sábado, 26 de marzo de 2016
REFUGIO: CAPITULO 3
No había un autobús directo hacia Houston Texas, así que tuvo que coger hasta siete autobuses y tardó tres malditos días en llegar, después de aguantar la cháchara de varios compañeros de viaje. Daba igual que ella prácticamente no contestara. Hablaban solos.
Agotada y sudorosa, llegó cuando estaba amaneciendo y en la estación se tomó un café. Iba a marcar el número con el móvil, cuando decidió deshacerse de él. Lo desconectó y le quitó la tarjeta, destrozándola antes de romper el móvil y tirar la batería aparte. Un hombre que estaba a su lado, la miró como si estuviera chiflada y Paula disimuló sonrojándose— Me ha dejado el novio.
—Pues debe ser gilipollas. — dijo mirándola con admiración.
Apretó los labios y se levantó tirando de su maleta hasta los teléfonos de monedas. Juró por lo bajo cuando probó dos que no funcionaban y otro tenía el cordón roto.
—Ahora casi no se usan. —dijo una limpiadora que pasaba ante ella con una mopa gigante.
—Estupendo. — dijo pasándose la mano por los ojos de frustración. Cuando levantó la vista, vio un móvil ante ella y miró a la mujer que le sonreía— Venga, llama.
—Muchas gracias. — dijo emocionada. Marcó el número rápidamente y tardaron varios tonos en responder.
—Alfonso.
—Me han dicho que le llame cuando llegue.
—¿Has llegado?
—Estoy aquí.
—Tardaré un par de horas en llegar. ¿Cómo eres? —preguntó el hombre con una voz profunda que le dio algo de miedo.
—Tengo una maleta azul y soy pelirroja.
—Dos horas. —dijo antes de colgar.
Sonrió a la mujer— Vengo a trabajar y no me conoce.
—Oh, entonces me alegro todavía más de haberte dejado el móvil. Suerte chica. — dijo empujando la mopa por el suelo.
—Gracias. — sonrió más relajada y miró a su alrededor sin saber qué hacer. Entonces vio un cajero y fue hasta allí a toda prisa. Sacó todo el dinero de su cuenta, que no era mucho. Sólo tenía setecientos dólares y con lo que guardaba en el bolsillo, tenía setecientos cincuenta y dos con setenta centavos. Esperaba que a donde la llevaran, pudiera encontrar trabajo pronto. Con el dinero en el bolsillo de su pantalón vaquero, se sentó en un banco a esperar. Tenía hambre, pero no quería que si llegaba ese hombre, no la viera por allí.
Tenía unas ganas de dormir horribles y se quitó la gorra mostrando sus rizos sudorosos. Un hombre la miró desde el banco de al lado y se volvió a colocar la gorra disimuladamente. Al ver que se levantaba, se tensó y le cuando se detuvo ante ella le preguntó— Así que eres de Nueva York, ¿eh?
—No. — dijo sonrojándose por la mentira— Soy de Seattle.
El hombre miró la gorra y arqueó una ceja, antes de alejarse tirando de su maleta. Suspiró de alivio cuando se alejó y se relajó apoyando la espalda en el respaldo del asiento.
Después de esperar mucho rato, se le empezaron a cerrar los ojos cuando vio unos vaqueros ante ella. Levantó la vista lentamente tensándose y vio una camiseta blanca. Tragó saliva porque le quedaba algo apretada y le marcaba su vientre plano. Siguió subiendo la vista y sus ojos verdes se abrieron como platos al ver a un tío con un sombrero de vaquero, mirándola con el ceño fruncido. Se parecía al del anuncio de desodorante masculino que la volvía loca y pensó cómo estaría sin camiseta, metido en el agua del mar, con ese pelo moreno algo mojado resaltando sus ojos azules.
—Vamos.
Atónita le vio ir hacia la puerta —Perdona. — dijo levantándose de un salto y siguiéndole tirando de su maleta.
Él se volvió chasqueando la lengua, se agachó a coger su maleta y como si no pesara nada, continuó su camino — No, no era eso. —desconfiada se detuvo y él al ver que no lo seguía, hizo lo mismo.
—Vamos. Tengo mucho que hacer.
—¿Cómo sé que eres tú?
Él suspiró mirándola de arriba abajo— Tu primo se llama Gerardo.
—Vale. — dijo sonriendo yendo hacia la puerta y adelantándole. Él levantó una ceja antes de seguirla.
Cuando llegaron al exterior Paula se detuvo porque no sabía dónde ir. El hombre la adelantó sin mirarla y fue hasta una camioneta roja. Le tiró la maleta en la parte posterior de mala manera y rodeó la camioneta, subiéndose detrás del asiento del conductor.
— ¿Subes o no?
—Sí, claro— tiró de la manilla y se subió a su lado.
Él movió el volante para salir al tráfico, cuando frenó en seco, casi empotrándola en el salpicadero. A toda prisa se puso el cinturón y él levantó una ceja antes de salir quemando rueda. Al ver como adelantaba, no tuvo claro si había ido hasta Texas a morir— Perdona, ¿puedes ir más despacio?
—¿Cómo te llamas?
—Paula.
—Bien, Paula… estas son las reglas. En el rancho mando yo.
—¿Rancho? — preguntó con los ojos como platos.
—No saldrás de allí sin mí. —la miró de reojo— ¿Me has entendido?
—Sí. — susurró nerviosa apretando las manos.
—Mientras estés allí, ayudarás en lo que puedas. No es una pensión.
—Lo entiendo. Trabajaré.
—Nada de crear problemas, ¿me oyes?
—Sí.
—Harás lo que yo te mande y nada de lloriquear a Armando, ¿me oyes?
No hacía más que preguntar me oyes como si estuviera sorda y molesta preguntó—¿Quién es Armando?
La miró con desconfianza— Ya le conocerás en cuanto lleguemos.
—Vale. — aquel tipo tomó un desvió y susurró después de varios minutos —Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Pedro.
—¿Pedro Alfonso? — preguntó algo extrañada.
—Sí, ¿por?
—Nada. —dijo algo sonrojada— Sólo que suena a jugador de baloncesto o algo así.
Él la miró como si fuera estúpida y se puso como un tomate.
Decidió mantener la boca cerrada porque no parecía muy hablador. Le miró de reojo— ¿Sabes por qué estoy aquí?
—Sé lo suficiente. Ahora olvídate del tema.
—¿Me sigo llamando con mi nombre antiguo o con el nuevo?
—Usa el que tienes en el permiso de conducir.
—Vale, entonces me llamo…
—Yo te llamaré por tu nombre. Al menos en la finca, de la que no saldrás hasta que se solucione el asunto.
Paula abrió los ojos como platos — ¡Llevo casi dos años en protección de testigos! ¡Pueden pasar siglos!
—No lo creas. —dijo él entre dientes ante de adelantar un camión.
Al ver lo cerca que pasaban del tráiler, apretó el asiento con los dedos, pensando que seguramente no llegarían a su destino— ¿Tienes prisa?
—Me has llamado en el peor momento. —dijo entre dientes —Te esperaba mañana.
—Lo siento. — se quedó callada varios segundos y lo miró de reojo— ¿Ha pasado algo?
—Uno de mis toros tiene un cólico.
Lo miró asombrada —¿Y eso es tan importante como para arriesgar la vida en la carretera? Pensé que tenías la casa ardiendo o algo así.
—Cuando gastes setecientos mil en un toro, me cuentas si es importante o no.
—¿Setecientos mil? — estaba atónita — Hablas de dólares ¿no?
—Dólares americanos. — dijo acelerando.
Se le pusieron los pelos de punta cuando adelantaron a una caravana, que les pitó sobresaltándola. Paula del susto llevo una mano al salpicadero. Él la miró de reojo— ¿Tienes miedo?
—¡Me voy a mear encima! —gritó histérica— ¡Reduce o detente para que pueda bajarme!
—Serás exagerada.
Con alivio vio que reducía ligeramente. Ella sólo esperaba que llegaran cuanto antes, porque entre el cansancio y que Pedro la estaba poniendo de los nervios, estaba al borde de ponerse a gritar como loca. Ya tenía bastante con que intentaran matarla unos mafiosos, como para aguantar aquello. Recordar porque estaba allí, le hizo mirarle de reojo y preguntarse si sabía realmente dónde se había metido. No le parecía justo que se involucrara sin tenerlo todo claro.
—Pedro…
Él frunció el ceño tensándose y la miró de reojo como si desconfiara de ella — ¿Qué?
—¿Seguro que sabes dónde te estás metiendo? Son muy peligrosos.
—Gerardo me ha informado de todo.
—¿Y por qué me ayudas? Te estás arriesgando mucho.
Él apretó los labios antes de mirarla brevemente apretando el volante— A tu primo le debo mucho. Se está cobrando el favor.
Eso indicaba que él no había querido ayudarla y su primo le había obligado. Se cruzó de brazos mirando la carretera, pensando que era lógico. Nadie en su sano juicio se metería en eso, a no ser que le obligaran. No quería obligar a nadie a que arriesgara la vida por ella, si no estaba dispuesto a ayudarla— Detén la camioneta.
—¿Qué?
—Detente.
—¡No voy a parar! Si tienes que ir al baño, haber ido antes. ¡Has tenido dos horas para mear!
—¡No quiero ir al baño!
La miró como si estuviera mal de la cabeza— ¿Entonces qué pasa?
—¡Para el coche!
Pedro se detuvo en la cuneta y la miró muy cabreado— ¿Qué parte de tengo prisa, no has entendido?
Paula bajó de la furgoneta y fue hasta la parte de atrás para coger la maleta, pero pesaba mucho para sacarla desde abajo. Así que se subió a la rueda, para entrar en la parte de atrás. Pedro bajó de la camioneta, llevándoselo los demonios del cabreo que tenía por el portazo que pego— ¿Qué coño estás haciendo?
Paula tiró la maleta fuera de la camioneta, dejándola caer a la cuneta y Pedro la volvió a subir — ¡No hagas eso!
La volvió a coger para tirarla y Pedro empujando de la maleta se lo impidió— Paula, baja de ahí y sube a la cabina. — dijo mirándola como si quisiera matarla.
Lo miró con sus ojos verdes y no pudo evitar que se reflejaran sus miedos— No quiero que nadie más muera por mi culpa y menos si no quiere ayudarme.
Esas palabras dejaron a Pedro paralizado mirándola y Paula tiró la maleta a la cuneta. Se bajó de la parte de atrás colocando el pie en la rueda, pero antes de bajar Pedro la cogió por la cintura y sujetándola con un brazo alrededor de ella, la llevó hacia la cabina— ¿Qué haces? — gritó sorprendida.
—Cierra la boca. — la metió dentro tirándola sobre el asiento y cerró de un portazo. Iba a salir, cuando escuchó un golpe en la parte de atrás y gimió porque suponía que el ordenador portátil no habría sobrevivido. Rodeó la camioneta por delante, mirándola como si quisiera descuartizarla y se subió detrás del volante, cerrando de un portazo. Esa camioneta no le iba a durar mucho.
—Ahora escúchame bien. ¡No voy a fingir que estoy contento de que estés aquí! —ella iba a decir algo— ¡Pero no porque tenga miedo sino porque tengo mucho trabajo y tú vas a complicar mucho las cosas!
Paula frunció el ceño bajo la visera — ¿En qué sentido?
Pedro la miró de arriba abajo y gruñendo arrancó la camioneta. Se sonrojó por aquella mirada. ¿La consideraba atractiva? ¿Era por eso? Sabía que era algo llamativa con sus rizos rojos y tenía buenos pechos. Además estaba delgada donde debía, así que sí podía considerarse atractiva. Lo que pasaba era que llevaba tres años sin salir con nadie desde que había empezado aquella pesadilla.
Tenía veintiséis años y sólo se había acostado con dos hombres. Le miró de reojo y sonrió porque entendió lo que estaba pasando. Seguro que pensaba que su esposa se pondría celosa, pero no tenía que preocuparse. Siempre se había llevado bien con todo el mundo y seguro que se hacían amigas. Le miró de reojo sonriendo— No tienes que preocuparte. Me llevaré muy bien con tu mujer y soy una niñera de primera. Cuidé a todos los niños del barrio cuando estaba en el instituto.
Pedro volvió a gruñir apretando el volante sin mirarla —¿No quieres hablar de ello? Soy de la opinión que los problemas hay que hablarlos para evitar complicaciones mayores.
—¿Quieres hablar del problema? — dijo entre dientes.
—Claro. —sonrió de oreja a oreja — Vamos, cuéntame cuál es el problema. Intentaré ayudarte en todo lo posible.
Pedro la miró como si quisiera matarla— El problema es que hace tres meses que no me acuesto con una mujer y desde que te he visto, tengo ganas de arrancarte las bragas y echarte un polvo que te haga gritar de placer. — la mandíbula de Paula cayó hacia su pecho, mientras el corazón palpitaba alocadamente — ¿Crees que puedes ayudarme en eso?
—Mummm— roja como un tomate miró a la carretera sin saber qué decir. Sobre todo porque se moría por experimentar lo que él le había dicho.
Pedro la miró divertido—Vamos Paula, hablemos del asunto. ¿Tú qué opinas?
—Mejor lo dejamos.
—Sí, será lo mejor— dijo él entre dientes.
REFUGIO: CAPITULO 2
Una semana después salía de su turno de las comidas, cuando uno de los camareros dejaba el periódico sobre la barra antes de ponerse a trabajar— ¿Ya te vas? —le preguntó mirándola con envida.
—Sí y hasta el lunes estoy libre. ¿Puedo llevarme el periódico?
—Claro, disfruta tú que puedes.
Lo cogió sonriendo y salió muy contenta porque tenía cuatro días de descanso. De la que volvía a casa hizo la compra y compró fresas para hacer helado casero. Cuando llegó se dio una ducha rápida y con un pijama corto fue hasta la encimera para guardar las cosas. Abrió la nevera para guardar las fresas, cuando se le cayó el periódico sobre el suelo. Lo recogió y se quedó sin aliento al ver una noticia en la esquina de la primera página. A toda prisa lo levantó del suelo leyendo. Asesinada otra Paula Chaves en los Ángeles, página tres.
Abrió la página tres a toda prisa y vio una foto de la casa de la chica, rodeada por un cordón policial. Llamaban al asesino Terminator, como en la película, porque asesinaba a mujeres del mismo nombre. Al parecer la mujer fue encontrada en su casa, degollada de la misma manera que la anterior.
También abrió la puerta a su asesino y no había señales de lucha en la casa. Tiró el periódico furiosa y fue hasta el teléfono marcando a toda prisa.
— ¿Diga?
—¿Por qué no me han avisado? — gritó furiosa.
—No tiene nada que ver contigo. — respondió con aburrimiento.
— ¿Están matando a mujeres que se llaman como yo y no tiene que ver conmigo, incompetente de mierda?
—Tú cierra el pico y no te pasará nada. — dijo antes de colgar.
Se pasó una mano por su cabello, mirando alrededor sin saber qué hacer. Tarde o temprano la encontrarían. “Maldito el día en que fue a esa peluquería”, pensó para sí. Miró el teléfono e hizo lo único que podía hacer. Llamar a su primo.
Él había sido quien le había buscado la ayuda la vez anterior y lo volvería a hacer.
Sonaron tres tonos y su primo dijo— Willy.
—Soy yo.
Su primo colgó el teléfono a toda prisa y gimió desesperada dejándose caer en el sofá. No sabía qué iba a hacer ahora.
¿Tenía que ir al banco a sacar el dinero y huir? ¿Pero a dónde iba a ir? Tenía la documentación falsa que le habían dado los de protección de testigos, pero en cuanto se enteraran los que la buscaban, que se llamaba Elisa Winston, estaba perdida.
Sonó el teléfono y lo cogió a toda prisa al ver que era un número desconocido— ¿Diga?
—Menos mal que has llamado.
Casi lloró de alivio al oír la voz de su primo— Mi contacto dice que no me preocupe, pero…
—Escúchame. No tengo mucho tiempo. Seguro que me vigilan. Recoge tus cosas y sube en el primer autobús que vaya a Houston. Cuando llegues allí, llama a este número de teléfono.
—Espera…— corrió hasta un boli y lo cogió, apuntando en un sobre el número de teléfono que le dio — Vale.
—Él te cuidara. Es un antiguo Seal. Confía en él.
—¿No debería quedarme? — preguntó asustada.
—Van a por ti y los de protección de testigos ya no te ayudarán, porque ya le has delatado en el juicio. Ahora sólo sirves de cebo, ¿entiendes?
—Sí. — sintió un escalofrío.
—Sal de ahí. No pierdas tiempo. Te quiero.
Ella se echó a llorar apretando el teléfono contra su oreja— ¿Mamá está bien?
—Todos estamos bien. Suerte.
Colgó el teléfono y Paula saltó del sofá, corriendo hasta su habitación. Hizo la maleta, metiendo la poca ropa que tenía.
Entró en el baño y con el brazo arrastró todas sus cosas por la balda hasta el neceser. Se vistió con unos vaqueros y una camiseta blanca para no llamar la atención y metió sus rizos pelirrojos dentro de una gorra de los yankees. Se puso su bolso en bandolera, cruzándolo sobre el pecho y salió de su piso sin mirar atrás.
REFUGIO: CAPITULO 1
Paula estaba firmando los cheques para pagar las facturas, cuando distraída escuchó una noticia en la televisión. Se tensó al oír el nombre de la víctima y se levantó lentamente de la mesa de la cocina, para mirar el monitor que estaba sobre la encimera.
Al parecer la víctima fue encontrada en su casa degollada.
Paula Chaves estaba sola en su casa y no había signos de haber forzado la cerradura. — dijo el presentador aparentando pena— Según fuentes policiales, seguramente fue atacada por un conocido. —en ese momento apareció en la imagen una mujer en la calle que lloraba —No sé cómo ha podido ocurrir algo así. Era una chica encantadora. — leyó en el letrero de debajo de su nombre que era su jefa en un restaurante — Siempre puntual y no se llevaba mal con nadie. Ni siquiera tenía novio. — Paula sintió que se erizaba la piel.
Nerviosa subió el volumen de la tele, pero el reportero empezó a hablar de un incendio en la zona baja de la ciudad. Cambió de canal a toda prisa, pero no vio ninguna noticia relacionada con el caso, así que corrió hacia el ordenador. Introdujo su nombre, Paula Chaves y salieron un montón de personas que se llamaban así. Jadeó sorprendida porque muchas estaban en las redes sociales. Vio la noticia y pinchó encima.
Al parecer la chica había salido de trabajar como todos los días a las ocho y apareció muerta al día siguiente, cuando una vecina llamó a la puerta viendo que estaba abierta.
“Pobre vecina, menudo susto” pensó buscando más noticias.
Al parecer buscaban entre sus conocidos, pero no tenían ninguna pista. Nerviosa se levantó y marcó el número de su contacto.
— ¿Diga?
—Soy Elisa Winston. — dijo aparentando tranquilidad.
—Elisa, qué sorpresa. ¿Me llamas por la invitación a la fiesta?
Eso indicaba que no podía hablar, así que colgó el teléfono.
Cinco minutos después le sonaba el móvil— ¿Diga?
—¿Qué coño pasa ahora? ¿No te gusta tu nuevo trabajo?
—¡Han matado a una que se llama como yo!
—¿Y qué tiene que ver contigo? ¡Tú eres Elisa Winston, así que deja de dar el coñazo porque nadie sabe dónde estás!
—¡No le parece raro?
—¿Sabes cuántas personas se llaman como tú en este país?
Miró la pantalla del ordenador —Veintiséis que yo sepa.
—¡Pues eso!
Le colgó el teléfono y lo miró atónita— ¡Maldito gilipollas burócrata de las narices!
Un golpe en la pared la puso de los nervios— ¡Sí, ya me callo!
—¡Estoy viendo la telenovela! — gritó la cacatúa de la vecina, que siempre tenía algo que ver en la tele.
Miró su reloj y corrió hacia su bolso, cerrando de un portazo porque llegaba tarde a trabajar. Cuando llegó al restaurante donde trabajaba en Seattle, sonrió al pinche de la que pasaba al vestuario. Se puso sus pantalones blancos con la casaca a juego y recogió sus rizos pelirrojos en una cola alta, antes de ponerse el gorro de chef.
En cuanto entró en la cocina y vio lo que estaba haciendo el repostero jadeó asombrada corriendo, para ir a ver los profiteroles cubiertos de caramelo, haciéndole mil preguntas sobre cómo los había hecho y olvidándose de todo lo que había pasado esa tarde.
MI REFUGIO: SINOPSIS
Paula llevaba huyendo más de dos años, oculta por un programa de protección de testigos. Pero al no sentirse segura, pide ayuda y la envían a un rancho a Texas, donde Pedro Alfonso es el encargado de protegerla. La atracción que hay entre ellos, no hacía que las circunstancias fueran más fáciles...
viernes, 25 de marzo de 2016
OBSESIÓN: CAPITULO FINAL
Paula
CUANDO DESPERTÉ ESTABA HÚMEDO y oscuro. El Bosque Negro siempre estaba tan oscuro que no se podía ver el cielo. Aún así, la luz dorada se filtraba a través del espeso dosel de ramas, iluminando un mundo hermoso, podrido y frío.
–Estás despierto.
Miré a mi lado y vi el rostro de mi Pedro. Sus ojos estaban oscuros. Su labio, roto. Había contusiones profundas en sus mejillas y cuello, y unas incluso más profundas sobre su cuerpo.
–Pedro– lloriqueé. Me dolía el pecho de solo mirarlo, y esto agudizaba el dolor en mis manos y mis extremidades.
Él se inclinó hacia adelante y tomó mi mano gentilmente. No podía cerrarla completamente.
–No puedo creer que estés aquí.
Tragué saliva, agarrando su mano rota e hinchada.
– ¿Hace cuánto tiempo que me miras dormir?
–No lo sé–. Me miró con una sonrisa tonta. – Creo que hace un largo tiempo.
– ¿Escuchaste algo?
–Creo que se han ido.
Por un momento, miré a lo lejos y temblé. Ojalá no lo hubiera hecho. Inmediatamente, la oscuridad llenó sus ojos,
mientras ambos recordábamos en silencio todo lo que habíamos dejado atrás.
–Lo siento, Paula.
–Está bien.
–No, no lo está. Nunca debería haberte tocado, pero...– Él se inclinó sobre mí. –Me alegro de que estés aquí– susurró él presionando sus labios sobre los míos.
Pasó su mano por mi brazo, pero sin romper el beso. Sus labios eran carnosos y suaves; me persuadían a abrir los míos y me llenaban de calor. Era tan diferente a la oscura sensación de necesidad que me había sobrepasado cuando tuvimos sexo en la iglesia, en su habitación, y en el cobertizo, aunque igual de dominante. Sólo era, diferente; delicado como una hoja incipiente, y hacía que mi cuerpo sienta cosquillas y se sienta como nuevo. Me hacía olvidar la frialdad del bosque y todo lo que habíamos perdido.
.
– ¿Qué fue eso? – murmuré, sin aliento.
–Besar. Sabes, lo que un chico hace cuando quiere cortejar a la mujer que ama.
Tragué.
–No creo que debamos hacer esto. Estás herido...
Él rio, y el sonido de su risa fue inconsciente y lleno de felicidad. Me recordaba a cuando éramos niños.
–Nunca estaré tan herido.
Llevó mis manos hacia su pecho, a su camisa. Creo que quería que se la quitase.
Negué con mi cabeza.
–No quiero lastimarte.
–No lo harás. Puedes hacer lo que quieras conmigo y no dolerá. Lo prometo.
Mi cuerpo comenzó a temblar.
–Entonces ven a mí–. Dirigí su cuerpo sobre el mío y lentamente comencé a bajar sus pantalones mientras él se
quitaba la camisa.
Su torso estaba lleno de moretones, oscuros y gruesos como un cielo tormentoso. Hice un ademán para tocarlos, pero me detuve; yo había sido la causa de todo esto.
Él acarició mi mejilla.
– No me mires así, Paula.
– ¿Cómo no? Mira lo que te hicieron por mi culpa.
– No, no fue por tu culpa. Nada de esto lo fue. Fue todo por mí.
Separó mis muslos con suavidad, y yo me preparé para el dolor que vendría.
No fue así.
– He sido horrible contigo– dijo él. –No me permití amarte, y yo quería que tú me ames. Quería alejarte y me odiaba a mí mismo. Quería que el odio superara mi deseo por ti, para no tener que enfrentarlo. Pero nada de eso importa ahora–. Agarró mi rodilla.
Hacía cosquillas y yo sonreí.
– Eso está mejor–. Bajó su cabeza por mi muslo, dejando un rastro de besos hasta llegar a mi vagina.
Me besó ahí también. Presionó sus labios con suavidad en la parte superior de hendidura y ese dolor familiar regresó. Esta vez lo trajo la dulzura; tanta dulzura que creí no poder soportarlo. Sentí cada vacilación, cada aliento, cada movimiento. Él casi no me tocaba y, sin embargo, era más intenso que cuando clavaba sus dedos dentro de mí. Hice un puño con su cabello cuando el rodó su lengua por mi vagina y luego me penetró con ella. Arqueé mis caderas hacia su rostro. La punta de su nariz tocó la parte superior de mi vagina y lloré de éxtasis.
–Tienes un sabor tan dulce– dijo él, alejando su cabeza. Me penetró con un dedo y mi vagina se contrajo alrededor de él.
Lo sacó y lo llevó a sus labios.
– ¿Qué hay acerca de ti? – Mi voz sonaba tensa y ronca.
Su mirada titubeó.
– ¿Aún me deseas?
–Por supuesto. Siempre lo hare.
Lleve mis manos a sus pantalones. Su miembro ya estaba duro y lo tomé, empujándolo hacia mí.
Pedro respiró profunda e irregularmente. Tenía los ojos vidriosos y esa oscuridad tan familiar lo poseía al penetrarme con su miembro. Se deslizó dentro, todo el camino hasta el fondo. Grité, y él me envolvió con sus brazos.
Luego, comenzó a moverse lentamente; hacerme el amor, lo llamaba él. Sus manos se aferraron a las mías y las llevó por encima de mi cabeza. Me besó con dulzura en la mandíbula, el cuello y los pechos. Llevé mis piernas hacia atrás y las envolví alrededor de él. Crucé los tobillos en la parte baja de su espalda, empujándolo más cerca de mí, como si nunca quisiese que saque su pene de mi interior.
Pero por otra parte, tal vez no quería. Aunque trataba de sostenerlo con firmeza, sus caderas rodaban sobre mí, empalándome en el suelo del bosque. Su aroma, un poco salado y tan oscuro y complejo como el suelo de musgo, llenaba mis pulmones al gritar su nombre. Él no calló mi voz. Parecía gustarle; cómo le rogaba para que fuera más
rápido. A él le gustaba sacar su miembro lentamente de dentro de mí, antes de penetrarme con fuerza cumpliendo con mi petición.
Hasta que no pude soportarlo más.
–Acaba para mí, Paula. Déjate ir.
Lo hice; convulsioné a su alrededor. Ese dulce y creciente dolor se derramó sobre mi cuerpo. Sus manos soltaron mis muñecas y él se aferró a mis caderas, penetrándome con más fuerza. Clavé mis uñas en su espalda, contrayéndome aún más para él.
Contuvo el aliento, cerró los ojos y colapsó, gimiendo en mi oído. Besó mi oreja y dejó su pene en mi interior.
Me gustaba eso; se sentía como si fuésemos una sola persona, como si nada ni nadie podía interponerse entre
nosotros.
–Quiero permanecer así por siempre– susurré yo.
–Yo también. Y ahora podemos.
Mis ojos se estrecharon.
– ¿Qué quieres decir?
–Porque aquí afuera nadie nos conoce, de modo que ya no somos gemelos de espíritu. Sólo soy un hombre que te ama, que quiere pasar el resto de su vida contigo.
Sus palabras eran como una droga. Mi cuerpo se sentía vertiginoso y felizmente débil, y mi garganta tensa. Por un momento, sólo pude escuchar el silencio del bosque.
– ¿En realidad?
Él se apoyó sobre sus codos y asintió, sonriendo.
–Realmente. Nadie conoce nuestro secreto, así que ya no hay nada que ocultar. Todo lo que verán es nuestro amor.
Entrelazó sus dedos con los míos, besando la punta de cada uno.
–Nunca más dejaré que nadie te lastime– prometió él.
Descansé mi cabeza sobre su hombro, cerca de su corazón, y escuché la calma de su palpitar mientras la calidez de su cuerpo nos protegía del frío.
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