sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 5





Paula dedicó el lunes a comprar en Barney’s y a lamentarse por el exiguo crédito de su tarjeta. Se había llevado unos cuantos trajes a Nueva York, pero no bastaban para las dos o tres semanas que, calculaba, debería quedarse allí.


Aún no se podía creer que hubiera conseguido un trabajo en una casa de modas tan importante. Era un sueño hecho realidad.


No había querido pedirle a Pedro un anticipo del sueldo, pues habría suscitado muchas preguntas, y tuvo que conformarse con la sección de ofertas.


Aun así, era maravilloso regalarse una mañana de compras en Barney’s de Manhattan. Lo único malo era que aún no tenía los papeles del divorcio firmados, y que tendría que pedirle más vacaciones a su hermana.


Los dos últimos años había trabajado como ayudante de Carla en el negocio de diseño y venta de vestidos de novia en Houston. Pero Carla había empezado a vender sus diseños a una renombrada tienda y el negocio iba viento en popa. Paula quería ser algo más que una ayudante y había decidido comprar una parte del negocio. Los vestidos de novia eran la pasión de Carla, y lo que mejor se le daba. La única contribución de Paula sería en el plano financiero.


Era la oportunidad de demostrar su valía. Para demostrarle a todo el mundo que se equivocaba al pensar que no era nada más que un bonito envoltorio.


En esos momentos, Carla estaba en Barbados ¿o era en San Martin? Nunca se acordaba de dónde estaba trabajando su cuñado, Keith, consultor para una cadena hotelera del Caribe. Con suerte, su hermana entendería la necesidad de tomarse más tiempo libre y no le haría demasiadas preguntas.


Le llegó un mensaje de Pedro: «¿Dónde estás? Estoy en el hotel».


Confusa, ella le contestó mientras se preguntaba qué significaba aquello. ¿Se suponía que debía quedarse sentada en el hotel a esperar la visita de su alteza? Si creía que iba a saltar a una orden suya, se equivocaba.


Se demoró diez minutos más de la cuenta a propósito antes de regresar al hotel. Pedro la esperaba en el vestíbulo. Aprovechando que no se fijó en su presencia de inmediato, ella se deleitó contemplando al hombre que hablaba por teléfono.


Poseía un físico sin igual. Atlético, con maravillosos pómulos, le sentaban igual de bien un traje que unos vaqueros, o nada. Suficiente para hacer babear a una chica.


Al verla, Pedro sonrió, provocándole un escalofrío.


Platónico no era una descripción. Paula estaría en Nueva York un par de semanas y estaban casados. ¿Cómo se le había ocurrido plantear una relación platónica?


—Deberías darme una llave —Pedro guardó el móvil y se levantó.


—¿Lo dices por si se te ocurre hacer una visita a tu esposa en medio de la noche? Pues que sepas que me parece estupendo.


—Lo digo porque soy yo el que paga la habitación —él rio y sujetó la puerta del ascensor—. Al menos podría hacer mis llamadas en privado en lugar de aquí, donde todo el mundo puede oír mis planes estratégicos para Al.


¿Qué problema tenía ese hombre para reanudar su relación? No le estaba pidiendo que permanecieran casados, ella tampoco lo deseaba. En cuanto hubiera sentado la cabeza profesionalmente, ya pensaría en un posible matrimonio. Algunas mujeres, como Carla, soñaban con vestidos blancos y ramos de flores, pero ella nunca lo había considerado una meta.


Su única meta era averiguar cómo convertirse en adulta. Y le parecía igual de inalcanzable en esos momentos que dos años atrás.


—Pues a mí me parece un desperdicio de habitación —Paula le entregó una llave—. Siento que tuvieras que esperar en el vestíbulo, cielo, pero si me hubieras anunciado tu visita, habría venido antes.


—Ha sido de improviso. Estaba por aquí y decidí acercarme para repasar los planes que he hecho para ti en Alfonso House —él la siguió mientras se dirigían a la habitación.


—¿Ya? —Paula sintió un nudo en la garganta ante la maquiavélica idea de Pedro.


Ella no sabía nada de espionaje. Estaba segura de que la descubrirían de inmediato. Si no conseguía ayudar a Pedro ¿se negaría a firmar los papeles por despecho?


Debería haberlo dejado aclarado antes de acceder. En realidad debería haberse negado y exigido el divorcio. No obstante, sí tenía algo de culpa en que siguieran casados.


Seguía sin entender cómo se había archivado la licencia. El abogado de su padre pensaba que alguien, quizás una doncella bienintencionada del hotel, lo había hecho.


Era su oportunidad para demostrar que no era una cabeza de chorlito. No podía abandonar a Pedro. Los adultos se responsabilizaban de sus errores y aceptaban las consecuencias. Punto.


—Sí, ya —él enarcó las cejas—. No tengo tiempo que perder. Valeria no descansa y seguro que ya tiene preparado un plan alternativo para quitarme de en medio.


—¿Y qué tengo que hacer yo?


—La otra noche mencionaste que habías trabajado como ayudante de diseño. Ocuparás el mismo puesto en Alfonso House.


—¿Así de fácil?


Estaría trabajando en la meca del diseño, no podía ser tan sencillo ¿o sí? Al menos no iba a tener que aprender nada nuevo.


Salvo que trabajar para Carla no tenía nada que ver con hacerlo para una marca famosa. Su hermana la adoraba y si en alguna ocasión la fastidiaba, no pasaba gran cosa.


—Así de fácil. Llamé a mi madre y le pedí que te recomendara. Ella llamó a recursos humanos de Alfonso House y les informó de tu llegada mañana por la mañana. El vicepresidente sigue sintiéndose culpable por la ruptura y hará cualquier cosa que le pida mamá.


—Entiendo —aquello era de locos—. ¿Y ya está? ¿Mañana me pongo a ayudar a algún diseñador y espero a que Valeria aparezca? ¿Y si no la veo?


—Tendrás que hacerlo. Si tanto te interesa el divorcio, ya se te ocurrirá el modo de obtener la información que necesito.


—Tienes suerte de que sea tan ágil de mente —Paula bufó para ocultar su creciente pánico.


—No es cuestión de suerte —él la miró de una manera extraña—. Si no te considerara capaz de ello jamás lo habría sugerido. Tienes una de las mentes más agudas que he conocido jamás, y sé que lo lograrás. Cuento con ello.


—Veo que lo entiendes —la revelación hizo que Paula sintiera acumularse el calor en su abdomen—. Voy a ser la mejor espía que hayas visto jamás.


Pedro era el único hombre que la había considerado más allá de su físico. Por eso ningún otro había sido capaz de sustituirlo.


Pero también le recordaba una fea verdad.


En Las Vegas había revelado sus inseguridades porque Pedro también las tenía. Pero, tras su regreso a Nueva York, él había madurado, mientras que ella no.




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