sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 19





Pedro se había acercado a ellos por detrás. La tensión se podía cortar con un cuchillo.


Al ver que ninguno de los dos contestaba a su pregunta inmediatamente, les dedicó una mirada fulminante.


–¿Qué es lo que hay que entender? –repitió–. Nos quedaremos aquí bajo la lluvia toda la noche si es preciso hasta que me deis una respuesta.


Raul reprimió un suspiro.


–Muy bien, Pedro. Si realmente quieres saberlo, entonces te lo diré. Le estaba advirtiendo a Paula acerca de involucrarse en algo más personal contigo. Marcia nos dejó en la estacada hace unas pocas semanas y hemos tenido una suerte increíble al encontrar a Paula. Lo último que necesitamos es que las expectativas de la banda se vayan al traste porque ella se pueda sentir herida en un momento dado y decida abandonar el grupo.


–Yo no voy a dejar la banda. ¡Ya te lo dije!


Exasperada y avergonzada, Paula hubiera querido darle una buena sacudida a Raul. ¿Realmente la creía tan ingenua como para poner en peligro una oportunidad tan buena teniendo una aventura romántica con el mánager?


Pedro también parecía bastante molesto.


–Si hay algo personal entre Paula y yo, entonces eso es lo que es y es ahí donde se queda, en lo personal, entre nosotros dos. Los dos estamos de acuerdo en que la prioridad es el bien de la banda. Yo llevo mucho tiempo en este negocio y sé qué es lo más importante. Bueno, en cualquier caso, la noche ha sido muy larga y Paula necesita descansar para dar lo mejor mañana.


–Dadas las circunstancias, a lo mejor debería quedarse en mi casa, ¿no? –Raul apretó la mandíbula.


–Yo ya te he comunicado mi decisión y, por lo que a mí respecta, este asunto no necesita ningún tipo de debate –con cara de pocos amigos, Pedro tomó las llaves del coche que Paula le ofrecía y se dirigió hacia el coche.


–¿Por qué has tenido que decirle eso? –le dijo Paula a Raul.


–Porque alguien tiene que cuidar de ti, cielo. Pedro es mi mejor amigo, y también mi jefe, pero lo cierto es que no tiene muy buen historial en lo que a las mujeres se refiere. Aparte del asunto de su ex, cosa que probablemente le ha marcado para el resto de su vida, no es de los que tienen relaciones duraderas. Sé que me entiendes perfectamente. Y tú no eres como las otras chicas con las que ha estado. Eres sensible, para empezar. Si te implicas demasiado y te deja, no serás capaz de pasar página sin más y seguir adelante.


–¿Y qué me dices de ti, Raul? ¿Tienes un historial mejor? Bueno, y a pesar de lo que puedas opinar tú, soy completamente capaz de cuidar de mí misma. Esto es como un sueño hecho realidad para mí. Cantar con este grupo es muy importante para mí y no tengo pensado estropearlo todo de una manera tan absurda.


Pedro arrancó el coche y Paula le miró.


–Tengo que irme –dijo, volviéndose hacia Raul.


Sin decir ni una palabra más, caminó hasta el coche y subió. 


Unos segundos después, el vehículo se incorporó a la vía tras un chirrido de neumáticos.



****


Pedro fue a ver a Paula por última vez. Cerró la puerta con cuidado y se fue a dormir. Le había cedido su habitación, así que esa noche iba a quedarse en la habitación de invitados. 


Se dejó caer en un butacón, se echó hacia atrás y fijó la vista en el techo.


Soltando el aliento, miró a su alrededor. El apartamento, lujoso y caro, estaba a un tiro de piedra de King’s Road, pero la decoración minimalista y la sensación general de vacío dejaban claro que casi nunca pasaba por allí. Sus pensamientos divagaron hasta volver a Paula. Si era sincero con ella y le decía que no buscaba nada estable… 


¿Accedería a acostarse con él hasta que las llamas del deseo se extinguieran por sí solas?


–Eres todo un trofeo, Pedro Alfonso. Lo sabes, ¿no?


Odiándose a sí mismo, se puso en pie y comenzó a deambular por la estancia. Lo que podía ofrecerle no era gran cosa. Ella no le había dicho más que unas pocas palabras al llegar al apartamento. Se había limitado a mirarle con esos ojos grandes y llenos de alma y había comentado que la casa era muy bonita. Después había recorrido el salón y se había detenido delante de todas las imágenes que decoraban las paredes, maravillada.


La mayoría eran fotografías de los artistas con los que Pedro había trabajado, y también había una o dos modelos que habían participado en la grabación de los videoclips. 


Recordaba haber pensado en ese momento que ninguna de ellas le hacía la más mínima sombra a alguien como ella. 


Debería haberle dicho lo hermosa que estaba esa noche, lo bien que había cantado, lo orgullosos que estaban todos de ella…


Masculló un juramento y se dirigió hacia el cuarto de baño. 


Había caído bajo el hechizo de Paula Chaves y solo una ducha podía hacerle sentir algo mejor en ese momento.


MI CANCION: CAPITULO 18





La primera sorpresa que se llevó Paula al llegar a Londres fue descubrir que iba a tener que alojarse en la casa de Pedro durante las dos noches que iban a pasar en la capital. Al parecer todos los demás miembros de la banda tenían casas en la ciudad, y Raul también. Pero Pedro no había tardado en vetarle cuando se había ofrecido a alojarla en su casa.


En ese momento ya era demasiado tarde como para organizar una alternativa, así que Paula no había tenido más remedio que guardarse las dudas y aceptar. Lo más importante era la actuación y definitivamente tenía que causar una buena impresión.


Cuando llegaron al emplazamiento del concierto, no obstante, situado al oeste de la ciudad, tuvo que cambiarse en el aseo porque, después del ensayo, la prueba de sonido y la reunión con el gerente del lugar, ya no había tiempo para volver al apartamento de Pedro y arreglarse allí.


Frunciendo el ceño, hizo todo lo posible por maquillarse delante de los viejos espejos del servicio. El corazón se le salía del pecho y la mano le temblaba.


Unos minutos más tarde fue a reunirse con el resto de la banda en el backstage. Se sentía como una niña pequeña que juega a ponerse los vestidos de su madre. Raul caminaba de un lado a otro, charlando animadamente. 


Delante de la plataforma del escenario se agolpaba la multitud y el aire estaba cargado de tensión, como cuando un relámpago anuncia la tormenta.


Corría el rumor de que muchos de los antiguos seguidores de Blue Sky habían ido al concierto para apoyarles en su regreso con una nueva vocalista. Como era lógico, Paula temía no pasar la prueba de fuego.


Raul le había dicho que su estilo era muy distinto al de Marcia, pero que eso era algo positivo. Su potencia vocal encajaba a la perfección con el estilo de la banda.


«Es la combinación perfecta, divina», le había dicho con una sonrisa.


¿Dónde estaba Pedro? Había estado con ellos hasta una media hora antes. Había comentado algo respecto a unos preparativos de última hora y había desaparecido.


–¿Todo el mundo está bien?


De repente estaba allí, y su sonrisa iluminaba el pequeño espacio del lateral del escenario como un faro en mitad del mar. Sus ojos la buscaron de inmediato.


–Estás impresionante.


Incluso mientras hablaba, Pedro pensó que se había quedado corto con las palabras. Estaba radiante como una estrella. El top morado que habían escogido dibujaba su silueta perfecta y la larga falda negra acariciaba su abdomen plano y las curvas de sus caderas como si se la hubieran hecho a medida.


–Confía en mí. No tienes nada de qué preocuparte. Solo tienes que salir ahí fuera y cantar como cantas en los ensayos. Si te pones nerviosa, mírame a mí. Yo estaré ahí delante en cuanto salgáis.


–Muy bien. Eso haré… Eso puedo hacerlo –Paula logró esbozar una sonrisa a duras penas.


Raul deslizó las manos a lo largo de sus brazos y le dio un beso en la mejilla.


–Para que tengas suerte, preciosa… aunque no vas a necesitarla.


Paula apenas abrió los ojos durante los primeros compases de la primera canción. Era mucho más fácil olvidarse de la multitud para poder cantar. La ruidosa bienvenida de los fans la había tomado por sorpresa al salir al escenario. No esperaba tanta efusividad.


Nadie la conocía todavía y tenía muchas cosas que demostrar…


Sin embargo, no tardó en dejarse llevar por la música y por las ganas de cantar. Comenzó a llevar el ritmo dándose palmadas en el muslo y poco a poco empezó a disfrutar del momento. Estaba segura de que actuar para un público era una descarga de adrenalina increíble, y no se equivocaba. 


Nada de todo lo que había experimentado en su vida hasta ese momento le había parecido tan perfecto, tan placentero.


En ese momento abrió los ojos. Y fue entonces cuando vio a Pedro.


Él estaba allí, dando palmas junto al resto de la gente, observando en silencio. Sus rasgos hermosos no pasaban desapercibidos para nadie y algunas chicas le lanzaban miradas furtivas. Soltando el aliento lentamente, Paula le dedicó una sonrisa rápida y entonces se volvió una vez más hacia el mar de rostros que tenía delante.


Mucha gente les hacía fotos con las cámaras de los teléfonos móviles. Casi podía sentir la sensación de sorpresa en el aire, el placer… Santiago Bridges marcó otro redoble para darle ánimos y Mauro Casey se acercó un poco.


–Les vas a tener comiendo de tu mano, Pau –le dijo al oído.


Y así fue. Para cuando terminaron la última canción, se había metido a toda la gente en el bolsillo. La gente aplaudía, gritaba, saltaba…


Ya de vuelta en el backstage, se vio asediada por un río de admiradores, miembros del equipo y fans que deseaban darle la enhorabuena, y se abrió camino entre ellos hasta llegar a una pequeña sala donde les esperaba una botella de champán… cortesía de Pedro. Paula apenas pudo saborear la exquisita bebida. Todo parecía tan surrealista. Lo que sí notó, no obstante, fue el roce del brazo de Pedro alrededor de su cintura.


Aunque el gesto pudiera suscitar especulación, nadie se atrevió a hacer la más mínima insinuación. Raul, por su parte, les observó con el ceño fruncido durante un instante y entonces gritó que necesitaba otra cerveza, sin dirigirse a nadie en particular.


La sala se vació rápidamente y el equipo de montaje cargó la furgoneta. Tank y Dave habían trabajado muchas veces con Pedro y sabían qué tenían que hacer en cada momento.


Raul apartó a Paula un momento justo cuando iba a subir al coche de Pedro. Este le había dado sus llaves y le había dicho que no tardaría mucho en regresar. Aún estaba dentro, ultimando detalles para la actuación del día siguiente, la última en Londres. Le había dicho que la segunda noche habría mucha más gente porque la prensa ya se habría hecho eco del éxito de la banda gracias a los comentarios de la gente en las redes sociales y acudirían al evento en masa.


Mientras Paula esperaba a que Raul hablara, comenzó a llover.


–¿Pasa algo? –le preguntó, ansiosa.


–No lo sé. Dímelo tú.


–Ahora sí que estás siendo un poco críptico –Paula intentó esbozar una sonrisa, pero enseguida se dio cuenta de que Raul no estaba de buen humor precisamente.


–¿Pasa algo entre Pedro y tú?


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies.


–Y no me digas que no sabes de qué estoy hablando.


–No hay nada entre Pedro y yo. Cuida de mí y me ha ayudado a encajar en la banda. Eso es todo.


–No podemos permitirnos otro tropiezo después de lo de Marcia. Si terminas marchándote del grupo porque te has involucrado demasiado con Pedro, eso tendrá consecuencias para el grupo. No creo que se merezcan algo así después de lo mucho que han trabajado, ¿no crees?


–No. Por supuesto que no –Paula levantó la barbilla–. No te preocupes, Raul. Para mí el grupo es lo primero. Además, no tengo ganas de meterme en una relación con nadie.


«Mentirosa. Nadie quiere estar solo para siempre», dijo una vocecilla en su interior.


–Entonces veo que nos entendemos bien –dijo Raul, secándose las gotas de lluvia que le caían sobre la mejilla.


–¿Qué es lo que hay que entender exactamente? –preguntó una voz masculina.






MI CANCION: CAPITULO 17




Criminal… Paula podría haber usado el mismo adjetivo para describir el beso de Pedro. La forma en la que reclamó sus labios fue poco menos que salvaje y casi la hizo perder el equilibrio.


Dejando escapar un gemido gutural que brotaba desde lo más profundo de su alma, Pedro le sujetó la cabeza y lamió los rincones más escondidos de su boca. Paula sentía su lengua cada vez más adentro, emulando así los detalles más íntimos del acto sexual entre un hombre y una mujer. Paula contenía el aliento y probaba su sabor. Sus sentidos estaban intoxicados por el aroma del bourbon y el calor. Se aferró a la seda de su camisa como si le fuera la vida en ello, como si estuviera a punto de caerse por un precipicio.


No había dudado ni una fracción de segundo en cuanto él había capturado sus labios. Todo su cuerpo se rebelaba contra la razón y buscaba ese contacto que tanto había anhelado. Por primera vez en mucho tiempo era capaz de recordar que estaba viva, que respiraba y que era capaz de amar y de sentir. Hacía demasiado tiempo que nadie la abrazaba y la hacía sentirse deseada. Hacía demasiado tiempo que la habían amado como una mujer desea ser amada por un hombre.


Casi sin pensar, empezó a empujarle con las caderas y entonces se oyó gemir a sí misma. Su cuerpo jadeaba y vibraba de deseo. Sedienta de placer, le dejó mordisquearla y lamerle los labios, encontrándose de vez en cuando con su lengua en un baile desesperado.


Pedro comenzó a empujarla y Paula pudo sentir la solidez de su miembro erecto contra el abdomen. Estaba muy excitado, listo para ella.


De repente se apartó con brusquedad. Paula le miró a los ojos, sorprendida.


–No quiero que nuestra primera vez tenga lugar contra una puerta. Tienes que decirme qué es lo que quieres –al terminar de hablar, pasó el pestillo de la puerta–. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? Podemos irnos a la cama ahora y terminar lo que hemos empezado. Puedo tenerte despierta toda la noche y darte un placer que jamás has imaginado. ¿Es eso lo que quieres?


Con unos dedos hábiles, Pedro le desabrochó los tres primeros botones del abrigo y apartó las solapas para tocarle el pecho a través del fino material de la camiseta. Sus pezones, duros y rígidos, le rozaban las yemas de los dedos.


Paula se preguntó por qué se detenía y le preguntaba qué quería. ¿Acaso no podía seguir adelante y tomar lo que le ofrecía?


Sus dedos largos le rodeaban el pezón del otro pecho en ese momento, apretando y pellizcando, impidiéndole pensar con claridad… pero Paula sabía que era una locura. Todo era una locura. Y una escena de seducción apasionada en una habitación de hotel difícilmente podía conducir a una relación personal estable y profunda. ¿Acaso era sexo todo lo que quería de ella? Si era así, entonces su actitud era poco menos que un insulto. Podía obtener sexo de cualquier mujer que quisiera.


Al darse cuenta de lo cerca que había estado de tirar por la borda algo tan preciado como el respeto por uno mismo, Paula le hizo apartar las manos y se alisó la camiseta.


–¿Qué sucede?


–No me voy a acostar contigo, Pedro.


–No era eso lo que tenía en mente precisamente


–Muy bien. Entonces te lo digo de otra manera –impaciente, Paula se apartó un mechón de pelo de la cara y le miró fijamente–. No voy a tener sexo contigo. No voy a poner en peligro mi relación con el grupo, ni tampoco dejaré que me uses porque sea un «consumible conveniente». Y, aunque puedas pensar lo contrario, no he venido aquí esta noche porque tuviera algo personal en mente. Lo único que quería era que me dieras un poco de seguridad de cara a la actuación de mañana, porque estaba un poco nerviosa. Eso es todo.


Pedro masculló un juramento. Sus ojos azules, repentinamente turbios, la atravesaron.


–¿Es eso lo que crees? ¿Piensas que me aprovecharía de ti y que te utilizaría porque quiero sexo? Si es eso lo que piensas, Paula, entonces te he infravalorado mucho. 
Conoces todas esas historias tan malas sobre mí. Te las has creído como si fueran un hecho y me has condenado a pesar de que te conté lo que realmente pasó entre mi ex y yo. ¿No recuerdas que fue mi reputación la que se vio arrastrada por el lodo cuando escribió todas esas mentiras en aquel artículo? No fue su reputación la que se vio dañada, sino la mía.


Paula no sabía qué decir. ¿Era culpable de haberle juzgado injustamente? ¿Acaso no le había dado ni una oportunidad de demostrar su integridad?


Suspirando con inquietud, Pedro se mesó el cabello.


–Bueno, en cualquier caso, quizás sea mejor que te vayas, no vaya a ser que tu respetabilidad se vea comprometida si te codeas tanto con alguien de una reputación tan dudosa como la mía. Será mejor que te vayas a casa y que descanses un poco. Ya sabes lo que nos espera mañana y quiero que te encuentres lo mejor posible.


Paula sintió que el corazón se le paraba un instante.


–Lo siento. Yo…


–No te castigues. Lo vas a hacer muy bien, Paula. Eso es lo que necesitabas saber, ¿no? Lo único que tienes que hacer es concentrarte en las canciones, en la música. Blue Sky es un gran grupo y te ayudarán todo lo que puedan. No va a ser tan duro como te imaginas. Confía en mí. Tienes una gran voz y eres una chica preciosa. Lo tienes todo para triunfar en este negocio. No puedes fallar.


A pesar de todos sus halagos, Paula no se quedó tranquila.


–Iba a decir que siento… –Paula se sonrojó.


–¿Qué es lo que sientes? ¿Haberme besado?


–Creo que debería irme.


–Aunque me duela estar de acuerdo contigo, seguramente tienes razón, pero desearía que no la tuvieras.


Paula se volvió y trató de abrir el pestillo de la puerta. 


Cuando lo consiguió, salió de la habitación como si la persiguieran mil demonios.


Pedro se quedó allí de pie, solo una vez más, en silencio. La botella de bourbon que acababa de abrir era toda una tentación, pero era mejor no engañarse pensando que eso iba a ayudarle. Ya había sufrido bastante en la vida como para saber que esa no era la solución.


La de su ex no había sido la única traición que había tenido que soportar en la vida. Su madre se había quedado embarazada a la edad de dieciséis años y le había dado en adopción. El centro de acogida no había podido encontrarle unos padres adoptivos porque tenía un soplo en el corazón. 


Había pasado los primeros ocho años de su vida entrando y saliendo del hospital y a esas alturas ya se había acostumbrado a ser un niño solitario. Con el tiempo el soplo se había corregido por sí solo y había acabado resignándose a vivir en el centro hasta la edad de dieciséis años.


Pero a él nunca le había parecido algo negativo porque la necesidad le había enseñado a depender de sí mismo únicamente. Los únicos amigos que había tenido habían sido los libros y así había desarrollado una curiosidad insaciable. 


Siempre le había ido bien en los exámenes. Había conseguido una plaza en la universidad para estudiar antropología y había sido precisamente por esa época que la música había empezado a interesarle mucho.


Atravesó la habitación y abrió la ventana. Definitivamente necesitaba algo de aire. Una intensa ráfaga de viento le golpeó en la cara, sorprendiéndole. El calor que manaba de su cuerpo, no obstante, no disminuyó ni un grado.


Aunque Paula se hubiera marchado, todavía ardía por dentro después de ese abrazo que se habían dado. Era como si cada terminación nerviosa de su cuerpo vibrara con la electricidad y la tensión. Darse una ducha fría era la mejor solución, pero tal y como se encontraba en ese momento hubiera sido como poner una tirita sobre una quemadura de tercer grado.


MI CANCION: CAPITULO 16




Los días posteriores a esa velada mágica fueron días de duros ensayos y, aunque lo hubiera pasado muy bien, Paula no fue capaz de olvidar cómo se había distanciado de ella nada más dejarla en casa. Le había dado un beso furtivo en el último momento, no obstante; un beso apasionado e impaciente. Sin embargo, al día siguiente había empezado a comportarse como si nada de aquello hubiera ocurrido. Era fácil ver que su atención volvía a estar centrada en la banda y en lo que tenían por delante, pero Paula no podía evitar sentir que de alguna manera la estaba abandonando.


Dos noches más tarde, Pedro les sorprendió a todos dándoles un día libre. Habían tenido dos días más de duros ensayos y la oportunidad de relajarse un poco fue más que bienvenida. A pesar de ello, sin embargo, Paula ya había empezado a preocuparse por los conciertos, que cada vez estaban más cerca. La confianza en sí misma que había encontrado tras el espectáculo de burlesque se desvanecía por momentos.


Tomarse el día libre tampoco la ayudó mucho. Solo le sirvió para preocuparse aún más, y por eso terminó yendo a Pilgrim’s Inn esa noche. Albergaba la esperanza de ver a Pedro y poder contarle todo aquello que le preocupaba. 


Solo había unos pocos habituales en el área de la barra y Paula sintió un gran alivio. Le había hecho falta reunir mucho coraje para ir a hablar con Pedro.


Tina Stevens estaba limpiando la barra, mascando chicle sin parar. Sus uñas largas y rojas golpeaban la superficie de madera barnizada. Al ver a Paula la miró de arriba abajo con esos ojos marrones extravagantemente perfilados en negro.


–Disculpa…


–¿Qué te pongo, cielo? ¿Vienes sola o esperas a alguien?


Había una nota de desaprobación en su voz, como si creyera que las mujeres que entraban solas a un bar solo podían acarrear problemas.


Durante un momento de desconcierto, Paula se preguntó si Tina estaría trabajando allí aquella noche, cuando Sean se había puesto tan desagradable.


–No espero a nadie –se apartó el flequillo de la cara. Lo tenía empapado de lluvia–. Quería hablar con Pedro Alfonso. Se hospeda aquí, ¿no?


Tina dejó de limpiar automáticamente y la miró a los ojos. La canción que sonaba se terminó y comenzó otra que Paula recordaba de la infancia. Era la canción favorita de su madre.


La música siempre había sido la gran pasión de Teresa Chaves y solía poner esa canción una y otra vez cuando Paula era pequeña. Tomaba a su pequeña hija en brazos y bailaba por la habitación, acurrucándola contra su mejilla mientras cantaba suavemente. Daniel, su hermano mayor, se burlaba de ellas mientras tanto. Nunca le habían gustado mucho las «cosas de chicas».


–¡El típico chico! –decía su madre, y se reía, perdonándole de inmediato como si tuviera derecho de nacimiento a ello.


–Tú debes de ser Pau, la cantante.


Tina dejó de mascar el chicle de repente y cruzó los brazos.


–Paula –la corrección de su nombre le salió de manera automática.


Raul también había empezado a usar la forma abreviada y al parecer sentía debilidad por la explosiva rubia.


–Sí. Eso. Todo listo para mañana, ¿no?


–Eso espero. ¿Puedo ver a Pedro? –Paula intentó esbozar una sonrisa amigable.


–Habitación tres. Gira a la izquierda al final de las escaleras.


–Gracias.


–Un placer charlar contigo.


Paula pensó que, de ser así, se le daba muy bien aparentar lo contrario.


Se dirigió hacia la escalera cubierta por una gruesa moqueta con un desgastado estampado floral y fijó la mirada en el rellano superior. Había un imponente aparador de roble a un lado y una ostentosa lámpara victoriana. Las paredes estaban llenas fotos de vistas del pueblo en tono serpia. Al llegar al último escalón miró a su alrededor, cada vez más inquieta. Había una puerta a cada lado. Sin pensárselo mucho, no obstante, llamó a aquella que tenía el número tres y entonces oyó voces masculinas provenientes del otro lado. 


Eran Raul y Pedro. Debían de estar hablando del concierto del día siguiente.


No sabía si quedarse o marcharse, pero finalmente no tuvo que tomar ninguna decisión porque la puerta se abrió de improviso. Raul apareció en el umbral.


–Hola, preciosa –le dijo, ofreciéndole una de esas sonrisas pícaras–. ¿Quieres unirte a la fiesta?


La miró de arriba abajo.


–No. Quiero decir… He venido a ver a Pedro. ¿Puedo?


Miró por encima del hombro de Raul y le localizó. Estaba sentado en un butacón con una sonrisa de autosuficiencia en los labios. Parecía que esperaba su visita.


–Si he venido en un mal momento…


–Quédate ahí.


Pronunció las palabras con tanta autoridad que Paula se quedó inmóvil de inmediato. Suspirando, Raul se apartó y Pedro dio dos pasos hacia ella.


Tenía la mandíbula cubierta por una fina barba.


–Pensé que igual venías a verme esta noche.


–¿Ah, sí? –Paula se dio cuenta de que su voz ya no sonaba enérgica.


–Sí –se volvió hacia Raul–. Danos unos minutos, ¿quieres? Bueno, pensándolo bien, creo que vamos a necesitar algo más de tiempo. Ve y tómate algo con Tina.


Algo indeciso, Raul se encogió de hombros.


–Me gustaría complacerte, Pedro, pero ni siquiera sé si la señorita «fuego y hielo» va a querer servirme otra copa. 
Hemos tenido un pequeño malentendido.


–Tú te lo buscaste, Raul. Arréglalo.


–Por supuesto. Tú eres el jefe.


Claramente insatisfecho, Raul se calló y obedeció la orden. 


Al pasar junto a Paula, no obstante, le regaló otra de esas sonrisas y entonces cerró la puerta tras de sí.


Paula se estremeció al darse cuenta de que estaba a solas con Pedro. Una inquietud sin nombre se apoderaba de ella por momentos.


–¿Quieres algo de beber? –Pedro avanzó hacia otro aparador victoriano y sacó una botella de bourbon y dos vasos.


–No. Yo no. Gracias.


Pedro se sirvió un trago en un vaso de chupito y caminó lentamente hacia ella sin quitarle la vista de encima. Sus ojos azules brillaban como dos estrellas.


Se bebió el líquido de un trago y entonces habló.


–Bueno… ¿te importaría decirme por qué has venido esta noche a verme, Paula? Es evidente que no has venido para charlar un rato, ¿no? ¿Qué es lo que te preocupa? Desde
mi experiencia puedo decirte que solo hay una razón para que una mujer se presente en la habitación de un hombre a estas horas de la noche –añadió, y entonces la miró de arriba abajo como si la desnudara con la mirada.


–Bueno, no es esa la razón por la que he venido a verte, Pedro… por mucho que a tu ego le cueste encajarlo. He venido por razones puramente prácticas.


–¿Ah, sí? –dejó el vaso sobre una mesa cercana y se volvió hacia ella con una sonrisa perezosa en los labios–. Me rompes el corazón, Paula Chaves… pero creo que eso ya lo sabes, ¿no?


–¿Qué quieres decir? –Paula sintió que las piernas comenzaban a temblarle.


–Lo que me haces con esas miradas tuyas es… criminal.


Pedro tiró de ella y la rodeó con sus brazos.