miércoles, 30 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 16




Cuando abrió los ojos recordó de golpe que la habían atacado y gritó sentándose sobre la cama—¡La pistola!


—Ni hablar. No vas a volver a tocar un arma en la vida.


Volvió la mirada y Armando la observaba divertido sentado en una silla. Confusa miró a su alrededor para darse cuenta que estaba sentada en la cama del abuelo. — ¿Pedro?


—En el hospital. — Armando reprimió la risa y Paula le miró indignada.


—¡No fue culpa mía!


—No, claro que no. Fue una casualidad que pasara por encima justo cuando disparaste.


—¡Eso!


—Y que le vomitaras encima también.


—¡Se me revolvió el estómago al ver tanta sangre! — exclamó indignada.


—Eso digo yo.


Paula se mordió el labio inferior— Se pondrá bien, ¿verdad?


—En cuanto se le pase el cabreo. — Armando estaba a punto de romper a carcajadas— En sus años de seal nunca recibió un disparo y le has disparado tú. Está que trina.


Gimió pasándose una mano por la frente. El abuelo apareció en la puerta comiendo un profiterol y ella le miró— ¿Están buenos?


—Niña, tienes unas manos…


—Díselo a Pedro. — Armando no pudo evitarlo y se echó a reír.


Indignada se levantó de la cama


— ¡No tiene gracia!


—Sí que la tiene. Eres un peligro con un arma en la mano.


—Al menos no se ha disparado ella. — dijo el abuelo.


—¿Qué es lo que ha pasado?


—Bill encontró colillas cerca de la casa y siguió el rastro. — respondió Armando perdiendo la sonrisa — Nos avisó antes de la cena.


—Sabíais que iban a actuar. — dijo cortándosele el aliento.


—Por los asesinatos sabíamos que actuaban de noche, así que pensamos que era mejor que creyeran que salíamos de la casa y emboscarlos. Nunca estuviste en peligro porque estábamos aquí.


—¡Pero entraron en la casa! ¡Ese plan hacía aguas por todos lados! ¡No me extraña que le haya pegado un tiro a Pedro! Si me hubierais avisado…


Armando levantó una ceja y miró al abuelo — Te habrías puesto de los nervios y te habrías preocupado por nosotros.


Paula entrecerró los ojos porque tenía razón — ¿Cuántos eran?


—Cinco


Se quedó de piedra y les miró atónita— Supongo que sabían que estabas aquí y que estabas protegida. — dijo Armando mientras el abuelo se chupaba los dedos. Lucas entró en la habitación y gimió mirándola como si estuviera preocupado por ella. Le acarició la cabeza distraída, hasta que se dio cuenta de que ahora que sabían que estaba allí, no se detendrían. Enviarían a más.


— Tengo que irme. — dijo mirándose los pies que estaban desnudos. Necesitaba sus zapatillas de deporte.


—Amando…— el abuelo hizo un gesto con la cabeza señalándola y su hijo suspiró levantándose de la silla.


—No podemos dejar que te vayas a ningún sitio.


—Pero, ¿qué decís? ¿Estáis locos?


Antes de darse cuenta, Armando había sacado unas esposas, dándole un ligero empujón que la sentó en la cama y atónita vio como le esposaba la muñeca izquierda a uno de los barrotes del cabecero de la cama — ¿Qué haces?


—Esos tipos terminarán por encontrarte y no nos tendrás a nosotros para protegerte.


—Así que te quedas aquí. — el abuelo sonrió antes de salir de la habitación. Con la boca abierta vio como Armando se disponía a irse.


—¡Soltarme de una vez! ¿Estáis mal de la cabeza? Vendrán más y…


—No grites. Vamos a dormir. — dijo Armando antes de cerrar la puerta— ¡Hasta mañana, chiquilla! ¡Que descanses!


¿Qué descansara? ¿Cómo iba a descansar cuando en unos días aparecerían otros tipos para intentar cargársela? ¡El día que fue a aquella peluquería, más le valía no haberse levantado de la cama!


Frustrada apoyó la espalda sobre las almohadas, pero al intentar cruzar los brazos tiró de las esposas frunciendo el ceño— Maldita sea. — siseó mirando la muñeca. Entonces pensó en que podía abrirlas. Lo había visto en las películas mil veces. No debía ser tan difícil. Tenía que encontrar algo que meter en la cerradura y se llevó la mano libre a sus rizos rojos. Sonrió porque esa tarde se había puesto dos horquillas para preparar la cena. Se quitó una y miró el cierre. ¿Tenía que doblar la horquilla? ¿O eso era para las cerraduras de las puertas? —Me cago en la …


Metió un extremo de la horquilla en el circulito de la cerradura. No supo cuánto tiempo estuvo dándole vueltas y frustrada se puso de rodillas sobre el colchón para tener mejor ángulo. Aquellas esposas la estaban poniendo de los nervios. Sobre todo, porque cada vez que las movía tintineaban en el barrote de la cama y no soportaba ese sonido. Era irritante. Entonces pensó que con la horquilla no conseguiría nada y se dio por vencida. Bueno, se dio por vencida con la horquilla, porque ni corta ni perezosa se levantó de pie sobre el colchón y elevó el cabecero que pesaba una tonelada. Sudando y sin saber cómo lo había hecho, lo colocó sobre el colchón. No podía llevarse eso colgando, sobre todo porque no llegaría muy lejos. Revisó el cabecero y sonrió cuando vio que en la parte de abajo un tornillo sujetaba la barra, que retenía el barrote en la estructura. Aquello estaba chupado. Si tuviera un destornillador. Entrecerró los ojos porque recordó que había uno bajo el fregadero. El problema era llegar hasta allí sin hacer ruido.


Estaba de pie al lado de la cama, tirando de él cuando se abrió la puerta y Pedro apareció mirándola como si estuviera mal de la cabeza— Cariño, ¿cómo tienes el pie? —dijo sonriendo al ver que parecía estar bien. La que no parecía estar bien era ella que estaba sudorosa, despeinada y algo pálida por todo lo que había pasado.


—Nena, ¿qué haces?


Ella miró hacia el cabecero que aún estaba sobre el colchón— Oh, nada. Limpieza.


Pedro se mordió el labio inferior asintiendo— ¿A las cinco de la mañana?


—Me he levantado temprano.


—Ya, por el desmayo seguramente.


—Sí, eso me ha espabilado. Me he despertado con un montón de energía.


Pedro dio un par de pasos hacia ella y salvo una ligera cojera, no se le notaba nada que le había pegado un tiro— ¿Y esas esposas?


—Pues estaba jugando. — dijo ella intentando sonreír tirando—Y ya ves, me he quedado atrapada.


—Claro. — parecía que Pedro intentaba no reír — ¿No tenían una llave?


—Sí. — miró a su alrededor intentando buscar una excusa— No sé dónde estarán. ¿Me ayudas a buscarlas?


—Por supuesto. Iré a ver en el cuarto de papá, porque esas esposas son las de mi padre de cuando era el sheriff de la zona.


Paula le miró con los ojos muy abiertos pensando que la había pillado— ¡No! ¿Cómo van a ser las de tu padre…


—Será porque ponen oficina del sheriff en ellas. —Pedro sonrió sin poder evitarlo.


Miró las esposas y era cierto. Miró al cielo antes de volverse con una sonrisa— ¡Es cierto! Pero pueden ser del sheriff. Seguro que ha estado aquí esta noche para lo de esos tipos, ¿verdad?


—Era uno de los que disparó esta noche, sí. —se acercó a ella y sin ningún esfuerzo colocó el cabecero en su sitio—¿Quieres que le llame para ver si ha perdido sus esposas?


Paula se puso como un tomate—No, esperaré las llaves de tu padre.


—Vale. — se sentó en la cama y haciendo una mueca se quitó la bota — ¿Así que quieres escaparte otra vez?


—¿Cómo lo sabes? — preguntó mirando la venda que tenía alrededor del pie— Cariño, ¿no te duele ponerte la bota? ¿Por qué te la has puesto?


—Porque no pienso ponerme ese zapato de payaso que daban en el hospital. —se quitó la otra bota y se tumbó en la cama suspirando —Ven cielo, quiero dormir un rato.


Paula se acostó a su lado y recostó la cabeza sobre su pecho con la mano esposada levantada — ¿Te duele?


—Pues algo.


—Lo siento.


Estaba incómoda y Pedro se dio cuenta tumbándola sobre él boca abajo. Sonrió con la mejilla sobre su pecho —Te voy a aplastar.


—No pesas lo suficiente. — susurró acariciando su espalda —¿Has pasado miedo?


Levantó la cara para mirarle a los ojos— Fue raro. Al principio sí, después se me quitó y cuando todo pasó...


Pedro sonrió— Ya vi lo que ocurrió cuando todo pasó. Tuve que cambiarme antes de ir al hospital.


Gimió dejando caer la cabeza— Soy un desastre.


—Lo estás llevando muy bien.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas sin poder evitarlo— Volverán y nos matarán a todos. Déjame irme.


—¿Recuerdas que estás bajo arresto domiciliario? —preguntó divertido.


—Va…


—Le diré al sheriff que no te lo tomas en serio.


—¿Con todo lo que está pasando? —le miró sorprendida— ¿Por qué me iba a importar?


—El juez Bronson tiene muy malas pulgas. Terminarías en prisión.


Paula suspiró tumbándose sobre él— Sería lo que me faltaba. Y Lorena tan ricamente.


—No hablemos de Lorena. Nena, duérmete. Mañana tienes mucho que hacer.


—Sí. — suspiró sobre su camisa— La casa debe estar hecha un desastre





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