viernes, 8 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 18




Llegamos al hospital en tiempo record. Atravesamos el vestíbulo en dirección a los elevadores. Las puertas se abrieron no dudamos en entrar.


—Sólo tenemos 10 minutos para alistarnos. —Su voz era suave, una de sus manos tomó un mechón de cabello suelto sobre mi frente y trató de acomodarlo tras mi oreja, Mi pulso se aceleró con ese simple gesto—Voy a llevar a Tara con tu padre y nos vemos en el quirófano —añade justo antes de que las puertas se abran.


Salimos dando grandes zancadas, no teníamos tiempo que perder. Cada uno tomó caminos diferentes. No podía quejarme esta era la vida que había escogido y la que tanto me apasionaba. Me fui directo a cambiarme. Al terminar de arreglar mi cabello fui al pabellón para lavar mis manos minuciosamente, quedaba poco para la operación.


Conocí al equipo con el que trabajaría ese día: Gregory el anestesiólogo, dos enfermeras, Matt, el chico recién graduado que serviría de ayudante. Pedro sería el médico cirujano y yo su apoyo.


—La doctora Paula Chaves, va a ser parte del equipo —agregó Pedro al incorporarse minutos después, y mientras una enfermera lo ayudaba a ponerse los guantes.


—Bienvenida —dijeron las enfermeras. Los otros dos asintieron con la cabeza.


Existía una dinámica extraordinaria entre ellos. Sobre todo, entre las dos enfermeras, el anestesiólogo y Pedro. El chico se notaba que era nuevo, pero igual encajaba de maravilla.


La cirugía resultó ser sencilla: una extracción de amígdalas. 


Algo rutinario, que no tomó más de una hora. Al terminar con el procedimiento me encargaron acompañar a las enfermeras a la sala de observación, donde trasladamos al paciente. Su nombre había sido Andrew, un niño de diez años, alto para su edad y delgado.


Pedro apareció cinco minutos más tarde.


—Doctora Chaves, acompáñeme a hablar con la familia del paciente. —Declaró en tono profesional y muy serio.


Lo seguí en silencio hasta una habitación pequeña. Cerró la puerta tras él y me arrinconó contra la pared. Pegó su boca a la mía y nos besamos con desespero, la adrenalina del momento nos superaba.


—He estado toda la operación pensando en hacerte mía.


Enseguida se apoderó de mis labios, sus manos adquirieron vida propia y viajó por mis senos, masajeándolos por encima de la tela. Mis pezones se endurecieron como piedras bajo sus manos. Yo vibraba de deseo.


Lo ayudé a sacarse la camisa y le acaricié sus increíbles pectorales, dejé que mis manos viajaran solas hacía el sur donde estaban sus abdominales. Pedro gruñó excitado.


—Doctor Alfonso está usted muy atrevido, debería acusarlo por acosador —le dije sonriendo con picardía.


—Te lo dije, me es difícil controlarme contigo —murmuró en mi oído con voz ronca mientras deslizaba una de sus manos por la cinturilla de mi pantalón, por debajo del bikini, posándola por encima de mi sexo mientras lo rozaba con delicadeza, abriéndose paso entre mis húmedos pliegues. 


Solté un gemido, sus caricias me encendían de tal forma que era capaz de explotar en cualquier momento.


Me aventuré y metí mi mano por dentro de su pantalón, no quería ser la única que disfrutaba. Al encontrar su miembro fuerte duro y palpitante, lo apreté, luego con un movimiento subí y bajé despacio pero con firmeza. Pedro volvió a gruñir de placer. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.


Pero cuando venía el mejor momento el sonido de su móvil nos interrumpió.


Había surgido un problema en el departamento. Pedro debía hacerse cargo de él. Nos separamos, los dos estábamos visiblemente contrariados. 


Nos arreglamos, y antes de salir a incorporarnos a nuestra jornada, nos dimos un beso suave antes de abrir la puerta y pretender que nada había pasado en esa habitación.


Mi corazón estaba feliz, una sonrisa se dibujó en mi rostro por el resto de la mañana. El día pasó muy deprisa. Después del almuerzo dedicamos la tarde a hacer las rondas a los pacientes que se les había practicado cirugía esa semana.


Al terminar y mientras me cambiaba de ropa, llamé a Alicia para ver como seguía Amy. Ya estaban en casa, y conocer el buen estado de salud de la niña me serenó.


Con un humor insuperable por un día tan productivo y lleno de buenas noticias, salí con el bolso en la mano directo a la oficina de Pedro para despedirme antes de irme.


Toqué la puerta y la abrí despacio sin esperar respuesta. Lo que vi me dejó petrificada.


Linda Sullivan, la jefa del departamento de recursos humanos, estaba desnuda sobre el escritorio con las muñecas atadas por encima de su cabeza y las piernas abiertas, abrazando la cintura Matt, el chico recién graduado que nos había asistido esa mañana en la operación. Quien tenía el pantalón a la altura de sus pantorrillas.


Él entraba y salía de su cuerpo con fuerza. Su rostro estaba cubierto por una capa de sudor y sus pupilas dilatadas lo hacían ver como un animal en celo.


Un segundo más tarde, Pedro apareció detrás de mí mirándome sorprendido. Linda trató de taparse con rapidez y Matt se subió los pantalones en un segundo.


Mi impresión fue tal que no pude pronunciar ni una palabra, empujé a Pedro con fuerza y salí de allí a las carreras.


—¡Paula!, ¡espera! —Él trató de detenerme, pero se lo impedí sacudiéndome de su agarre, antes de que él me alcanzara.


Ofuscada, llegué a la recepción tan deprisa como pude. Por un momento perdí el equilibrio, pero me apoyé en una camilla para recobrarlo y me apresuré a salir desesperada del hospital.


«¿Pedro sabía que ellos estaban allí? ¿Por qué en su oficina? ¿Estaría esperando su turno, por eso no había entrado antes?».


Me sentía traicionada, aturdida y furiosa. Las palabras de Oscar resonaron en mi cabeza, él me lo había advertido, y yo de ingenua lo tomé por un mentiroso.


Llamé a un taxi y me subí sin mirar atrás, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.


«Eres una estúpida, Paula. Ese hombre no vale la pena, no te merece», me reproché mentalmente.


El móvil sonó pero al mirar la pantalla y ver su nombre en ella tuve ganas de tirarlo por la ventana. Sin embargo, aquello era un IPhone de última generación. No valía la pena.


Antes de llegar al edificio decidí atender el teléfono que no paraba de repicar.


—Paula, déjame explicarte por favor.


«¿Quería explicarme?, es decir, que él sí estaba involucrado en todo ese asunto. No quería escucharlo».


—Guárdate tus explicaciones por donde mejor te quepan, ¡eres un puto cabrón! —grité como si estuviera poseída y corté la llamada. Me limpié el rostro con una servilleta que me ofreció el chofer y lancé el móvil dentro del bolso, no sin antes silenciarlo para dejar de escuchar sus repiques.


Al llegar a casa, el aroma a lasaña invadió mis fosas nasales. Fui directo a mi habitación para cambiarme de ropa y limpiarme el rostro, intentando ocultar las lágrimas, no sabría cómo explicar lo ocurrido, luego me presenté en la cocina. Alicia, mi padre y las gemelas, estaban alrededor de la mesa coloreando.


—Hija, ¿cuánto tiempo llevas ahí parada? —indagó mi padre al verme. Las niñas se bajaron de las sillas y corrieron hacia mí.


—El suficiente para saber que vamos a cenar lasaña. —Le guiñé un ojo a mi amiga antes de que nos abrazáramos.


—Aún no he podido agradecerte por cuidar ayer de Tara, espero no te haya dado muchos problemas. —Yo negué con la cabeza y le sonreí—¿Todo bien, Paula? ¿Has estado llorando? —Me susurró. Le indiqué con la mirada que no quería hablar delante de mi padre, ella me sostuvo por un codo y salimos a la sala mientras las niñas regresaban a la mesa.


—No se vayan muy lejos, en diez minutos estará lista la cena —avisó papá desde la cocina, ocupándose de las niñas.


—Mi vida es una mierda amiga, no sé ni por dónde empezar —gimoteé, pero fue imposible conversar. Las gemelas nos rodearon para enseñarme sus dibujos.


El timbre de la puerta sonó. Papá apareció junto a nosotras y nos ordenó encargarnos de la comida mientras él atendía la visita.


—Vamos, tengo que sacar la lasaña —indicó Alicia—, Paula distrae a las niñas en la mesa, me ponen nerviosa cuando están cerca del horno. —Hice lo que me pidió sin proponer nada más, me sentía fatal anímicamente. Me ubiqué en medio de las dos chicas e intenté mantenerlas ocupadas.


—Tenemos un invitado —anunció mi padre con emoción al entrar de nuevo en la cocina—Paula, pon otro puesto en la mesa. —Alcé la vista. Los ojos azules de Pedro se clavaron en mí.


—Gracias Roberto, espero no causar problemas —dijo sin apartar la mirada.


—¿Qué dices, Pedro?, no seas ridículo. Ven aquí y saluda. 
—Alicia lo abrazó con efusividad—Gracias por lo de ayer en el hospital, no sé qué hubiese hecho sin ustedes, se portaron como la familia que no tengo —alabó con sus ojos llenos de lágrimas pero enseguida se sacudió un poco la cabeza para agregar—Basta de dramas, vamos a comer. ¿Quién tiene hambre? —Las niñas gritaron con júbilo y todos nos pusimos en marcha para servir la cena y ocupar nuestros puestos en la mesa.


Al terminar la comida me excusé, me había esforzado por disimular mi pena delante de mi familia, pero no podía seguir sentada mirándolo y recordando lo que había visto en su oficina.


—Excelente cena, amiga, te felicito —expresé en dirección a Alicia—, pero estoy que me muero del cansancio, buenas noches. —Me levanté, besé a las pequeñas y me despedí del resto con la mano.


Cuando iba a mitad de camino, Pedro me alcanzó deteniéndome por el brazo. Me solté con brusquedad, estaba tan molesta que no podía controlarme.


—Espera un momento, por favor, necesito que hablemos —suplicó con las manos en alto, en señal de redición. Mi rabia era tal que no me contuve y traté de abofetearlo, pero él fue más rápido y evitó el golpe—Te dejo hacerlo si me escuchas.


—No te quiero escuchar, por hoy he tenido demasiado, será mejor que te vayas. —Tomó mi rostro entre sus manos, ofuscándome aún más—¡Suéltame!, ni te atrevas —mascullé con los dientes apretados, no quería que nadie se enterara de nuestra discusión, especialmente mi padre.


—Paula, no me juzgues antes de escucharme, por lo menos dame una oportunidad —me soltó despacio—Dime cuando, seré paciente. —Dudé que lo fuera, no era una de sus cualidades. Pasé una mano por mi cabello con angustia, su cercanía me perturbaba.


—Ya me habían llegado rumores acerca de tu particular forma de compartir a las mujeres y no los quería creer hasta esta tarde. No tengo dudas que de alguna manera estabas envuelto en ese acto. —Dije con desprecio. Seguí mi camino dejándolo parado en la mitad de la sala y con la palabra en la boca. Necesitaba salir de ahí antes de que las lágrimas me delataran.






2 comentarios:

  1. Wowwwwww, qué fuertes los 3 caps. Va a tener que remarla en gelatina Pedro para que Pau le crea me parece.

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  2. Wow! que capítulos! mañana termina? cuanto hay que resolver!

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