sábado, 26 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 3




No había un autobús directo hacia Houston Texas, así que tuvo que coger hasta siete autobuses y tardó tres malditos días en llegar, después de aguantar la cháchara de varios compañeros de viaje. Daba igual que ella prácticamente no contestara. Hablaban solos.


Agotada y sudorosa, llegó cuando estaba amaneciendo y en la estación se tomó un café. Iba a marcar el número con el móvil, cuando decidió deshacerse de él. Lo desconectó y le quitó la tarjeta, destrozándola antes de romper el móvil y tirar la batería aparte. Un hombre que estaba a su lado, la miró como si estuviera chiflada y Paula disimuló sonrojándose— Me ha dejado el novio.


—Pues debe ser gilipollas. — dijo mirándola con admiración.


Apretó los labios y se levantó tirando de su maleta hasta los teléfonos de monedas. Juró por lo bajo cuando probó dos que no funcionaban y otro tenía el cordón roto.


—Ahora casi no se usan. —dijo una limpiadora que pasaba ante ella con una mopa gigante.


—Estupendo. — dijo pasándose la mano por los ojos de frustración. Cuando levantó la vista, vio un móvil ante ella y miró a la mujer que le sonreía— Venga, llama.


—Muchas gracias. — dijo emocionada. Marcó el número rápidamente y tardaron varios tonos en responder.


—Alfonso.


—Me han dicho que le llame cuando llegue.


—¿Has llegado?


—Estoy aquí.


—Tardaré un par de horas en llegar. ¿Cómo eres? —preguntó el hombre con una voz profunda que le dio algo de miedo.


—Tengo una maleta azul y soy pelirroja.


—Dos horas. —dijo antes de colgar.


Sonrió a la mujer— Vengo a trabajar y no me conoce.


—Oh, entonces me alegro todavía más de haberte dejado el móvil. Suerte chica. — dijo empujando la mopa por el suelo.


—Gracias. — sonrió más relajada y miró a su alrededor sin saber qué hacer. Entonces vio un cajero y fue hasta allí a toda prisa. Sacó todo el dinero de su cuenta, que no era mucho. Sólo tenía setecientos dólares y con lo que guardaba en el bolsillo, tenía setecientos cincuenta y dos con setenta centavos. Esperaba que a donde la llevaran, pudiera encontrar trabajo pronto. Con el dinero en el bolsillo de su pantalón vaquero, se sentó en un banco a esperar. Tenía hambre, pero no quería que si llegaba ese hombre, no la viera por allí.


Tenía unas ganas de dormir horribles y se quitó la gorra mostrando sus rizos sudorosos. Un hombre la miró desde el banco de al lado y se volvió a colocar la gorra disimuladamente. Al ver que se levantaba, se tensó y le cuando se detuvo ante ella le preguntó— Así que eres de Nueva York, ¿eh?


—No. — dijo sonrojándose por la mentira— Soy de Seattle.


El hombre miró la gorra y arqueó una ceja, antes de alejarse tirando de su maleta. Suspiró de alivio cuando se alejó y se relajó apoyando la espalda en el respaldo del asiento. 


Después de esperar mucho rato, se le empezaron a cerrar los ojos cuando vio unos vaqueros ante ella. Levantó la vista lentamente tensándose y vio una camiseta blanca. Tragó saliva porque le quedaba algo apretada y le marcaba su vientre plano. Siguió subiendo la vista y sus ojos verdes se abrieron como platos al ver a un tío con un sombrero de vaquero, mirándola con el ceño fruncido. Se parecía al del anuncio de desodorante masculino que la volvía loca y pensó cómo estaría sin camiseta, metido en el agua del mar, con ese pelo moreno algo mojado resaltando sus ojos azules.


—Vamos.


Atónita le vio ir hacia la puerta —Perdona. — dijo levantándose de un salto y siguiéndole tirando de su maleta.


Él se volvió chasqueando la lengua, se agachó a coger su maleta y como si no pesara nada, continuó su camino — No, no era eso. —desconfiada se detuvo y él al ver que no lo seguía, hizo lo mismo.


—Vamos. Tengo mucho que hacer.


—¿Cómo sé que eres tú?


Él suspiró mirándola de arriba abajo— Tu primo se llama Gerardo.


—Vale. — dijo sonriendo yendo hacia la puerta y adelantándole. Él levantó una ceja antes de seguirla.


Cuando llegaron al exterior Paula se detuvo porque no sabía dónde ir. El hombre la adelantó sin mirarla y fue hasta una camioneta roja. Le tiró la maleta en la parte posterior de mala manera y rodeó la camioneta, subiéndose detrás del asiento del conductor.


— ¿Subes o no?


—Sí, claro— tiró de la manilla y se subió a su lado.


Él movió el volante para salir al tráfico, cuando frenó en seco, casi empotrándola en el salpicadero. A toda prisa se puso el cinturón y él levantó una ceja antes de salir quemando rueda. Al ver como adelantaba, no tuvo claro si había ido hasta Texas a morir— Perdona, ¿puedes ir más despacio?


—¿Cómo te llamas?


—Paula.


—Bien, Paula… estas son las reglas. En el rancho mando yo.


—¿Rancho? — preguntó con los ojos como platos.


—No saldrás de allí sin mí. —la miró de reojo— ¿Me has entendido?


—Sí. — susurró nerviosa apretando las manos.


—Mientras estés allí, ayudarás en lo que puedas. No es una pensión.


—Lo entiendo. Trabajaré.


—Nada de crear problemas, ¿me oyes?


—Sí.


—Harás lo que yo te mande y nada de lloriquear a Armando, ¿me oyes?


No hacía más que preguntar me oyes como si estuviera sorda y molesta preguntó—¿Quién es Armando?


La miró con desconfianza— Ya le conocerás en cuanto lleguemos.


—Vale. — aquel tipo tomó un desvió y susurró después de varios minutos —Por cierto, ¿cómo te llamas?


—Pedro.


—¿Pedro Alfonso? — preguntó algo extrañada.


—Sí, ¿por?


—Nada. —dijo algo sonrojada— Sólo que suena a jugador de baloncesto o algo así.


Él la miró como si fuera estúpida y se puso como un tomate. 


Decidió mantener la boca cerrada porque no parecía muy hablador. Le miró de reojo— ¿Sabes por qué estoy aquí?


—Sé lo suficiente. Ahora olvídate del tema.


—¿Me sigo llamando con mi nombre antiguo o con el nuevo?


—Usa el que tienes en el permiso de conducir.


—Vale, entonces me llamo…


—Yo te llamaré por tu nombre. Al menos en la finca, de la que no saldrás hasta que se solucione el asunto.


Paula abrió los ojos como platos — ¡Llevo casi dos años en protección de testigos! ¡Pueden pasar siglos!


—No lo creas. —dijo él entre dientes ante de adelantar un camión.


Al ver lo cerca que pasaban del tráiler, apretó el asiento con los dedos, pensando que seguramente no llegarían a su destino— ¿Tienes prisa?


—Me has llamado en el peor momento. —dijo entre dientes —Te esperaba mañana.


—Lo siento. — se quedó callada varios segundos y lo miró de reojo— ¿Ha pasado algo?


—Uno de mis toros tiene un cólico.


Lo miró asombrada —¿Y eso es tan importante como para arriesgar la vida en la carretera? Pensé que tenías la casa ardiendo o algo así.


—Cuando gastes setecientos mil en un toro, me cuentas si es importante o no.


—¿Setecientos mil? — estaba atónita — Hablas de dólares ¿no?


—Dólares americanos. — dijo acelerando.


Se le pusieron los pelos de punta cuando adelantaron a una caravana, que les pitó sobresaltándola. Paula del susto llevo una mano al salpicadero. Él la miró de reojo— ¿Tienes miedo?


—¡Me voy a mear encima! —gritó histérica— ¡Reduce o detente para que pueda bajarme!


—Serás exagerada.


Con alivio vio que reducía ligeramente. Ella sólo esperaba que llegaran cuanto antes, porque entre el cansancio y que Pedro la estaba poniendo de los nervios, estaba al borde de ponerse a gritar como loca. Ya tenía bastante con que intentaran matarla unos mafiosos, como para aguantar aquello. Recordar porque estaba allí, le hizo mirarle de reojo y preguntarse si sabía realmente dónde se había metido. No le parecía justo que se involucrara sin tenerlo todo claro.


Pedro


Él frunció el ceño tensándose y la miró de reojo como si desconfiara de ella — ¿Qué?


—¿Seguro que sabes dónde te estás metiendo? Son muy peligrosos.


—Gerardo me ha informado de todo.


—¿Y por qué me ayudas? Te estás arriesgando mucho.


Él apretó los labios antes de mirarla brevemente apretando el volante— A tu primo le debo mucho. Se está cobrando el favor.


Eso indicaba que él no había querido ayudarla y su primo le había obligado. Se cruzó de brazos mirando la carretera, pensando que era lógico. Nadie en su sano juicio se metería en eso, a no ser que le obligaran. No quería obligar a nadie a que arriesgara la vida por ella, si no estaba dispuesto a ayudarla— Detén la camioneta.


—¿Qué?


—Detente.


—¡No voy a parar! Si tienes que ir al baño, haber ido antes. ¡Has tenido dos horas para mear!


—¡No quiero ir al baño!


La miró como si estuviera mal de la cabeza— ¿Entonces qué pasa?


—¡Para el coche!


Pedro se detuvo en la cuneta y la miró muy cabreado— ¿Qué parte de tengo prisa, no has entendido?


Paula bajó de la furgoneta y fue hasta la parte de atrás para coger la maleta, pero pesaba mucho para sacarla desde abajo. Así que se subió a la rueda, para entrar en la parte de atrás. Pedro bajó de la camioneta, llevándoselo los demonios del cabreo que tenía por el portazo que pego— ¿Qué coño estás haciendo?


Paula tiró la maleta fuera de la camioneta, dejándola caer a la cuneta y Pedro la volvió a subir — ¡No hagas eso!


La volvió a coger para tirarla y Pedro empujando de la maleta se lo impidió— Paula, baja de ahí y sube a la cabina. — dijo mirándola como si quisiera matarla.


Lo miró con sus ojos verdes y no pudo evitar que se reflejaran sus miedos— No quiero que nadie más muera por mi culpa y menos si no quiere ayudarme.


Esas palabras dejaron a Pedro paralizado mirándola y Paula tiró la maleta a la cuneta. Se bajó de la parte de atrás colocando el pie en la rueda, pero antes de bajar Pedro la cogió por la cintura y sujetándola con un brazo alrededor de ella, la llevó hacia la cabina— ¿Qué haces? — gritó sorprendida.


—Cierra la boca. — la metió dentro tirándola sobre el asiento y cerró de un portazo. Iba a salir, cuando escuchó un golpe en la parte de atrás y gimió porque suponía que el ordenador portátil no habría sobrevivido. Rodeó la camioneta por delante, mirándola como si quisiera descuartizarla y se subió detrás del volante, cerrando de un portazo. Esa camioneta no le iba a durar mucho.


—Ahora escúchame bien. ¡No voy a fingir que estoy contento de que estés aquí! —ella iba a decir algo— ¡Pero no porque tenga miedo sino porque tengo mucho trabajo y tú vas a complicar mucho las cosas!


Paula frunció el ceño bajo la visera — ¿En qué sentido?


Pedro la miró de arriba abajo y gruñendo arrancó la camioneta. Se sonrojó por aquella mirada. ¿La consideraba atractiva? ¿Era por eso? Sabía que era algo llamativa con sus rizos rojos y tenía buenos pechos. Además estaba delgada donde debía, así que sí podía considerarse atractiva. Lo que pasaba era que llevaba tres años sin salir con nadie desde que había empezado aquella pesadilla. 


Tenía veintiséis años y sólo se había acostado con dos hombres. Le miró de reojo y sonrió porque entendió lo que estaba pasando. Seguro que pensaba que su esposa se pondría celosa, pero no tenía que preocuparse. Siempre se había llevado bien con todo el mundo y seguro que se hacían amigas. Le miró de reojo sonriendo— No tienes que preocuparte. Me llevaré muy bien con tu mujer y soy una niñera de primera. Cuidé a todos los niños del barrio cuando estaba en el instituto.


Pedro volvió a gruñir apretando el volante sin mirarla —¿No quieres hablar de ello? Soy de la opinión que los problemas hay que hablarlos para evitar complicaciones mayores.


—¿Quieres hablar del problema? — dijo entre dientes.


—Claro. —sonrió de oreja a oreja — Vamos, cuéntame cuál es el problema. Intentaré ayudarte en todo lo posible.


Pedro la miró como si quisiera matarla— El problema es que hace tres meses que no me acuesto con una mujer y desde que te he visto, tengo ganas de arrancarte las bragas y echarte un polvo que te haga gritar de placer. — la mandíbula de Paula cayó hacia su pecho, mientras el corazón palpitaba alocadamente — ¿Crees que puedes ayudarme en eso?


—Mummm— roja como un tomate miró a la carretera sin saber qué decir. Sobre todo porque se moría por experimentar lo que él le había dicho.


Pedro la miró divertido—Vamos Paula, hablemos del asunto. ¿Tú qué opinas?


—Mejor lo dejamos.


—Sí, será lo mejor— dijo él entre dientes.






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