domingo, 26 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 8







La tercera copa de champán desapareció con la misma rapidez que las dos anteriores, y Paula tuvo que contenerse para no pedir una cuarta. Valeria Alfonso aún no había aparecido, y si otra supermodelo se abalanzaba sobre Pedro, no respondería de sus actos.


Ya era bastante malo no poder apartar la mirada de él. Peor aún, Pedro no parecía sufrir del mismo mal. Actuaba como si ella no existiera.


Paula sonrió al comprador de Nordstrom que llevaba diez minutos charlando con ella. A su alrededor estaba la flor y nata del mundo de la moda de Nueva York.


Todos iban vestidos de alta costura y ella se deleitó con el panorama.


A su derecha se hizo el silencio, pero Paula no prestó atención hasta que Allo apareció con su arrogancia y condescendencia. ¿No bastaba con pasar ocho horas sometida a sus torturas?


—¡Tú! —el diseñador la señaló—. Estás despedida. Preséntate mañana en recursos humanos.


¿Qué había hecho? Un escalofrío le recorrió la columna. ¿Alguien había descubierto su juego?


—¿Por qué? —Paula entornó los ojos—. He trabajado muy bien hoy. Si no está de acuerdo ¿por qué no me dijo nada esta mañana?


—Non—Allo murmuró algo ininteligible—. Has robado mi vestido. Por eso te despido.


—¿Este? —Paula miró el vestido que Pedro le había regalado—. ¿Cree que lo he robado?


¿Por qué no había preparado una excusa con Pedro? Era evidente que la nueva ayudante del diseñador no tendría acceso a un vestido que aún no había llegado a las tiendas.


Si la despedían, dejaría de ser la espía de Pedro y jamás le firmaría los papeles del divorcio.


—Jamás le insultaría, Allo —insistió ella con dulzura—. Le supliqué a… Samantha que me prestara este vestido. Estaba colgado en…


¿En qué habitación estaban los vestidos para las sesiones de fotos? Alguien se lo había enseñado, pero había estado demasiado distraída mirando la ropa para fijarse.


—En la galería oeste —añadió alegremente, sin saber de dónde había sacado Pedro el vestido—. Enseguida lo reconocí como uno de sus diseños, solo un genio podía ser el responsable. Y supe que tenía que llevarlo puesto. A partir de ahora solo vestiré de Allo. La prensa me devoró.


—Por supuesto —Allo aceptó una copa de champán—. Aunque eres demasiado baja para lucirlo. No llegues tarde mañana. Tenemos mucho trabajo.


—Nos vemos, jefe —crisis superada. De momento. A su espalda, le llegó el sonido de la cálida risa de Pedro.


—No te vuelvas —murmuró él.


—¿Porque no quieres que nadie me vea hablar contigo? —aventuró Paula.


—Porque estoy ensimismado con tu espalda.


—Es verdad, eres todo un experto en cremalleras —espetó ella mientras recordaba la proximidad de su cuerpo en la habitación de hotel.


Lo había sentido duro y delicioso y, si bien Pedro podía mentirse a sí mismo sobre lo de la relación platónica, la erección contra su trasero decía la verdad. La deseaba. Y ella lo deseaba. El sexo había sido espectacular entre ellos. 


Explosivo. Sin igual.


En cuanto lo tuviera bajo las sábanas, recordarían los viejos tiempos en Las Vegas.


Con suerte, en esa ocasión duraría algo más.


—Has estado bien con Allo —Pedro carraspeó—. Impresionante.


—Me debes una —Paula se sorprendió ante la sensación de felicidad. Su intención había sido la de conservar el empleo, pero el cumplido de Pedro significaba más de lo que debería.


—Valeria acaba de llegar —Pedro se enfrió de golpe—. Empieza el espectáculo.


Deberían estar dirigiéndose hacia la salida, camino del hotel y de esa enorme cama que al fin serviría para su propósito.


Pero no era sexo por lo que Paula se moría, sino por el deseo de dormirse en brazos de Pedro, como había hecho en Las Vegas, sabiendo que despertarían juntos a la mañana siguiente. Echaba de menos la conexión mística que habían compartido entonces.


—Nos vemos, jefe —murmuró ella por segunda vez. Allí, en Nueva York, estaba sola. Ya no eran ellos dos frente al mundo, apoyándose y soñando con un futuro. Todo aquello parecía haber quedado muy atrás.


Quizás había cambiado más de lo que estaba dispuesta a admitir.


A lo mejor Pedro tenía razón al querer mantener la relación platónica. Lo último que quería era desnudarse de nuevo ante él, y todo para que su fantasía perfecta quedara destruida por la realidad.


La tristeza le atravesó el corazón. Estaba persiguiendo a un hombre que ya no existía. Y tenía que dejar de desear algo que no iba a suceder. Conseguiría el divorcio y regresaría Houston para pedirle el préstamo a su padre. Lo único que tenía en Nueva York era un trabajo.


Abriéndose paso a codazos, se acercó a la hermana de Pedro.


Paula puso la mejor de sus sonrisas, la que dejaba bien claro que era la respuesta a todas las plegarias de Valeria Alfonso. La mujer, vestida con un traje de Alfonso House, exudaba elegancia y la misma calidez que una barracuda. Compartía cierto aire con Pedro, sobre todo en los ojos y la boca y, al igual que su hermano, parecía estar siempre en alerta.


—Señora Alfonso, soy Paula Chaves-Harris —la joven le estrechó la mano a su jefa—. Soy la nueva ayudante de Allo.


—Lo sé —Valeria sacudió su larga melena rubia—. Me alegra ver que te has dignado a vestir la etiqueta de la casa que firma tus cheques.


—Llevar un Wang esta mañana a la oficina fue un error de principiante —Paula encajó la mandíbula con fuerza—. Pero creo que es evidente que aprendo deprisa.


—Ese es uno de mis preferidos —Valeria asintió—, aunque el color no me va.


Para cualquier otra persona, el comentario de Valeria habría resultado amistoso, pero Paula había pasado mucho tiempo con contrincantes en concursos de belleza y sabía que debía andar con pies de plomo. Las palabras de esa mujer no habían sido un cumplido.


—Pero solo tú podrías llevar ese Allo —Paula contempló el vestido de su jefa con un estudiado gesto de apreciación y envidia—. Es evidente que pensaba en usted al diseñarlo.


—Sí —Valeria ladeó la cabeza—. ¿Dónde trabajabas antes de venir a Alfonso House? Tú no eres de aquí.


—Soy de Houston —el apellido Chaves-Harris no significaba nada en Nueva York—. Trabajaba para una casa que diseñaba vestidos de novia. Ha sido una bendición ser admitida en una firma puntera como Alfonso House.


—Alfonso no tiene nada que ver con vestidos de novia.


El desdén resultaba evidente. Paula reprimió la respuesta que le surgió en la mente y agitó una mano en el aire.


—Cariño, esa área es muy limitada. Ya sabes, siempre la misma tela, mismos colores, mismas novias indecisas. Aquí es donde está la acción. Los diseñadores de Alfonso House saben lo que quieren y cómo hacerlo, y no permiten que nadie se interponga en su camino.


—Interesante —los ojos de Valeria brillaban más que el vestido de Paula—. Eres la primera ayudante de diseño que conozco que comprende que la moda tiene que ver con algo más que con ropa. Tiene que ver con ser dueño de tus diseños.


—Por eso es tan alucinante trabajar con Allo —Paula asintió con entusiasmo—. Se siente la energía en el ambiente. Cuando crea, no comete errores. Es brillante porque él lo cree así.


—Si lo que quieres es aprender de un buen mentor, estoy trabajando en un proyecto y necesito una nueva perspectiva —Valeria evaluó fríamente a Paula—. Es un secreto. Necesito alguien a quien no le importe trabajar muchas horas cuando los demás ya se hayan ido a sus casas. Yo doy las órdenes y tú las sigues al pie de la letra. Es una oportunidad para ver lo que se cuece entre bambalinas. ¿Interesada?


Lo que menos le apetecía a Paula era quedarse trabajando en la oficina de Valeria a medianoche, sobre todo porque sospechaba que el ofrecimiento de la mujer tenía mucho que ver con mantenerla vigilada. Por algún motivo había llamado la atención de la jefa.


Pero Pedro le estaba pagando mucho más que un sueldo, y también era su oportunidad para mantener vigilada a la propia Valeria.


—Soy tu chica. No me asusta trabajar muchas horas. Ni siquiera tengo reloj.


—Te llamaré. Seguirás trabajando para Allo. Ya llegaremos a algún acuerdo sobre tu compensación por trabajar horas extra. Bienvenida a Alfonso House.


Y de repente, Paula tenía tres jefes. Cuatro contando a Carla, que esperaba pacientemente a que su hermana regresara al negocio de los vestidos de novia. La cabeza le daba vueltas.







EL PACTO: CAPITULO 7




Cargado con varios vestidos, Pedro aporreó la puerta de la habitación de Paula por cuarta vez. Esa mujer seguramente jamás había utilizado un reloj.


Habían quedado a las seis y eran las seis y siete minutos. Si no entraba en esa habitación, llegarían tarde a la gala y les resultaría más complicado entrar por separado y fingir que no se conocían.


Pero ¿y si estaba en la ducha o secándose el pelo? Eso justificaría que no lo hubiera oído llamar a la puerta.


Pedro abrió la puerta con su llave y dejó las bolsas con los vestidos sobre la cama. Su esposa salió en ese instante del cuarto de baño, cubierta únicamente por una ridícula toalla que dejaba al descubierto kilómetros de pierna y brazos bien tonificados.


La visión le hería los ojos. Una cosa era entrar en una habitación soñando con que la ocupante estuviera desnuda. 


Otra que su sueño se hiciera realidad.


Incapaz de articular palabra, cada gota de sangre de su cuerpo se acumuló en la evidente protuberancia entre sus piernas.


¿Cómo había podido dejarla en Las Vegas? Incapaz de apartar la mirada, de sus labios escapó un sonido, mitad gruñido, mitad gemido.


Paula ni siquiera tuvo la decencia de aparentar sorpresa o pudor.


—Hola —saludó mientras sacaba un conjunto de lencería de su maleta, como si lo más normal fuera que los hombres aparecieran sin más en su cuarto de baño.


Y quizás fuera así. Pedro frunció el ceño ante la extraña sensación que le provocaba esa idea.


—Eh, hola —él carraspeó mientras ella comenzaba a ponerse las braguitas.


Pedro se volvió hacia la ventana. Esa mujer parecía capaz de vestirse delante de él.


—¡No me digas que te has vuelto tímido! Ya has visto todo lo que hay que ver, y más.


—Ese es el problema —murmuró él.


Aquello era ridículo. No era su mujer, y no iban a repetir la locura de Las Vegas. No mantenían ninguna relación. Y así iba a permanecer.


—Llevas esmoquin —ella rio—. ¿También vas a la gala?


—Sí. No creas que te dejaré hacerlo sola.


Claro que el plan para acompañarla había surgido antes de que ella le recordara lo que sucedía cuando pasaban más de cinco segundos en la misma habitación. Solo podía pensar en pasar horas y horas con Paula en la cama.


—¿No confías en mí? —preguntó ella con coquetería—. Estoy vestida. Ya puedes dejar de fingir esa falsa modestia.


—No fingía. El que estemos casados no me da derecho a un espectáculo gratis.


Pedro se volvió y comprobó lo que Paula entendía por estar vestida: un conjunto de sujetador y braguita, tan mínimo que debería ser ilegal. Y, por su sonrisa, ella sabía perfectamente lo que le estaba haciendo.


—Cielo, puedes fantasear todo lo que quieras con una relación platónica, pero no me eches en cara si te doy algo más con lo que fantasear —Paula enarcó las cejas—. ¿Qué has traído?


—Ropa —y una erección del tamaño de un tren.


—Echaré un vistazo.


Pedro estaba seguro de que todo se debía a la falta de sexo de los últimos meses. Si conseguía que esa mujer se pusiera un vestido y salían de la maldita habitación, volvería a respirar.


Al parecer tenía más en común con su padre de lo que le habría gustado.


—¡Oh, Pedro! —exclamó al abrir una de las bolsas. Su nombre pronunciado con la sensual voz le endureció aún más sus partes íntimas.


¿A quién quería engañar? Daba igual que se marcharan del hotel, iba a ser una noche terrible porque no iba a poder pensar en otra cosa que no fuera el sexo con Paula.


—Es uno de los diseños de Allo —Pedro sacó el vestido de la bolsa—. Aún no ha llegado a las tiendas. Pensé que te gustaría ser la primera en llevarlo puesto.


—¿Yo? —Paula lo miró boquiabierta—. ¿Quieres que lleve lo último de Allo en una gala de la industria de la moda?


La ilusión que reflejaba en el rostro de Paula hizo que él olvidara lo que iba a decir. ¿Por qué complacerla le hacía sentirse tan bien?


—Póntelo —le ordenó con voz ronca—. Quiero vértelo puesto.


Ella le complació. Dándose la vuelta, se sujetó la preciosa melena a un lado.


—¿Me subes la cremallera?


Lentamente, Pedro se acercó a ella y le deslizó la cremallera por la espalda desnuda.


El exótico perfume de Paula lo envolvía y sus cabellos húmedos desprendían un delicioso aroma a manzana.


Ella se movió, rozando la erección con el torneado trasero. Pedro le posó las manos en la cintura, con la intención de apartarla, aunque lo que hizo fue atraerla hacia sí. Paula echó la cabeza hacia atrás y gimió.


Pedro cerró los ojos y permitió que sus labios se deslizaran por el fino cuello.


Pedro —murmuró ella mientras se volvía hacia él.


Levantó el rostro hasta que sus labios estuvieron casi pegados a los suyos. El paraíso estaba a su alcance. Pero entonces, ella volvió a pronunciar su nombre y habló.
—A mí me da igual llegar tarde a la gala. ¿Y a ti?


—Pues lo cierto es que no —la racionalidad lo golpeó como un jarro de agua fría.


Era evidente que seguía sintiendo la misma atracción por esa mujer. A Pedro le incomodaba que alguien tuviera tanto poder sobre él, sobre todo porque no sabía cómo pensaba utilizarlo.


En el mejor de los casos, lo usaría para llevárselo a la cama. 


Pero él no confiaba en el mejor de los casos y, además, poseía una férrea fuerza de voluntad.


Su subconsciente estalló en carcajadas, recordándole que era ella quien había detenido lo que hubiera estado a punto de suceder instantes antes.


—Muy bien —Paula sonrió—. Si dejas de mostrarte tan sexy, conseguiremos irnos.


—El resto de la ropa es para ti —él puso los ojos en blanco—. He oído el rumor de que metiste la pata llevando un Alexander Wang en tu primer día de trabajo. Allo está celoso de él. Aspiraba al puesto que Wang obtuvo en Balenciaga.
De haber sabido que la sabandija de vicepresidente de recursos humanos iba a asignarle a Allo, le habría prevenido. 


Demasiado tarde. Si tiraba de los hilos para que le reasignaran a otra persona, la gente sospecharía. Lo que sí podía hacer era ayudarla a ganar algunos puntos.


—¿Para qué me necesitas como espía cuando, al parecer, ya tienes unos cuantos?


—Nadie chismorrea sobre los planes de fusión —él agitó una mano en el aire—. Solo hablan de lo que llevan puesto los demás. Bienvenida al mundo de la moda. Ahora tienes un armario digno del departamento de diseño de Alfonso House.


—Espera un momento ¿hay más? Pensé que en las otras bolsas habría alternativas por si este vestido no me valía —Paula abrió las bolsas y exclamó encantada ante los vestidos, faldas y tops de la nueva línea de Alfonso. Nada de lo cual estaba aún disponible en las tiendas.


—Me has vuelto a insultar. Ya te lo probarás todo después —le aconsejó Pedro—. Deberíamos irnos. Podíamos parar a tomar algo de camino. Siento no poder llevarte a Nobu, pero no podemos arriesgarnos a que nos fotografíen juntos.


—No hace falta que me invites a cenar —ella lo miró con gesto indescifrable—. Estamos casados.


—Y por eso debería llevarte a cenar. ¿No opinas que hay que tratar mejor a una esposa que a una simple cita?


—Bueno, sí, claro —Paula arrojó la blusa de seda de cuatrocientos dólares sobre la cama—. Pero dijiste que el matrimonio es una herramienta. Estoy aquí para ayudarte a conseguir un aburrido puesto de ejecutivo a cambio de que firmes los papeles del divorcio.


—Estupendo. Pues entonces no comas. Iremos directamente a la gala. Te bajarás del coche tres manzanas antes de llegar. ¿Te parece bien?


—Menos mal que la ropa me ha puesto de buen humor. Pasaré por alto tu pésima actitud —Paula se subió a los altísimos tacones y sonrió—. Gracias por… invitarme a cenar.


—Paula ¿aceptarías cenar conmigo? —Pedro había captado la indirecta.


—Si alguna vez aspiras a casarte de verdad, deberías tomar algunas lecciones —ella le dio una palmadita en la mejilla—. Porque, cielo, para alguien que contempla el matrimonio como una herramienta, no tienes ni idea de cómo funciona.


La sensual voz dejaba bien claro que pensaba que Pedro era un imbécil por no aprovecharse de lo que ella le ofrecía.


EL PACTO: CAPITULO 6




A las diez de la mañana siguiente, Paula se moría por un café y un baño de espuma, y desearía no haber oído hablar jamás de Alfonso House. Allo, el diseñador al que había sido asignada la odió al instante. Aunque lo cierto era que Allo parecía odiar a todo el mundo.


Tras cambiar de idea por tercera vez, le pidió de nuevo las tijeras y Paula trotó obediente hasta la mesa donde todas las herramientas de Allo estaban perfectamente ordenadas.


Se las entregó y esperó la siguiente andanada de órdenes.


—Non, non, non —Allo arrojó las tijeras al suelo—. Te dije alfileres. Presta más atención.


—Alfileres. Marchando —murmuró ella mientras regresaba a la mesa.


Decidió que al día siguiente llevaría zapatos planos y un frasquito de cianuro para aromatizar el té de Allo. Al menos fantaseó con ello tras la cuarta taza que le preparó.


¿Quién era ella para cuestionar el talento de Allo, responsable del éxito de Alfonso House con su línea de trajes de noche? Esperaba poder aprender algo del genio. Si conseguía no matarlo antes.


Si hacía caso de los rumores, ningún ayudante de Allo duraba más de dos meses.


No era de extrañar que la llamada de Bettina hubiera logrado sus frutos tan rápidamente.


Lo único que tenía que hacer era idear una estrategia para tropezarse con Valeria y sacarle toda la información secreta sobre sus planes para dinamitar la posición de director ejecutivo de Pedro. Pan comido.


Al mediodía, Paula contempló agotada la ensalada mustia y el trozo de carne en la cafetería del edificio. La sesión de compras en Barney’s había sido una pérdida de tiempo, pues allí todo el mundo vestía diseños de la casa, un pequeño detalle que Pedro debería haber mencionado. Pero se había gastado todo su dinero y debía conformarse con el plato del día.


—Yo no probaría el filete Salisbury.


Paula reconoció a Janelle, la chica de recursos humanos.


—¿Eso era?


—Les gusta hacer trabajar nuestra imaginación —Janelle rio.
No era habitual que las mujeres se mostraran tan amistosas con ella y Paula necesitaba desesperadamente una amiga si pretendía sacar alguna información útil para Pedro.


—¿Y qué le recomendarías a alguien con mi presupuesto?


—Pollo —Janelle señaló unas irreconocibles bolas—. No sabe a nada, ni siquiera mal.


—Entendido —ella tomó una bandeja—. ¿Algún otro consejo? Aparte de no aceptar trabajar para Allo. Eso ya lo he descubierto yo solita.


—Lo siento mucho —la joven sonrió amablemente—. En recursos humanos hemos decidido hacer lo que sea para convencerte de que te quedes. Allo nos genera más papeleo que el departamento financiero. Siéntate conmigo y te pondré al día.


Agradecida, Paula siguió a Janelle hasta una mesa vacía. Pero no fue hasta terminada la comida que consiguió un momento de descanso.


—Tengo que volver al trabajo —su nueva amiga consultó el reloj—. ¿Irás a la gala de Garment Center esta noche?


—No lo sé. ¿Qué es eso?


—Se supone que Samantha debía invitarte. Le dije que te enviara un correo electrónico —Janelle pareció molesta—. Alfonso House apoya la iniciativa para salvar Garment Center y esta noche hay una gala benéfica. Valeria Alfonso, vicepresidenta de marketing, la organiza y quiere que asistan todos los empleados. Le hace quedar bien.


¿Y qué mejor lugar para conocer a la hermana de Pedro que un evento social?


Además, era una gala benéfica de la industria de la moda.


 Para morirse de gusto.


—Allí estaré.


En cuanto Janelle estuvo lo bastante lejos, llamó a Pedro.


—¿Tienes alguna noticia que darme? —preguntó él secamente.


—Esta noche hay un evento —susurró ella—. La gala de Garment Center. Valeria asistirá, y yo también. Será una oportunidad para hablar con ella sin levantar sospechas.


—Excelente —Pedro pareció relajarse—. Había olvidado la gala. Tienes razón, es perfecta.


—Solo hay un problema. No tengo nada que ponerme.


—Eso no es ningún problema —contestó Pedro—. Da la casualidad de que conozco a un par de personas en la industria de los trajes de noche. Me pasaré por tu hotel a las seis.


—No sabes qué talla uso.


—Cariño —él rio—. Soy un Alfonso, esa afirmación es insultante. Confía en mí.


Las últimas palabras consiguieron que Paula sobreviviera a toda la tarde con Allo, el maestro del terror.


Aquella noche estaría un paso más cerca de conseguir la firma de Pedro en los papeles del divorcio. Después regresaría a Houston y empezaría su nueva vida de adulta.


Ese era el plan, aunque temía que pasaría el resto de su vida soñando con el hombre del que se había divorciado. 


¿Cómo se había complicado tanto la firma de un simple papel?



sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 5





Paula dedicó el lunes a comprar en Barney’s y a lamentarse por el exiguo crédito de su tarjeta. Se había llevado unos cuantos trajes a Nueva York, pero no bastaban para las dos o tres semanas que, calculaba, debería quedarse allí.


Aún no se podía creer que hubiera conseguido un trabajo en una casa de modas tan importante. Era un sueño hecho realidad.


No había querido pedirle a Pedro un anticipo del sueldo, pues habría suscitado muchas preguntas, y tuvo que conformarse con la sección de ofertas.


Aun así, era maravilloso regalarse una mañana de compras en Barney’s de Manhattan. Lo único malo era que aún no tenía los papeles del divorcio firmados, y que tendría que pedirle más vacaciones a su hermana.


Los dos últimos años había trabajado como ayudante de Carla en el negocio de diseño y venta de vestidos de novia en Houston. Pero Carla había empezado a vender sus diseños a una renombrada tienda y el negocio iba viento en popa. Paula quería ser algo más que una ayudante y había decidido comprar una parte del negocio. Los vestidos de novia eran la pasión de Carla, y lo que mejor se le daba. La única contribución de Paula sería en el plano financiero.


Era la oportunidad de demostrar su valía. Para demostrarle a todo el mundo que se equivocaba al pensar que no era nada más que un bonito envoltorio.


En esos momentos, Carla estaba en Barbados ¿o era en San Martin? Nunca se acordaba de dónde estaba trabajando su cuñado, Keith, consultor para una cadena hotelera del Caribe. Con suerte, su hermana entendería la necesidad de tomarse más tiempo libre y no le haría demasiadas preguntas.


Le llegó un mensaje de Pedro: «¿Dónde estás? Estoy en el hotel».


Confusa, ella le contestó mientras se preguntaba qué significaba aquello. ¿Se suponía que debía quedarse sentada en el hotel a esperar la visita de su alteza? Si creía que iba a saltar a una orden suya, se equivocaba.


Se demoró diez minutos más de la cuenta a propósito antes de regresar al hotel. Pedro la esperaba en el vestíbulo. Aprovechando que no se fijó en su presencia de inmediato, ella se deleitó contemplando al hombre que hablaba por teléfono.


Poseía un físico sin igual. Atlético, con maravillosos pómulos, le sentaban igual de bien un traje que unos vaqueros, o nada. Suficiente para hacer babear a una chica.


Al verla, Pedro sonrió, provocándole un escalofrío.


Platónico no era una descripción. Paula estaría en Nueva York un par de semanas y estaban casados. ¿Cómo se le había ocurrido plantear una relación platónica?


—Deberías darme una llave —Pedro guardó el móvil y se levantó.


—¿Lo dices por si se te ocurre hacer una visita a tu esposa en medio de la noche? Pues que sepas que me parece estupendo.


—Lo digo porque soy yo el que paga la habitación —él rio y sujetó la puerta del ascensor—. Al menos podría hacer mis llamadas en privado en lugar de aquí, donde todo el mundo puede oír mis planes estratégicos para Al.


¿Qué problema tenía ese hombre para reanudar su relación? No le estaba pidiendo que permanecieran casados, ella tampoco lo deseaba. En cuanto hubiera sentado la cabeza profesionalmente, ya pensaría en un posible matrimonio. Algunas mujeres, como Carla, soñaban con vestidos blancos y ramos de flores, pero ella nunca lo había considerado una meta.


Su única meta era averiguar cómo convertirse en adulta. Y le parecía igual de inalcanzable en esos momentos que dos años atrás.


—Pues a mí me parece un desperdicio de habitación —Paula le entregó una llave—. Siento que tuvieras que esperar en el vestíbulo, cielo, pero si me hubieras anunciado tu visita, habría venido antes.


—Ha sido de improviso. Estaba por aquí y decidí acercarme para repasar los planes que he hecho para ti en Alfonso House —él la siguió mientras se dirigían a la habitación.


—¿Ya? —Paula sintió un nudo en la garganta ante la maquiavélica idea de Pedro.


Ella no sabía nada de espionaje. Estaba segura de que la descubrirían de inmediato. Si no conseguía ayudar a Pedro ¿se negaría a firmar los papeles por despecho?


Debería haberlo dejado aclarado antes de acceder. En realidad debería haberse negado y exigido el divorcio. No obstante, sí tenía algo de culpa en que siguieran casados.


Seguía sin entender cómo se había archivado la licencia. El abogado de su padre pensaba que alguien, quizás una doncella bienintencionada del hotel, lo había hecho.


Era su oportunidad para demostrar que no era una cabeza de chorlito. No podía abandonar a Pedro. Los adultos se responsabilizaban de sus errores y aceptaban las consecuencias. Punto.


—Sí, ya —él enarcó las cejas—. No tengo tiempo que perder. Valeria no descansa y seguro que ya tiene preparado un plan alternativo para quitarme de en medio.


—¿Y qué tengo que hacer yo?


—La otra noche mencionaste que habías trabajado como ayudante de diseño. Ocuparás el mismo puesto en Alfonso House.


—¿Así de fácil?


Estaría trabajando en la meca del diseño, no podía ser tan sencillo ¿o sí? Al menos no iba a tener que aprender nada nuevo.


Salvo que trabajar para Carla no tenía nada que ver con hacerlo para una marca famosa. Su hermana la adoraba y si en alguna ocasión la fastidiaba, no pasaba gran cosa.


—Así de fácil. Llamé a mi madre y le pedí que te recomendara. Ella llamó a recursos humanos de Alfonso House y les informó de tu llegada mañana por la mañana. El vicepresidente sigue sintiéndose culpable por la ruptura y hará cualquier cosa que le pida mamá.


—Entiendo —aquello era de locos—. ¿Y ya está? ¿Mañana me pongo a ayudar a algún diseñador y espero a que Valeria aparezca? ¿Y si no la veo?


—Tendrás que hacerlo. Si tanto te interesa el divorcio, ya se te ocurrirá el modo de obtener la información que necesito.


—Tienes suerte de que sea tan ágil de mente —Paula bufó para ocultar su creciente pánico.


—No es cuestión de suerte —él la miró de una manera extraña—. Si no te considerara capaz de ello jamás lo habría sugerido. Tienes una de las mentes más agudas que he conocido jamás, y sé que lo lograrás. Cuento con ello.


—Veo que lo entiendes —la revelación hizo que Paula sintiera acumularse el calor en su abdomen—. Voy a ser la mejor espía que hayas visto jamás.


Pedro era el único hombre que la había considerado más allá de su físico. Por eso ningún otro había sido capaz de sustituirlo.


Pero también le recordaba una fea verdad.


En Las Vegas había revelado sus inseguridades porque Pedro también las tenía. Pero, tras su regreso a Nueva York, él había madurado, mientras que ella no.