domingo, 26 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 7




Cargado con varios vestidos, Pedro aporreó la puerta de la habitación de Paula por cuarta vez. Esa mujer seguramente jamás había utilizado un reloj.


Habían quedado a las seis y eran las seis y siete minutos. Si no entraba en esa habitación, llegarían tarde a la gala y les resultaría más complicado entrar por separado y fingir que no se conocían.


Pero ¿y si estaba en la ducha o secándose el pelo? Eso justificaría que no lo hubiera oído llamar a la puerta.


Pedro abrió la puerta con su llave y dejó las bolsas con los vestidos sobre la cama. Su esposa salió en ese instante del cuarto de baño, cubierta únicamente por una ridícula toalla que dejaba al descubierto kilómetros de pierna y brazos bien tonificados.


La visión le hería los ojos. Una cosa era entrar en una habitación soñando con que la ocupante estuviera desnuda. 


Otra que su sueño se hiciera realidad.


Incapaz de articular palabra, cada gota de sangre de su cuerpo se acumuló en la evidente protuberancia entre sus piernas.


¿Cómo había podido dejarla en Las Vegas? Incapaz de apartar la mirada, de sus labios escapó un sonido, mitad gruñido, mitad gemido.


Paula ni siquiera tuvo la decencia de aparentar sorpresa o pudor.


—Hola —saludó mientras sacaba un conjunto de lencería de su maleta, como si lo más normal fuera que los hombres aparecieran sin más en su cuarto de baño.


Y quizás fuera así. Pedro frunció el ceño ante la extraña sensación que le provocaba esa idea.


—Eh, hola —él carraspeó mientras ella comenzaba a ponerse las braguitas.


Pedro se volvió hacia la ventana. Esa mujer parecía capaz de vestirse delante de él.


—¡No me digas que te has vuelto tímido! Ya has visto todo lo que hay que ver, y más.


—Ese es el problema —murmuró él.


Aquello era ridículo. No era su mujer, y no iban a repetir la locura de Las Vegas. No mantenían ninguna relación. Y así iba a permanecer.


—Llevas esmoquin —ella rio—. ¿También vas a la gala?


—Sí. No creas que te dejaré hacerlo sola.


Claro que el plan para acompañarla había surgido antes de que ella le recordara lo que sucedía cuando pasaban más de cinco segundos en la misma habitación. Solo podía pensar en pasar horas y horas con Paula en la cama.


—¿No confías en mí? —preguntó ella con coquetería—. Estoy vestida. Ya puedes dejar de fingir esa falsa modestia.


—No fingía. El que estemos casados no me da derecho a un espectáculo gratis.


Pedro se volvió y comprobó lo que Paula entendía por estar vestida: un conjunto de sujetador y braguita, tan mínimo que debería ser ilegal. Y, por su sonrisa, ella sabía perfectamente lo que le estaba haciendo.


—Cielo, puedes fantasear todo lo que quieras con una relación platónica, pero no me eches en cara si te doy algo más con lo que fantasear —Paula enarcó las cejas—. ¿Qué has traído?


—Ropa —y una erección del tamaño de un tren.


—Echaré un vistazo.


Pedro estaba seguro de que todo se debía a la falta de sexo de los últimos meses. Si conseguía que esa mujer se pusiera un vestido y salían de la maldita habitación, volvería a respirar.


Al parecer tenía más en común con su padre de lo que le habría gustado.


—¡Oh, Pedro! —exclamó al abrir una de las bolsas. Su nombre pronunciado con la sensual voz le endureció aún más sus partes íntimas.


¿A quién quería engañar? Daba igual que se marcharan del hotel, iba a ser una noche terrible porque no iba a poder pensar en otra cosa que no fuera el sexo con Paula.


—Es uno de los diseños de Allo —Pedro sacó el vestido de la bolsa—. Aún no ha llegado a las tiendas. Pensé que te gustaría ser la primera en llevarlo puesto.


—¿Yo? —Paula lo miró boquiabierta—. ¿Quieres que lleve lo último de Allo en una gala de la industria de la moda?


La ilusión que reflejaba en el rostro de Paula hizo que él olvidara lo que iba a decir. ¿Por qué complacerla le hacía sentirse tan bien?


—Póntelo —le ordenó con voz ronca—. Quiero vértelo puesto.


Ella le complació. Dándose la vuelta, se sujetó la preciosa melena a un lado.


—¿Me subes la cremallera?


Lentamente, Pedro se acercó a ella y le deslizó la cremallera por la espalda desnuda.


El exótico perfume de Paula lo envolvía y sus cabellos húmedos desprendían un delicioso aroma a manzana.


Ella se movió, rozando la erección con el torneado trasero. Pedro le posó las manos en la cintura, con la intención de apartarla, aunque lo que hizo fue atraerla hacia sí. Paula echó la cabeza hacia atrás y gimió.


Pedro cerró los ojos y permitió que sus labios se deslizaran por el fino cuello.


Pedro —murmuró ella mientras se volvía hacia él.


Levantó el rostro hasta que sus labios estuvieron casi pegados a los suyos. El paraíso estaba a su alcance. Pero entonces, ella volvió a pronunciar su nombre y habló.
—A mí me da igual llegar tarde a la gala. ¿Y a ti?


—Pues lo cierto es que no —la racionalidad lo golpeó como un jarro de agua fría.


Era evidente que seguía sintiendo la misma atracción por esa mujer. A Pedro le incomodaba que alguien tuviera tanto poder sobre él, sobre todo porque no sabía cómo pensaba utilizarlo.


En el mejor de los casos, lo usaría para llevárselo a la cama. 


Pero él no confiaba en el mejor de los casos y, además, poseía una férrea fuerza de voluntad.


Su subconsciente estalló en carcajadas, recordándole que era ella quien había detenido lo que hubiera estado a punto de suceder instantes antes.


—Muy bien —Paula sonrió—. Si dejas de mostrarte tan sexy, conseguiremos irnos.


—El resto de la ropa es para ti —él puso los ojos en blanco—. He oído el rumor de que metiste la pata llevando un Alexander Wang en tu primer día de trabajo. Allo está celoso de él. Aspiraba al puesto que Wang obtuvo en Balenciaga.
De haber sabido que la sabandija de vicepresidente de recursos humanos iba a asignarle a Allo, le habría prevenido. 


Demasiado tarde. Si tiraba de los hilos para que le reasignaran a otra persona, la gente sospecharía. Lo que sí podía hacer era ayudarla a ganar algunos puntos.


—¿Para qué me necesitas como espía cuando, al parecer, ya tienes unos cuantos?


—Nadie chismorrea sobre los planes de fusión —él agitó una mano en el aire—. Solo hablan de lo que llevan puesto los demás. Bienvenida al mundo de la moda. Ahora tienes un armario digno del departamento de diseño de Alfonso House.


—Espera un momento ¿hay más? Pensé que en las otras bolsas habría alternativas por si este vestido no me valía —Paula abrió las bolsas y exclamó encantada ante los vestidos, faldas y tops de la nueva línea de Alfonso. Nada de lo cual estaba aún disponible en las tiendas.


—Me has vuelto a insultar. Ya te lo probarás todo después —le aconsejó Pedro—. Deberíamos irnos. Podíamos parar a tomar algo de camino. Siento no poder llevarte a Nobu, pero no podemos arriesgarnos a que nos fotografíen juntos.


—No hace falta que me invites a cenar —ella lo miró con gesto indescifrable—. Estamos casados.


—Y por eso debería llevarte a cenar. ¿No opinas que hay que tratar mejor a una esposa que a una simple cita?


—Bueno, sí, claro —Paula arrojó la blusa de seda de cuatrocientos dólares sobre la cama—. Pero dijiste que el matrimonio es una herramienta. Estoy aquí para ayudarte a conseguir un aburrido puesto de ejecutivo a cambio de que firmes los papeles del divorcio.


—Estupendo. Pues entonces no comas. Iremos directamente a la gala. Te bajarás del coche tres manzanas antes de llegar. ¿Te parece bien?


—Menos mal que la ropa me ha puesto de buen humor. Pasaré por alto tu pésima actitud —Paula se subió a los altísimos tacones y sonrió—. Gracias por… invitarme a cenar.


—Paula ¿aceptarías cenar conmigo? —Pedro había captado la indirecta.


—Si alguna vez aspiras a casarte de verdad, deberías tomar algunas lecciones —ella le dio una palmadita en la mejilla—. Porque, cielo, para alguien que contempla el matrimonio como una herramienta, no tienes ni idea de cómo funciona.


La sensual voz dejaba bien claro que pensaba que Pedro era un imbécil por no aprovecharse de lo que ella le ofrecía.


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