miércoles, 27 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 7




Nos vamos a Pilgrim’s Inn para tomar algo. ¿Quieres venir?


Mauro Casey se detuvo y esperó mientras Paula se ponía el abrigo. Todos los demás estaban fuera. Santiago y Kevin estaban cargando la furgoneta con el equipo y Raul y Pedro estaban enfrascados en una discusión. Raul ya la había invitado unas horas antes y ella le había dicho que se lo pensaría. Sin embargo, la idea de volver a ese pub, después de lo que había pasado con Sean en aquel lugar, no la entusiasmaba mucho.


Sean estaba muy mal aquella noche. La mezcla de alcohol y drogas le había hecho un efecto terrible, tanto que Paula había llegado a temerse lo peor, y no se había equivocado. 


Las palabras crueles y las pullas no habían hecho más que empeorar a medida que avanzaba la noche y, por si eso fuera poco, toda la gente que estaba en el pub había presenciado la humillación de su ataque verbal.


–Te agradezco la invitación, pero prefiero irme a casa. Ya es un poco tarde –le dijo a Mauro.


Al mirar el reloj, vio que eran más de las diez y media. Tenía la garganta seca y el cuerpo le dolía después de todo el esfuerzo que había hecho.


–¿Las diez y media es muy tarde para ti? Es sábado. No me digas que todo el pueblo se va a la cama tan pronto –Mauro arqueó las cejas–. Debes de haber llevado una vida muy ordenada, si eso es muy tarde para ti.


Paula esbozó una sonrisa tímida.


–Debes de pensar que soy una aburrida, ¿no? No encajo mucho en el estereotipo de la rockera. Eso está claro, pero supongo que tendré que empezar a acostarme más tarde en cuanto la banda salga de gira.


–¿Estáis listos? –Raul apareció en la puerta. Sus ojos color avellana les miraban con curiosidad e interés–. Tengo que cerrar. ¿Paula? Pedro quiere hablar contigo.


«¿Pero qué querrá ahora?», se preguntó ella, y suspiró. 


Estaba agotada.


Estaba inclinado contra su todoterreno, esperándola. Se había puesto su chaqueta de cuero encima de la sudadera que llevaba ese día. Al verla acercarse se puso erguido. 


Había empezado a llover y las voces de los otros miembros del grupo flotaban en el aire.


–Raul me ha dicho que querías hablar conmigo.


Pedro se dio cuenta de que estaba temblando de frío. El abrigo que llevaba era insuficiente.


–¿Vienes a tomar algo o no?


–¿Era eso lo que querías decirme?


Asiendo los lados del cinturón del abrigo, se lo ciñó aún más alrededor de la cintura. Trató de apartarse el pelo de la cara y entonces se dio cuenta de que le temblaban las manos. 


¿Qué tenía Pedro Alfonso para producir semejante efecto en ella?


–Ya le dije a Mauro que no iba. Me voy a casa. Quiero acostarme pronto. No te preocupes. Mañana estaré aquí a las tres en punto para ensayar.


–Quiero que vengas a tomar algo.


Las pupilas de Pedro se habían vuelto más oscuras de repente.


–Así podremos conocernos un poco mejor. Mañana es domingo. Puedes quedarte a dormir hasta tarde.


Aunque su corazón revoloteara inquieto ante la idea de pasar la noche en un bar junto a Pedro Alfonso, Paula no fue capaz de alegar nada ante ese argumento.


–Preferiría no ir, si no te importa –dijo por última vez.


Presentarse en el Pilgrim’s Inn no era buena idea. En el sitio solía haber gente de fuera del pueblo, pero la mayor parte de la clientela estaba constituida por lugareños que, sin duda, recordarían cómo la había humillado Sean aquel día.


–No tienes elección. No era una invitación, sino una orden. Vas a tener que acostumbrarte a irte a la cama más tarde si quieres cantar con esta banda. Sube al coche, por favor. 
Puedes venir con Raul y conmigo.


Así fue cómo Paula terminó sentada en un asiento gastado de terciopelo rojo en un rincón del local, con Raul a un lado y Pedro al otro. El resto de miembros de la banda estaban alrededor del fuego de la chimenea, calentándose las manos y bebiendo pintas de cerveza.


En la gramola sonaba una canción de Sting.


–Bueno, cuéntame, Pau. ¿Qué clase de música te gusta?


Raul había empezado a acortarle el nombre desde que habían llegado al pub y Paula lo aguantaba con estoicismo. 


Así la llamaba Sean. Miró a su alrededor con inquietud. 


Había varios grupos de gente joven sentada en torno a las mesas, pasando un buen rato. Afortunadamente, nadie había reparado en ella. Detrás de la barra, dos camareras atendían a los clientes y una de ellas, una rubia voluptuosa llamada Tina Stevens, llevaba un escote tan bajo que casi podrían haberla arrestado por exhibicionismo.


Se volvió hacia Raul para contestar.


–Oh, tengo gustos muy heterogéneos. Si tuviera que hacer un resumen, diría que me gusta la música con un buen ritmo y las grandes canciones con buenas letras. ¿Y a ti? ¿Qué tipo de música te gusta escuchar?


Raul se encogió de hombros y bebió un sorbo de cerveza.


–Creo que soy muy parecido a ti, cielo. Está claro que tenemos muchas cosas en común.


–La que habla es la cerveza –dijo Pedro con ironía–. Solo quiere ganar puntos.


–Eso no es justo, hombre. Un hombre como yo no necesita ganar puntos con ninguna chica. Si las atraigo como la miel a las abejas. Tengo un don especial. Hablando de eso…


De repente, se puso en pie y se dirigió hacia la barra. Paula se dio cuenta de que su mirada estaba puesta en Tina Stevens. La rubia sonreía y se inclinaba sobre la barra para charlar con un cliente. El top rojo ceñido que llevaba ofrecía unas buenas vistas de su canalillo.


–Disculpadme, chicos. Veo que el honor de una dama corre peligro y si no voy a rescatarla…


Respirando con alivio, Paula se alegró de tener algo más de holgura en el asiento. La cercanía de Pedro la turbaba demasiado.


–Hará lo que quiera con él –dijo Pedro, sonriente.


Al levantar la vista, Paula se encontró con esos ojos azules y el aire se le quedó atrapado en los pulmones. De pronto, reparó en la fina barba que le cubría la mandíbula. Tenía una nariz recta y había un pequeño hoyuelo en su barbilla.


–A mí me parece que sabe cuidar muy bien de sí mismo.


–Bueno… –Pedro bebió un sorbo de cerveza y la miró–. ¿Cómo es que no tienes novio?


–No sabía que fuera obligatorio.


–¿He dicho yo que tiene que serlo?


Ella no contestó. Recuerdos de Sean la asaltaron de repente.


Pedro la observaba con atención y el destello de tristeza que cruzó su mirada no pasó inadvertido.


–Bueno, ¿qué te pasó?


–¿Qué quieres decir?


–Un hombre te hizo daño. ¿Quién era?


–¿Te importa que hablemos de otra cosa?


Paula tomó su copa de vino y bebió un sorbo. Las mejillas le ardieron de repente. El alcohol empezaba a hacer efecto.


–Vamos a pasar mucho tiempo juntos durante las próximas semanas, y los próximos meses. Las cosas van a salir al final. ¿Por qué no me lo dices ahora y acabamos con ello?


–Puede que sí, pero mi vida privada no es objeto de discusión. Por favor, no insistas.


Pedro se arrepintió de la imprudencia que acababa de cometer nada más oír el temblor que sacudía su voz. Sin pensar en lo que hacía, extendió el brazo y puso su mano sobre la de ella.


–Lo siento mucho.


Paula no sabía si se estaba disculpando por haberla presionado, o por lo que acababa de imaginarse respecto a su relación del pasado. En cualquier caso, no obstante, su empatía no fue bienvenida. Era más fácil lidiar con su enfado.


Además, le resultaba imposible no fijarse en la mano fuerte y grande que cubría la suya propia. Mientras la observaba, reparó en el anillo de azabache que llevaba puesto. Se componía de dos piedras negras que formaban una figura en forma de ocho.


–Es un anillo muy bonito.


–Sí. Lo es. Fue un regalo.


Probablemente debería haberse librado del anillo a esas alturas. Además, no lo llevaba por motivos sentimentales. 


Sin embargo, no iba a decirle a Paula que la joya se la había regalado su ex, Juliana, un año y un día después de su boda y seis meses antes del divorcio.


De repente, se preguntó si habría leído algo acerca de aquella sórdida ruptura en los periódicos de la época.


Retiró la mano abruptamente y miró a Raul, que aún seguía enfrascado en una conversación con la exuberante camarera. El pub se estaba quedando vacío y el otro admirador de la rubia había desaparecido.


–¿No quieres más? –le preguntó, mirando su copa de vino, todavía medio llena.


–¿Quiere eso decir que quieres marcharte?


–Creo que debería llevarte a casa. Pareces cansada.


–No tienes por qué llevarme. Puedo…


–¿Por qué no te pones el abrigo?


Fuera hacía mucho viento. Paula caminaba por la acera desierta junto a Pedro y le observaba con disimulo. Él mantenía la vista al frente y avanzaba con paso tranquilo y una mano metida en uno de los bolsillos traseros de sus vaqueros. Su perfil serio estaba parcialmente escondido detrás del cabello que le agitaba el viento.


–¿Vives muy lejos de aquí? Podemos ir en mi coche si estás cansada. Yo casi no he bebido nada.


–Vivo a diez minutos por esa carretera y prefiero ir andando, pero no tienes que acompañarme.


Paula no pudo evitar sentirse tensa. Era casi imposible averiguar lo que estaba pensando o sintiendo.


–Bueno, ¿qué te parece cómo van las cosas?


Tomándola por sorpresa, se volvió hacia ella y la miró mientras andaban. Paula tardó unos segundos en poner en orden sus propios pensamientos.


–¿Te refieres a los ensayos? Creo que van bien. Quiero decir que sé que todavía tengo mucho que aprender, pero aparte de aprenderme las canciones cuando estoy con el grupo, las estoy trabajando en casa cuando tengo tiempo.


Se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja y trató de relajarse un poco, pero resultaba difícil conseguirlo cuando la expresión hermética de su compañero no revelaba nada.


Pedro suspiró.


–Lo estás haciendo muy bien, Paula. No me cabe ninguna duda de que eres la cantante perfecta para Blue Sky. Tienes una gran voz, eres preciosa y sexy… Lo tienes todo. Pero el talento por sí solo no es suficiente. Blue Sky no es una de esas bandas que tienen un minuto de gloria. No es un grupo prefabricado como todos esos que inundan las listas de éxitos. Muchas de esas bandas son el producto de una estrategia de marketing bien diseñada, con el solo propósito de hacer dinero. No están compuestas por músicos de verdad, entregados y unidos por su pasión por la música. En todo caso, creo que va a ser más difícil todavía para nosotros. Hay mucho trabajo que hacer antes de empezar con las giras y, entonces, será cuando venga la presión. Supongo que solo quiero saber si tu compromiso es total, o si no preferirías quedarte en tu pequeño pueblo, trabajando en tu pequeña librería. No me malinterpretes. Entiendo que algo así puede resultar muy atractivo para una chica como tú.


–¿Qué quieres decir con lo de una chica como yo? –Paula se puso a la defensiva nada más oír ese tono condescendiente–. Ni siquiera me conoces.


Pedro arqueó una ceja y sonrió.


–Sé que te gusta fingir que eres más dura de lo que eres en realidad, que puedes con cualquier cosa que te echen, pero…


–¡Basta! ¿Fingir que soy dura? ¿Crees que soy una frágil damisela que se viene abajo ante la más mínima presión? Para tu información, sobreviví durante dos años al infierno de vivir con un hombre que era un drogadicto y un alcohólico, alguien que me quitó todo el dinero que tenía. Incluso tuve que vender mi piano, y era lo más preciado que tenía. También perdí mi casa, mi coche y mi dignidad. Sí. Fui una tonta, pero un día me desperté y encontré la fuerza que necesitaba para decirle que todo se había acabado. Entonces recogí los pedazos rotos que quedaban de mi vida y empecé de cero. He sobrevivido a muchas cosas, a mucho dolor, y ahora soy mucho más fuerte, así que no te atrevas a decirme que me gusta fingir que soy una chica dura.


Se detuvo para tomar aliento.


–En cuanto a lo de formar parte de esta banda, cantar es, y siempre ha sido, mi mayor pasión en la vida y haré todo lo que sea preciso para intentar que la música sea mi profesión. Canto porque siento que tengo que hacerlo, no porque quiera ser famosa y ver mi foto en la prensa. Lo único que quiero hacer, lo único que siempre he querido hacer es… cantar, así que, si me preguntas acerca de mi compromiso, te contesto con rotundidad y te digo que es total.


Para cuando terminó con el airado discurso, estaba al borde de las lágrimas.


–Oye… –Pedro extendió el brazo y deslizó las yemas de los dedos sobre su mejilla–. No te estaba insultando. Siento que te haya parecido de otra manera.


El tacto de su mano apaciguó la rabia que se había apoderado de ella.


–Yo también lo siento.


Sacudiendo la cabeza, se apartó de manera automática. 


Echó a andar de nuevo, pero Pedro no tardó en alcanzarla. La agarró del brazo y la hizo detenerse.


–No huyas de mí. Solo quiero ayudarte.


Su mirada azul la atravesó.


–Ayudarme… ¿Cómo?


Inclinando la cabeza hacia delante, Pedro le contestó con un beso repentino y volcánico.


Dejándose llevar por el roce de sus labios, Paula terminó devolviéndole el beso como si su propia vida dependiera de ello, e incluso llegó a enredar las manos en su cabello en un intento por aferrarse a él.


El instinto era como un río salvaje que se había desbordado y era casi imposible pensar en otra cosa que no fueran los furiosos latidos de su corazón.


La deliciosa sensación de sus labios aterciopelados y el roce cálido de su lengua suscitaba emociones dentro de ella que nunca antes había experimentado. Y fue precisamente en ese momento cuando se dio cuenta de que la barrera de seguridad que había construido laboriosamente alrededor de su corazón estaba en peligro.


Justo cuando se vio asaltada por esos pensamientos, Pedro interrumpió el beso y la miró con unos ojos turbios, llenos de confusión y exaltación.


–No te avergüences de haberme contado tu historia –le dijo en un murmullo–. La industria de la música está llena de historias como la de tu ex. No creo que sean mala gente. Una adicción seria es una enfermedad, no una debilidad. No me dejes fuera porque me has revelado algo que preferirías no haberme dicho, Paula.


Ella respiró profundamente y retiró las manos de su cabello. 


Había empezado a llover de nuevo y las gotas de agua se depositaban con rapidez sobre las sedosas hebras negras de su pelo, cubriéndolas de una capa brillante como el rocío.


Se había mostrado tan preocupado y amable… Era como si hubiera sido capaz de ponerse en su lugar y sentir su dolor como propio. Todo en él era irresistiblemente seductor y Paula no podía evitar desear abrazarle. Podía llegar a provocar otro beso o, tal vez, podía invitarle a tomar una taza de café… De repente el sentido común la golpeó como una mano abierta. Hacer tal cosa era un acto temerario que seguramente tendría nefastas consecuencias. ¿No había soportado ya suficiente dolor?


Se soltó de él.


–Para dejarte fuera, primero tendría que dejarte entrar, Pedro, y eso no lo voy a hacer, ni aunque me prometieras el mundo entero.



martes, 26 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 6





Pasaron tres horas hasta que hicieron un descanso. 


Apoyada en el borde del escenario, con las piernas colgando, Paula se dispuso a comer la comida china que había pedido Raul, aunque no tuviera mucho apetito. La cabeza le daba vueltas y tenía tanto sueño que podría haberse quedado dormida de pie.


El carismático mánager de la banda no le había dado ni un minuto de descanso hasta ese momento y se sentía como si acabara de bajar del ring de boxeo.


–¿No tienes hambre?


De repente, Pedro estaba a su lado. Paula levantó la mirada y contempló esos ojos azules que la hechizaban. Era injusto que un hombre tuviera unas pestañas tan negras y largas. 


Pedro Alfonso, sin duda, había estado al comienzo de la cola cuando Dios había repartido la belleza.


Paula respiró de manera entrecortada. El aroma de su perfume no le daba tregua.


–Pensaba que sí –le contestó. Encogiéndose de hombros, dejó el contenedor de cartón a un lado y se llevó una servilleta a los labios–. Solo tomé un sándwich a la hora de comer… y tampoco estaba muy bueno que digamos.


–Supongo que sabías que esto no iba a ser fácil. ¿Seguro que quieres seguir adelante? Hace falta algo más que talento en este juego, Paula. Hace falta garra y aguante.


–Puedo hacer acopio de mucha garra y aguante cuando es necesario. Solo ponme a prueba.


Un relámpago iluminó sus ojos verdes momentáneamente y Pedro se rio suavemente. Se había soltado la coleta y el pelo le caía por la espalda como una manta de seda negra.


–Es obvio que me va a llevar un tiempo aprenderme todas las canciones nuevas, pero me llevaré una copia de la música y la letra a casa y las practicaré con la guitarra.


Pedro casi había olvidado que Paula también era guitarrista. No sabía si era muy buena, pero a juzgar por su talento vocal, su habilidad con la guitarra no debía de andar muy lejos.


–Buen intento, pero la primera cosa que vas a tener que hacer es avisar en la tienda y decirles que no vas a volver. No puedes compaginar un trabajo a tiempo completo con la actividad musical. Dentro de tres semanas estaremos en la carretera y tendrás que decirle adiós a este pequeño pueblo.


Sus palabras sonaron tan definitivas que Paula no pudo evitar estremecerse. Sin embargo, la oportunidad que se le había presentado era única y no podía desaprovecharla.


Había vivido en ese pueblo durante la mayor parte de su vida. Su familia había dejado Londres cuando no era más que un bebé y sus padres se habían ido a California tres años antes para reunirse con su hermano Daniel y su esposa.


Ella no había querido marcharse con ellos, no obstante, pero la situación era muy distinta esa vez.


Paula tragó con dificultad.


–Bueno… ¿Eso significa que me estás ofreciendo un trabajo a tiempo completo con la banda?


El estómago se le encogió mientras esperaba la respuesta de Pedro.


–Eso parece, ¿no? –le dijo él con una sonrisa.


De repente, se puso en pie y fue a reunirse con los demás.





MI CANCION: CAPITULO 5




Aunque supiera que tenía un motivo legítimo, Paula se puso furiosa consigo misma al darse cuenta de que llegaba tarde. 


Aparcó el coche sobre el paseo de grava que conducía al salón de la sombría iglesia victoriana y se mordió el labio para no dejar escapar una palabrota mientras intentaba meter las llaves en el bolso. Dio un portazo.


Para colmo de males, había empezado a lloviznar. Miró el reloj una vez más. Eran las seis y cuarto. Llegaba muy tarde. 


¿Pero cómo iba a saber que un cliente iba a entrar en la tienda un minuto antes de las cinco y media? No podía decirle que se fuera, sobre todo después de que la chica le dijera entre lágrimas que acababa de romper con su novio y que alguien le había recomendado que comprara cuarzo rosa para sentirse mejor.


Lisa le había dicho muchas veces que era como un imán para los que tenían mal de amores, pero su naturaleza compasiva le impedía quedarse de brazos cruzados cuando veía sufrir a alguien.


Haciendo acopio del poco coraje que le quedaba, empujó la chirriante puerta de madera que daba acceso al porche. El aire olía a moho y a humedad. Se oían sonidos de instrumentos al ser afinados.


Al otro lado de la puerta, Pedro parecía estar probando el micrófono, tal y como hacían todos los artistas.


–Uno, dos, uno, dos…


Murmurando una oración, Paula empujó la puerta. Habían atenuado un poco las luces del techo. De repente, Raul Young apareció de la nada. Su expresión era seria, pero los ojos le brillaban.


–Llegas tarde, guapa. No es una buena forma de empezar. Creí que era mejor decírtelo.


Señaló a Pedro haciendo un gesto con la barbilla. El enigmático mánager de Blue Sky bajó del escenario de un salto y fue hacia ella. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no estaba precisamente contento.


Paula sintió los dedos helados de repente. Tenía una justificación para su tardanza, pero no podía saber con certeza cómo iban a terminar las cosas en ese momento.


–Siento llegar tarde. Yo…


–Creo que el otro día te hablé con toda la claridad que pude.


Sorprendida, Paula miró a Raul.


–Sé que me dijiste que fuera puntual.


–Y creo que quedamos en que estarías aquí a las seis menos cuarto. Son las seis y veinte ahora mismo. Llegas treinta y cinco minutos tarde. Eso no puede ser. No puede ser.


Pedro cambiaba el peso de un pie a otro y un músculo contraído asomaba en su mandíbula.


–Una clienta entró en la tienda justo cuando me estaba preparando para marcharme.


–¿No podías decirle que volviera mañana?


Insultada, Paula abrió los ojos.


–Yo nunca hago eso. La gente no solo entra en nuestra tienda para comprar cosas. Muchos de ellos vienen buscando algo que les consuele. La chica que vino hoy acababa de romper con su novio de toda la vida y buscaba algo que la aliviara un poco. No tengo un corazón tan frío como para decirle que volviera mañana en un momento como ese.


La respuesta fue tan contundente que el enojo de Pedro pareció disiparse de golpe. Tomó aliento y lo soltó lentamente, sacudiendo la cabeza.


Paula esbozó una sonrisa vacilante y su mirada chocó con la de él, al tiempo que un hoyuelo sexy aparecía en una de sus mejillas. Pedro sintió una punzada en el corazón.


–Bueno, ya hemos perdido tiempo suficiente –dijo–. Quítate el abrigo y sube al escenario, por favor. Tenemos mucho que hacer esta noche y a lo mejor estamos aquí hasta la hora del desayuno, así que no digas después que no te lo advertí.


Después de disculparse con el resto de la banda, Paula se enfrascó en una animada conversación sobre música con ellos. Les preguntó si componían todas sus canciones, si alguna vez hacían alguna versión y, finalmente, les pidió el repertorio de ensayo para esa noche.


Los tres estuvieron encantados de contestar a sus preguntas y Mauro Casey, el guitarrista, le dijo que era él quien arreglaba muchas de las canciones y que tendría que reunirse con ella para trabajar las armonías. Después le dijo que habían alquilado una casa en el pueblo entre los tres y que podía pasarse por allí cuando quisiera para trabajar con ellos en las canciones.


–¿Paula?


Paula se dio la vuelta bruscamente al oír la voz de Pedro. Él le entregó una copia de una partitura con la letra debajo. 


Paula tomó la hoja sin hacer ni un comentario. Se fijó en el título. Era otro estándar de rock que se sabía de memoria.


La letra estaba llena de pasión y ella siempre la había cantado con mucho sentimiento porque se identificaba con la protagonista de la historia. Era una chica cuyos sueños se habían hecho añicos. El hombre al que amaba la había tratado mal y le había quitado toda la confianza en sí misma…


Cuando examinó el arreglo musical, el corazón le dio un salto. Había llegado el momento de demostrarles que podía hacer lo que todos esperaban que hiciera. Las cosas empezaban a ponerse serias.


–¿Conoces la canción? Podemos tocar algo más actual, si quieres.


–Esta canción está bien. La conozco.


–Bien. Adelante, chicos.


Mientras la banda tocaba la introducción del tema, Paula escuchó con atención, aferrándose al pie de micro. Su cuerpo estaba tenso como una vara, pero no necesitaba mirar la letra mientras esperaba a que le dieran la entrada. 


Las palabras estaban grabadas en su alma.


No tenía que ponerse en la piel de la protagonista de la canción porque ya había estado ahí. El hombre al que había amado una vez la había utilizado y despreciado, pero algo había aprendido de todo aquello. Había aprendido a no bajar la guardia. Se había hecho más fuerte.


Cubriré de acero mi corazón para que tus flechas de veneno no puedan entrar. Y seré el fénix que renace, ese al que nunca viste venir…


Esa era la letra.


De repente, abrió los ojos y su mirada recayó en Pedro Alfonso. Estaba vestido de negro de pies a cabeza y su expresión era hermética y seria. Cuando llegó al final de la canción, Paula sintió un gran alivio. Necesitaba tomar el aire desesperadamente. Su corazón latía con fuerza y los recuerdos dolorosos que la canción había rescatado la asediaban. Volvió a mirar a Pedro, pero no rehuyó su mirada inmediatamente al ver que él se la devolvía. De pronto, se dio cuenta de que Pedro Alfonso había empezado a fascinarla sin remedio.


–No ha estado mal –le dijo él.


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies.


–¡Vaya! Cielo, con una voz como esa, nunca vas a ser pobre –le dijo Raul, parándose junto a Pedro.


El contraste entre ambos era acusado. Raul llevaba el pelo un poco largo, alborotado, aclarado por el sol. Pedro, por el contrario, tenía el pelo castaño oscuro y su fisionomía era totalmente distinta. Tenía las espaldas anchas. Era delgado y esbelto y parecía estar muy en forma, mientras que Raul era más bajo y musculoso. No podían ser más distintos, pero era evidente que eran buenos amigos.


–Ha estado formidable –dijo Raul, volviéndose hacia Pedro–. He sentido toda la emoción que le ha puesto a la canción. La ha hecho suya.


–Puede que sea cierto –dijo Pedro, apartando la mirada de Paula de manera deliberada–. Pero no será suya hasta que la conozca de pies a cabeza. Hagámosla de nuevo, chicos. Después podréis hacer las vuestras.






MI CANCION: CAPITULO 4





El timbre sonó y las campanillas que colgaban del techo color lila tintinearon con la ráfaga de aire. Según había entendido Paula, Nicky, la chica de media jornada, iba a estar en la tienda. Había clientes, pero la joven debía de haber ido al aseo un momento.


Pensando que aparecería en cualquier momento, decidió no ir a buscarla. Suspiró suavemente y siguió limpiando la mancha que había encontrado en la balda inferior de la estantería de libros, temporalmente vacía. La suciedad, sin embargo, se resistía a desaparecer, así que Paula tuvo que dejar el paño húmedo que había tomado y se puso a rascar con la uña. De repente se dio cuenta de que eran los restos de un chicle que alguien había tirado y una ola de rabia la recorrió por dentro.


¿Cómo se atrevían a entrar en un sitio tan bonito para tirar un chicle?


–Hola.


Paula se quedó inmóvil al oír esa voz grave y aterciopelada. 


Tensa de pies a cabeza, volvió la cabeza y levantó la vista hacia Pedro Alfonso. ¿Había pasado un día desde que le había visto por última vez? ¿Era posible que hubiera olvidado lo increíblemente atractivo que era y lo turbadora que le resultaba su presencia?


Irritada consigo misma, Paula tardó unos segundos en darse cuenta de que le estaba mirando de una forma poco discreta. Además, la había sorprendido con esos viejos vaqueros andrajosos que habían encogido en la lavadora y se le pegaban al cuerpo como una segunda piel.


Una ola de calor ascendió por su espalda. ¿Qué estaba haciendo en la tienda Pedro Alfonso? ¿No podría haber llamado por teléfono si quería hablar con ella? Tenía una ventaja injusta al haberla sorprendido de esa manera.


Dejando el paño en la estantería, se dio la vuelta abruptamente y se puso en pie. Algunos mechones de pelo se le escaparon de la coleta y cayeron sobre sus mejillas sonrosadas. Tenía una mancha de polvo en la nariz.


–Hola. Lo siento, pero me has pillado en un momento bastante raro. Estaba…


–Déjame adivinar… ¿Haciendo inventario?


Paula tragó en seco.


–Limpiando. Solo estaba limpiando. El inventario fue ayer.


–Me alegra ver que te empleas tan a fondo. Parecía que estabas dándolo todo –sonriendo, miró a su alrededor–. Una tienda interesante –añadió, metiendo las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.


El aroma intenso del sándalo perfumaba el aire y Paula se preguntó, por primera vez, si no se habían excedido un poco en la cantidad.


La mirada de Pedro se posó en algunos de los títulos que descansaban en las estanterías que estaban a ambos lados de aquella que había estado limpiando Caitlin.


Vivir tu destino y otros títulos esotéricos llamaron su atención, y una sonrisa discreta apareció en sus labios. En otra época había conocido a muchos hippies a los que les encantaba esa clase de literatura. Levantó la vista. Del techo pintado colgaban muchos cristales y campanillas, y el hilo musical era una pieza de percusión de los nativos americanos.


–La tienda es de mi amiga Lisa.


Paula cruzó los brazos para esconderse un poco de la mirada de Pedro. Por alguna razón, le parecía que sus ojos no hacían más que extraviarse en esa dirección. ¿Por qué se había puesto esa camiseta roja tan vieja que se le ceñía demasiado?


–Como te dije, está en el dentista. Si no, te la hubiera presentado –Paula miró en dirección al mostrador de manera automática.


Lisa, su amiga pequeña y rubia, siempre estaba allí, atendiendo a los clientes.


–Bueno, ¿qué puedo hacer por ti?


Pedro se quedó mirándola unos instantes.


«No tienes ni idea de todas las cosas que podrías hacer por mí», dijo una voz inesperada dentro de su cabeza.


–Respecto al ensayo de esta tarde, solo quería decirte que igual nos quedamos hasta muy tarde esta noche, quizás hasta la madrugada. Si tienes un novio en casa esperándote o algo así, espero que sea de los comprensivos. Si no, todos nos vamos a meter en líos.


–No hay novio en casa.


–Bien.


Paula frunció el ceño. Se frotó los brazos y volvió a mirar esos ojos azules que la tenían hipnotizada. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si realmente no estaba hecha para ser una cantante profesional? De repente se vio invadida por una ola de pánico y las dudas se apoderaron de ella.


–No te asustes tanto –le dijo él, como si pudiera leerle la mente–. Te prometo que no voy a ser muy duro en tu primera noche de ensayo. Pero, después de eso, me temo que vas a tener que aguantar el chaparrón, igual que todos los demás. Cualquier persona que quiera perseguir un sueño, tendrá que estar dispuesto a hacer sacrificios, y el negocio musical es un juego duro, Paula. Es muy competitivo, a veces despiadado, e igual me he quedado corto. Si quieres tener éxito en este juego, tienes que ponerte un buen escudo y llevarlo siempre. Blue Sky ha pasado dos años tocando por todo el país, intentando consolidarse en el panorama musical, y han logrado un buen número de seguidores. 
Cuando la cantante, Marcia, dejó la banda, fue un duro golpe para todos. Más que nada, fue una traición. Pero yo aún tengo que cumplir con mi promesa de llevarles a lo más alto. Se lo debo a ellos. Y puedes creerme cuando te digo que eso es exactamente lo que voy a hacer. El fracaso no es una opción para mí. ¿Entiendes lo que te digo?


Paula le entendía muy bien. Seguramente hubiera sido más fácil inscribirse en el ejército. Trató de esbozar una sonrisa, pero lo único que consiguió fue hacer una mueca nerviosa. 


¿Siempre hablaba tan en serio Pedro Alfonso?


–Haré todo lo posible para no defraudarte… Pedro.


Él frunció el ceño.


–Eso no es suficiente. Dime: «No te defraudaré, Pedro».


Sonrojándose, Paula se apartó un mechón de pelo de la mejilla. La tenía ardiendo.


–No te defraudaré, Pedro.


–Mucho mejor así. Bueno, ahora ven aquí.


Sin darle tiempo a reaccionar, la atrajo hacia sí y le limpió la mancha de polvo que tenía en la nariz. Paula se tambaleó al sentir la embriagadora mezcla del aroma del cuero de su chaqueta y la de su perfume masculino.


–Gracias. Seguro que estoy cubierta de polvo y hecha un desastre, ¿no? –le preguntó, nerviosa.


Las palabras se le salieron de la boca y Pedro esbozó una media sonrisa.


–Te veo esta noche –le dijo, dirigiéndose hacia la puerta–. A las seis menos cuarto.