miércoles, 30 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 16
Cuando abrió los ojos recordó de golpe que la habían atacado y gritó sentándose sobre la cama—¡La pistola!
—Ni hablar. No vas a volver a tocar un arma en la vida.
Volvió la mirada y Armando la observaba divertido sentado en una silla. Confusa miró a su alrededor para darse cuenta que estaba sentada en la cama del abuelo. — ¿Pedro?
—En el hospital. — Armando reprimió la risa y Paula le miró indignada.
—¡No fue culpa mía!
—No, claro que no. Fue una casualidad que pasara por encima justo cuando disparaste.
—¡Eso!
—Y que le vomitaras encima también.
—¡Se me revolvió el estómago al ver tanta sangre! — exclamó indignada.
—Eso digo yo.
Paula se mordió el labio inferior— Se pondrá bien, ¿verdad?
—En cuanto se le pase el cabreo. — Armando estaba a punto de romper a carcajadas— En sus años de seal nunca recibió un disparo y le has disparado tú. Está que trina.
Gimió pasándose una mano por la frente. El abuelo apareció en la puerta comiendo un profiterol y ella le miró— ¿Están buenos?
—Niña, tienes unas manos…
—Díselo a Pedro. — Armando no pudo evitarlo y se echó a reír.
Indignada se levantó de la cama
— ¡No tiene gracia!
—Sí que la tiene. Eres un peligro con un arma en la mano.
—Al menos no se ha disparado ella. — dijo el abuelo.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Bill encontró colillas cerca de la casa y siguió el rastro. — respondió Armando perdiendo la sonrisa — Nos avisó antes de la cena.
—Sabíais que iban a actuar. — dijo cortándosele el aliento.
—Por los asesinatos sabíamos que actuaban de noche, así que pensamos que era mejor que creyeran que salíamos de la casa y emboscarlos. Nunca estuviste en peligro porque estábamos aquí.
—¡Pero entraron en la casa! ¡Ese plan hacía aguas por todos lados! ¡No me extraña que le haya pegado un tiro a Pedro! Si me hubierais avisado…
Armando levantó una ceja y miró al abuelo — Te habrías puesto de los nervios y te habrías preocupado por nosotros.
Paula entrecerró los ojos porque tenía razón — ¿Cuántos eran?
—Cinco
Se quedó de piedra y les miró atónita— Supongo que sabían que estabas aquí y que estabas protegida. — dijo Armando mientras el abuelo se chupaba los dedos. Lucas entró en la habitación y gimió mirándola como si estuviera preocupado por ella. Le acarició la cabeza distraída, hasta que se dio cuenta de que ahora que sabían que estaba allí, no se detendrían. Enviarían a más.
— Tengo que irme. — dijo mirándose los pies que estaban desnudos. Necesitaba sus zapatillas de deporte.
—Amando…— el abuelo hizo un gesto con la cabeza señalándola y su hijo suspiró levantándose de la silla.
—No podemos dejar que te vayas a ningún sitio.
—Pero, ¿qué decís? ¿Estáis locos?
Antes de darse cuenta, Armando había sacado unas esposas, dándole un ligero empujón que la sentó en la cama y atónita vio como le esposaba la muñeca izquierda a uno de los barrotes del cabecero de la cama — ¿Qué haces?
—Esos tipos terminarán por encontrarte y no nos tendrás a nosotros para protegerte.
—Así que te quedas aquí. — el abuelo sonrió antes de salir de la habitación. Con la boca abierta vio como Armando se disponía a irse.
—¡Soltarme de una vez! ¿Estáis mal de la cabeza? Vendrán más y…
—No grites. Vamos a dormir. — dijo Armando antes de cerrar la puerta— ¡Hasta mañana, chiquilla! ¡Que descanses!
¿Qué descansara? ¿Cómo iba a descansar cuando en unos días aparecerían otros tipos para intentar cargársela? ¡El día que fue a aquella peluquería, más le valía no haberse levantado de la cama!
Frustrada apoyó la espalda sobre las almohadas, pero al intentar cruzar los brazos tiró de las esposas frunciendo el ceño— Maldita sea. — siseó mirando la muñeca. Entonces pensó en que podía abrirlas. Lo había visto en las películas mil veces. No debía ser tan difícil. Tenía que encontrar algo que meter en la cerradura y se llevó la mano libre a sus rizos rojos. Sonrió porque esa tarde se había puesto dos horquillas para preparar la cena. Se quitó una y miró el cierre. ¿Tenía que doblar la horquilla? ¿O eso era para las cerraduras de las puertas? —Me cago en la …
Metió un extremo de la horquilla en el circulito de la cerradura. No supo cuánto tiempo estuvo dándole vueltas y frustrada se puso de rodillas sobre el colchón para tener mejor ángulo. Aquellas esposas la estaban poniendo de los nervios. Sobre todo, porque cada vez que las movía tintineaban en el barrote de la cama y no soportaba ese sonido. Era irritante. Entonces pensó que con la horquilla no conseguiría nada y se dio por vencida. Bueno, se dio por vencida con la horquilla, porque ni corta ni perezosa se levantó de pie sobre el colchón y elevó el cabecero que pesaba una tonelada. Sudando y sin saber cómo lo había hecho, lo colocó sobre el colchón. No podía llevarse eso colgando, sobre todo porque no llegaría muy lejos. Revisó el cabecero y sonrió cuando vio que en la parte de abajo un tornillo sujetaba la barra, que retenía el barrote en la estructura. Aquello estaba chupado. Si tuviera un destornillador. Entrecerró los ojos porque recordó que había uno bajo el fregadero. El problema era llegar hasta allí sin hacer ruido.
Estaba de pie al lado de la cama, tirando de él cuando se abrió la puerta y Pedro apareció mirándola como si estuviera mal de la cabeza— Cariño, ¿cómo tienes el pie? —dijo sonriendo al ver que parecía estar bien. La que no parecía estar bien era ella que estaba sudorosa, despeinada y algo pálida por todo lo que había pasado.
—Nena, ¿qué haces?
Ella miró hacia el cabecero que aún estaba sobre el colchón— Oh, nada. Limpieza.
Pedro se mordió el labio inferior asintiendo— ¿A las cinco de la mañana?
—Me he levantado temprano.
—Ya, por el desmayo seguramente.
—Sí, eso me ha espabilado. Me he despertado con un montón de energía.
Pedro dio un par de pasos hacia ella y salvo una ligera cojera, no se le notaba nada que le había pegado un tiro— ¿Y esas esposas?
—Pues estaba jugando. — dijo ella intentando sonreír tirando—Y ya ves, me he quedado atrapada.
—Claro. — parecía que Pedro intentaba no reír — ¿No tenían una llave?
—Sí. — miró a su alrededor intentando buscar una excusa— No sé dónde estarán. ¿Me ayudas a buscarlas?
—Por supuesto. Iré a ver en el cuarto de papá, porque esas esposas son las de mi padre de cuando era el sheriff de la zona.
Paula le miró con los ojos muy abiertos pensando que la había pillado— ¡No! ¿Cómo van a ser las de tu padre…
—Será porque ponen oficina del sheriff en ellas. —Pedro sonrió sin poder evitarlo.
Miró las esposas y era cierto. Miró al cielo antes de volverse con una sonrisa— ¡Es cierto! Pero pueden ser del sheriff. Seguro que ha estado aquí esta noche para lo de esos tipos, ¿verdad?
—Era uno de los que disparó esta noche, sí. —se acercó a ella y sin ningún esfuerzo colocó el cabecero en su sitio—¿Quieres que le llame para ver si ha perdido sus esposas?
Paula se puso como un tomate—No, esperaré las llaves de tu padre.
—Vale. — se sentó en la cama y haciendo una mueca se quitó la bota — ¿Así que quieres escaparte otra vez?
—¿Cómo lo sabes? — preguntó mirando la venda que tenía alrededor del pie— Cariño, ¿no te duele ponerte la bota? ¿Por qué te la has puesto?
—Porque no pienso ponerme ese zapato de payaso que daban en el hospital. —se quitó la otra bota y se tumbó en la cama suspirando —Ven cielo, quiero dormir un rato.
Paula se acostó a su lado y recostó la cabeza sobre su pecho con la mano esposada levantada — ¿Te duele?
—Pues algo.
—Lo siento.
Estaba incómoda y Pedro se dio cuenta tumbándola sobre él boca abajo. Sonrió con la mejilla sobre su pecho —Te voy a aplastar.
—No pesas lo suficiente. — susurró acariciando su espalda —¿Has pasado miedo?
Levantó la cara para mirarle a los ojos— Fue raro. Al principio sí, después se me quitó y cuando todo pasó...
Pedro sonrió— Ya vi lo que ocurrió cuando todo pasó. Tuve que cambiarme antes de ir al hospital.
Gimió dejando caer la cabeza— Soy un desastre.
—Lo estás llevando muy bien.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas sin poder evitarlo— Volverán y nos matarán a todos. Déjame irme.
—¿Recuerdas que estás bajo arresto domiciliario? —preguntó divertido.
—Va…
—Le diré al sheriff que no te lo tomas en serio.
—¿Con todo lo que está pasando? —le miró sorprendida— ¿Por qué me iba a importar?
—El juez Bronson tiene muy malas pulgas. Terminarías en prisión.
Paula suspiró tumbándose sobre él— Sería lo que me faltaba. Y Lorena tan ricamente.
—No hablemos de Lorena. Nena, duérmete. Mañana tienes mucho que hacer.
—Sí. — suspiró sobre su camisa— La casa debe estar hecha un desastre
REFUGIO: CAPITULO 15
Como Pedro no le hacía caso, pidió lo que quería a Armando, que le había dicho que se lo iría a buscar. Cuando dos días después Pedro llegó a casa y la vio con la plancha en la mano levantando el papel, simplemente dijo— Me voy a duchar.
—¡La cena estará en diez minutos! — exclamó continuando su trabajo.
El teléfono sonó y el abuelo fue a contestar con una empanadilla de las que había hecho para la cena en la mano— ¿Rancho Alfonso? —sonrió asintiendo— Ajá.— divertida siguió pasando la plancha por la pared para levantar el papel con el vapor —Ajá. De acuerdo. —colgó el teléfono y se sentó en el sofá mirándola —Niña ¿puedes traerme las pastillas de la habitación?
—Claro. —desconectó la plancha y se fue hacia el pasillo, viendo pasar a Pedro desnudo hacia su habitación. De la que pasaba le dio una palmada en el trasero—Serás descarado.
—Y a ti te encanta, preciosa. — la cogió por la cintura impidiéndole continuar y se besuquearon mientras se reían.
—¡La cena! —gritó el abuelo— ¡Y mis pastillas, niña!
Se separaron a regañadientes y a Paula la sonrisa no se le borró en toda la noche. Para la cena de esa noche ella había hecho algo especial, que había escondido en su habitación para que no lo vieran. Era una torre de profiteroles con caramelo y cuando entró con ella los hombres no parecían impresionados.
— ¿Abuelo? — preguntó confusa mirándolo a los ojos — Pensaba que te encantaría probarlo.
—Es que tenemos que irnos, niña. — dijo levantándose de la mesa a toda prisa.
Pedro la miró a los ojos muy serio— Nena, quédate aquí y no salgas. Hay otra manada de lobos y tenemos que deshacernos de ella.
—¿Otra vez? — preguntó fastidiada dejando la bandeja sobre la mesa.
—Sí, han matado a unas piezas y debemos remediarlo antes de que se acerquen a algo nuestro. — Armando se levantó muy serio y fue a por la escopeta. El abuelo hizo lo mismo y Pedro cogió lo que ella pensaba que era una ametralladora que siempre escondía bajo el sofá. Se acercó a ella cogiéndola de la cintura— Está oscureciendo. Cierra por dentro. Lucas se queda contigo. —Paula miró al perro que levantó la cabeza del suelo moviendo la cola. Después del resultado de su encuentro con los lobos la última vez, dudaba que le sirviera de ayuda — Cierra las ventanas y las puertas ¿Me oyes?
—Sí.
Armando se acercó a ella y le entregó un revolver —Ya está cargado.
Hizo una mueca, cogiendo la culata del revolver con el índice y el pulgar. Armando puso los ojos en blanco— ¡Niña, sujétalo bien!
—Es que no me he acostumbrado todavía. — dijo cogiéndolo bien y metiendo el dedo en el gatillo. Armando y Pedro se apartaron de golpe cuando los apuntó sin darse cuenta y el abuelo gimió al verla con el arma en la mano — ¡Se va a pegar un tiro!
—¡Abuelo! — protestó indignada moviendo el arma de un lado a otro— ¡Ya me has visto disparar y lo hago de miedo!
—Exacto, de miedo. — dijo el hombre saliendo por la puerta —No dio ni una.
—¡Es que los blancos estaban muy lejos! — gritó para que la oyera — ¡Y el sol me molestaba!
Pedro la cogió por la muñeca —Nena, ten cuidado con el arma y si estás en problemas, grita. Alguno de mis hombres estará cerca para vigilar los caballos.
—Vale. —sonrió para que no se preocupara por ella.Paula tenía claro que no pensaba abrir ninguna puerta, ni pensaba salir después de su última experiencia, así que sonrió ampliamente— No te preocupes.
—No sabemos cuánto tardaremos. Acuéstate.
—¡No! Os esperaré despierta.
Pedro sonrió y le dio un beso. Les siguió hasta la puerta y vio al abuelo mirando a su alrededor con la escopeta sobre el hombro —Dejaré el postre sobre la mesa para cuando volváis.
—Gracias, niña. — dijo el abuelo guiñándole un ojo antes de bajar los escalones.
Les vio ir hacia el establo. Seguramente para ir a caballo, ya que tenían que rastrear la zona. La sorprendió ver a dos hombres a caballo ante el establo, porque no les había oído llegar. Uno de ellos era Bill, el indio que había ido hasta la casa cuando habían atacado a Lucas. Cerró la puerta con llave y miró a Lucas sonriendo— Nosotros nos quedamos aquí ¿eh, cielo? — Lucas se levantó y acarició su pierna con el cuello— Ya hemos tenido bastante de lobos. ¿Te apetece ver algo en la tele?
Se sentaron en el sofá después de recoger la cocina y comprobar que todo estuviera cerrado. Lucas se sentó a su lado colocando la cabeza sobre sus muslos, mientras ella cambiaba de canal acariciando su cabeza — No sé…Mira, hay ese concurso de baile. ¿Vemos esto?
Se estaba riendo a carcajadas del ridículo que estaba haciendo una de las celebrities del momento, cuando Lucas movió la cabeza levantando las orejas —Sí, lo está haciendo fatal. — dijo divertida. El perro gruñó y Paula perdió la sonrisa poniéndose en guardia— ¿Qué pasa, cielo?
Lucas se puso de pie sobre el sofá mirando la puerta principal y lentamente pasó sobre ella para saltar de él. Paula cogió la pistola que tenía ante ella al verle caminar lentamente y no lanzarse hacia la puerta como cuando llegaba Armando. Se levantó del sofá al escuchar que su gruñido se hacía más fuerte y que se acercaba a la puerta.
Cuando volvió la cabeza hacia atrás mirando el pasillo, Paula se dio cuenta que estaban rodeando la casa.
— Mierda. — dijo nerviosa pensando en qué hacer.
Entonces escuchó que rompían un cristal y palideció cuando Lucas su puso a ladrar como loco acercándose a ella.
¡Estaban entrando en la casa!
Sin hacer ruido fue hasta el armario de los abrigos y entró dentro — ¡Lucas! — susurró mirando al perro que gruñía y ladraba como loco — ¡Ven aquí!
Entonces escuchó un disparo y Lucas corrió hacia ella, entrando en el armario. Ese perro no era tonto. Cerró la puerta sin hacer ruido y frunció el ceño al escuchar lo que parecían pasos de botas. Se dio cuenta que había llegado la hora. Eran sus lobos los que habían entrado en la casa, aprovechando que los chicos no estaban. Para su sorpresa no sintió miedo. Era como si después de esperar tanto tiempo, fuera un alivio que llegara ese momento. Caminó hacia atrás y movió lentamente los abrigos para descubrir la puerta del sótano. Lucas estaba en silencio como si supiera que debía estar callado y Paula hizo una mueca cuando la puerta del sótano chirrió. Entonces entró a toda prisa. Estaba oscuro, pero como conocía la escalera, cerró la puerta en cuanto Lucas pasó. Escuchó un disparo justo cuando cerraba la puerta y varios más después cuando bajaba las escaleras. Tropezó con Lucas cayendo al suelo de rodillas y se le disparó el arma. Entonces levantó la cabeza, porque se oyeron una cantidad enorme de disparos y varias personas corriendo. Abrazó a Lucas por el cuello y susurró—Está claro que no estamos solos.
Cuando cayeron varios muebles entrecerró los ojos y después sonrió. Pero después perdió la sonrisa, pensando en si se quedaría el tiempo suficiente para cambiarlos. Y después pensó que no quería irse. Algo pesado cayó al suelo sobresaltándola. Asustada por si era uno de sus chicos el que estaba herido, levantó el arma al techo. Alguien golpeó la puerta del sótano con fuerza y sobresaltándose otra vez se le disparó el arma. Escuchó un gemido en el piso de arriba y sonrió — ¡Le he dado, Lucas!
— ¡Nena! — gritó Pedro desde arriba— ¡No dispares!
¿Cómo sabía que ella había disparado con aquel jaleo?
— ¡Despejado! —gritó Armando.
—¡Despejado! — gritó alguien que no reconoció.
—¿Paula?
—¡Estoy bien! — se levantó lentamente mirando hacia arriba— ¿Puedo salir?
—Sí, nena. Puedes salir. — la voz de Pedro parecía enfadada y no le extrañaba si le habían destrozado la casa.
Fue hasta la escalera y subió los escalones a gatas porque no se veía nada. Cuando abrió la puerta, Lucas salió a toda prisa. Paula atravesó el armario con la boca abierta al ver
la cantidad de agujeros que había en la puerta. Al ver el salón jadeó por el destrozo y se acercó a toda prisa a Pedro, que sentado en el sofá con la metralleta sobre las piernas la miraba como si quisiera matarla— Cielo, ¿estás bien? — preguntó él suavemente.
Sonrió radiante — ¡Sí! Me he escondido abajo.
—Ya me he dado cuenta. ¿Y sabes cuándo me he enterado de que no estabas aquí?
—¿Cuándo?
Pedro levantó el pie izquierdo que tenía justo en el centro de la suela lo que parecía un agujero con algo oscuro y viscoso — ¡Cuando me has pegado un puto tiro en el pie!
—Ay, Dios mío. — dijo acercándose a toda prisa con el arma todavía en la mano. En cuanto llegó a su lado Pedro se la arrebató de la mano— ¡Cielo, lo siento! ¿Estás bien?
—¡Nena, me has pegado un tiro!
Paula entrecerró los ojos— ¿Cómo sabes que fui yo? Aquí se han pegado muchos tiros.
—¡Porque vino de abajo! —le gritó a la cara.
Armando pasó ante ellos arrastrado por los pies a un tipo que tenía un tiro en la frente. Paula palideció al ver el reguero de sangre que iba dejando. —Ay madre— tropezó necesitando sentarse y Pedro gritó de dolor levantando el pie del suelo. Paula se dejó caer en el sofá— No exageres. Es una herida de nada. — dijo ella pensando que iba a vomitar.
—¡Me has traspasado! — dijo furioso — ¡Tendré suerte sino me quedo cojo!
Paula al ver que el abuelo sacaba a otro tipo tirando de él por los pies, que sangraba muchísimo por el vientre, miró a Pedro pálida como la nieve— ¿Nena? — no lo pudo evitar. Le vomitó sobre los muslos todo lo que tenía en el estómago. Cuando levantó la cabeza un hilillo de saliva le caía por la comisura de la boca y Pedro la miraba preocupado — ¿Mejor?
Paula asintió justo antes de poner los ojos en blanco y desmayarse hacia atrás cayendo desparramada sobre el sofá y después escurriéndose al suelo, antes de que Pedro se diera cuenta.
martes, 29 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 14
Escuchó como los Alfonso se iban a la cama y apagó la luz para que pensaran que ella había hecho lo mismo. Se quedó mirando la pared con la luz que se filtraba por la ventana durante tres horas, hasta que lentamente se levantó sin hacer ruido. Casi a oscuras, se puso unos vaqueros y una camiseta blanca. Cogió la gorra cubriéndose el cabello y como no podía llevarse la maleta, metió en el bolso más grande que tenía, una muda limpia. Las deportivas que llevaba no hacían ruido sobre el suelo de madera, pero tenía miedo que la puerta chirriara, así que cogió aceite de cocina y lo echó sobre las bisagras con cuidado. Lucas la miraba desde su sitio, pero no se movió. Con el corazón palpitando fuertemente, miró el salón sintiéndose como si abandonara su hogar y reprimió sus ganas de llorar. Abrió la puerta lentamente y cuando salió al porche, se mordió el labio inferior cerrándola suavemente. Suspiró de alivio por no haber hecho ruido. Bajó los escalones y gimió al oír un ligero crujido. Caminó casi de puntillas por el camino. Tardaría por lo menos media hora en llegar a la carretera principal y dos horas en llegar a la ciudad. Desde allí cogería un autobús a cualquier sitio. El primero que saliera.
Había caminado unos metros, cuando escuchó un crujido tras ella. Sobresaltada se volvió para no ver nada. Suspiró de alivio y aceleró el paso, cuando algo se interpuso en su camino. Abrió los ojos como platos al ver un enorme lobo mostrando los colmillos. Dio un paso atrás y él fue hacia ella lentamente, como si quisiera intimidarla. Entonces escuchó los ladridos de Lucas desde el interior de la casa, que debía estar a cien metros. Cerró los ojos porque no le daría tiempo a llegar. Un sonido tras ella indicaba que la estaban rodeando, pero ella siguió frente al primero. No pensaba darle la espalda. Dio otro paso hacia atrás y este gruñó mostrando los colmillos. Paula empezó a temblar incontrolable, cuando escuchó un silbido que pasaba a su lado, justo en el momento que el lobo saltaba hacia atrás cayendo muerto con la cabeza abierta. Reaccionando, se volvió con intención de volver hacia la casa, para encontrarse dos lobos más pequeños ante ella. Uno cayó en el momento en que dio un paso hacia ella con intención de morderla y el otro gruñó antes de recibir un tiro en el lomo que lo tumbó. Temblando rodeó los lobos que sangraban abundantemente y empezó a caminar hacia la casa, acelerando el ritmo hasta echar a correr, subiendo los escalones de un salto y abriendo la puerta casi sin respiración. Pedro, estaba con lo que parecía un rifle como los de las películas, apoyado en el alféizar de la ventana sin dejar de mirar al exterior con la culata apoyada en el hombro
—¿Te ha gustado el paseo, nena? — dijo antes de disparar otra vez. Un gemido en el exterior indicaba que se había cargado a otro. Tiró de una palanca antes de decir sin despegar la vista de la mira telescópica— Creo que es mejor que te acuestes. Mañana tienes que pintar las ventanas de rojo.
Veinte minutos después se abría la puerta de su habitación y Pedro se tumbaba a su lado suspirando. Después de unos minutos le susurró —Te oí hasta levantarte de la cama.
Te lo digo para que no pierdas el tiempo de nuevo. Lo único que has logrado ha sido, perder horas de sueño, arriesgar la vida y cabrearme. Ahora duérmete antes de que te diga algo de lo que me arrepienta mañana.
Paula se volvió y le miró el perfil —Gracias. — dijo reteniendo las lágrimas todavía con el miedo en el cuerpo.
Él volvió la cabeza hacia ella— ¿Sabes lo que te podía haber pasado?
—Sí.
—No vuelvas a hacer algo así. Has sido una inconsciente, sabiendo que los lobos estaban rondando.
—Los lobos llevan rondando tres años.
Se miraron en silencio y Paula se acercó a él apoyando la cabeza en su pecho desnudo —Duerme, nena. Si los lobos se acercan, yo estaré aquí.
Increíblemente esa vez le creyó y se quedó dormida, sintiéndose segura por primera vez en tres años
*****
Cuando terminó de pintar el exterior de la casa, quedó preciosa y hasta Pedro tuvo que admitir que las ventanas rojas eran un acierto. Entonces Paula entró en la casa y entrecerró los ojos mirando el papel pintado del salón. El abuelo gimió al ver su expresión y ella sonrió radiante antes de gritar— ¿Pedro?
Él estaba fuera tomando una cerveza con su padre —Dime, nena.
—¿Cuándo vais de compras?
El sonido de la puerta hizo que se volviera. Pedro y su padre la miraban con los ojos entrecerrados —Ayer fuimos a comprar lo de la semana, ¿recuerdas?
—Ya, pero se me han olvidado algunas cosillas.
—¡Hay comida para un regimiento!
—No hablo de comida. — haciéndose la tonta empezó a hacer la cena.
—¿Entonces qué necesitas? — preguntó siguiéndola con su padre y su abuelo detrás.
—Pues…— empezó a cortar unos tomates —Había pensado…
—Madre mía. —dijo el abuelo levantando los brazos al cielo.
—¿Qué? — Pedro la miraba sin poder creérselo.
—Pues… ¿os gusta ese papel pintado? — dijo señalando con el cuchillo el papel que había en la pared de en frente.
Los tres se volvieron dándole la espalda y los tres se dieron la vuelta lentamente— Muchacha, ¿qué vas a hacer de cenar? — preguntó Armando cambiando de tema, mirando de reojo a Pedro, que la observaba sin poder creérselo.
—Ni hablar, ¿me oyes? ¿Obras en la casa? — gritó enfadado.
—No son obras.
—¿Quitar el papel y después qué? ¿Un ala nueva en la casa?
Pues no era mala idea. Al menos así tendrían intimidad. El abuelo se echó a reír al ver su cara y Pedro puso los ojos en blanco— No seáis exagerados. ¡Hasta vosotros reconocéis que necesitáis otro baño!
—¡Porque tú vives aquí! —dijo Pedro —Hasta ahora no había problemas con el baño.
Paula se sonrojó y el abuelo miró a su nieto como si hubiera metido la pata.
— Mamá decía que se necesitaba otro baño y nunca le hicimos caso. — dijo Armando dándole la razón a Paula. Ella mirando los tomates, se recriminó por haber abierto la boca.
Aquella no era su casa, pero como por orden del juez no podía salir de allí en tres meses, necesitaba entretenerse a parte de planchar y cocinar.
Pedro se acercó y le quitó el cuchillo hábilmente. Paula le miró sorprendida y Pedro la cogió por la muñeca tirando de ella hacia su habitación— Tengo que hacer la cena.
—Vamos a hablar.
—Vale, lo he entendido— dijo entrando en la habitación algo avergonzada —No cambiaré nada más.
Pedro la sentó en la cama y se acuclilló ante ella. Paula no quería mirarle a la cara, pero no le quedó más remedio que hacerlo— Sé que te aburres aquí.
—No tenéis ni Internet. — dijo indignada haciéndolo sonreír —Mi ordenador aquí es inútil.
—Pero tienes que darte cuenta que la casa está bien como está. —le miró como si estuviera loco — ¡Está bien como está, porque lo digo yo!
—Vale. — se cruzó de brazos mirándolo fastidiada— ¿Algo más o puedo hacer la cena?
—Ahora no me pongas esa cara, porque no tienes derecho a criticar mi casa. ¡Mucho menos a cambiarla!
—Todo lo que he hecho ha sido para mejor. — levantó la barbilla — ¡He aumentado su valor! ¡Y ese papel pintado estaría bien en los setenta, pero estamos en el dos mil dieciseis!
Pedro gruñó incorporándose— ¿Y luego qué será? — señaló la pared de su habitación con otro papel pintado de flores azules— ¿Tampoco te gustará ese? ¿Y el de mi habitación? ¿Y la del abuelo?
—¡Horribles! Me dan ganas de llorar.
—No puedo contigo.
—¡Serás exagerado! ¡Sólo es papel!
—¡Si sólo es papel, déjalo así!
—Tampoco querías pintar la casa y ha quedado preciosa. Por cierto, ¿qué tal unas macetas con flores en la barandilla? —Pedro chasqueó la lengua y fue hasta la puerta saliendo a toda prisa— ¿Eso es que no? ¿Y una caseta para Lucas? ¡Hay algunas preciosas! ¡Parecen pequeñas casitas! ¡Incluso puedes pintarlas de mismo color de tu casa para que hagan juego!
REFUGIO: CAPITULO 13
Los trámites en la oficina del sheriff fueron de risa. Se presentaron las chicas para firmar la denuncia y declarar.
Indignada tuvo que oír como las tres mentían descaradamente, diciendo que Paula las había provocado y que se tiró sobre Lorena sin provocación por parte de ella. El sheriff llamó al juez, porque sino tendría que estar detenida hasta el lunes. El hombre después de que el sheriff insistiera en que no era peligrosa, le ordenó arresto domiciliario hasta el lunes, que debía presentarse en el juzgado.
Pedro la miraba de reojo al volver a casa— Estás muy callada.
—Esto no ha sido buena idea. Debería haberme quedado en Seattle y no hacer nada.
—Te hubieran usado para atrapar a Falconi, como hicieron con su hijo. — por su tono de voz se dio cuenta de que se estaba enfadando y ella lo miró sorprendida.
—¿La sicótica de tu vecina me pega una paliza y te enfadas conmigo?
—En realidad la paliza se la pegaste tú. — respondió entre dientes— Ella te provocó, pero por la cara que tenía al declarar, creo que ella ha sido la peor parada. Y no me enfado. Es que ya vuelves con tus tonterías sobre que deberías irte. ¡Lo dices cada día!
—¡Porque fue mala idea, Pedro!
Él apretó el volante hasta que sus nudillos se quedaron blancos y en cuanto llegaron a casa, ella se bajó dando un portazo. Entró en la casa ya enteramente pintada de blanco y pasó ante los chicos que estaban en el sofá viendo la televisión.
El abuelo miró a Pedro que entró con cara de querer matar a alguien— ¿No ha ido bien?
—Si consideras que terminar en la oficina del sheriff, por meterse en una pelea con Lorena es ir bien, pues ha ido fenomenal.
—¿Y quién ganó? — preguntó Armando divertido.
Pedro levantó una ceja— ¿Tú qué crees? Tenías que ver la nariz de Lorena, parece un pepino.
El abuelo se echó a reír— Nadie puede con nuestra chica.
La mirada de Pedro se oscureció más— No es nuestra chica. —dijo yendo hacia la habitación de Paula mientras que ellos se miraban.
Cuando lo perdieron de vista, Armando dijo a su padre— No va bien.
—Se tiene que acostumbrar, pero es perfecta para él. ¡Si no ha podido apartar las manos de ella desde que la conoce!
—No hablo de Pedro. — Armando apretó los labios preocupados— Todo esto es demasiado para ella. Lógico si lleva así tres años.
—Sí, me da la sensación que no se siente segura.
—Mañana empezaremos con las clases de tiro.
Sonrieron asintiendo como si hubieran encontrado la solución.
Pedro entró en la habitación y Paula ya estaba en la cama dándole la espalda y con el camisón puesto — ¿No quieres hablar?
—No tengo nada que decir.
Él apretó los labios y salió de la habitación sin decir nada.
Paula se sintió una desagradecida por todo lo que habían hecho por ella. Se estaban arriesgando mucho por su seguridad y Paula les trataba así. No era culpa suya que Lorena lo hubiera descubierto todo y tampoco era culpa suya, que Paula se sintiera insegura. Lo que tenía claro una persona que ha ocultado su identidad durante tres años, incluso a su familia, es que con todas las personas que sabían lo que estaba pasando, no duraría viva ni una semana. Debía irse por el bien de todos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)