domingo, 26 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 8







La tercera copa de champán desapareció con la misma rapidez que las dos anteriores, y Paula tuvo que contenerse para no pedir una cuarta. Valeria Alfonso aún no había aparecido, y si otra supermodelo se abalanzaba sobre Pedro, no respondería de sus actos.


Ya era bastante malo no poder apartar la mirada de él. Peor aún, Pedro no parecía sufrir del mismo mal. Actuaba como si ella no existiera.


Paula sonrió al comprador de Nordstrom que llevaba diez minutos charlando con ella. A su alrededor estaba la flor y nata del mundo de la moda de Nueva York.


Todos iban vestidos de alta costura y ella se deleitó con el panorama.


A su derecha se hizo el silencio, pero Paula no prestó atención hasta que Allo apareció con su arrogancia y condescendencia. ¿No bastaba con pasar ocho horas sometida a sus torturas?


—¡Tú! —el diseñador la señaló—. Estás despedida. Preséntate mañana en recursos humanos.


¿Qué había hecho? Un escalofrío le recorrió la columna. ¿Alguien había descubierto su juego?


—¿Por qué? —Paula entornó los ojos—. He trabajado muy bien hoy. Si no está de acuerdo ¿por qué no me dijo nada esta mañana?


—Non—Allo murmuró algo ininteligible—. Has robado mi vestido. Por eso te despido.


—¿Este? —Paula miró el vestido que Pedro le había regalado—. ¿Cree que lo he robado?


¿Por qué no había preparado una excusa con Pedro? Era evidente que la nueva ayudante del diseñador no tendría acceso a un vestido que aún no había llegado a las tiendas.


Si la despedían, dejaría de ser la espía de Pedro y jamás le firmaría los papeles del divorcio.


—Jamás le insultaría, Allo —insistió ella con dulzura—. Le supliqué a… Samantha que me prestara este vestido. Estaba colgado en…


¿En qué habitación estaban los vestidos para las sesiones de fotos? Alguien se lo había enseñado, pero había estado demasiado distraída mirando la ropa para fijarse.


—En la galería oeste —añadió alegremente, sin saber de dónde había sacado Pedro el vestido—. Enseguida lo reconocí como uno de sus diseños, solo un genio podía ser el responsable. Y supe que tenía que llevarlo puesto. A partir de ahora solo vestiré de Allo. La prensa me devoró.


—Por supuesto —Allo aceptó una copa de champán—. Aunque eres demasiado baja para lucirlo. No llegues tarde mañana. Tenemos mucho trabajo.


—Nos vemos, jefe —crisis superada. De momento. A su espalda, le llegó el sonido de la cálida risa de Pedro.


—No te vuelvas —murmuró él.


—¿Porque no quieres que nadie me vea hablar contigo? —aventuró Paula.


—Porque estoy ensimismado con tu espalda.


—Es verdad, eres todo un experto en cremalleras —espetó ella mientras recordaba la proximidad de su cuerpo en la habitación de hotel.


Lo había sentido duro y delicioso y, si bien Pedro podía mentirse a sí mismo sobre lo de la relación platónica, la erección contra su trasero decía la verdad. La deseaba. Y ella lo deseaba. El sexo había sido espectacular entre ellos. 


Explosivo. Sin igual.


En cuanto lo tuviera bajo las sábanas, recordarían los viejos tiempos en Las Vegas.


Con suerte, en esa ocasión duraría algo más.


—Has estado bien con Allo —Pedro carraspeó—. Impresionante.


—Me debes una —Paula se sorprendió ante la sensación de felicidad. Su intención había sido la de conservar el empleo, pero el cumplido de Pedro significaba más de lo que debería.


—Valeria acaba de llegar —Pedro se enfrió de golpe—. Empieza el espectáculo.


Deberían estar dirigiéndose hacia la salida, camino del hotel y de esa enorme cama que al fin serviría para su propósito.


Pero no era sexo por lo que Paula se moría, sino por el deseo de dormirse en brazos de Pedro, como había hecho en Las Vegas, sabiendo que despertarían juntos a la mañana siguiente. Echaba de menos la conexión mística que habían compartido entonces.


—Nos vemos, jefe —murmuró ella por segunda vez. Allí, en Nueva York, estaba sola. Ya no eran ellos dos frente al mundo, apoyándose y soñando con un futuro. Todo aquello parecía haber quedado muy atrás.


Quizás había cambiado más de lo que estaba dispuesta a admitir.


A lo mejor Pedro tenía razón al querer mantener la relación platónica. Lo último que quería era desnudarse de nuevo ante él, y todo para que su fantasía perfecta quedara destruida por la realidad.


La tristeza le atravesó el corazón. Estaba persiguiendo a un hombre que ya no existía. Y tenía que dejar de desear algo que no iba a suceder. Conseguiría el divorcio y regresaría Houston para pedirle el préstamo a su padre. Lo único que tenía en Nueva York era un trabajo.


Abriéndose paso a codazos, se acercó a la hermana de Pedro.


Paula puso la mejor de sus sonrisas, la que dejaba bien claro que era la respuesta a todas las plegarias de Valeria Alfonso. La mujer, vestida con un traje de Alfonso House, exudaba elegancia y la misma calidez que una barracuda. Compartía cierto aire con Pedro, sobre todo en los ojos y la boca y, al igual que su hermano, parecía estar siempre en alerta.


—Señora Alfonso, soy Paula Chaves-Harris —la joven le estrechó la mano a su jefa—. Soy la nueva ayudante de Allo.


—Lo sé —Valeria sacudió su larga melena rubia—. Me alegra ver que te has dignado a vestir la etiqueta de la casa que firma tus cheques.


—Llevar un Wang esta mañana a la oficina fue un error de principiante —Paula encajó la mandíbula con fuerza—. Pero creo que es evidente que aprendo deprisa.


—Ese es uno de mis preferidos —Valeria asintió—, aunque el color no me va.


Para cualquier otra persona, el comentario de Valeria habría resultado amistoso, pero Paula había pasado mucho tiempo con contrincantes en concursos de belleza y sabía que debía andar con pies de plomo. Las palabras de esa mujer no habían sido un cumplido.


—Pero solo tú podrías llevar ese Allo —Paula contempló el vestido de su jefa con un estudiado gesto de apreciación y envidia—. Es evidente que pensaba en usted al diseñarlo.


—Sí —Valeria ladeó la cabeza—. ¿Dónde trabajabas antes de venir a Alfonso House? Tú no eres de aquí.


—Soy de Houston —el apellido Chaves-Harris no significaba nada en Nueva York—. Trabajaba para una casa que diseñaba vestidos de novia. Ha sido una bendición ser admitida en una firma puntera como Alfonso House.


—Alfonso no tiene nada que ver con vestidos de novia.


El desdén resultaba evidente. Paula reprimió la respuesta que le surgió en la mente y agitó una mano en el aire.


—Cariño, esa área es muy limitada. Ya sabes, siempre la misma tela, mismos colores, mismas novias indecisas. Aquí es donde está la acción. Los diseñadores de Alfonso House saben lo que quieren y cómo hacerlo, y no permiten que nadie se interponga en su camino.


—Interesante —los ojos de Valeria brillaban más que el vestido de Paula—. Eres la primera ayudante de diseño que conozco que comprende que la moda tiene que ver con algo más que con ropa. Tiene que ver con ser dueño de tus diseños.


—Por eso es tan alucinante trabajar con Allo —Paula asintió con entusiasmo—. Se siente la energía en el ambiente. Cuando crea, no comete errores. Es brillante porque él lo cree así.


—Si lo que quieres es aprender de un buen mentor, estoy trabajando en un proyecto y necesito una nueva perspectiva —Valeria evaluó fríamente a Paula—. Es un secreto. Necesito alguien a quien no le importe trabajar muchas horas cuando los demás ya se hayan ido a sus casas. Yo doy las órdenes y tú las sigues al pie de la letra. Es una oportunidad para ver lo que se cuece entre bambalinas. ¿Interesada?


Lo que menos le apetecía a Paula era quedarse trabajando en la oficina de Valeria a medianoche, sobre todo porque sospechaba que el ofrecimiento de la mujer tenía mucho que ver con mantenerla vigilada. Por algún motivo había llamado la atención de la jefa.


Pero Pedro le estaba pagando mucho más que un sueldo, y también era su oportunidad para mantener vigilada a la propia Valeria.


—Soy tu chica. No me asusta trabajar muchas horas. Ni siquiera tengo reloj.


—Te llamaré. Seguirás trabajando para Allo. Ya llegaremos a algún acuerdo sobre tu compensación por trabajar horas extra. Bienvenida a Alfonso House.


Y de repente, Paula tenía tres jefes. Cuatro contando a Carla, que esperaba pacientemente a que su hermana regresara al negocio de los vestidos de novia. La cabeza le daba vueltas.







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