viernes, 9 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 4




Paula regresó a la casa con la espalda muy rígida y los hombros bien cuadrados, aunque se sentía furiosa. ¡Qué cara más dura! Aquel hombre se había dirigido a ella como si fuera una incompetente.


Cerró de un portazo, fue al fregadero y se echó agua por la cara. Cuando oyó una risotada a sus espaldas, se incorporó.


—Veo que ya conoces a Pedro Alfonso —dijo Karen, sin intención alguna de ocultar la diversión que aquello le producía.


—¿Es ese su nombre? ¿Es importante por aquí o puedo matarlo? —preguntó, furiosa.


—Bueno, yo me esperaría un tiempo, si fuera tú. Ese hombre conoce muy bien a los caballos. De hecho, los dos tenéis mucho en común.


—Lo dudo. La arrogancia y la audacia son rasgos de personalidad que yo trato de evitar.


—Sin conseguirlo del todo —comentó Karen, riendo de nuevo—, si no te importa que te lo diga. Sospecho que tu reacción ha sido similar a la de él.


Paula guardó silencio. Desgraciadamente, había pocas personas que la conocieran mejor que Karen.


—Esto es mucho mejor que verte en una de esas comedias románticas que protagonizas —añadió Karen—. Estás toda arrebolada e indignada. Evidentemente, Pedro también lo está. Por lo que he podido ver desde aquí, ha hablado más en los últimos diez minutos de lo que le he oído decir a lo largo de una cena entera.


—¿Estás diciendo que ese hombre es de los fuertes y silenciosos? —preguntó Paula, incrédula, pensando en las palabras llenas de desdén que le había dedicado.


—Hasta ahora lo ha sido. Aparentemente, tú provocas en él el efecto contrario.


—Solo porque me atreví a ganarme a uno de sus preciosos caballos. Aparentemente, su orgullo no pudo soportarlo.


—Me alegra ver que no has perdido tu toque personal, al menos no con los caballos. Sin embargo, en cuanto a los hombres yo no estoy tan segura. Normalmente se te da mucho mejor encandilarlos.


—No necesito encandilar a ese Pedro. ¿O sí? quiso saber, al ver la expresión de su amiga—. No me estarás diciendo que tenemos que trabajar juntos, ¿verdad?


—Creo que sería lo adecuado. Él es el cuidador. Esteban dice que es muy bueno. Lo que encuentro fascinante es que tu instintivo encanto te haya fallado. Permitiste que ese hombre te dejara sin saber qué decir.


—Eso no es cierto —replicó Paula.


Sin embargo, tenía que admitir que, durante varios minutos, la sangre le había hervido de un modo muy desconcertante. 


Además, le había gustado perder el control sobre su genio.


Durante los últimos diez años lo había mantenido bajo control solo para evitar que la etiquetaran como una de las temperamentales estrellas de Hollywood. En sus matrimonios había caído también en la pasividad. Ninguno de los dos hombres había merecido que se desmelenara por él, lo que debía bastar como prueba de que las relaciones habían estado destinadas al fracaso desde el principio. 


Entonces, suspiró profundamente, tras haber olvidado a Pedro Alfonso por el momento.


—¿A qué se debe ese suspiro? —preguntó Karen.


—Solo estaba pensando en el porcentaje tan alto de mi vida que he desperdiciado mintiéndome a mí misma.


—No has desperdiciado tu vida. Has conseguido lo que algunas actrices solo alcanzan a soñar.


—Sin embargo, yo nunca quise ser actriz. Quería vivir en Los Ángeles porque es una ciudad atractiva y excitante, pero me habría contentado con ser contable en uno de los estudios. Si ese productor no me hubiera pedido que hiciera una prueba para su película mientras estábamos haciendo el presupuesto para ella, yo seguiría siendo contable. Es como si los últimos diez años le hubieran ocurrido a otra persona.


—¿Te lamentas del dinero y de la fama que has conseguido?


—No, no me arrepiento de eso. ¿Cómo podría hacerlo? Ha sido algo increíble y sé la suerte que he tenido, pero me falta algo. Lleva faltándome mucho tiempo. Por eso he regresado aquí, para ver si puedo encontrarlo —añadió, admitiéndolo en voz alta por primera vez.


—¿Amor? —sugirió Karen—. ¿Es eso lo que estás buscando?


—Podría ser…


—¿Hijos?


Paula se dio cuenta de que nunca había pensado realmente en tener una familia, pero que, efectivamente, aquello también formaba parte de su anhelo. Quería tener a sus hijos entre sus brazos, comprarles ropa, juguetes y decorarles la habitación. Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de la fuerza con la que le marcaba el tiempo su reloj biológico. Sin embargo, en vez de admitirlo, dijo:
—Tal vez solo esté buscando una saludable dosis de realidad. Buenos amigos. Trabajo físico duro. Una hermosa puesta de sol… Ojalá supiera de lo que se trata.


—Puede que un hombre como Pedro Alfonso pueda ayudarte a descubrirlo.


Paula pensó en el rudo vaquero, con ojos tan duros con el pedernal y boca sombría. Efectivamente, tenía los hombros muy anchos, estrechas caderas y unos envidiables músculos. ¿Y qué?


—Primero tendría que tener más educación.


—¡Eh! —exclamó Karen riendo—. Vi la escenita que compartisteis los dos juntos. Probablemente él diría lo mismo sobre ti. Por cierto, ¿te presentaste o te reconoció él mismo?


Paula se dio cuenta, con algo de estupefacción, que Pedro no había parecido en absoluto preocupado por quién era ella. De hecho, estaba casi segura al cien por cien de que él desconocía la identidad de Paula. Solo había visto en ella a una intrusa, lo que la agradaba mucho.


—Si me reconoció, no pareció importarle mucho. Solamente estaba furioso de que yo estuviera en su terreno.


—Tal vez deberías hacer que siguiera siendo así. Dejar que te conozca sin que se vea deslumbrado por el brillo de Hollywood. ¿No te parece que eso, para variar, sería un alivio?


—Es cierto —respondió Paula imaginándose los beneficios que podría reportarle el anonimato— pero voy a quedarme por aquí para encontrarme a mí misma, no para poder encontrar un hombre.


—¿Hay alguna razón por la que no puedas hacer las dos cosas?


—Tal vez no, pero no creo que a tu amigo Pedro le gustara que se le considerara un candidato —dijo, aunque no pudo explicarse un vago sentimiento de desilusión.


¿Por qué debía importarle que un arrogante vaquero la hubiera mirado o no?


Se obligó a ser sincera.


Tal vez se debía a que Pedro era el hombre más atractivo con el que se había encontrado en diez largos años. Tal vez se debía a que era tan auténtico y real que hacía que los sofisticados y pulidos caballeros que ella conocía palidecieran en comparación.


O tal vez se debía al simple hecho de que, por primera vez, se había sentido completamente viva, con el mal genio a punto de entrar en ebullición y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. En aquella última media hora, había descubierto que todo lo que había sentido en los últimos años no era nada más que una imitación.


Había esperado que vivir en Winding River la ayudara a encontrar la paz. Gracias al desbravador que Karen y Esteban tenían como empleado, acababa de descubrir que su regreso a su lugar de nacimiento prometía ser muy divertido.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario