miércoles, 27 de abril de 2016
MI CANCION: CAPITULO 7
Nos vamos a Pilgrim’s Inn para tomar algo. ¿Quieres venir?
Mauro Casey se detuvo y esperó mientras Paula se ponía el abrigo. Todos los demás estaban fuera. Santiago y Kevin estaban cargando la furgoneta con el equipo y Raul y Pedro estaban enfrascados en una discusión. Raul ya la había invitado unas horas antes y ella le había dicho que se lo pensaría. Sin embargo, la idea de volver a ese pub, después de lo que había pasado con Sean en aquel lugar, no la entusiasmaba mucho.
Sean estaba muy mal aquella noche. La mezcla de alcohol y drogas le había hecho un efecto terrible, tanto que Paula había llegado a temerse lo peor, y no se había equivocado.
Las palabras crueles y las pullas no habían hecho más que empeorar a medida que avanzaba la noche y, por si eso fuera poco, toda la gente que estaba en el pub había presenciado la humillación de su ataque verbal.
–Te agradezco la invitación, pero prefiero irme a casa. Ya es un poco tarde –le dijo a Mauro.
Al mirar el reloj, vio que eran más de las diez y media. Tenía la garganta seca y el cuerpo le dolía después de todo el esfuerzo que había hecho.
–¿Las diez y media es muy tarde para ti? Es sábado. No me digas que todo el pueblo se va a la cama tan pronto –Mauro arqueó las cejas–. Debes de haber llevado una vida muy ordenada, si eso es muy tarde para ti.
Paula esbozó una sonrisa tímida.
–Debes de pensar que soy una aburrida, ¿no? No encajo mucho en el estereotipo de la rockera. Eso está claro, pero supongo que tendré que empezar a acostarme más tarde en cuanto la banda salga de gira.
–¿Estáis listos? –Raul apareció en la puerta. Sus ojos color avellana les miraban con curiosidad e interés–. Tengo que cerrar. ¿Paula? Pedro quiere hablar contigo.
«¿Pero qué querrá ahora?», se preguntó ella, y suspiró.
Estaba agotada.
Estaba inclinado contra su todoterreno, esperándola. Se había puesto su chaqueta de cuero encima de la sudadera que llevaba ese día. Al verla acercarse se puso erguido.
Había empezado a llover y las voces de los otros miembros del grupo flotaban en el aire.
–Raul me ha dicho que querías hablar conmigo.
Pedro se dio cuenta de que estaba temblando de frío. El abrigo que llevaba era insuficiente.
–¿Vienes a tomar algo o no?
–¿Era eso lo que querías decirme?
Asiendo los lados del cinturón del abrigo, se lo ciñó aún más alrededor de la cintura. Trató de apartarse el pelo de la cara y entonces se dio cuenta de que le temblaban las manos.
¿Qué tenía Pedro Alfonso para producir semejante efecto en ella?
–Ya le dije a Mauro que no iba. Me voy a casa. Quiero acostarme pronto. No te preocupes. Mañana estaré aquí a las tres en punto para ensayar.
–Quiero que vengas a tomar algo.
Las pupilas de Pedro se habían vuelto más oscuras de repente.
–Así podremos conocernos un poco mejor. Mañana es domingo. Puedes quedarte a dormir hasta tarde.
Aunque su corazón revoloteara inquieto ante la idea de pasar la noche en un bar junto a Pedro Alfonso, Paula no fue capaz de alegar nada ante ese argumento.
–Preferiría no ir, si no te importa –dijo por última vez.
Presentarse en el Pilgrim’s Inn no era buena idea. En el sitio solía haber gente de fuera del pueblo, pero la mayor parte de la clientela estaba constituida por lugareños que, sin duda, recordarían cómo la había humillado Sean aquel día.
–No tienes elección. No era una invitación, sino una orden. Vas a tener que acostumbrarte a irte a la cama más tarde si quieres cantar con esta banda. Sube al coche, por favor.
Puedes venir con Raul y conmigo.
Así fue cómo Paula terminó sentada en un asiento gastado de terciopelo rojo en un rincón del local, con Raul a un lado y Pedro al otro. El resto de miembros de la banda estaban alrededor del fuego de la chimenea, calentándose las manos y bebiendo pintas de cerveza.
En la gramola sonaba una canción de Sting.
–Bueno, cuéntame, Pau. ¿Qué clase de música te gusta?
Raul había empezado a acortarle el nombre desde que habían llegado al pub y Paula lo aguantaba con estoicismo.
Así la llamaba Sean. Miró a su alrededor con inquietud.
Había varios grupos de gente joven sentada en torno a las mesas, pasando un buen rato. Afortunadamente, nadie había reparado en ella. Detrás de la barra, dos camareras atendían a los clientes y una de ellas, una rubia voluptuosa llamada Tina Stevens, llevaba un escote tan bajo que casi podrían haberla arrestado por exhibicionismo.
Se volvió hacia Raul para contestar.
–Oh, tengo gustos muy heterogéneos. Si tuviera que hacer un resumen, diría que me gusta la música con un buen ritmo y las grandes canciones con buenas letras. ¿Y a ti? ¿Qué tipo de música te gusta escuchar?
Raul se encogió de hombros y bebió un sorbo de cerveza.
–Creo que soy muy parecido a ti, cielo. Está claro que tenemos muchas cosas en común.
–La que habla es la cerveza –dijo Pedro con ironía–. Solo quiere ganar puntos.
–Eso no es justo, hombre. Un hombre como yo no necesita ganar puntos con ninguna chica. Si las atraigo como la miel a las abejas. Tengo un don especial. Hablando de eso…
De repente, se puso en pie y se dirigió hacia la barra. Paula se dio cuenta de que su mirada estaba puesta en Tina Stevens. La rubia sonreía y se inclinaba sobre la barra para charlar con un cliente. El top rojo ceñido que llevaba ofrecía unas buenas vistas de su canalillo.
–Disculpadme, chicos. Veo que el honor de una dama corre peligro y si no voy a rescatarla…
Respirando con alivio, Paula se alegró de tener algo más de holgura en el asiento. La cercanía de Pedro la turbaba demasiado.
–Hará lo que quiera con él –dijo Pedro, sonriente.
Al levantar la vista, Paula se encontró con esos ojos azules y el aire se le quedó atrapado en los pulmones. De pronto, reparó en la fina barba que le cubría la mandíbula. Tenía una nariz recta y había un pequeño hoyuelo en su barbilla.
–A mí me parece que sabe cuidar muy bien de sí mismo.
–Bueno… –Pedro bebió un sorbo de cerveza y la miró–. ¿Cómo es que no tienes novio?
–No sabía que fuera obligatorio.
–¿He dicho yo que tiene que serlo?
Ella no contestó. Recuerdos de Sean la asaltaron de repente.
Pedro la observaba con atención y el destello de tristeza que cruzó su mirada no pasó inadvertido.
–Bueno, ¿qué te pasó?
–¿Qué quieres decir?
–Un hombre te hizo daño. ¿Quién era?
–¿Te importa que hablemos de otra cosa?
Paula tomó su copa de vino y bebió un sorbo. Las mejillas le ardieron de repente. El alcohol empezaba a hacer efecto.
–Vamos a pasar mucho tiempo juntos durante las próximas semanas, y los próximos meses. Las cosas van a salir al final. ¿Por qué no me lo dices ahora y acabamos con ello?
–Puede que sí, pero mi vida privada no es objeto de discusión. Por favor, no insistas.
Pedro se arrepintió de la imprudencia que acababa de cometer nada más oír el temblor que sacudía su voz. Sin pensar en lo que hacía, extendió el brazo y puso su mano sobre la de ella.
–Lo siento mucho.
Paula no sabía si se estaba disculpando por haberla presionado, o por lo que acababa de imaginarse respecto a su relación del pasado. En cualquier caso, no obstante, su empatía no fue bienvenida. Era más fácil lidiar con su enfado.
Además, le resultaba imposible no fijarse en la mano fuerte y grande que cubría la suya propia. Mientras la observaba, reparó en el anillo de azabache que llevaba puesto. Se componía de dos piedras negras que formaban una figura en forma de ocho.
–Es un anillo muy bonito.
–Sí. Lo es. Fue un regalo.
Probablemente debería haberse librado del anillo a esas alturas. Además, no lo llevaba por motivos sentimentales.
Sin embargo, no iba a decirle a Paula que la joya se la había regalado su ex, Juliana, un año y un día después de su boda y seis meses antes del divorcio.
De repente, se preguntó si habría leído algo acerca de aquella sórdida ruptura en los periódicos de la época.
Retiró la mano abruptamente y miró a Raul, que aún seguía enfrascado en una conversación con la exuberante camarera. El pub se estaba quedando vacío y el otro admirador de la rubia había desaparecido.
–¿No quieres más? –le preguntó, mirando su copa de vino, todavía medio llena.
–¿Quiere eso decir que quieres marcharte?
–Creo que debería llevarte a casa. Pareces cansada.
–No tienes por qué llevarme. Puedo…
–¿Por qué no te pones el abrigo?
Fuera hacía mucho viento. Paula caminaba por la acera desierta junto a Pedro y le observaba con disimulo. Él mantenía la vista al frente y avanzaba con paso tranquilo y una mano metida en uno de los bolsillos traseros de sus vaqueros. Su perfil serio estaba parcialmente escondido detrás del cabello que le agitaba el viento.
–¿Vives muy lejos de aquí? Podemos ir en mi coche si estás cansada. Yo casi no he bebido nada.
–Vivo a diez minutos por esa carretera y prefiero ir andando, pero no tienes que acompañarme.
Paula no pudo evitar sentirse tensa. Era casi imposible averiguar lo que estaba pensando o sintiendo.
–Bueno, ¿qué te parece cómo van las cosas?
Tomándola por sorpresa, se volvió hacia ella y la miró mientras andaban. Paula tardó unos segundos en poner en orden sus propios pensamientos.
–¿Te refieres a los ensayos? Creo que van bien. Quiero decir que sé que todavía tengo mucho que aprender, pero aparte de aprenderme las canciones cuando estoy con el grupo, las estoy trabajando en casa cuando tengo tiempo.
Se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja y trató de relajarse un poco, pero resultaba difícil conseguirlo cuando la expresión hermética de su compañero no revelaba nada.
Pedro suspiró.
–Lo estás haciendo muy bien, Paula. No me cabe ninguna duda de que eres la cantante perfecta para Blue Sky. Tienes una gran voz, eres preciosa y sexy… Lo tienes todo. Pero el talento por sí solo no es suficiente. Blue Sky no es una de esas bandas que tienen un minuto de gloria. No es un grupo prefabricado como todos esos que inundan las listas de éxitos. Muchas de esas bandas son el producto de una estrategia de marketing bien diseñada, con el solo propósito de hacer dinero. No están compuestas por músicos de verdad, entregados y unidos por su pasión por la música. En todo caso, creo que va a ser más difícil todavía para nosotros. Hay mucho trabajo que hacer antes de empezar con las giras y, entonces, será cuando venga la presión. Supongo que solo quiero saber si tu compromiso es total, o si no preferirías quedarte en tu pequeño pueblo, trabajando en tu pequeña librería. No me malinterpretes. Entiendo que algo así puede resultar muy atractivo para una chica como tú.
–¿Qué quieres decir con lo de una chica como yo? –Paula se puso a la defensiva nada más oír ese tono condescendiente–. Ni siquiera me conoces.
Pedro arqueó una ceja y sonrió.
–Sé que te gusta fingir que eres más dura de lo que eres en realidad, que puedes con cualquier cosa que te echen, pero…
–¡Basta! ¿Fingir que soy dura? ¿Crees que soy una frágil damisela que se viene abajo ante la más mínima presión? Para tu información, sobreviví durante dos años al infierno de vivir con un hombre que era un drogadicto y un alcohólico, alguien que me quitó todo el dinero que tenía. Incluso tuve que vender mi piano, y era lo más preciado que tenía. También perdí mi casa, mi coche y mi dignidad. Sí. Fui una tonta, pero un día me desperté y encontré la fuerza que necesitaba para decirle que todo se había acabado. Entonces recogí los pedazos rotos que quedaban de mi vida y empecé de cero. He sobrevivido a muchas cosas, a mucho dolor, y ahora soy mucho más fuerte, así que no te atrevas a decirme que me gusta fingir que soy una chica dura.
Se detuvo para tomar aliento.
–En cuanto a lo de formar parte de esta banda, cantar es, y siempre ha sido, mi mayor pasión en la vida y haré todo lo que sea preciso para intentar que la música sea mi profesión. Canto porque siento que tengo que hacerlo, no porque quiera ser famosa y ver mi foto en la prensa. Lo único que quiero hacer, lo único que siempre he querido hacer es… cantar, así que, si me preguntas acerca de mi compromiso, te contesto con rotundidad y te digo que es total.
Para cuando terminó con el airado discurso, estaba al borde de las lágrimas.
–Oye… –Pedro extendió el brazo y deslizó las yemas de los dedos sobre su mejilla–. No te estaba insultando. Siento que te haya parecido de otra manera.
El tacto de su mano apaciguó la rabia que se había apoderado de ella.
–Yo también lo siento.
Sacudiendo la cabeza, se apartó de manera automática.
Echó a andar de nuevo, pero Pedro no tardó en alcanzarla. La agarró del brazo y la hizo detenerse.
–No huyas de mí. Solo quiero ayudarte.
Su mirada azul la atravesó.
–Ayudarme… ¿Cómo?
Inclinando la cabeza hacia delante, Pedro le contestó con un beso repentino y volcánico.
Dejándose llevar por el roce de sus labios, Paula terminó devolviéndole el beso como si su propia vida dependiera de ello, e incluso llegó a enredar las manos en su cabello en un intento por aferrarse a él.
El instinto era como un río salvaje que se había desbordado y era casi imposible pensar en otra cosa que no fueran los furiosos latidos de su corazón.
La deliciosa sensación de sus labios aterciopelados y el roce cálido de su lengua suscitaba emociones dentro de ella que nunca antes había experimentado. Y fue precisamente en ese momento cuando se dio cuenta de que la barrera de seguridad que había construido laboriosamente alrededor de su corazón estaba en peligro.
Justo cuando se vio asaltada por esos pensamientos, Pedro interrumpió el beso y la miró con unos ojos turbios, llenos de confusión y exaltación.
–No te avergüences de haberme contado tu historia –le dijo en un murmullo–. La industria de la música está llena de historias como la de tu ex. No creo que sean mala gente. Una adicción seria es una enfermedad, no una debilidad. No me dejes fuera porque me has revelado algo que preferirías no haberme dicho, Paula.
Ella respiró profundamente y retiró las manos de su cabello.
Había empezado a llover de nuevo y las gotas de agua se depositaban con rapidez sobre las sedosas hebras negras de su pelo, cubriéndolas de una capa brillante como el rocío.
Se había mostrado tan preocupado y amable… Era como si hubiera sido capaz de ponerse en su lugar y sentir su dolor como propio. Todo en él era irresistiblemente seductor y Paula no podía evitar desear abrazarle. Podía llegar a provocar otro beso o, tal vez, podía invitarle a tomar una taza de café… De repente el sentido común la golpeó como una mano abierta. Hacer tal cosa era un acto temerario que seguramente tendría nefastas consecuencias. ¿No había soportado ya suficiente dolor?
Se soltó de él.
–Para dejarte fuera, primero tendría que dejarte entrar, Pedro, y eso no lo voy a hacer, ni aunque me prometieras el mundo entero.
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