miércoles, 30 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 15
Como Pedro no le hacía caso, pidió lo que quería a Armando, que le había dicho que se lo iría a buscar. Cuando dos días después Pedro llegó a casa y la vio con la plancha en la mano levantando el papel, simplemente dijo— Me voy a duchar.
—¡La cena estará en diez minutos! — exclamó continuando su trabajo.
El teléfono sonó y el abuelo fue a contestar con una empanadilla de las que había hecho para la cena en la mano— ¿Rancho Alfonso? —sonrió asintiendo— Ajá.— divertida siguió pasando la plancha por la pared para levantar el papel con el vapor —Ajá. De acuerdo. —colgó el teléfono y se sentó en el sofá mirándola —Niña ¿puedes traerme las pastillas de la habitación?
—Claro. —desconectó la plancha y se fue hacia el pasillo, viendo pasar a Pedro desnudo hacia su habitación. De la que pasaba le dio una palmada en el trasero—Serás descarado.
—Y a ti te encanta, preciosa. — la cogió por la cintura impidiéndole continuar y se besuquearon mientras se reían.
—¡La cena! —gritó el abuelo— ¡Y mis pastillas, niña!
Se separaron a regañadientes y a Paula la sonrisa no se le borró en toda la noche. Para la cena de esa noche ella había hecho algo especial, que había escondido en su habitación para que no lo vieran. Era una torre de profiteroles con caramelo y cuando entró con ella los hombres no parecían impresionados.
— ¿Abuelo? — preguntó confusa mirándolo a los ojos — Pensaba que te encantaría probarlo.
—Es que tenemos que irnos, niña. — dijo levantándose de la mesa a toda prisa.
Pedro la miró a los ojos muy serio— Nena, quédate aquí y no salgas. Hay otra manada de lobos y tenemos que deshacernos de ella.
—¿Otra vez? — preguntó fastidiada dejando la bandeja sobre la mesa.
—Sí, han matado a unas piezas y debemos remediarlo antes de que se acerquen a algo nuestro. — Armando se levantó muy serio y fue a por la escopeta. El abuelo hizo lo mismo y Pedro cogió lo que ella pensaba que era una ametralladora que siempre escondía bajo el sofá. Se acercó a ella cogiéndola de la cintura— Está oscureciendo. Cierra por dentro. Lucas se queda contigo. —Paula miró al perro que levantó la cabeza del suelo moviendo la cola. Después del resultado de su encuentro con los lobos la última vez, dudaba que le sirviera de ayuda — Cierra las ventanas y las puertas ¿Me oyes?
—Sí.
Armando se acercó a ella y le entregó un revolver —Ya está cargado.
Hizo una mueca, cogiendo la culata del revolver con el índice y el pulgar. Armando puso los ojos en blanco— ¡Niña, sujétalo bien!
—Es que no me he acostumbrado todavía. — dijo cogiéndolo bien y metiendo el dedo en el gatillo. Armando y Pedro se apartaron de golpe cuando los apuntó sin darse cuenta y el abuelo gimió al verla con el arma en la mano — ¡Se va a pegar un tiro!
—¡Abuelo! — protestó indignada moviendo el arma de un lado a otro— ¡Ya me has visto disparar y lo hago de miedo!
—Exacto, de miedo. — dijo el hombre saliendo por la puerta —No dio ni una.
—¡Es que los blancos estaban muy lejos! — gritó para que la oyera — ¡Y el sol me molestaba!
Pedro la cogió por la muñeca —Nena, ten cuidado con el arma y si estás en problemas, grita. Alguno de mis hombres estará cerca para vigilar los caballos.
—Vale. —sonrió para que no se preocupara por ella.Paula tenía claro que no pensaba abrir ninguna puerta, ni pensaba salir después de su última experiencia, así que sonrió ampliamente— No te preocupes.
—No sabemos cuánto tardaremos. Acuéstate.
—¡No! Os esperaré despierta.
Pedro sonrió y le dio un beso. Les siguió hasta la puerta y vio al abuelo mirando a su alrededor con la escopeta sobre el hombro —Dejaré el postre sobre la mesa para cuando volváis.
—Gracias, niña. — dijo el abuelo guiñándole un ojo antes de bajar los escalones.
Les vio ir hacia el establo. Seguramente para ir a caballo, ya que tenían que rastrear la zona. La sorprendió ver a dos hombres a caballo ante el establo, porque no les había oído llegar. Uno de ellos era Bill, el indio que había ido hasta la casa cuando habían atacado a Lucas. Cerró la puerta con llave y miró a Lucas sonriendo— Nosotros nos quedamos aquí ¿eh, cielo? — Lucas se levantó y acarició su pierna con el cuello— Ya hemos tenido bastante de lobos. ¿Te apetece ver algo en la tele?
Se sentaron en el sofá después de recoger la cocina y comprobar que todo estuviera cerrado. Lucas se sentó a su lado colocando la cabeza sobre sus muslos, mientras ella cambiaba de canal acariciando su cabeza — No sé…Mira, hay ese concurso de baile. ¿Vemos esto?
Se estaba riendo a carcajadas del ridículo que estaba haciendo una de las celebrities del momento, cuando Lucas movió la cabeza levantando las orejas —Sí, lo está haciendo fatal. — dijo divertida. El perro gruñó y Paula perdió la sonrisa poniéndose en guardia— ¿Qué pasa, cielo?
Lucas se puso de pie sobre el sofá mirando la puerta principal y lentamente pasó sobre ella para saltar de él. Paula cogió la pistola que tenía ante ella al verle caminar lentamente y no lanzarse hacia la puerta como cuando llegaba Armando. Se levantó del sofá al escuchar que su gruñido se hacía más fuerte y que se acercaba a la puerta.
Cuando volvió la cabeza hacia atrás mirando el pasillo, Paula se dio cuenta que estaban rodeando la casa.
— Mierda. — dijo nerviosa pensando en qué hacer.
Entonces escuchó que rompían un cristal y palideció cuando Lucas su puso a ladrar como loco acercándose a ella.
¡Estaban entrando en la casa!
Sin hacer ruido fue hasta el armario de los abrigos y entró dentro — ¡Lucas! — susurró mirando al perro que gruñía y ladraba como loco — ¡Ven aquí!
Entonces escuchó un disparo y Lucas corrió hacia ella, entrando en el armario. Ese perro no era tonto. Cerró la puerta sin hacer ruido y frunció el ceño al escuchar lo que parecían pasos de botas. Se dio cuenta que había llegado la hora. Eran sus lobos los que habían entrado en la casa, aprovechando que los chicos no estaban. Para su sorpresa no sintió miedo. Era como si después de esperar tanto tiempo, fuera un alivio que llegara ese momento. Caminó hacia atrás y movió lentamente los abrigos para descubrir la puerta del sótano. Lucas estaba en silencio como si supiera que debía estar callado y Paula hizo una mueca cuando la puerta del sótano chirrió. Entonces entró a toda prisa. Estaba oscuro, pero como conocía la escalera, cerró la puerta en cuanto Lucas pasó. Escuchó un disparo justo cuando cerraba la puerta y varios más después cuando bajaba las escaleras. Tropezó con Lucas cayendo al suelo de rodillas y se le disparó el arma. Entonces levantó la cabeza, porque se oyeron una cantidad enorme de disparos y varias personas corriendo. Abrazó a Lucas por el cuello y susurró—Está claro que no estamos solos.
Cuando cayeron varios muebles entrecerró los ojos y después sonrió. Pero después perdió la sonrisa, pensando en si se quedaría el tiempo suficiente para cambiarlos. Y después pensó que no quería irse. Algo pesado cayó al suelo sobresaltándola. Asustada por si era uno de sus chicos el que estaba herido, levantó el arma al techo. Alguien golpeó la puerta del sótano con fuerza y sobresaltándose otra vez se le disparó el arma. Escuchó un gemido en el piso de arriba y sonrió — ¡Le he dado, Lucas!
— ¡Nena! — gritó Pedro desde arriba— ¡No dispares!
¿Cómo sabía que ella había disparado con aquel jaleo?
— ¡Despejado! —gritó Armando.
—¡Despejado! — gritó alguien que no reconoció.
—¿Paula?
—¡Estoy bien! — se levantó lentamente mirando hacia arriba— ¿Puedo salir?
—Sí, nena. Puedes salir. — la voz de Pedro parecía enfadada y no le extrañaba si le habían destrozado la casa.
Fue hasta la escalera y subió los escalones a gatas porque no se veía nada. Cuando abrió la puerta, Lucas salió a toda prisa. Paula atravesó el armario con la boca abierta al ver
la cantidad de agujeros que había en la puerta. Al ver el salón jadeó por el destrozo y se acercó a toda prisa a Pedro, que sentado en el sofá con la metralleta sobre las piernas la miraba como si quisiera matarla— Cielo, ¿estás bien? — preguntó él suavemente.
Sonrió radiante — ¡Sí! Me he escondido abajo.
—Ya me he dado cuenta. ¿Y sabes cuándo me he enterado de que no estabas aquí?
—¿Cuándo?
Pedro levantó el pie izquierdo que tenía justo en el centro de la suela lo que parecía un agujero con algo oscuro y viscoso — ¡Cuando me has pegado un puto tiro en el pie!
—Ay, Dios mío. — dijo acercándose a toda prisa con el arma todavía en la mano. En cuanto llegó a su lado Pedro se la arrebató de la mano— ¡Cielo, lo siento! ¿Estás bien?
—¡Nena, me has pegado un tiro!
Paula entrecerró los ojos— ¿Cómo sabes que fui yo? Aquí se han pegado muchos tiros.
—¡Porque vino de abajo! —le gritó a la cara.
Armando pasó ante ellos arrastrado por los pies a un tipo que tenía un tiro en la frente. Paula palideció al ver el reguero de sangre que iba dejando. —Ay madre— tropezó necesitando sentarse y Pedro gritó de dolor levantando el pie del suelo. Paula se dejó caer en el sofá— No exageres. Es una herida de nada. — dijo ella pensando que iba a vomitar.
—¡Me has traspasado! — dijo furioso — ¡Tendré suerte sino me quedo cojo!
Paula al ver que el abuelo sacaba a otro tipo tirando de él por los pies, que sangraba muchísimo por el vientre, miró a Pedro pálida como la nieve— ¿Nena? — no lo pudo evitar. Le vomitó sobre los muslos todo lo que tenía en el estómago. Cuando levantó la cabeza un hilillo de saliva le caía por la comisura de la boca y Pedro la miraba preocupado — ¿Mejor?
Paula asintió justo antes de poner los ojos en blanco y desmayarse hacia atrás cayendo desparramada sobre el sofá y después escurriéndose al suelo, antes de que Pedro se diera cuenta.
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