sábado, 9 de enero de 2016
MISTERIO: CAPITULO 21
Al día siguiente el departamento olía a gloria. Eso era sinónimo de que los abuelos habían llegado. Tiré todo en el sofá y me apresuré a entrar en la cocina para saludarlos. La abuela Esther estaba cocinando. Lucía tan regia como siempre, solo ella era capaz de arriesgarse a cocinar vestida con pantalones blancos.
La abuela Esther y el abuelo Thomas habían volado desde Florida. Ellos vivieron en Nueva York por más de sesenta años, y hasta hacía sólo tres, tomaron la decisión de retirarse a vivir a un clima más cálido. Se compraron un condominio con vista al mar en Tampa.
La abuela Esther, era más que una abuela para mí, la sentía como una madre, siempre atenta, cariñosa, paciente y amorosa conmigo. Desde pequeña me apoyó ocultando todas mis travesuras y ayudándome con papá y con el abuelo cuando me encaprichaba por algo muy costoso. Papá era hijo único. Los abuelos eran los únicos familiares que teníamos.
—¡Paula!, querida —exclamó la abuela, al tiempo que se levantaba para darme un abrazo.
—Abuela, te he echado de menos. —Mis ojos se llenaron de lágrimas. «Debía contarle lo del diario que el detective me había entregado».
—Un momento, Esther, no la hagas llorar. —El abuelo apareció mientras nos separábamos. Después de abrazarme me seca las lágrimas con uno de sus pañuelos perfumados.
—Estoy bien abuelo, no pasa nada —me quejé pero igual acepté su gesto con una sonrisa—Creo que es la emoción acumulada —dije más calmada.
—Ven aquí, Paula, cada día estás más hermosa. —Ésta vez el abuelo me dio un abrazo de oso polar. Él era grande y robusto, y aunque tenía cara de gruñón, en el fondo era muy dulce.
—No me gusta que vivan tan lejos, los extraño mucho. —La abuela pasó su mano por mi cabello.
—Paula, sabes que puedes ir a visitarnos cuando quieras. —Me miró con ternura, como sólo ella sabía hacerlo.
—Lo sé, pero ahora que trabajo mi tiempo es reducido. En fin, estoy feliz de que estén aquí con nosotros. —Abrí el refrigerador y saqué una botella de agua—¿Ya conocieron a Alicia y a las gemelas? — La abuela frunció el ceño. Me pareció que había metido la pata.
—No, todavía no. Roberto nos buscó al aeropuerto y luego nos dejó aquí. Él fue a comprar unos ingredientes especiales que necesito para la cena. —Justo en ese momento entró papá.
—Hijo estamos hablando de ti, que bueno que llegaste. —La voz del abuelo era tan fuerte que retumbaba—¿Trajiste todo lo que te pedí?
—Eso creo, espero no haber olvidado nada. —Papá se nos quedó mirando a todos. «Oh, oh, parece que va a decir algo importante»—Esta noche tendremos a varios invitados adicionales. Entre ellos esta Alicia y sus dos gemelas, Tara y Amy, también vienen Pedro y Emma. —Se pasó una mano por el cabello, parecía estresado—Les quiero decir
otra cosa —La pausa que hizo fue eterna, la abuela no podía aguantar el suspenso.
—Hijo, por Dios, habla de una buena vez. Me tienes con los nervios de punta. —Solté una carcajada, tanta tensión me pareció graciosa—Paula no te rías, y Roberto termina de hablar. —«Tan linda, la abuela nunca cambiará».
—Quédate tranquila mamá no es nada malo, en realidad es una buena noticia. Sé que no conocen a Alicia todavía, pero estoy seguro que les va a encantar tanto o más que a mí. Ella además de hermosa, es una mujer maravillosa y una excelente madre, es divorciada y tiene dos niñas. No tenemos mucho tiempo juntos aunque la conozco desde hace unos años… bueno lo que realmente quiero decir, es que esta noche le voy a pedir que se case conmigo delante de todos ustedes, después de la cena. —La última parte la dijo tan rápido que a todos nos costó un par de segundos digerirlo.
La abuela se llevó la mano al corazón, él abuelo le pasó un brazo al verla llorar.
—Abuela no te pongas así, ella de verdad es una buena muchacha, es mi mejor amiga. Fui yo quien los presento. —Me acerqué y sequé sus lágrimas con el pañuelo perfumado del abuelo.
—Lo siento hijo, lloro por lo que has dicho, me haces tan feliz. No tienes idea de cuánto he rezado para que una buena mujer aparezca en tu vida. Eres tan bueno hijo, te mereces lo mejor. —Papá la abrazó con afecto.
—Te felicito hijo, sabes lo orgulloso que estamos de ti y de Paula. Mira lo bonita que se ve en su uniforme —Todos reímos, esa ocurrencia tranquilizó el ambiente.
Los invitados comenzaron a llegar. Primero lo hicieron Pedro con Emma, mi corazón se aceleró a más no poder al verlos, la abuela pudo percibir mi estado.
El abuelo hizo de anfitrión, recibiéndolos en la entrada.
—Cuanto tiempo Pedro, años sin verte, aunque déjame decirte, te ves igualito. —La abuela se le guindó del brazo y no paraba de hablar. Él le sonreía con dulzura y le seguía la corriente guiñándome un ojo.
En seguida volvió a sonar el timbre, el abuelo nuevamente saltó a abrir la puerta, esta vez fue Alicia y las niñas. Las tres lucían como sacadas de una revista de modas. Papá, como todo un caballero, salió a su encuentro.
—Adelante, tú debes ser Alicia —indicó el abuelo sonriente. Mi amiga asintió—¿Y estas princesas? Ah, ya sé, son Tara y Amy. —El abuelo era un experto, Aly sonrió de oreja a oreja, sus nervios se habían esfumado.
—Alicia te presento a mi padre, Thomas Chaves y a mi madre Esther Chaves. —La abuela soltó el brazo de Pedro y se acercó a ellas.
—Encantada de conocerlos, Roberto me ha hablado mucho de ustedes.
Tara y Amy enseguida congeniaron con Emma, el trio se distrajo jugando en la sala, alrededor del árbol de navidad. Mientras Alicia acompañaba a mi abuela a la cocina, para supervisar que todo estuviera listo para la cena.
Aproveché la ocasión y le hice señas a Pedro para que me siguiera a la terraza. Como la noche era fría tuvimos que ponernos las chaquetas antes de salir al exterior.
—Gracias por la invitación —inició él mirándome con sus hipnóticos ojos.
—Sabes que papá te aprecia mucho. —Pedro colocó su mano en mi cintura y me atrajo hacia él.
—¿Y tú Paula? —Murmuró acercándose a mí.
—Pedro… Yo… sé que tenemos una conversación pendiente. —Di un paso hacia atrás.
—Sólo quiero que sepas que no tuve nada que ver con lo que pasó en mi oficina. Paula, desde el incidente del avión, no he estado con otra que no seas tú. —Lo miré sorprendida.
«Entonces, ¿el no tuvo nada que ver? Pero… necesitaba que me aclarara la historia que Oscar me había contado».
—Yo tampoco he estado con más nadie Pedro —Le confirmé. Su mirada se oscureció, acunó mi rostro entre sus manos y me besó con suavidad.
—Papá, Paula, vengan, vamos a cenar. —Emma corrió hacia nosotros, me agaché para recibirla con los brazos abiertos.
—Gracias, princesa, por venir a buscarnos. Déjame abrazarte, hace mucho frio. —Pedro se quitó la chaqueta y la envolvió en ella. Caminamos juntos en dirección a la sala pero antes de entrar a la calidez del departamento Pedro me susurró al oído.
—Esta conversación no ha terminado Paula…
El ambiente era perfecto, Alicia no paraba de hablar con los abuelos, eso era una buena señal, las tres niñas jugaban animadas y mi padre no podía dejar de sonreír con satisfacción, sentado junto a la mujer que amaba.
Entre conversaciones, Alicia, la abuela, y yo nos ocupamos de poner la mesa y servir la comida. Los hombres se hicieron cargo de las bebidas y del cuidado de las niñas.
La cena transcurrió entre chistes malos de médicos, risas y anécdotas de los abuelos en su nuevo condominio de la playa. Cuando saqué el postre: una rica torta de manzana acompañada con helado de vainilla, las niñas gritaron por la emoción. El momento del subidón de azúcar había llegado.
Al terminar de comer, papá alzó una copa y le dio unos golpecitos con la punta de un tenedor.
—Atención, por favor. —Se levantó, metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón y sacó una cajita aterciopelada color negro—Gracias a todos por venir. Quiero aprovechar la oportunidad de que mis padres están presentes, así como mi buen amigo Pedro y por supuesto, mi hija, que ha hecho de cupido en esta historia, la atención que les pido es para hacer una petición. —Se acercó a Alicia, puso una rodilla en el piso y le tomó una mano a mi amiga, cuyo rostro se sonrojó de tal manera que por un momento temía le fuera a dar algo—Alicia Lowen. —La miró con tanta intensidad y amor que yo no pude evitar que mis ojos se empañaran por la alegría. La abuela se secó las lágrimas con una servilleta mientras Alicia atendía con devoción a sus palabras—Desde que te vi en mi cocina con las gemelas haciendo galletas con chispas de chocolate, supe que había caído rendido a tus pies. No puedo vivir un día sin verlas. Te amo Alicia. —Ella no soportó más, con manos temblorosas trató de limpiar las lágrimas que rodaron por su rostro—Por favor, no llores mi vida, yo solo quiero hacerte feliz. —Aly procuró tranquilizarse—¿Quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?
Mi amiga lo observó con una ternura indescriptible. El amor que se tenían era palpable. Papá abrió la cajita y le enseñó la flamante roca de diamante montada en oro blanco que se hallaba dentro de ella.
—¡Sí… Sí… Roberto, te amo. —Él sin poder ocultar su emoción, le colocó el anillo en el dedo y la ayudó a ponerse de pie. Las niñas saltaron de sus sillas y los abrazaron.
—Felicidades, hijo. —El abuelo lo abrazó tan fuerte que todos comenzamos a reír.
—¿Y para cuando es la boda? —preguntó la abuela con una súper sonrisa.
—No asustes a Alicia, mamá, lo importante es que dijo que sí —dijo papá alegremente.
—Quédate tranquila mujer, ya nos avisaran, no nos pongamos fastidiosos — intervino el abuelo en su vozarrón y las risas no pararon.
La abuela se acercó a Alicia y le tomó ambas manos. Todos hicimos silencio porque queríamos escuchar. El momento se volvió serio.
—No quiero ser fastidiosa, Alicia. Lo que estoy es desesperada por ver a Roberto casado como Dios manda y lo veo tan feliz a tu lado que… —La voz de la abuela se quebró por la cantidad de emociones que la embargaban—Lo que quiero decir es que no te vayas a arrepentir de entrar en nuestra familia. —Las dos se abrazaron y papá se les unió.
Una hora más tarde Pedro anunció que debía irse. Después de las despedidas lo acompañé a la puerta.
—Nos vemos en tu fiesta de cumpleaños, pórtate bien princesa. — Le di un beso y un abrazo a Emma. En ese momento apareció papá junto con las gemelas y Alicia.
—Felicidades a los novios una vez más. —Pedro le dio una palmada en la espalda.
—Gracias por venir, bajemos juntos, voy a acompañar a las chicas.
—Buenas noches, Paula. —Pedro cogió a Emma en brazos, quien estaba tan cansada que enseguida acomodó la cabeza en el hombro de su padre.
—Buenas noches Pedro, gracias por venir. Que descansen.
Pedro me regaló una última mirada antes de que las puertas del elevador se cerraran. Suspiré aliviada al recordar nuestra conversación en la terraza. Pero sabía que tenía más cosas que aclarar y como él mismo lo había mencionado, la conversación estaba pendiente
MISTERIO: CAPITULO 20
—Tú dirás. —Pasé al interior, pero dejando la puerta abierta
—Estaba a punto de irme.
—Emma te manda esto, me dijo que te la entregara personalmente. —Era una tarjeta, la tomé mirando mi nombre plasmado en color púrpura. Una invitación para su fiesta de cumpleaños.
—Gracias, dile que cuente conmigo, allí estaré. ¿Eso es todo, doctor Alfonso? —Él me sonrió, podía intuir que quería decirme algo más, pero no lo hizo.
—Es todo doctora Chaves, puede retirarse. —Asentí y le regalé una sonrisa antes de desaparecer.
Cuando me hallaba a pocas cuadras de distancia del edificio, le mandé un mensaje de texto a mi amiga.
Paula: A punto de llegar, te veo en la puerta de mi departamento en cinco minutos.
Alicia: Perfecto, voy por la vecinita.
Después del de ella, otro mensaje de texto entró. Lo miré rápido porque creía que era de mi amiga.
Pedro: Gracias por aceptar la invitación de Emma, todavía estoy esperando que aceptes la mía.
Paula: Pronto.
Pedro: Tic… Toc… no seas tan dura conmigo.
Paula: Tic… Toc… pronto.
Una sonrisa genuina se instaló en mi rostro, tan solo había sido un mensaje de texto, pero para mí lo que realmente importaba era que Pedro seguía mostrando interés por mí.
Me bajé del taxi y subí al departamento, Alicia me esperaba con una sonrisa marcada en los labios. Nos saludamos con un abrazo.
—Cuéntame todo, desahógate. —Entramos en la casa y corrimos a mi habitación, echándonos sobre la cama entre risas.
—Estoy feliz, nerviosa y asustada, Paula, tu papá me pidió matrimonio. —Ahora su sonrisa era permanente.
—¿Lo amas, amiga? —La tomé de las manos. Aly asintió, no podía hablar, estaba sollozando de alegría—¿Le contestaste? —Negó con la mano.
—Lo siento. —Trató de calmarse—Lo amo como nunca había amado a nadie. Roberto es un hombre maravilloso. —Se tapó la cara y siguió llorando.
—Cálmate Aly. Entonces, ¿cuál es el problema? —Ella tomó una bocanada de aire y poco a poco lo soltó.
—Todo es tan rápido, Paula. Tengo miedo a que se arrepienta, es mucho de repente: las gemelas, yo, mi trabajo, su trabajo. No sé, temo a que fracasemos. —Yo sonreí y le aparté un mechón de pelo que le caía sobre uno de los ojos.
—Papá las adora a las tres, no tengas miedo. Mi padre se ha enamorado de ti, los dos se merecen y yo estoy feliz por ustedes. —Nos volvimos a abrazar.
—¿De verdad crees que funcionemos?
—Sí, tonta. Ya verás que todo va a salir bien, no seas tan dura contigo misma. Eso sí amiga, prepárate, porque él se va a encargar de consentir a las chicas. —Ella me miró con timidez.
—Ya lo hace Paula, cada vez que lo encuentro coloreando con ellas o leyéndoles un libro mi corazón se llena tanto. ¡Oh, por Dios!, creo que voy a volver a llorar. —La ayudé a pararse de la cama—Le dije que me diera unos días, que le daría respuesta para la nochebuena.
—Amiga, eso suena tan romántico, pero espera, ¿eso es mañana? —Aly asintió y en medio de risas, la llevé hacia el baño—Vamos, arréglate, papá va a llegar en cualquier momento. ¿Quieres algo de tomar? —La vi desde el marco de la puerta mientras ella abría la llave del agua del lavamanos.
—Sí, un café. Gracias, Paula, gracias por escucharme. —Le froté la espalda con cariño antes de dejarla para que se retocara el maquillaje y me fui a la cocina.
Una hora más tarde papá entró en a la cocina y nos consiguió charlando alegremente.
—Hola, hola. ¿Cómo están las mujeres más bellas de todo Manhattan? —Se acercó a Alicia y le dio un beso sobre los labios. La escena fue tan tierna que sonreí sin querer.
—Hey, hey, les recuerdo que no están solos —bromeé—Los dejo, me voy a duchar.
—No tan rápido, ¿les provoca comida china? —propuso mi padre a las dos con atención—¿Y las gemelas?
—Con la vecinita —respondió Alicia—Las iré a buscar —completó pero mi padre la detuvo y le dedicó una mirada que me inquietó. Creo que necesitaban privacidad.
—La comida china me parece genial, mejor voy a prepararme para la cena. —Me levanté y traté de escapar.
—Espera Paula —pidió mi padre—Te recuerdo que los abuelos llegan mañana, por la cena de nochebuena —Había olvidado que ellos vendrían. El trabajo en el hospital me había absorbido todos esos días.
—Aly, vas a conocer a los abuelos, prepárate… —Le guiñé un ojo—Gracias por recordarme papá, tengo muchas ganas de verlos.
—Otra cosa, Paula. Cenaremos aquí en el departamento, la abuela quiere cocinar, pero Pedro y Emma también vienen, los invité —me confesó con una sonrisa pícara. No pude evitar abrazarlo. Papá me conocía demasiado bien.
Desaparecí y los dejé hablando de manera confidencial sobre las gemelas, la cena y quien sabía cuántas cosas más. Los dos se veían tan bien juntos y tan enamorados que parecían sacados de una novela rosa.
MISTERIO: CAPITULO 19
A medida que pasaban las semanas, el trabajo era lo único que me llenaba. Exigí jornadas largas, y me pasaba la mayoría del día en el hospital. Hecho que me había ayudado mucho con respecto a mi debilidad por la bebida. Por lo menos en ese aspecto había avanzado, ya no necesitaba del alcohol para evadirme, irónicamente lo había cambiado por el trabajo que era mucho más sano.
El tema entre Pedro y yo quedó en el aire, no deseaba enfrentarme a su realidad, cada uno de nosotros tenía un closet lleno de esqueletos que nos esforzamos por evitar.
También me puse en contacto con el detective David Rodríguez. Saldé mi cuenta con él y le deje claro que no debía continuar con la investigación. Para mí ese tema estaba cerrado. No tenía sentido continuar cuando para mí todas esas dudas se habían aclarado.
Oscar había vuelto a llamarme, quería que le diera una oportunidad. Aunque sabía que me amaba y respetaba, hacerlo sería cometer un error. Me engañaría de la peor manera. Reanudar lo que habíamos dejado sería como querer tapar el sol con un dedo, convirtiéndome en una farsante, por no querer enfrentar la realidad.
Mi corazón le pertenecía a una persona, me había tomado tiempo admitirlo. Mi orgullo tuvo algo que ver, pero la verdad era que siempre había sido de él. De Pedro.
El móvil vibró, lo llevaba en el bolsillo del pantalón. Lo saqué y sonreí al ver en la pantalla el número de Alicia.
—Hola, Aly —traté de parecer animosa.
—A mí no me engañas amiga, te veo triste aunque trates de aparentar lo contrario —suspiré—Tenemos que hablar Paula, te necesito. —Me extrañó el tono de su voz, la escuché algo contrariada.
—¿Está todo bien con las gemelas? —Ella suspiró.
—Si amiga, las niñas están bien, soy yo la del problema. —Eso me preocupó, ¿sería por mi padre? ¿Qué habría pasado?
—En lo que salga del hospital me voy directo a tu casa, ¿te parece?
—Mejor nos vemos en tu departamento, voy a dejar a la vecinita mirándolas, necesito privacidad. —«¡Oh no!, esto no pinta bien».
—Perfecto, te mando un texto cuando este de camino. —Justo al finalizar la comunicación, una de las enfermeras me llamó. Debía atender a un paciente.
En mi descanso a mitad de jornada, me animé a ir al consultorio de mi padre para saludarlo. Quería ver si podía averiguar algo, Alicia me había dejado preocupada.
Entré en el despacho y le pedí a su secretaria que me anunciara. Mientras esperaba aproveché para enviarle a un mensaje a Pedro y avisarle de mi ubicación, en caso de que me necesitara por alguna urgencia.
Paula: Estoy en el consultorio de mi padre, por si me necesitan.
Pedro: Gracias por avisar. Está flojo, no te preocupes. Tómate tu tiempo.
La chica me hizo señas cuando estuvo desocupado.
—Ya puede pasar doctora Chaves.
Papá abrió la puerta y Linda Sullivan salió de su oficina con una gran sonrisa dibujada en el rostro, me saludó con un movimiento de cabeza y siguió de largo. Una rabia me invadió, fruncí el ceño y lo vi con los ojos entrecerrados en lo que paso por su lado.
—¿Se puede saber qué hace esa mujer aquí papá? —Me dejo caer sobre un diván que se encontraba junto a una estantería llena de libros.
—¿Se puede saber cuál es el motivo de tu enojo? —Resoplé con fastidio.
—Ella es el motivo de mi enojo. Esa una zorra barata, no la soporto. —Subí la voz más de lo normal. Mi padre puso mala cara.
—No me gusta que hables de esa manera, no la conoces. —Se sentó detrás de su escritorio.
—¿Tu si la conoces, papá?
—Hay muchas cosas que no sabes, Paula. —Juntó las manos y las colocó sobre el escritorio—Ya me entere del incidente en la oficina de Pedro —Yo abrí los ojos como platos, «¿y todavía la defendía?, ¡Arg!, la detesto»—Y no me mires con esa cara, tengo que contarte para que me puedas entender.
—¡¿Entender?! No papá gracias, no tengo nada que entender. Lo vi con mis propios ojos, no quiero hablar de eso y menos contigo. —Me levanté y caminé hasta el escritorio con postura enfadada.
—Eres una malcriada, ya me lo han dicho. Te vas a sentar, y me vas a escuchar como lo que eres, una mujer adulta. —Se puso de pie y apuntó la silla con el dedo. Yo parpadeé algo sorprendida por su reacción, pero preferí obedecerle y no continuar con la discusión.
—Lo siento papá, no debí hablarte de esa manera, pero es que Linda no me agrada. —Papá habitualmente era un pan, pero cuando sacaba su carácter había que temerle.
—Se lo molesta que estas, y déjame decirte que te entiendo. Pedro me ha pedido ayuda para que interceda por él, y voy a dejar claro, Paula, que lo que voy a contarte no lo hago por él, lo hago por ti —alegó con seriedad, posando su mirada en mí—Años atrás cuando él apareció en nuestras vidas, surgió un brillo especial en tus ojos, que se apagó el día en que desapareció. —Me incorporé para agregar algo, pero me mandó a callar con la mano—No me interrumpas por favor. —Se aclaró la garganta y siguió—Siempre supe que te gustaba de joven, al principio pensé que era un capricho de adolescente, pero cuando se marchó, el brillo de tus ojos se apagó. Te costó un buen tiempo recuperarte y enfocarte en tu carrera. Ahora, Pedro ha vuelto a nuestras vidas, esta vez sus planes son de quedarse, mejorar como persona, quiere ser digno de ti. —«¿Qué significaba eso? ¿Digno de mí?»—Espera a que termine —advirtió, al verme abrir la boca para decir algo—Todos cometemos errores o hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, no somos perfectos, nadie lo es hija. Te pido que lo oigas, no lo juzgues sin saber, no seas tan dura. Prométeme que lo vas a pensar. —Exhalé con fuerza, tenía que tragarme mi orgullo y darle una oportunidad.
¿Qué era lo peor que podía pasar? Quizás después de todo, papá tuviera razón».
—Te lo prometo —rodeé el escritorio y lo abracé—Gracias papá que haría sin ti.
—No me gusta verte triste, y me doy cuenta que cuando están juntos eres muy feliz. No te lo niegues, no seas tan prejuiciosa. —Asiento, papá me limpia las lágrimas, soy una llorona sentimental, no lo podía evitar —Bueno ya aclarado este asunto, me lleva al siguiente. Con respecto a Linda Sullivan, ella es la fundadora de una casa Club para intercambios de pareja en la que participan muchos de los médicos que trabajan en este hospital y bueno alguna vez lo visité por pura curiosidad. Quédate tranquila, ella no anda detrás de Pedro —Papá dio el tema por zanjado. Yo no salía de mi asombro mientras lo miraba estupefacta—Y cambiando el tema, ¿qué te trae por aquí?—Decido no darle
importancia a lo último que dijo y continuar con lo que me había traído a su despacho.
—Papá, ¿qué pasa con Alicia? —Nos separamos y me miró resignado.
—Le pedí que se casara conmigo. —Mi sorpresa fue tal que tuve que sentarme de nuevo. «¿Había oído bien?, no lo podía creer».
—¿No te parece que es muy rápido?, tienen menos de un mes saliendo. —Lo miré sorprendida, «con razón mi amiga quería hablar conmigo debía estar aterrada».
—Eso mismo dijo ella, quizás las dos tengan razón. Pero hija, estoy enamorado de las tres como un chiquillo y no las quiero perder. —Le sonreí porque sabía muy bien que él ya había tomado esa decisión. Papá al fin había encontrado a la mujer que amaba y me alegraba saber que era Aly. Ojalá ella estuviera igual de enamorada.
—Esta tarde la veo, te confieso que me gusta la pareja que hacen, parecen tal para cual.
Nos despedimos, él debía atender su siguiente consulta.
Bajé a la emergencia recordando nuestra conversación, quizás tenía razón, y escuchar lo que Pedro quería decirme fuera una buena idea. Con ese pensamiento el día pasó tan rápido que no me había dado cuenta. Terminaba de rellenar unas historias médicas cuando él me mandó a llamar a su oficina. Enseguida fui y al llegar, toqué la puerta con suavidad y asomé la cabeza.
—Pasa —dijo tranquilo, se veía tan atractivo como siempre.
La barba incipiente que se había dejado le quedaba muy bien.
viernes, 8 de enero de 2016
MISTERIO: CAPITULO 18
Llegamos al hospital en tiempo record. Atravesamos el vestíbulo en dirección a los elevadores. Las puertas se abrieron no dudamos en entrar.
—Sólo tenemos 10 minutos para alistarnos. —Su voz era suave, una de sus manos tomó un mechón de cabello suelto sobre mi frente y trató de acomodarlo tras mi oreja, Mi pulso se aceleró con ese simple gesto—Voy a llevar a Tara con tu padre y nos vemos en el quirófano —añade justo antes de que las puertas se abran.
Salimos dando grandes zancadas, no teníamos tiempo que perder. Cada uno tomó caminos diferentes. No podía quejarme esta era la vida que había escogido y la que tanto me apasionaba. Me fui directo a cambiarme. Al terminar de arreglar mi cabello fui al pabellón para lavar mis manos minuciosamente, quedaba poco para la operación.
Conocí al equipo con el que trabajaría ese día: Gregory el anestesiólogo, dos enfermeras, Matt, el chico recién graduado que serviría de ayudante. Pedro sería el médico cirujano y yo su apoyo.
—La doctora Paula Chaves, va a ser parte del equipo —agregó Pedro al incorporarse minutos después, y mientras una enfermera lo ayudaba a ponerse los guantes.
—Bienvenida —dijeron las enfermeras. Los otros dos asintieron con la cabeza.
Existía una dinámica extraordinaria entre ellos. Sobre todo, entre las dos enfermeras, el anestesiólogo y Pedro. El chico se notaba que era nuevo, pero igual encajaba de maravilla.
La cirugía resultó ser sencilla: una extracción de amígdalas.
Algo rutinario, que no tomó más de una hora. Al terminar con el procedimiento me encargaron acompañar a las enfermeras a la sala de observación, donde trasladamos al paciente. Su nombre había sido Andrew, un niño de diez años, alto para su edad y delgado.
Pedro apareció cinco minutos más tarde.
—Doctora Chaves, acompáñeme a hablar con la familia del paciente. —Declaró en tono profesional y muy serio.
Lo seguí en silencio hasta una habitación pequeña. Cerró la puerta tras él y me arrinconó contra la pared. Pegó su boca a la mía y nos besamos con desespero, la adrenalina del momento nos superaba.
—He estado toda la operación pensando en hacerte mía.
Enseguida se apoderó de mis labios, sus manos adquirieron vida propia y viajó por mis senos, masajeándolos por encima de la tela. Mis pezones se endurecieron como piedras bajo sus manos. Yo vibraba de deseo.
Lo ayudé a sacarse la camisa y le acaricié sus increíbles pectorales, dejé que mis manos viajaran solas hacía el sur donde estaban sus abdominales. Pedro gruñó excitado.
—Doctor Alfonso está usted muy atrevido, debería acusarlo por acosador —le dije sonriendo con picardía.
—Te lo dije, me es difícil controlarme contigo —murmuró en mi oído con voz ronca mientras deslizaba una de sus manos por la cinturilla de mi pantalón, por debajo del bikini, posándola por encima de mi sexo mientras lo rozaba con delicadeza, abriéndose paso entre mis húmedos pliegues.
Solté un gemido, sus caricias me encendían de tal forma que era capaz de explotar en cualquier momento.
Me aventuré y metí mi mano por dentro de su pantalón, no quería ser la única que disfrutaba. Al encontrar su miembro fuerte duro y palpitante, lo apreté, luego con un movimiento subí y bajé despacio pero con firmeza. Pedro volvió a gruñir de placer. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
Pero cuando venía el mejor momento el sonido de su móvil nos interrumpió.
Había surgido un problema en el departamento. Pedro debía hacerse cargo de él. Nos separamos, los dos estábamos visiblemente contrariados.
Nos arreglamos, y antes de salir a incorporarnos a nuestra jornada, nos dimos un beso suave antes de abrir la puerta y pretender que nada había pasado en esa habitación.
Mi corazón estaba feliz, una sonrisa se dibujó en mi rostro por el resto de la mañana. El día pasó muy deprisa. Después del almuerzo dedicamos la tarde a hacer las rondas a los pacientes que se les había practicado cirugía esa semana.
Al terminar y mientras me cambiaba de ropa, llamé a Alicia para ver como seguía Amy. Ya estaban en casa, y conocer el buen estado de salud de la niña me serenó.
Con un humor insuperable por un día tan productivo y lleno de buenas noticias, salí con el bolso en la mano directo a la oficina de Pedro para despedirme antes de irme.
Toqué la puerta y la abrí despacio sin esperar respuesta. Lo que vi me dejó petrificada.
Linda Sullivan, la jefa del departamento de recursos humanos, estaba desnuda sobre el escritorio con las muñecas atadas por encima de su cabeza y las piernas abiertas, abrazando la cintura Matt, el chico recién graduado que nos había asistido esa mañana en la operación. Quien tenía el pantalón a la altura de sus pantorrillas.
Él entraba y salía de su cuerpo con fuerza. Su rostro estaba cubierto por una capa de sudor y sus pupilas dilatadas lo hacían ver como un animal en celo.
Un segundo más tarde, Pedro apareció detrás de mí mirándome sorprendido. Linda trató de taparse con rapidez y Matt se subió los pantalones en un segundo.
Mi impresión fue tal que no pude pronunciar ni una palabra, empujé a Pedro con fuerza y salí de allí a las carreras.
—¡Paula!, ¡espera! —Él trató de detenerme, pero se lo impedí sacudiéndome de su agarre, antes de que él me alcanzara.
Ofuscada, llegué a la recepción tan deprisa como pude. Por un momento perdí el equilibrio, pero me apoyé en una camilla para recobrarlo y me apresuré a salir desesperada del hospital.
«¿Pedro sabía que ellos estaban allí? ¿Por qué en su oficina? ¿Estaría esperando su turno, por eso no había entrado antes?».
Me sentía traicionada, aturdida y furiosa. Las palabras de Oscar resonaron en mi cabeza, él me lo había advertido, y yo de ingenua lo tomé por un mentiroso.
Llamé a un taxi y me subí sin mirar atrás, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.
«Eres una estúpida, Paula. Ese hombre no vale la pena, no te merece», me reproché mentalmente.
El móvil sonó pero al mirar la pantalla y ver su nombre en ella tuve ganas de tirarlo por la ventana. Sin embargo, aquello era un IPhone de última generación. No valía la pena.
Antes de llegar al edificio decidí atender el teléfono que no paraba de repicar.
—Paula, déjame explicarte por favor.
«¿Quería explicarme?, es decir, que él sí estaba involucrado en todo ese asunto. No quería escucharlo».
—Guárdate tus explicaciones por donde mejor te quepan, ¡eres un puto cabrón! —grité como si estuviera poseída y corté la llamada. Me limpié el rostro con una servilleta que me ofreció el chofer y lancé el móvil dentro del bolso, no sin antes silenciarlo para dejar de escuchar sus repiques.
Al llegar a casa, el aroma a lasaña invadió mis fosas nasales. Fui directo a mi habitación para cambiarme de ropa y limpiarme el rostro, intentando ocultar las lágrimas, no sabría cómo explicar lo ocurrido, luego me presenté en la cocina. Alicia, mi padre y las gemelas, estaban alrededor de la mesa coloreando.
—Hija, ¿cuánto tiempo llevas ahí parada? —indagó mi padre al verme. Las niñas se bajaron de las sillas y corrieron hacia mí.
—El suficiente para saber que vamos a cenar lasaña. —Le guiñé un ojo a mi amiga antes de que nos abrazáramos.
—Aún no he podido agradecerte por cuidar ayer de Tara, espero no te haya dado muchos problemas. —Yo negué con la cabeza y le sonreí—¿Todo bien, Paula? ¿Has estado llorando? —Me susurró. Le indiqué con la mirada que no quería hablar delante de mi padre, ella me sostuvo por un codo y salimos a la sala mientras las niñas regresaban a la mesa.
—No se vayan muy lejos, en diez minutos estará lista la cena —avisó papá desde la cocina, ocupándose de las niñas.
—Mi vida es una mierda amiga, no sé ni por dónde empezar —gimoteé, pero fue imposible conversar. Las gemelas nos rodearon para enseñarme sus dibujos.
El timbre de la puerta sonó. Papá apareció junto a nosotras y nos ordenó encargarnos de la comida mientras él atendía la visita.
—Vamos, tengo que sacar la lasaña —indicó Alicia—, Paula distrae a las niñas en la mesa, me ponen nerviosa cuando están cerca del horno. —Hice lo que me pidió sin proponer nada más, me sentía fatal anímicamente. Me ubiqué en medio de las dos chicas e intenté mantenerlas ocupadas.
—Tenemos un invitado —anunció mi padre con emoción al entrar de nuevo en la cocina—Paula, pon otro puesto en la mesa. —Alcé la vista. Los ojos azules de Pedro se clavaron en mí.
—Gracias Roberto, espero no causar problemas —dijo sin apartar la mirada.
—¿Qué dices, Pedro?, no seas ridículo. Ven aquí y saluda.
—Alicia lo abrazó con efusividad—Gracias por lo de ayer en el hospital, no sé qué hubiese hecho sin ustedes, se portaron como la familia que no tengo —alabó con sus ojos llenos de lágrimas pero enseguida se sacudió un poco la cabeza para agregar—Basta de dramas, vamos a comer. ¿Quién tiene hambre? —Las niñas gritaron con júbilo y todos nos pusimos en marcha para servir la cena y ocupar nuestros puestos en la mesa.
Al terminar la comida me excusé, me había esforzado por disimular mi pena delante de mi familia, pero no podía seguir sentada mirándolo y recordando lo que había visto en su oficina.
—Excelente cena, amiga, te felicito —expresé en dirección a Alicia—, pero estoy que me muero del cansancio, buenas noches. —Me levanté, besé a las pequeñas y me despedí del resto con la mano.
Cuando iba a mitad de camino, Pedro me alcanzó deteniéndome por el brazo. Me solté con brusquedad, estaba tan molesta que no podía controlarme.
—Espera un momento, por favor, necesito que hablemos —suplicó con las manos en alto, en señal de redición. Mi rabia era tal que no me contuve y traté de abofetearlo, pero él fue más rápido y evitó el golpe—Te dejo hacerlo si me escuchas.
—No te quiero escuchar, por hoy he tenido demasiado, será mejor que te vayas. —Tomó mi rostro entre sus manos, ofuscándome aún más—¡Suéltame!, ni te atrevas —mascullé con los dientes apretados, no quería que nadie se enterara de nuestra discusión, especialmente mi padre.
—Paula, no me juzgues antes de escucharme, por lo menos dame una oportunidad —me soltó despacio—Dime cuando, seré paciente. —Dudé que lo fuera, no era una de sus cualidades. Pasé una mano por mi cabello con angustia, su cercanía me perturbaba.
—Ya me habían llegado rumores acerca de tu particular forma de compartir a las mujeres y no los quería creer hasta esta tarde. No tengo dudas que de alguna manera estabas envuelto en ese acto. —Dije con desprecio. Seguí mi camino dejándolo parado en la mitad de la sala y con la palabra en la boca. Necesitaba salir de ahí antes de que las lágrimas me delataran.
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