sábado, 9 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 21




Al día siguiente el departamento olía a gloria. Eso era sinónimo de que los abuelos habían llegado. Tiré todo en el sofá y me apresuré a entrar en la cocina para saludarlos. La abuela Esther estaba cocinando. Lucía tan regia como siempre, solo ella era capaz de arriesgarse a cocinar vestida con pantalones blancos.


La abuela Esther y el abuelo Thomas habían volado desde Florida. Ellos vivieron en Nueva York por más de sesenta años, y hasta hacía sólo tres, tomaron la decisión de retirarse a vivir a un clima más cálido. Se compraron un condominio con vista al mar en Tampa.


La abuela Esther, era más que una abuela para mí, la sentía como una madre, siempre atenta, cariñosa, paciente y amorosa conmigo. Desde pequeña me apoyó ocultando todas mis travesuras y ayudándome con papá y con el abuelo cuando me encaprichaba por algo muy costoso. Papá era hijo único. Los abuelos eran los únicos familiares que teníamos.


—¡Paula!, querida —exclamó la abuela, al tiempo que se levantaba para darme un abrazo.


—Abuela, te he echado de menos. —Mis ojos se llenaron de lágrimas. «Debía contarle lo del diario que el detective me había entregado».


—Un momento, Esther, no la hagas llorar. —El abuelo apareció mientras nos separábamos. Después de abrazarme me seca las lágrimas con uno de sus pañuelos perfumados.


—Estoy bien abuelo, no pasa nada —me quejé pero igual acepté su gesto con una sonrisa—Creo que es la emoción acumulada —dije más calmada.


—Ven aquí, Paula, cada día estás más hermosa. —Ésta vez el abuelo me dio un abrazo de oso polar. Él era grande y robusto, y aunque tenía cara de gruñón, en el fondo era muy dulce.


—No me gusta que vivan tan lejos, los extraño mucho. —La abuela pasó su mano por mi cabello.


—Paula, sabes que puedes ir a visitarnos cuando quieras. —Me miró con ternura, como sólo ella sabía hacerlo.


—Lo sé, pero ahora que trabajo mi tiempo es reducido. En fin, estoy feliz de que estén aquí con nosotros. —Abrí el refrigerador y saqué una botella de agua—¿Ya conocieron a Alicia y a las gemelas? — La abuela frunció el ceño. Me pareció que había metido la pata.


—No, todavía no. Roberto nos buscó al aeropuerto y luego nos dejó aquí. Él fue a comprar unos ingredientes especiales que necesito para la cena. —Justo en ese momento entró papá.


—Hijo estamos hablando de ti, que bueno que llegaste. —La voz del abuelo era tan fuerte que retumbaba—¿Trajiste todo lo que te pedí?


—Eso creo, espero no haber olvidado nada. —Papá se nos quedó mirando a todos. «Oh, oh, parece que va a decir algo importante»—Esta noche tendremos a varios invitados adicionales. Entre ellos esta Alicia y sus dos gemelas, Tara y Amy, también vienen Pedro y Emma. —Se pasó una mano por el cabello, parecía estresado—Les quiero decir
otra cosa —La pausa que hizo fue eterna, la abuela no podía aguantar el suspenso.


—Hijo, por Dios, habla de una buena vez. Me tienes con los nervios de punta. —Solté una carcajada, tanta tensión me pareció graciosa—Paula no te rías, y Roberto termina de hablar. —«Tan linda, la abuela nunca cambiará».


—Quédate tranquila mamá no es nada malo, en realidad es una buena noticia. Sé que no conocen a Alicia todavía, pero estoy seguro que les va a encantar tanto o más que a mí. Ella además de hermosa, es una mujer maravillosa y una excelente madre, es divorciada y tiene dos niñas. No tenemos mucho tiempo juntos aunque la conozco desde hace unos años… bueno lo que realmente quiero decir, es que esta noche le voy a pedir que se case conmigo delante de todos ustedes, después de la cena. —La última parte la dijo tan rápido que a todos nos costó un par de segundos digerirlo.


La abuela se llevó la mano al corazón, él abuelo le pasó un brazo al verla llorar.


—Abuela no te pongas así, ella de verdad es una buena muchacha, es mi mejor amiga. Fui yo quien los presento. —Me acerqué y sequé sus lágrimas con el pañuelo perfumado del abuelo.


—Lo siento hijo, lloro por lo que has dicho, me haces tan feliz. No tienes idea de cuánto he rezado para que una buena mujer aparezca en tu vida. Eres tan bueno hijo, te mereces lo mejor. —Papá la abrazó con afecto.


—Te felicito hijo, sabes lo orgulloso que estamos de ti y de Paula. Mira lo bonita que se ve en su uniforme —Todos reímos, esa ocurrencia tranquilizó el ambiente.


Los invitados comenzaron a llegar. Primero lo hicieron Pedro con Emma, mi corazón se aceleró a más no poder al verlos, la abuela pudo percibir mi estado.


El abuelo hizo de anfitrión, recibiéndolos en la entrada.


—Cuanto tiempo Pedro, años sin verte, aunque déjame decirte, te ves igualito. —La abuela se le guindó del brazo y no paraba de hablar. Él le sonreía con dulzura y le seguía la corriente guiñándome un ojo.


En seguida volvió a sonar el timbre, el abuelo nuevamente saltó a abrir la puerta, esta vez fue Alicia y las niñas. Las tres lucían como sacadas de una revista de modas. Papá, como todo un caballero, salió a su encuentro.


—Adelante, tú debes ser Alicia —indicó el abuelo sonriente. Mi amiga asintió—¿Y estas princesas? Ah, ya sé, son Tara y Amy. —El abuelo era un experto, Aly sonrió de oreja a oreja, sus nervios se habían esfumado.


—Alicia te presento a mi padre, Thomas Chaves y a mi madre Esther Chaves. —La abuela soltó el brazo de Pedro y se acercó a ellas.


—Encantada de conocerlos, Roberto me ha hablado mucho de ustedes.


Tara y Amy enseguida congeniaron con Emma, el trio se distrajo jugando en la sala, alrededor del árbol de navidad. Mientras Alicia acompañaba a mi abuela a la cocina, para supervisar que todo estuviera listo para la cena.


Aproveché la ocasión y le hice señas a Pedro para que me siguiera a la terraza. Como la noche era fría tuvimos que ponernos las chaquetas antes de salir al exterior.


—Gracias por la invitación —inició él mirándome con sus hipnóticos ojos.


—Sabes que papá te aprecia mucho. —Pedro colocó su mano en mi cintura y me atrajo hacia él.


—¿Y tú Paula? —Murmuró acercándose a mí.


—Pedro… Yo… sé que tenemos una conversación pendiente. —Di un paso hacia atrás.


—Sólo quiero que sepas que no tuve nada que ver con lo que pasó en mi oficina. Paula, desde el incidente del avión, no he estado con otra que no seas tú. —Lo miré sorprendida.


«Entonces, ¿el no tuvo nada que ver? Pero… necesitaba que me aclarara la historia que Oscar me había contado».


—Yo tampoco he estado con más nadie Pedro —Le confirmé. Su mirada se oscureció, acunó mi rostro entre sus manos y me besó con suavidad.


—Papá, Paula, vengan, vamos a cenar. —Emma corrió hacia nosotros, me agaché para recibirla con los brazos abiertos.


—Gracias, princesa, por venir a buscarnos. Déjame abrazarte, hace mucho frio. —Pedro se quitó la chaqueta y la envolvió en ella. Caminamos juntos en dirección a la sala pero antes de entrar a la calidez del departamento Pedro me susurró al oído.


—Esta conversación no ha terminado Paula…


El ambiente era perfecto, Alicia no paraba de hablar con los abuelos, eso era una buena señal, las tres niñas jugaban animadas y mi padre no podía dejar de sonreír con satisfacción, sentado junto a la mujer que amaba.


Entre conversaciones, Alicia, la abuela, y yo nos ocupamos de poner la mesa y servir la comida. Los hombres se hicieron cargo de las bebidas y del cuidado de las niñas.


La cena transcurrió entre chistes malos de médicos, risas y anécdotas de los abuelos en su nuevo condominio de la playa. Cuando saqué el postre: una rica torta de manzana acompañada con helado de vainilla, las niñas gritaron por la emoción. El momento del subidón de azúcar había llegado.


Al terminar de comer, papá alzó una copa y le dio unos golpecitos con la punta de un tenedor.


—Atención, por favor. —Se levantó, metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón y sacó una cajita aterciopelada color negro—Gracias a todos por venir. Quiero aprovechar la oportunidad de que mis padres están presentes, así como mi buen amigo Pedro y por supuesto, mi hija, que ha hecho de cupido en esta historia, la atención que les pido es para hacer una petición. —Se acercó a Alicia, puso una rodilla en el piso y le tomó una mano a mi amiga, cuyo rostro se sonrojó de tal manera que por un momento temía le fuera a dar algo—Alicia Lowen. —La miró con tanta intensidad y amor que yo no pude evitar que mis ojos se empañaran por la alegría. La abuela se secó las lágrimas con una servilleta mientras Alicia atendía con devoción a sus palabras—Desde que te vi en mi cocina con las gemelas haciendo galletas con chispas de chocolate, supe que había caído rendido a tus pies. No puedo vivir un día sin verlas. Te amo Alicia. —Ella no soportó más, con manos temblorosas trató de limpiar las lágrimas que rodaron por su rostro—Por favor, no llores mi vida, yo solo quiero hacerte feliz. —Aly procuró tranquilizarse—¿Quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?


Mi amiga lo observó con una ternura indescriptible. El amor que se tenían era palpable. Papá abrió la cajita y le enseñó la flamante roca de diamante montada en oro blanco que se hallaba dentro de ella.


—¡Sí… Sí… Roberto, te amo. —Él sin poder ocultar su emoción, le colocó el anillo en el dedo y la ayudó a ponerse de pie. Las niñas saltaron de sus sillas y los abrazaron.


—Felicidades, hijo. —El abuelo lo abrazó tan fuerte que todos comenzamos a reír.


—¿Y para cuando es la boda? —preguntó la abuela con una súper sonrisa.


—No asustes a Alicia, mamá, lo importante es que dijo que sí —dijo papá alegremente.


—Quédate tranquila mujer, ya nos avisaran, no nos pongamos fastidiosos — intervino el abuelo en su vozarrón y las risas no pararon.


La abuela se acercó a Alicia y le tomó ambas manos. Todos hicimos silencio porque queríamos escuchar. El momento se volvió serio.


—No quiero ser fastidiosa, Alicia. Lo que estoy es desesperada por ver a Roberto casado como Dios manda y lo veo tan feliz a tu lado que… —La voz de la abuela se quebró por la cantidad de emociones que la embargaban—Lo que quiero decir es que no te vayas a arrepentir de entrar en nuestra familia. —Las dos se abrazaron y papá se les unió.


Una hora más tarde Pedro anunció que debía irse. Después de las despedidas lo acompañé a la puerta.


—Nos vemos en tu fiesta de cumpleaños, pórtate bien princesa. — Le di un beso y un abrazo a Emma. En ese momento apareció papá junto con las gemelas y Alicia.


—Felicidades a los novios una vez más. —Pedro le dio una palmada en la espalda.


—Gracias por venir, bajemos juntos, voy a acompañar a las chicas.


—Buenas noches, Paula. —Pedro cogió a Emma en brazos, quien estaba tan cansada que enseguida acomodó la cabeza en el hombro de su padre.


—Buenas noches Pedro, gracias por venir. Que descansen.


Pedro me regaló una última mirada antes de que las puertas del elevador se cerraran. Suspiré aliviada al recordar nuestra conversación en la terraza. Pero sabía que tenía más cosas que aclarar y como él mismo lo había mencionado, la conversación estaba pendiente









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