jueves, 8 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 1
El cirujano plástico, una personalidad en Hollywood por derecho propio, parecía particularmente enamorado de la demostración computarizada de lo que se conseguiría con un lifting.
—Un cortecito de nada aquí —dijo, apretando una tecla para transformar en la pantalla del ordenador uno de los rostros más famosos del mundo. El resultado fue que la piel que rodeaba los ojos, que mostraba una apariencia impecable, se tensara un poco más—, y un tironcito de allí… —añadió. La suave y redondeada barbilla desapareció por completo—. Así te quitaríamos diez años. Ahora es el momento de empezar, antes de que el proceso de envejecimiento empiece a hacer estragos en ti.
Paula Chaves estaba mirando la imagen de su rostro que aparecía en la pantalla mientras escuchaba el largo discurso del cirujano. Entonces, se echó a temblar.
¿En qué estaba pensando? Solo tenía veintiocho años y se estaba preocupando por quitarse diez años de encima. ¿Acaso estaba pensando en que le dieran un papel de adolescente de dieciocho años en una película? Imposible.
Le iba muy bien representando a mujeres de su edad en exitosas comedias románticas.
Concertar una cita para hablar de cirugía plástica seguramente había estado relacionado con su reciente divorcio. Con ese, ya iban dos matrimonios fracasados, lo que, para Hollywood, no estaba nada mal, pero que distaba mucho de ser lo que ella había pensado cuando todavía vivía en un rancho de Winding River, Wyoming, en donde los matrimonios, incluso los malos como los de sus padres, solían durar para siempre.
De repente, su vida le pareció increíblemente superficial y sin sentido. Mentalmente, fue marcando sus logros y lo que estos habían tenido de malo.
Sus matrimonios habían sido un avance profesional, aunque solo para la carrera de sus maridos. Había ganado más dinero de lo que había soñado nunca, pero no tenía a nadie con quien gastarlo, dado que sus padres se negaban a que los ayudara económicamente. Hacía muy poco tiempo, habían accedido a vender su decrépito rancho, a poner el dinero en una cuenta de ahorro y a utilizar la casa que Paula les había comprado en Arizona para pasar los inviernos. Su padre gruñía cada vez que hablaban. Se comportaba como si aquel regalo fuera un exilio en vez de un generoso gesto.
La fotografía de Paula estaba en todas las revistas… pero eran de esas que nadie de su familia leía. Había sido la protagonista de cinco películas que habían sido, una detrás de la otra, éxitos de taquilla, aunque pocas personas de Winding River iban a Laramie para verlas en la gran pantalla.
Sin embargo,algunas terminaban alquilándolas en video.
Para sus antiguos vecinos, una noche de baile en el Heartbreak o una cena en el restaurante de Stella o en el de Tony era el colmo de la diversión. No obstante, se sentían orgullosos de ella, aunque solo de un modo abstracto. En realidad, algunos no parecían estar del todo seguros de cuál era su profesión. A pesar de que era considerada una gran actriz, la propia Paula, si era sincera consigo misma, ya no tenía ni idea de quién era.
La invitación que había recibido para la fiesta de antiguos alumnos de su instituto se lo había recordado. En la nota que la organizadora le había escrito hablaba constantemente de sus logros en Hollywood, pero no decía nada de la adolescente que Paula había sido. En realidad, entonces casi no se conocían, lo que hablaba a gritos de cómo la fama ayuda a convertir a simples conocidos en amigos de toda la vida. Mimi Francés parecía conocer a Paula Chaves, la superestrella, mucho mejor que a Paula, la persona.
Paula nunca se había sentido cómoda en su papel como actriz, y mucho menos en el de superestrella. Le parecía tan falso como los papeles que interpretaba en la pantalla. Había una docena de apelativos que le resultaban mucho más familiares: Paula Chaves, la chica de sobresaliente, la primera de la clase; Paula Chaves, presidenta del club de debates; Paula Chaves, mejor amiga; Paula Chaves, entrenadora de caballos; Paula Chaves, contable… Eso sí que valía algo. Eran los logros que podía señalar con orgullo.
De repente, se dio cuenta de que quería recuperarlos.
Bueno, tal vez no lo de llevar la contabilidad, pero el resto sí.
La amistad, los caballos, el respeto por su inteligencia en vez de por su belleza… Quería volver a casa y encontrar a la Paula de entonces, a la que nunca se había puesto delante de una cámara, a la que nunca había soñado con ser actriz…
Sobre todo, quería ver a sus compañeras del Club de la Amistad, a sus cuatro mejores amigas. Las cinco se habían apoyado en todas las situaciones, se habían pasado las noches en vela hablando de los chicos y de los sueños que tenían y se habían encargado de que toda la ciudad hablara de sus correrías. Se dio cuenta de que, incluso en aquellos momentos, Carla, Karen, Emma y Gina la ayudaban a mantener los pies en el suelo, a pesar de que estaban desperdigadas por todo el país y de que solo se mantenían en contacto por medio de llamadas telefónicas. No obstante, siempre eran un hombro sobre el que llorar, alguien a quien pedir consejo y, sobre todo, alguien con quien reírse. Eran las personas más importantes para ella, y no los agentes, los jefes o los publicistas, que solo buscaban verse fotografiados al lado de la gran estrella.
Durante los últimos diez años, su vida parecía más una farsa que algo que le había costado mucho trabajo, y ambición, conseguir. Que la descubriera un productor cuando solo llevaba un mes trabajando como contable en un estudio cinematográfico había pasado a formar parte de las leyendas de Hollywood. Cuando el hombre le pidió que se presentara a una audición para su película, Paula se echó a reír.
Conseguir un pequeño papel, pero de un peso específico muy importante, le había parecido una broma. Al cabo de los meses, aquel pequeño papel le había conseguido una nominación a los Oscar de la Academia.
Aquella nominación había tenido como consecuencia que le fuera imposible regresar a su anónimo trabajo como contable. Empezaron a llamarla otros directores y los papeles empezaron a llegarle, junto con el reconocimiento, la publicidad y los hombres. En lo que le pareció un suspiro, se convirtió en una superestrella. Sin embargo, tenía la sensación de que había perdido algo por el camino.
La voz del cirujano la devolvió al presente.
—Bien, señorita Chaves, ¿quiere que mi ayudante le reserve el quirófano para la próxima semana? Tengo la agenda a rebosar, pero estoy seguro de que para usted podremos encontrar un hueco —dijo el hombre, con una enorme sonrisa.
Evidentemente, consideraba aquel gesto como un enorme favor, aunque los dos sabían que tenerla como cliente sería una valiosísima publicidad para él. Aunque prometía una total discreción, la verdad terminaría sabiéndose. Como siempre.
Paula sopesó sus opciones: irse a Winding River para ver a sus amigas o someterse a aquella innecesaria operación solo por ridícula vanidad. Al final, no le quedó duda alguna.
—Muchas gracias por su tiempo, doctor, pero creo que me gusta mi rostro tal y como está. Seguiré con él durante un poco más de tiempo.
El médico la miró con cara de sorpresa. Evidentemente, se había quedado atónito.
—Pero si espera, no podré garantizarle que los resultados sean tan buenos.
Paula le dedicó una de sus deslumbrantes sonrisas, que hacían que la mayoría de los hombres cayeran a sus pies.
—Para decirle la verdad, doctor, no creo que a los caballos y al ganado de Winding River les importe.
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