¿Molestas? —replicó Emma, atónita.


—Sí, claro eso es —comentó Paula, con una sonrisa—. Hacéis una buena competencia a un sabelotodo.


—En ese caso, haremos una promesa —sugirió Emma—. Tú puedes tomar sola tus propias decisiones. Nosotras nos mantendremos al margen.


—¿Cómo ahora?


—Bueno, quiero decir después de esto —replicó Emma—. Nos interesa mucho que regreses. Queremos tenerte cerca. Y nuestros hijos también quieren tenerte a mano porque los mimas demasiado.


Paula llevaba mucho tiempo tratando de tomar la decisión de regresar a Winding River. Se había alojado siempre en casa de Karen. Durante un tiempo había ayudado a su amiga después de la muerte de su esposo, pero desde que se había vuelto a casar con Esteban Blackhawk y se había mudado al rancho de este, había seguido alojándose en su casa. Hasta tenía un guardarropa completo en el cuarto de invitados.


Esteban había sido muy tolerante al respecto. Como estaba tan enamorado de su esposa, era uno de los pocos hombres a los que Paula no impresionaba. La trataba como a un ser humano y a ella le gustaba. Fernando, el marido de Emma, se comportaba de un modo similar, como ocurría con Joaquin y Rafael, las parejas de Carla y Gina respectivamente. 


Resultaba agradable estar con hombres auténticos, que la respetaban por su inteligencia y no por su belleza.


Tal vez eso era parte del problema. Se sentía muy cómoda como invitada en el rancho Blackhawk. Si se mudaba a Winding River, tendría que encontrarse una casa, construirse su propia vida y no vivir en la periferia de la de sus amigos. Y aquello la asustaba. ¿Qué iba a hacer allí si regresaba? 


Aunque podría retirarse, tenía demasiada energía para conformarse con eso. En cuanto a lo de la contabilidad, la aburría muchísimo.


—Ha llegado la hora, cielo —le dijo Karen, apretándole cariñosamente el brazo—. Puedes quedarte aquí con Esteban y conmigo durante todo el tiempo que quieras. De hecho, a él le encantaría que le ayudaras con los caballos. El nuevo cuidador que él contrató la semana pasada es fantástico, pero Esteban dice que nadie tiene tu habilidad.


—¿Lo dices en serio? —preguntó Paula, muy emocionada—. ¿Esteban ha dicho eso?


—Claro, y mi marido no es de los que va soltando cumplidos así como así. Te contrataría en un abrir y cerrar de ojos.


—No necesito vuestro dinero, sino solo saber que estoy contribuyendo.


—Así sería.


—A mí me parece que se trata de una situación ideal —comentó Emma—. Yo podría redactaros el contrato.


—No creo que lo necesitemos —le aseguró Karen, al ver que se disponía a sacar lápiz y papel.


—Claro que no —afirmó Paula—. Además, esto sería una prueba. Si no sale bien, nadie pierde nada.


—Solo pensé que si estaba escrito, todo el mundo comprendería lo que esperaban las otras partes —dijo Emma, a la defensiva, mientras guardaba el lápiz y el papel.


—Eso es porque piensas como la abogada que eres. Paula lo comprende todo perfectamente, ¿no es así?


—Perfectamente —respondió ella—. Yo trabajo con los caballos a cambió de alojamiento y manutención. A mí me parece un trato muy justo.


—Entonces, ¿trato hecho? —preguntó Karen, con un brillo de esperanza en los ojos.


Tras considerar el asunto durante un instante, Paula asintió. Aquella era la razón por la que había estado dudando a la hora de aceptar o no la nueva película que le ofrecía su agente. Había intuido que encontraría algo que la satisfaría mucho más.


—Trato hecho —respondió—. Regresaré en cuanto ate unos cabos sueltos que he dejado en Los Ángeles, pero no me quedaré aquí para siempre. Encontraré mi propia casa. No quiero que Esteban sienta temor de que me vaya a quedar para siempre.


Antes de que terminara de hablar, sus amigas la rodearon, riendo de felicidad. Tras haber tomado aquella decisión, Paula se sentía, por primera vez desde hacía años, como si estuviera exactamente donde se suponía que debía estar, haciendo exactamente lo que debía hacer.



EL ANONIMATO: CAPITULO 1



El cirujano plástico, una personalidad en Hollywood por derecho propio, parecía particularmente enamorado de la demostración computarizada de lo que se conseguiría con un lifting.


—Un cortecito de nada aquí —dijo, apretando una tecla para transformar en la pantalla del ordenador uno de los rostros más famosos del mundo. El resultado fue que la piel que rodeaba los ojos, que mostraba una apariencia impecable, se tensara un poco más—, y un tironcito de allí… —añadió. La suave y redondeada barbilla desapareció por completo—. Así te quitaríamos diez años. Ahora es el momento de empezar, antes de que el proceso de envejecimiento empiece a hacer estragos en ti.


Paula Chaves estaba mirando la imagen de su rostro que aparecía en la pantalla mientras escuchaba el largo discurso del cirujano. Entonces, se echó a temblar.


¿En qué estaba pensando? Solo tenía veintiocho años y se estaba preocupando por quitarse diez años de encima. ¿Acaso estaba pensando en que le dieran un papel de adolescente de dieciocho años en una película? Imposible. 


Le iba muy bien representando a mujeres de su edad en exitosas comedias románticas.


Concertar una cita para hablar de cirugía plástica seguramente había estado relacionado con su reciente divorcio. Con ese, ya iban dos matrimonios fracasados, lo que, para Hollywood, no estaba nada mal, pero que distaba mucho de ser lo que ella había pensado cuando todavía vivía en un rancho de Winding River, Wyoming, en donde los matrimonios, incluso los malos como los de sus padres, solían durar para siempre.


De repente, su vida le pareció increíblemente superficial y sin sentido. Mentalmente, fue marcando sus logros y lo que estos habían tenido de malo.


Sus matrimonios habían sido un avance profesional, aunque solo para la carrera de sus maridos. Había ganado más dinero de lo que había soñado nunca, pero no tenía a nadie con quien gastarlo, dado que sus padres se negaban a que los ayudara económicamente. Hacía muy poco tiempo, habían accedido a vender su decrépito rancho, a poner el dinero en una cuenta de ahorro y a utilizar la casa que Paula les había comprado en Arizona para pasar los inviernos. Su padre gruñía cada vez que hablaban. Se comportaba como si aquel regalo fuera un exilio en vez de un generoso gesto.


La fotografía de Paula estaba en todas las revistas… pero eran de esas que nadie de su familia leía. Había sido la protagonista de cinco películas que habían sido, una detrás de la otra, éxitos de taquilla, aunque pocas personas de Winding River iban a Laramie para verlas en la gran pantalla. 


Sin embargo,algunas terminaban alquilándolas en video. 


Para sus antiguos vecinos, una noche de baile en el Heartbreak o una cena en el restaurante de Stella o en el de Tony era el colmo de la diversión. No obstante, se sentían orgullosos de ella, aunque solo de un modo abstracto. En realidad, algunos no parecían estar del todo seguros de cuál era su profesión. A pesar de que era considerada una gran actriz, la propia Paula, si era sincera consigo misma, ya no tenía ni idea de quién era.


La invitación que había recibido para la fiesta de antiguos alumnos de su instituto se lo había recordado. En la nota que la organizadora le había escrito hablaba constantemente de sus logros en Hollywood, pero no decía nada de la adolescente que Paula había sido. En realidad, entonces casi no se conocían, lo que hablaba a gritos de cómo la fama ayuda a convertir a simples conocidos en amigos de toda la vida. Mimi Francés parecía conocer a Paula Chaves, la superestrella, mucho mejor que a Paula, la persona.


Paula nunca se había sentido cómoda en su papel como actriz, y mucho menos en el de superestrella. Le parecía tan falso como los papeles que interpretaba en la pantalla. Había una docena de apelativos que le resultaban mucho más familiares: Paula Chaves, la chica de sobresaliente, la primera de la clase; Paula Chaves, presidenta del club de debates; Paula Chaves, mejor amiga; Paula Chaves, entrenadora de caballos; Paula Chaves, contable… Eso sí que valía algo. Eran los logros que podía señalar con orgullo.


De repente, se dio cuenta de que quería recuperarlos. 


Bueno, tal vez no lo de llevar la contabilidad, pero el resto sí.


La amistad, los caballos, el respeto por su inteligencia en vez de por su belleza… Quería volver a casa y encontrar a la Paula de entonces, a la que nunca se había puesto delante de una cámara, a la que nunca había soñado con ser actriz…


Sobre todo, quería ver a sus compañeras del Club de la Amistad, a sus cuatro mejores amigas. Las cinco se habían apoyado en todas las situaciones, se habían pasado las noches en vela hablando de los chicos y de los sueños que tenían y se habían encargado de que toda la ciudad hablara de sus correrías. Se dio cuenta de que, incluso en aquellos momentos, Carla, Karen, Emma y Gina la ayudaban a mantener los pies en el suelo, a pesar de que estaban desperdigadas por todo el país y de que solo se mantenían en contacto por medio de llamadas telefónicas. No obstante, siempre eran un hombro sobre el que llorar, alguien a quien pedir consejo y, sobre todo, alguien con quien reírse. Eran las personas más importantes para ella, y no los agentes, los jefes o los publicistas, que solo buscaban verse fotografiados al lado de la gran estrella.


Durante los últimos diez años, su vida parecía más una farsa que algo que le había costado mucho trabajo, y ambición, conseguir. Que la descubriera un productor cuando solo llevaba un mes trabajando como contable en un estudio cinematográfico había pasado a formar parte de las leyendas de Hollywood. Cuando el hombre le pidió que se presentara a una audición para su película, Paula se echó a reír. 


Conseguir un pequeño papel, pero de un peso específico muy importante, le había parecido una broma. Al cabo de los meses, aquel pequeño papel le había conseguido una nominación a los Oscar de la Academia.


Aquella nominación había tenido como consecuencia que le fuera imposible regresar a su anónimo trabajo como contable. Empezaron a llamarla otros directores y los papeles empezaron a llegarle, junto con el reconocimiento, la publicidad y los hombres. En lo que le pareció un suspiro, se convirtió en una superestrella. Sin embargo, tenía la sensación de que había perdido algo por el camino.


La voz del cirujano la devolvió al presente.


—Bien, señorita Chaves, ¿quiere que mi ayudante le reserve el quirófano para la próxima semana? Tengo la agenda a rebosar, pero estoy seguro de que para usted podremos encontrar un hueco —dijo el hombre, con una enorme sonrisa.


Evidentemente, consideraba aquel gesto como un enorme favor, aunque los dos sabían que tenerla como cliente sería una valiosísima publicidad para él. Aunque prometía una total discreción, la verdad terminaría sabiéndose. Como siempre.


Paula sopesó sus opciones: irse a Winding River para ver a sus amigas o someterse a aquella innecesaria operación solo por ridícula vanidad. Al final, no le quedó duda alguna.


—Muchas gracias por su tiempo, doctor, pero creo que me gusta mi rostro tal y como está. Seguiré con él durante un poco más de tiempo.


El médico la miró con cara de sorpresa. Evidentemente, se había quedado atónito.


—Pero si espera, no podré garantizarle que los resultados sean tan buenos.


Paula le dedicó una de sus deslumbrantes sonrisas, que hacían que la mayoría de los hombres cayeran a sus pies.


—Para decirle la verdad, doctor, no creo que a los caballos y al ganado de Winding River les importe.







EL ANONIMATO: SINOPSIS




¿Quién demonios se creía que era?


El domador de caballos Pedro Alfonso trataba a Paula Chaves como si fuera una intrusa que estuviera pavoneándose por su territorio, lo que hizo que ella se pusiera furiosa… Y no era de las que se daban por vencidas ante un desafío. Cansada de su exitosa vida profesional, Paula había decidido volver a Wyoming, reunirse con sus
viejas amigas y empezar de nuevo como entrenadora de caballos. Lo cierto era que Pedro era como una brisa de aire fresco comparado con los hombres con los que ella estaba acostumbrada a relacionarse; él la trataba como a una persona de verdad. Pero también le había dejado muy claro que despreciaba a los ricos y poderosos… ¿podría su romance seguir adelante cuando descubriera su verdadera identidad?




INSTITUTO DE WINDING RIVER CLASE DEL 91


Bienvenidas diez años después. ¿Os acordáis de cómo éramos?


Carla Collins - Cabecilla del club de la amistad. Se la eligió como «la que más posibilidades tiene de acabar en la cárcel». Se la conoce por haber sido la que pintó la torre del agua de color rosa chillón y por hacer que el claustro de profesores al completo se arrepintiera de haber elegido la docencia por profesión. Récord de la clase por arrestos.


Karen (Phipps) Hanson - Más conocida por «la soñadora». Se la eligió como «la que más posibilidades tiene de ver el mundo». Miembro del club 4-H, de los clubes Español y Francés, y ganadora en la feria del campo del concurso del cerdo engrasado.


Gina Petrillo - La chica más sabrosa de la clase. Se la eligió como «la más popular» porque nadie de la ciudad sabe preparar mejor el bizcocho de chocolate doble. Miembro de las Amas de Casa de Estados Unidos. Ganadora de tres primeros premios en el concurso de elaboración de tartas y de cuatro en el de elaboración de pasteles de la feria del campo.


Emma Rogers - Esa chica sabe cómo mover… un bate, claro. Se la eligió como «la que más posibilidades tiene de ser la primera mujer en los Yanquis de Nueva York». Miembro del club de Debates, de la sociedad de Honor y presidenta del último curso.


Paula Chaves - La chica con todas las respuestas. También se la conoce como «la chica a cuyo lado más te gustaría estar durante un examen». Se la eligió como «la que más posibilidades tiene de alcanzar el éxito». Fue la primera de la clase. Miembro de la sociedad de Honor, reina de rodeo infantil de la feria del campo y estrella de las obras de teatro del instituto.