martes, 26 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 4





El timbre sonó y las campanillas que colgaban del techo color lila tintinearon con la ráfaga de aire. Según había entendido Paula, Nicky, la chica de media jornada, iba a estar en la tienda. Había clientes, pero la joven debía de haber ido al aseo un momento.


Pensando que aparecería en cualquier momento, decidió no ir a buscarla. Suspiró suavemente y siguió limpiando la mancha que había encontrado en la balda inferior de la estantería de libros, temporalmente vacía. La suciedad, sin embargo, se resistía a desaparecer, así que Paula tuvo que dejar el paño húmedo que había tomado y se puso a rascar con la uña. De repente se dio cuenta de que eran los restos de un chicle que alguien había tirado y una ola de rabia la recorrió por dentro.


¿Cómo se atrevían a entrar en un sitio tan bonito para tirar un chicle?


–Hola.


Paula se quedó inmóvil al oír esa voz grave y aterciopelada. 


Tensa de pies a cabeza, volvió la cabeza y levantó la vista hacia Pedro Alfonso. ¿Había pasado un día desde que le había visto por última vez? ¿Era posible que hubiera olvidado lo increíblemente atractivo que era y lo turbadora que le resultaba su presencia?


Irritada consigo misma, Paula tardó unos segundos en darse cuenta de que le estaba mirando de una forma poco discreta. Además, la había sorprendido con esos viejos vaqueros andrajosos que habían encogido en la lavadora y se le pegaban al cuerpo como una segunda piel.


Una ola de calor ascendió por su espalda. ¿Qué estaba haciendo en la tienda Pedro Alfonso? ¿No podría haber llamado por teléfono si quería hablar con ella? Tenía una ventaja injusta al haberla sorprendido de esa manera.


Dejando el paño en la estantería, se dio la vuelta abruptamente y se puso en pie. Algunos mechones de pelo se le escaparon de la coleta y cayeron sobre sus mejillas sonrosadas. Tenía una mancha de polvo en la nariz.


–Hola. Lo siento, pero me has pillado en un momento bastante raro. Estaba…


–Déjame adivinar… ¿Haciendo inventario?


Paula tragó en seco.


–Limpiando. Solo estaba limpiando. El inventario fue ayer.


–Me alegra ver que te empleas tan a fondo. Parecía que estabas dándolo todo –sonriendo, miró a su alrededor–. Una tienda interesante –añadió, metiendo las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.


El aroma intenso del sándalo perfumaba el aire y Paula se preguntó, por primera vez, si no se habían excedido un poco en la cantidad.


La mirada de Pedro se posó en algunos de los títulos que descansaban en las estanterías que estaban a ambos lados de aquella que había estado limpiando Caitlin.


Vivir tu destino y otros títulos esotéricos llamaron su atención, y una sonrisa discreta apareció en sus labios. En otra época había conocido a muchos hippies a los que les encantaba esa clase de literatura. Levantó la vista. Del techo pintado colgaban muchos cristales y campanillas, y el hilo musical era una pieza de percusión de los nativos americanos.


–La tienda es de mi amiga Lisa.


Paula cruzó los brazos para esconderse un poco de la mirada de Pedro. Por alguna razón, le parecía que sus ojos no hacían más que extraviarse en esa dirección. ¿Por qué se había puesto esa camiseta roja tan vieja que se le ceñía demasiado?


–Como te dije, está en el dentista. Si no, te la hubiera presentado –Paula miró en dirección al mostrador de manera automática.


Lisa, su amiga pequeña y rubia, siempre estaba allí, atendiendo a los clientes.


–Bueno, ¿qué puedo hacer por ti?


Pedro se quedó mirándola unos instantes.


«No tienes ni idea de todas las cosas que podrías hacer por mí», dijo una voz inesperada dentro de su cabeza.


–Respecto al ensayo de esta tarde, solo quería decirte que igual nos quedamos hasta muy tarde esta noche, quizás hasta la madrugada. Si tienes un novio en casa esperándote o algo así, espero que sea de los comprensivos. Si no, todos nos vamos a meter en líos.


–No hay novio en casa.


–Bien.


Paula frunció el ceño. Se frotó los brazos y volvió a mirar esos ojos azules que la tenían hipnotizada. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si realmente no estaba hecha para ser una cantante profesional? De repente se vio invadida por una ola de pánico y las dudas se apoderaron de ella.


–No te asustes tanto –le dijo él, como si pudiera leerle la mente–. Te prometo que no voy a ser muy duro en tu primera noche de ensayo. Pero, después de eso, me temo que vas a tener que aguantar el chaparrón, igual que todos los demás. Cualquier persona que quiera perseguir un sueño, tendrá que estar dispuesto a hacer sacrificios, y el negocio musical es un juego duro, Paula. Es muy competitivo, a veces despiadado, e igual me he quedado corto. Si quieres tener éxito en este juego, tienes que ponerte un buen escudo y llevarlo siempre. Blue Sky ha pasado dos años tocando por todo el país, intentando consolidarse en el panorama musical, y han logrado un buen número de seguidores. 
Cuando la cantante, Marcia, dejó la banda, fue un duro golpe para todos. Más que nada, fue una traición. Pero yo aún tengo que cumplir con mi promesa de llevarles a lo más alto. Se lo debo a ellos. Y puedes creerme cuando te digo que eso es exactamente lo que voy a hacer. El fracaso no es una opción para mí. ¿Entiendes lo que te digo?


Paula le entendía muy bien. Seguramente hubiera sido más fácil inscribirse en el ejército. Trató de esbozar una sonrisa, pero lo único que consiguió fue hacer una mueca nerviosa. 


¿Siempre hablaba tan en serio Pedro Alfonso?


–Haré todo lo posible para no defraudarte… Pedro.


Él frunció el ceño.


–Eso no es suficiente. Dime: «No te defraudaré, Pedro».


Sonrojándose, Paula se apartó un mechón de pelo de la mejilla. La tenía ardiendo.


–No te defraudaré, Pedro.


–Mucho mejor así. Bueno, ahora ven aquí.


Sin darle tiempo a reaccionar, la atrajo hacia sí y le limpió la mancha de polvo que tenía en la nariz. Paula se tambaleó al sentir la embriagadora mezcla del aroma del cuero de su chaqueta y la de su perfume masculino.


–Gracias. Seguro que estoy cubierta de polvo y hecha un desastre, ¿no? –le preguntó, nerviosa.


Las palabras se le salieron de la boca y Pedro esbozó una media sonrisa.


–Te veo esta noche –le dijo, dirigiéndose hacia la puerta–. A las seis menos cuarto.





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