martes, 26 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 5




Aunque supiera que tenía un motivo legítimo, Paula se puso furiosa consigo misma al darse cuenta de que llegaba tarde. 


Aparcó el coche sobre el paseo de grava que conducía al salón de la sombría iglesia victoriana y se mordió el labio para no dejar escapar una palabrota mientras intentaba meter las llaves en el bolso. Dio un portazo.


Para colmo de males, había empezado a lloviznar. Miró el reloj una vez más. Eran las seis y cuarto. Llegaba muy tarde. 


¿Pero cómo iba a saber que un cliente iba a entrar en la tienda un minuto antes de las cinco y media? No podía decirle que se fuera, sobre todo después de que la chica le dijera entre lágrimas que acababa de romper con su novio y que alguien le había recomendado que comprara cuarzo rosa para sentirse mejor.


Lisa le había dicho muchas veces que era como un imán para los que tenían mal de amores, pero su naturaleza compasiva le impedía quedarse de brazos cruzados cuando veía sufrir a alguien.


Haciendo acopio del poco coraje que le quedaba, empujó la chirriante puerta de madera que daba acceso al porche. El aire olía a moho y a humedad. Se oían sonidos de instrumentos al ser afinados.


Al otro lado de la puerta, Pedro parecía estar probando el micrófono, tal y como hacían todos los artistas.


–Uno, dos, uno, dos…


Murmurando una oración, Paula empujó la puerta. Habían atenuado un poco las luces del techo. De repente, Raul Young apareció de la nada. Su expresión era seria, pero los ojos le brillaban.


–Llegas tarde, guapa. No es una buena forma de empezar. Creí que era mejor decírtelo.


Señaló a Pedro haciendo un gesto con la barbilla. El enigmático mánager de Blue Sky bajó del escenario de un salto y fue hacia ella. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no estaba precisamente contento.


Paula sintió los dedos helados de repente. Tenía una justificación para su tardanza, pero no podía saber con certeza cómo iban a terminar las cosas en ese momento.


–Siento llegar tarde. Yo…


–Creo que el otro día te hablé con toda la claridad que pude.


Sorprendida, Paula miró a Raul.


–Sé que me dijiste que fuera puntual.


–Y creo que quedamos en que estarías aquí a las seis menos cuarto. Son las seis y veinte ahora mismo. Llegas treinta y cinco minutos tarde. Eso no puede ser. No puede ser.


Pedro cambiaba el peso de un pie a otro y un músculo contraído asomaba en su mandíbula.


–Una clienta entró en la tienda justo cuando me estaba preparando para marcharme.


–¿No podías decirle que volviera mañana?


Insultada, Paula abrió los ojos.


–Yo nunca hago eso. La gente no solo entra en nuestra tienda para comprar cosas. Muchos de ellos vienen buscando algo que les consuele. La chica que vino hoy acababa de romper con su novio de toda la vida y buscaba algo que la aliviara un poco. No tengo un corazón tan frío como para decirle que volviera mañana en un momento como ese.


La respuesta fue tan contundente que el enojo de Pedro pareció disiparse de golpe. Tomó aliento y lo soltó lentamente, sacudiendo la cabeza.


Paula esbozó una sonrisa vacilante y su mirada chocó con la de él, al tiempo que un hoyuelo sexy aparecía en una de sus mejillas. Pedro sintió una punzada en el corazón.


–Bueno, ya hemos perdido tiempo suficiente –dijo–. Quítate el abrigo y sube al escenario, por favor. Tenemos mucho que hacer esta noche y a lo mejor estamos aquí hasta la hora del desayuno, así que no digas después que no te lo advertí.


Después de disculparse con el resto de la banda, Paula se enfrascó en una animada conversación sobre música con ellos. Les preguntó si componían todas sus canciones, si alguna vez hacían alguna versión y, finalmente, les pidió el repertorio de ensayo para esa noche.


Los tres estuvieron encantados de contestar a sus preguntas y Mauro Casey, el guitarrista, le dijo que era él quien arreglaba muchas de las canciones y que tendría que reunirse con ella para trabajar las armonías. Después le dijo que habían alquilado una casa en el pueblo entre los tres y que podía pasarse por allí cuando quisiera para trabajar con ellos en las canciones.


–¿Paula?


Paula se dio la vuelta bruscamente al oír la voz de Pedro. Él le entregó una copia de una partitura con la letra debajo. 


Paula tomó la hoja sin hacer ni un comentario. Se fijó en el título. Era otro estándar de rock que se sabía de memoria.


La letra estaba llena de pasión y ella siempre la había cantado con mucho sentimiento porque se identificaba con la protagonista de la historia. Era una chica cuyos sueños se habían hecho añicos. El hombre al que amaba la había tratado mal y le había quitado toda la confianza en sí misma…


Cuando examinó el arreglo musical, el corazón le dio un salto. Había llegado el momento de demostrarles que podía hacer lo que todos esperaban que hiciera. Las cosas empezaban a ponerse serias.


–¿Conoces la canción? Podemos tocar algo más actual, si quieres.


–Esta canción está bien. La conozco.


–Bien. Adelante, chicos.


Mientras la banda tocaba la introducción del tema, Paula escuchó con atención, aferrándose al pie de micro. Su cuerpo estaba tenso como una vara, pero no necesitaba mirar la letra mientras esperaba a que le dieran la entrada. 


Las palabras estaban grabadas en su alma.


No tenía que ponerse en la piel de la protagonista de la canción porque ya había estado ahí. El hombre al que había amado una vez la había utilizado y despreciado, pero algo había aprendido de todo aquello. Había aprendido a no bajar la guardia. Se había hecho más fuerte.


Cubriré de acero mi corazón para que tus flechas de veneno no puedan entrar. Y seré el fénix que renace, ese al que nunca viste venir…


Esa era la letra.


De repente, abrió los ojos y su mirada recayó en Pedro Alfonso. Estaba vestido de negro de pies a cabeza y su expresión era hermética y seria. Cuando llegó al final de la canción, Paula sintió un gran alivio. Necesitaba tomar el aire desesperadamente. Su corazón latía con fuerza y los recuerdos dolorosos que la canción había rescatado la asediaban. Volvió a mirar a Pedro, pero no rehuyó su mirada inmediatamente al ver que él se la devolvía. De pronto, se dio cuenta de que Pedro Alfonso había empezado a fascinarla sin remedio.


–No ha estado mal –le dijo él.


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies.


–¡Vaya! Cielo, con una voz como esa, nunca vas a ser pobre –le dijo Raul, parándose junto a Pedro.


El contraste entre ambos era acusado. Raul llevaba el pelo un poco largo, alborotado, aclarado por el sol. Pedro, por el contrario, tenía el pelo castaño oscuro y su fisionomía era totalmente distinta. Tenía las espaldas anchas. Era delgado y esbelto y parecía estar muy en forma, mientras que Raul era más bajo y musculoso. No podían ser más distintos, pero era evidente que eran buenos amigos.


–Ha estado formidable –dijo Raul, volviéndose hacia Pedro–. He sentido toda la emoción que le ha puesto a la canción. La ha hecho suya.


–Puede que sea cierto –dijo Pedro, apartando la mirada de Paula de manera deliberada–. Pero no será suya hasta que la conozca de pies a cabeza. Hagámosla de nuevo, chicos. Después podréis hacer las vuestras.






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