martes, 29 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 14





Escuchó como los Alfonso se iban a la cama y apagó la luz para que pensaran que ella había hecho lo mismo. Se quedó mirando la pared con la luz que se filtraba por la ventana durante tres horas, hasta que lentamente se levantó sin hacer ruido. Casi a oscuras, se puso unos vaqueros y una camiseta blanca. Cogió la gorra cubriéndose el cabello y como no podía llevarse la maleta, metió en el bolso más grande que tenía, una muda limpia. Las deportivas que llevaba no hacían ruido sobre el suelo de madera, pero tenía miedo que la puerta chirriara, así que cogió aceite de cocina y lo echó sobre las bisagras con cuidado. Lucas la miraba desde su sitio, pero no se movió. Con el corazón palpitando fuertemente, miró el salón sintiéndose como si abandonara su hogar y reprimió sus ganas de llorar. Abrió la puerta lentamente y cuando salió al porche, se mordió el labio inferior cerrándola suavemente. Suspiró de alivio por no haber hecho ruido. Bajó los escalones y gimió al oír un ligero crujido. Caminó casi de puntillas por el camino. Tardaría por lo menos media hora en llegar a la carretera principal y dos horas en llegar a la ciudad. Desde allí cogería un autobús a cualquier sitio. El primero que saliera.


Había caminado unos metros, cuando escuchó un crujido tras ella. Sobresaltada se volvió para no ver nada. Suspiró de alivio y aceleró el paso, cuando algo se interpuso en su camino. Abrió los ojos como platos al ver un enorme lobo mostrando los colmillos. Dio un paso atrás y él fue hacia ella lentamente, como si quisiera intimidarla. Entonces escuchó los ladridos de Lucas desde el interior de la casa, que debía estar a cien metros. Cerró los ojos porque no le daría tiempo a llegar. Un sonido tras ella indicaba que la estaban rodeando, pero ella siguió frente al primero. No pensaba darle la espalda. Dio otro paso hacia atrás y este gruñó mostrando los colmillos. Paula empezó a temblar incontrolable, cuando escuchó un silbido que pasaba a su lado, justo en el momento que el lobo saltaba hacia atrás cayendo muerto con la cabeza abierta. Reaccionando, se volvió con intención de volver hacia la casa, para encontrarse dos lobos más pequeños ante ella. Uno cayó en el momento en que dio un paso hacia ella con intención de morderla y el otro gruñó antes de recibir un tiro en el lomo que lo tumbó. Temblando rodeó los lobos que sangraban abundantemente y empezó a caminar hacia la casa, acelerando el ritmo hasta echar a correr, subiendo los escalones de un salto y abriendo la puerta casi sin respiración. Pedro, estaba con lo que parecía un rifle como los de las películas, apoyado en el alféizar de la ventana sin dejar de mirar al exterior con la culata apoyada en el hombro 


—¿Te ha gustado el paseo, nena? — dijo antes de disparar otra vez. Un gemido en el exterior indicaba que se había cargado a otro. Tiró de una palanca antes de decir sin despegar la vista de la mira telescópica— Creo que es mejor que te acuestes. Mañana tienes que pintar las ventanas de rojo.


Veinte minutos después se abría la puerta de su habitación y Pedro se tumbaba a su lado suspirando. Después de unos minutos le susurró —Te oí hasta levantarte de la cama.
Te lo digo para que no pierdas el tiempo de nuevo. Lo único que has logrado ha sido, perder horas de sueño, arriesgar la vida y cabrearme. Ahora duérmete antes de que te diga algo de lo que me arrepienta mañana.


Paula se volvió y le miró el perfil —Gracias. — dijo reteniendo las lágrimas todavía con el miedo en el cuerpo.


Él volvió la cabeza hacia ella— ¿Sabes lo que te podía haber pasado?


—Sí.


—No vuelvas a hacer algo así. Has sido una inconsciente, sabiendo que los lobos estaban rondando.


—Los lobos llevan rondando tres años.


Se miraron en silencio y Paula se acercó a él apoyando la cabeza en su pecho desnudo —Duerme, nena. Si los lobos se acercan, yo estaré aquí.


Increíblemente esa vez le creyó y se quedó dormida, sintiéndose segura por primera vez en tres años



*****


Cuando terminó de pintar el exterior de la casa, quedó preciosa y hasta Pedro tuvo que admitir que las ventanas rojas eran un acierto. Entonces Paula entró en la casa y entrecerró los ojos mirando el papel pintado del salón. El abuelo gimió al ver su expresión y ella sonrió radiante antes de gritar— ¿Pedro?


Él estaba fuera tomando una cerveza con su padre —Dime, nena.


—¿Cuándo vais de compras?


El sonido de la puerta hizo que se volviera. Pedro y su padre la miraban con los ojos entrecerrados —Ayer fuimos a comprar lo de la semana, ¿recuerdas?


—Ya, pero se me han olvidado algunas cosillas.


—¡Hay comida para un regimiento!


—No hablo de comida. — haciéndose la tonta empezó a hacer la cena.


—¿Entonces qué necesitas? — preguntó siguiéndola con su padre y su abuelo detrás.


—Pues…— empezó a cortar unos tomates —Había pensado…


—Madre mía. —dijo el abuelo levantando los brazos al cielo.


—¿Qué? — Pedro la miraba sin poder creérselo.


—Pues… ¿os gusta ese papel pintado? — dijo señalando con el cuchillo el papel que había en la pared de en frente.


Los tres se volvieron dándole la espalda y los tres se dieron la vuelta lentamente— Muchacha, ¿qué vas a hacer de cenar? — preguntó Armando cambiando de tema, mirando de reojo a Pedro, que la observaba sin poder creérselo.


—Ni hablar, ¿me oyes? ¿Obras en la casa? — gritó enfadado.


—No son obras.


—¿Quitar el papel y después qué? ¿Un ala nueva en la casa?


Pues no era mala idea. Al menos así tendrían intimidad. El abuelo se echó a reír al ver su cara y Pedro puso los ojos en blanco— No seáis exagerados. ¡Hasta vosotros reconocéis que necesitáis otro baño!


—¡Porque tú vives aquí! —dijo Pedro —Hasta ahora no había problemas con el baño.


Paula se sonrojó y el abuelo miró a su nieto como si hubiera metido la pata.


— Mamá decía que se necesitaba otro baño y nunca le hicimos caso. — dijo Armando dándole la razón a Paula. Ella mirando los tomates, se recriminó por haber abierto la boca.


Aquella no era su casa, pero como por orden del juez no podía salir de allí en tres meses, necesitaba entretenerse a parte de planchar y cocinar.


Pedro se acercó y le quitó el cuchillo hábilmente. Paula le miró sorprendida y Pedro la cogió por la muñeca tirando de ella hacia su habitación— Tengo que hacer la cena.


—Vamos a hablar.


—Vale, lo he entendido— dijo entrando en la habitación algo avergonzada —No cambiaré nada más.


Pedro la sentó en la cama y se acuclilló ante ella. Paula no quería mirarle a la cara, pero no le quedó más remedio que hacerlo— Sé que te aburres aquí.


—No tenéis ni Internet. — dijo indignada haciéndolo sonreír —Mi ordenador aquí es inútil.


—Pero tienes que darte cuenta que la casa está bien como está. —le miró como si estuviera loco — ¡Está bien como está, porque lo digo yo!


—Vale. — se cruzó de brazos mirándolo fastidiada— ¿Algo más o puedo hacer la cena?


—Ahora no me pongas esa cara, porque no tienes derecho a criticar mi casa. ¡Mucho menos a cambiarla!


—Todo lo que he hecho ha sido para mejor. — levantó la barbilla — ¡He aumentado su valor! ¡Y ese papel pintado estaría bien en los setenta, pero estamos en el dos mil dieciseis!


Pedro gruñó incorporándose— ¿Y luego qué será? — señaló la pared de su habitación con otro papel pintado de flores azules— ¿Tampoco te gustará ese? ¿Y el de mi habitación? ¿Y la del abuelo?


—¡Horribles! Me dan ganas de llorar.


—No puedo contigo.


—¡Serás exagerado! ¡Sólo es papel!


—¡Si sólo es papel, déjalo así!


—Tampoco querías pintar la casa y ha quedado preciosa. Por cierto, ¿qué tal unas macetas con flores en la barandilla?  Pedro chasqueó la lengua y fue hasta la puerta saliendo a toda prisa— ¿Eso es que no? ¿Y una caseta para Lucas? ¡Hay algunas preciosas! ¡Parecen pequeñas casitas! ¡Incluso puedes pintarlas de mismo color de tu casa para que hagan juego!





1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyyy, cómo me divierte esta historia x favor jajajajaja. Me encanta el abuelo jajajajaja

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