lunes, 4 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 4





Al día siguiente me levanté con un poco de resaca, gracias al sonido de la alarma de mi móvil. Resoplé y me senté en la cama. «Creo que tomé de más» pensé. Tanteé sobre la mesita de noche en busca del teléfono, para silenciarlo. Eran las seis de la mañana y debía prepararme para tomar el desayuno a las siete en uno de los salones del hotel. Tenía una agenda planificada a la perfección para cada día, que incluía las comidas, las clases, la demostración de los mayoristas y hasta los momentos de descanso.


Me arreglé con un conjunto de chaqueta y pantalón color gris, blusa blanca y accesorios a juego, me calcé unos zapatos altos y negros, dejando mi cabello suelto. Dediqué algo de tiempo al maquillaje, quería verme extra linda y demostrarle a Pedro lo que se había perdido.


«¡Ya no era una niña!».


Las clases de la mañana pasaron en un abrir y cerrar de ojos. A la hora del almuerzo me encontré con un grupo de antiguos compañeros de la universidad. Nos sentamos juntos a comer y quedamos en salir después de las charlas de la tarde a un Pub cercano al hotel.


A pesar de todas las distracciones de ese día, no podía dejar de pensar en Pedro y en la despedida de la noche anterior. Mientras caminaba sumergida en mis pensamientos choqué sin querer con una pared de músculos cuando me dirigía al salón de conferencias.


—Lo siento —dije automáticamente, sin ver a la persona que había arrollado.


—Esta disculpada doctora Chaves —¿Era la voz de Pedro?, lo miré y por su expresión parecía divertido. Un grupo de personas que pasó junto a nosotros, miraron con curiosidad nuestro pequeño accidente—Sigues siendo una niña distraída. —Pero ¿qué se creía éste? Sus palabras me molestaron.


«¿Cuándo dejará de verme como una niña?, estaba furiosa».


—Y tú sigues siendo un presumido insoportable —le solté sintiéndome orgullosa por no haberme quedado callada. 


Pero su risa fue tan fuerte que aumentó mi enfado.


—Búscame cuando termines las clases, esta noche vamos a cenar —dictaminó al recuperar la compostura, dio media vuelta y se alejó a pasos agigantados. Me quedé allí, en el medio del pasillo y con la palabra en la boca.


«¡Arg, que demonios!, justo venir a tropezarme con él», me quejé mentalmente antes de retomar el camino.


«Este hombre se ha convertido en un pesado, ¿venir a darme ordenes? Conmigo estaba muy equivocado, esa táctica de mandón no le va a funcionar», seguí reprochándome, con la sangre burbujeándome en las venas por la rabia.


Tuve que detenerme antes de entrar en el salón al sentir que el móvil vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Lo saqué de inmediato y revisé la pantalla. Era un mensaje de texto de Oscar.


Oscar: ¿Qué haces, princesa?


Paula: Entrando a una clase súper aburrida


Oscar: Entonces te mando un beso, y hablamos más tarde


Paula: Ok


Volví a guardar el teléfono, sintiéndome algo extraña. El mensaje de Oscar no me pareció agradable, sino más bien, inoportuno. Aquello comenzó a preocuparme.


Entré en la charla algo inquieta. Debía darle freno a los sentimientos que Pedro estaba despertando en mí. No era justo que me ilusionara con él sólo por haberlo visto después de tantos años.


Al terminar las clases, subí a la habitación, quería descansar un poco antes de encontrarme con los chicos en el lobby del hotel. Lo había decidido, me iría con ellos y no con Pedro.


Fueron las palabras que me dijo en mitad del pasillo lo que me ayudó a elegir: «Sigues siendo una niña distraída». Cada vez que las recordaba me ponía de mal humor. Debía darle una lección.


Busqué dentro de mi bolso la tarjeta que él me había dejado en el avión, después de que me incitó a mirar su sensual escena con otra. Al encontrarla le mandé un mensaje de texto.


Paula: Olvida la cena, no va a pasar.


Me dirigí al baño, con una sonrisa en mis labios. Me sentía poderosa, dueña de mis acciones. Me lavé las manos, cepillé mis dientes y retoqué un poco el maquillaje. Su respuesta no tardó en llegar.


Pedro: Sí va a pasar, abre la puerta.


Sentí un extraño temblor en las manos al terminar de leer el mensaje. Saber que estaba afuera, esperando a que le abriera, hacía estragos en la boca de mi estómago.


Respiré hondo, procurando calmar mis nervios. Lo último que quería era que se diera cuenta del efecto que su sola presencia ejercía sobre mí.


Me di un último vistazo en el espejo satisfecha con la imagen que me devolvía el reflejo. Ya no era una niña, si él no lo notaba ahora, entonces era un idiota.


Fui a su encuentro, coloqué la mano en el picaporte, y negué con la cabeza antes de girar la manilla.


—¿Qué haces aquí? —Pregunté asumiendo una actitud presumida. Pedro me observó de pies a cabeza.


—¿Debo tomarlo como un cumplido? —Sus ojos brillaron con picardía—Paula tenemos que hablar —agregó retomando sus facciones serias.


Me aferré a la puerta para mantener la compostura y lo observé fijamente a los ojos.


—No puedo, tengo una cita con unos amigos de la universidad. —Procuré sonar lo más segura posible.


—¿Tienes miedo a estar sola conmigo? —Pedro dio un paso adelante, con mirada depredadora. Me esforcé por no moverme y, levanté la barbilla retándolo con mi actitud—Te aseguro que no muerdo —agregó antes de bajar su rostro y posar sus labios sobre mi cuello.


«¡Oh por Dios lo estaba besando!». Apreté los muslos con fuerza. Aquel pequeño contacto hizo que mi cuerpo reaccionara de inmediato. Un escalofrío me recorrió por entero.


Lo único que quería era cerrar los ojos, entrelazar mis brazos alrededor de su cuello y dejarme llevar. Pero con dificultad logré separarlo de mí, colocando las manos sobre sus anchos hombros para empujarlo. Al principio él me miró sorprendido, luego sonrió afectuosamente y negó con la cabeza.


—No creo, no tenemos nada de qué hablar —le solté con indignación—, y si te refieres al incidente del avión, no pierdas el tiempo. Estoy bien grandecita para asumir mis propios actos. —Él cambió la expresión de su rostro, sabía que me refería al hecho de haber aceptado su juego.


Apretó la mandíbula con firmeza repasándome de arriba abajo.


«Dios de todos los cielos, protégeme de este hombre, que me observa de una forma que me empuja a ceder».


—Me he dado cuenta que estás bien grandecita. Yo diría que muy hermosa, Paula. —Su afirmación me dejó sin habla—Está bien, Paula. Espero que disfrutes con tus amigos —cedió con voz cálida, y una mirada enternecedora.


Se marchó en silencio, dándome la espalda. Dudé por un instante, luego me deslicé dentro de la habitación, asegurando la puerta.


Caminé hasta el borde de la cama y me senté algo contrariada. No podía creer que le había ganado esa jugada a Pedro, peor aún, que haberlo rechazado me produjera tanto dolor en vez de alivio.


Debía calmarme para pensar con claridad. Dejé caer mi espalda sobre la colcha y cerré los ojos. Pero ¿qué me estaba pasando?, ¿por qué me ponía tan nerviosa cuando hablaba con él? Acaso, ¿todavía seguía enamorada de Pedro como una tonta?


Parecía una adolescente que no podía controlar sus emociones frente a un hombre atractivo. De alguna manera tenía que detener esta situación.


El ruido del móvil me sacó de mis pensamientos. Me levanté apurada para no perder la llamada, hallándolo encima de la cómoda. Sonrío al ver de quien se trata, aunque la felicidad no me invadió por completo.


—Hola Osqui —saludé con cariño a Oscar, intentando sonar normal.


—Hola princesa. ¿Cómo te fue en tu primer día? —No lo podía evitar, su alegría me resultaba contagiosa—Te extraño osita.


Consideraba a Oscar, el novio perfecto. Era atento, cariñoso y hasta detallista. Nos conocimos por casualidad en un mercado de verduras. Buscaba especias ese día para intentar preparar una receta de mi abuela Esther. No sé quién estaba más perdido en ese lugar, si Oscar o yo. Ambos nos sorprendimos cuando al mismo tiempo agarramos el frasco de tomillo.


—Me fue bien —suspiré al responderle. Para mi padre Oscar no me convenía. Según él, yo merecía un médico igual que él, un hombre que entendería mi profesión. No un abogado tramposo y desalmado.


—Tengo noticias del investigador David Rodríguez. Te anda buscando, le dije que te llamara. —Mi ánimo aumentó con esa noticia. Después de cumplir nuestro primer mes de novios, me animé a contarle a Oscar las dudas que tenía sobre mi madre. Él me prometió ayudarme. Dos semanas más tarde me había llevado a la oficina de David Rodríguez.


—¡Qué bueno!, ¿te adelantó algo?


—No dijo nada, pero no te preocupes, seguro te llama en estos días. Por cierto, ¿cuándo regresas? —preguntó un poco frustrado. Oscar era abogado y ya teníamos un par de semanas que no nos veíamos con regularidad. Él había estado la mayor parte fuera de la ciudad, trabajando en un caso de mucha importancia para su carrera.


—Estaré de vuelta para el día de acción de gracias —le notifiqué.


—Recuerda que lo pasaremos con mi familia. ¿Roberto querrá venir con nosotros? —Oscar tenía una familia maravillosa. A mí me encantaba compartir con ellos, pero no creía que mi padre se animara a tanto. Él respetaba mis decisiones, pero prefería mantenerse al margen.


—Será cuestión de preguntarle. Te aviso si dice que sí —la estrategia no me resultó, escuché a Oscar resoplar. Él conocía la opinión de mi padre.


—Bueno princesa, te dejo para que descanses. Imagino que estás agotada.


No quise contarle mis planes de esa noche. No solía ocultarle nada, pero ese día no me sentía con ganas de compartir con él cada cosa que hacía.


Nos despedimos cariñosamente, corté la llamada y fui por mi bolso. Bajé a encontrarme con el grupo de antiguos compañeros en el lobby, pero antes de irnos decidimos tomarnos una copa en el bar del hotel. Nos sentamos en una mesa cerca de la barra, éramos una tropa de cinco personas, entre las que se encontraba Mónica, una chica observadora y ocurrente, Sara, una pelirroja muy habladora, y los chicos son Tony y Marco, nuestros leales y divertidos acompañantes.


—Paula, ¿te diste cuenta cómo te mira el doctor Alfonso? Amiga no te despega el ojo —me comentó Mónica, al percibir la manera en que Pedro me observaba desde la barra mientras hablaba con dos compañeros de trabajo. Le hice una señal con la mano, restándole importancia al asunto.


—Es amigo de mi padre, hace rato intentamos hablar pero fue imposible, conoce a mucha gente. Y ¿tú cómo lo conoces? —el hecho de que ella lo reconociera me intrigó. Las dos habíamos estudiado juntas en Nueva York, y hasta donde sabía, Pedro no había pisado la ciudad desde aquel maldito día en que me rechazó.


—¿Y quién no lo conoce? —preguntó, Mónica—Él es una leyenda entre las mujeres. Desde que llegué no he parado de escuchar historias sobre ese hombre. Paula déjame decirte algo —habló en tono confidencial—, él podrá ser muy amigo de tu padre, pero no te mira con ojos de protector, sino de cazador. —La conclusión a la que llegó me desconcertó—Lo que quiero decir, es que es evidente que le gustas, Paula. —Las dos reímos al mismo tiempo. Yo procuraba ocultar mi nerviosismo.


—Vaya, Mónica, me has dejado sorprendida. No sabía que eras una experta haciendo ese tipo de apreciaciones. —Ambas volvimos a reír.


—No hay que ser un experto para darse cuenta. Pero si no te gusta, amiga, si él no es tu tipo, déjamelo a mí. El doctor Alfonso esta como quiere. Yo no perdería esa oportunidad.


El comentario me pareció tan fuera de lugar que aumentó mi inquietud. ¿De verdad Pedro estaba interesado en mí? ¿En la niña distraída que él un día rechazó? ¿Me atrevería a algo con él? La idea me provocó un enredo de emociones que nunca había sentido.


Aturdida me giré hacia la barra y vi a Pedro con sus profundos ojos azules fijos en mí. Asintió con la cabeza y levantó su vaso en mi dirección a modo de saludo. Acaso, ¿me retaba de nuevo?





domingo, 3 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 3





Llegué al hotel alrededor de las seis de la tarde. Solo me quedaba una hora para arreglarme antes de asistir a la cena de bienvenida. Me registré en la recepción del Omni Dallas Hotel, un lugar elegante y moderno donde se llevaría a cabo El Congreso. Papá se había encargado de asegurarme la estadía. Tenía muchos contactos con los organizadores del evento.


Subí directo a la habitación, desesperada por tomar una ducha que se llevara los restos de la excitación que mi cuerpo había experimentado por la escena sensual del avión. Solté todo junto a la cama y me fui directo al baño. 


Tenía que apurarme si quería llegar a tiempo.


Al salir envuelta en una toalla grande de color blanco, encendí el televisor para tener un poco de ruido. Quería olvidar lo ocurrido con aquella pareja, eso se repetía en mi memoria sin poder evitarlo. Pero sobre todo, quería borrarme de la mente esos ojos azules de mirada intensa, que me habían retado.


Durante las horas del viaje, aquellos ojos comenzaron a recordarme a una persona que había conocido años atrás, y que había significado mucho para mí.


Exhalé con fuerza todo el aire retenido en los pulmones y meneé la cabeza.


—¡Basta Paula!, concéntrate y deja de pensar en él! —Me reproché en voz alta.


Me había prohibido a mí misma recordar al idiota que un día rompió mi corazón.


Mientras me vestía, les envié un mensaje de texto a papá y a Oscar, avisándoles que estaba instalada en el hotel. Se los había prometido.


Al estar lista, me paré frente al espejo de cuerpo entero instalado en la habitación, para evaluar que mi vestido de coctel negro, no muy revelador, se amoldaba a mi cuerpo sin inconvenientes. Los zapatos de tacón me ayudaban a verme unos centímetros más alta y mi sencillo maquillaje me aportaba ese toque especial. Estaba perfecta, muy a mi estilo, y como decía mi mejor amiga Alicia, «una chica siempre debe lucir hermosa».


A las siete en punto entré en el restaurante. La estancia era inmensa, bien iluminada y muy acogedora, decorada de manera sobria pero exquisita. Una melodía de jazz sonaba como música de fondo.


Miré a mi alrededor en busca de algún conocido, fijando mi interés en la barra que se encontraba a un costado.


Me acerqué a ella y ordené una copa de vino. Mientras la esperaba, vi a una mujer alta y, de cabello rubio que me saluda con la mano desde el otro extremo. Esperé a que el barman me entregara la bebida para acercarme. Traté de reconocerla pero me era imposible. «Bueno esta es una conferencia pequeña, seguro encontraré algún conocido», pensé.


A su lado se hallaba un hombre vestido de traje oscuro. No podía verle el rostro porque me daba la espalda, pero por el tamaño de sus hombros, podía predecir que se trataba de un tipo alto y fornido.


El barman se acercó a la mujer y le sirvió un trago.


Me acerqué a saludarla, pensando que de seguro era una amiga de mi padre. Él conoce mucha gente. Más aún en este medio.


—Paula Chaves—me presenté al extenderle la mano.


—Lo sé. Soy Linda Sullivan, un placer conocerla doctora Chaves. —Mientras me saludaba, la mujer le tocó el hombro al sujeto misterioso del traje oscuro parado junto a ella, que parecía estar esperando su bebida—Conozco a Roberto y a ti por las fotos que están en su oficina.


«¡Lo sabía!, seguro que ella y mi padre trabajan juntos».


—Entonces no he cambiado mucho —bromeé, tratando de ser amable. Las dos reímos.


El hombre se volteó lentamente. Sin poder evitarlo, mi mirada se posó en una de sus manos, la que sostenía un vaso corto de cristal, lleno con un licor de color ámbar. Una pulsera trenzada de colores brillantes adornaba su muñeca.


«¡Pero ¿qué demonios?!», dije para mis adentros. Era la misma pulsera que le había visto al descarado del avión, mientras esa mano satisfacía sin pudor a aquella chica frente a los otros pasajeros.


«¡Este mundo es un puto pañuelo!», pensé desconcertada.


La vergüenza se me subió a la cabeza. Lo que quería en ese momento era que se abriera la tierra justo debajo de mis pies. Respiré hondo, esperaba que no me reconociera o iba a darme algo frente a ellos.


—Te presento al doctor Alfonso—habló Linda aumentando mi inquietud.


«¿Alfonso? ¿Ella dijo Alfonso?».


Debía estar oyendo mal. Con tanta gente hablando en los alrededores y al mismo tiempo, mi cerebro era capaz de distorsionar las palabras.


Linda Sullivan no podía estar hablándome de la misma persona que había conocido un montón de años atrás, y quién me había roto el corazón. Papá me dijo que él desapareció sin dejar rastros, para ser exactos hacía ocho años.


Mis ojos impactados, por un momento pasaron de Linda a Alfonso sin que pudieran dejar de mostrar asombro. Hasta que mi mirada se topó con la de él.


Mi corazón se aceleró y mis manos se humedecieron por culpa de los nervios. Era él, el hombre de los ojos azules más bellos de este mundo, Pedro Alfonso, quien en una oportunidad fue el pupilo de mi padre, y el único mortal del que alguna vez me había enamorado.


Aunque eso último él nunca llegó a saberlo, claro, Pedro fue mi amor platónico, ese que nunca podrá ser, pero que jamás se borra del corazón.


—¿Se conocen? —Preguntó Linda un tanto confusa, al ver nuestras miradas de reconocimiento.


—Paula, que agradable sorpresa. —Su voz grave y potente era tan intensa como siempre, haciéndome estremecer. Le di un trago al vino que tenía en la mano, con la esperanza de que el alcohol me hiciera sentir más segura.


—Vaya… casi no te reconozco, Pedro. —No pude evitar que mis palabras sonaran algo falsas. Me sentía tan nerviosa…


Evalué su rostro notando una cicatriz a la altura de la sien, en dirección hacia el ojo derecho. Estaba segura que antes no la tenía.


—Bueno, me alegro que se conozcan —intervino Linda para hacerse notar.


Todos los recuerdos volvieron a mí de repente, aplastándome en ese lugar.


Pedro y mi padre en el pasado fueron muy amigos. Había sido testigo del inmenso aprecio que ambos se tuvieron, el tiempo en que trabajaron juntos Pedro iba a comer
seguido a nuestro departamento. Se le consideraba un miembro de la familia y muchas veces lo había encontrado durmiendo en el sofá antes de entrar a una guardia, ya que no le daba tiempo de ir a su casa. Sin embargo a pesar de esa cercanía, un día desapareció sin despedirse.


Físicamente no había cambiado. Pedro Alfonso seguía siendo un hombre hermoso. Altísimo de un metro noventa de estatura, fuerte, varonil, de cabello castaño, mandíbula cuadrada y con unos labios de pecado. Y esos ojos… tan azules y profundos como el océano.


—¿Cuánto tiempo ha pasado? —exclamó, aunque esa pregunta parecía hacérsela a sí mismo y no a mí—Te aseguro que esta vez no desapareceré por tanto tiempo. —Su voz en esta ocasión fue suave y aterciopelada. Se metía en mis venas como un cosquilleo.


«¡Maldita sea!, todo él era perfecto».


Se me resecó la garganta, por los nervios y la emoción que sentí al volver a verlo. Necesitaba salir de mi asombro y reaccionar, pero el recuerdo de la última vez en que nos vimos me invadió.


Tenía dieciocho años, venía eufórica de una salida con mis amigas. Estaba un poco ebria, nos habíamos tomado unas cervezas de más. Cuando entré al departamento, lo encontré acostado en el sofá con los ojos cerrados. No me pude resistir, me arrodillé a su lado y le acaricié el rostro con el dedo índice. Pedro no movió ni un músculo de su cuerpo, por un momento pensé que estaba dormido, fue entonces cuando me animé y acuné su rostro entre mis manos, me acerqué, y posé mis labios sobre los suyos. Se sentían suaves, carnosos y muy cálidos. Sus manos, se enredaron en mi cabello. Él entre abrió la boca invitándome a seguir y eso fue lo que hice, me deje llevar y arrastrar por esas ganas que sentía. Después de unos segundos, Pedro posó sus manos sobre mis hombros y me apartó de él con rudeza.


«¡Para Paula!, estas tomada», el tono de su voz fue despectivo, fuerte, y severo. Se levantó del sofá y exclamó con fuerza: «¡Eres una niña para mí!», tomó su bata y juego de llaves, que estaban puestas sobre la mesita de la entrada, y salió hecho una fiera. Dando un portazo.


—Me ha encantado verte Pedro —me obligué a responder después de salir de mis cavilaciones. Era lo único coherente que se me ocurría decir.


No podía parar de mirarlo y de preguntarme ¿qué había sido de él todo este tiempo?


Seguía siendo atractivo. No espera, era aún más atractivo que hacía ocho años. La seguridad que emanaba de su cuerpo, lo hacían ver increíblemente varonil. Llevaba un elegante traje hecho a la medida, que hacía buena combinación con su anatomía perfecta.


El timbre de su móvil me sobresaltó y me trae de vuelta al presente.


—Me disculpan, tengo que tomar esta llamada. —habló y me guiñó un ojo antes de alejarse.


—No se preocupe doctora Chaves, el doctor Alfonso tiene ese efecto en todas las mujeres —agregó Linda con una sonrisa irónica.


Mis mejillas se calentaron como brasas. Había sido una tonta. Si esta mujer pudo darse cuenta del efecto que Pedro ejercía sobre mí, no quería imaginarme lo que él estaría pensando. Debía alejarme de allí antes que él regresara.


—Nos estamos viendo, Linda. Voy a seguir saludando —me despedí de la mujer antes de estrecharle la mano de nuevo.


—Seguro que sí, doctora Chaves. Nos estamos viendo —alegó ella haciendo una mueca extraña.


Ignoré su gesto y me marché, dispuesta a disfrutar de la velada que nos ofrecían. Tenía que distraerme y olvidarme de ese encuentro, para no revelarle a Pedro ni a nadie más mis debilidades.


Caminé hacia el buffet de la comida, tomé un plato y me serví un poco de todo. La coordinación me fallaba, todavía seguía nerviosa. Busqué una mesa donde sentarme, topándome con unos amigos de mi padre. Una pareja de médicos, muy agradables.


Dos horas y cuatro copas de vino más tarde, el cansancio comenzó a tomar control de mi cuerpo. Por fortuna, pude pasar una divertida velada sin más contratiempos. No había vuelto a ver a Pedro y eso me tranquilizó.


Salí al pasillo en busca del elevador. Me sentía acalorada, o más bien acelerada. Mis pasos eran rápidos, deseaba llegar cuanto antes a la habitación, para quitarme el vestido, los zapatos y descansar. Lo único que se escuchaba a esa hora, era el sonido de mis tacones contra el piso de mármol.


Antes de alcanzar el elevador, vi a Pedro recostado de la pared hablando por el móvil. Tenía el ceño fruncido, parecía molesto, pero hasta con esa cara seguía luciendo apuesto.


—¿Te retiras tan pronto? —me dijo al divisarme, cortando la llamada y cambiando las facciones. Recorrió mi cuerpo con sus ojos de fuego, tomándose todo su tiempo—Iba a regresar al salón para invitarte una copa —argumentó sonriendo de medio lado.


—Disculpa, pero estoy cansada. Además, creo que tomé una copa de más.


—En ese caso, lo más conveniente es que te acompañarte a tu habitación.


«¡QUE! ¡No!», eso no podía permitirlo.


—Estoy bien, Pedro. No hay necesidad que me acompañes. —Traté de sonar convincente, él cambió, me observó con mayor interés—De verdad —le aseguré, pero una risa nerviosa me delató.


—Aja, te creo —dijo y negó con la cabeza tomándome de la mano.


Me dejé llevar. Además de estar algo mareada, el calor de su tacto me encantó. Deseaba sentirlo un poco más. Eso no era un delito ¿cierto?


Caminamos en silencio hasta el elevador, él pulsó el botón y enseguida las puertas se abrieron. Al entrar, me solté de su agarre, necesitaba espacio. Por un momento sentí que me falta el aire. Me apoyé de la pared y cerré los ojos, Debía controlar mis emociones.


—¿En qué piso estas? —preguntó él con suavidad.


—El siete, digo… el séptimo piso —tartamudeé.


«¡Hay Pedro, ¿qué me haces?!».


Segundos después, sonó la campanita que avisaba que habíamos llegado a mi destino. Apenas se abrieron las puertas, salí tan rápido y sin mirar, que casi choqué contra un señor mayor que esperaba el elevador. Pedro volvió tomarme de la mano y me sacó de allí con cuidado. Le señalé mi habitación y él me guió.


Con delicadeza lo solté para sacar la tarjeta y abrir la puerta del dormitorio. Él se ubicó tan cerca de mí, que podía oler el perfume de su piel. Era embriagador, como su presencia. 


Quería abrazarlo, besarlo y colgarme de su cuello hasta perder la conciencia, pero eso nunca iba a pasar. Pedro lo había dejado muy claro en el pasado.


«Enfócate Paula, abre la puerta y despídete», pensé. 


Introduje la tarjeta en la ranura, y en cuanto parpadeó la luz verde que indicaba que se había pasado la cerradura, bajé la perilla.


—Te veo mañana. —dijo tomando mi mano derecha y llevándosela a los labios. Depositó un casto beso sobre los nudillos. Ese leve contacto me estremeció de pies a
cabeza—Buenas noches Paula, que descanses.


Pedro se aproximó tanto a mí, que podía ser capaz de escuchar los latidos de su corazón. Me tomó de la barbilla y la levantó, antes de acercar su rostro. Mis pulsaciones aumentaron cuando él apoyó su frente en la mía.


Suspiré y cerré los ojos satisfecha. Era evidente que él también se sentía atraído por mí. La paz que nos rodeaba era reveladora, así como la forma tierna en que Pedro acariciaba mi mejilla. La suavidad de su mano arrancó otro suspiro…


Saqué fuerzas de la parte más recóndita de mi interior y me separé enseguida de él.


—Buenas noches, Pedro —me despedí mientras entraba en la habitación, sonriéndole antes de cerrar la puerta con cuidado.


Él quedó afuera, mirándome contrariado, con cierto brillo de desconcierto en sus hipnóticos ojos azules.







MISTERIO: CAPITULO 2






Ya sentada en la aeronave, y después de tener treinta minutos en el aire, le di las gracias al cielo por no tener a nadie sentado a mi lado, aunque en general el vuelo estaba un poco vacío. Tomé el material del congreso para darle una ojeada, no quería que se notara el hecho de que me acababa de graduar.


Una hora más tarde escuché una carcajada de mujer y la voz de un hombre susurrándole algo. Desde mi asiento no podía entender que decían, pero si percibí la voz masculina se parecía mucho a la del hombre que me había hablado en la sala VIP.


«Mmm, que casualidad». La pareja se encontraba sentada justo detrás de mí. La curiosidad por saber quién era me estaba matando.


Uno de los dos pulsó el botón para llamar a la azafata, la cual no tardó ni un minuto en aparecer. La chica pidió un par de mantas, alegando que tenía frio. Al cabo de un rato les
fueron entregadas, y ellos, entre risas, agradecieron el gesto.


Por un instante reinó el silencio, Imaginé que miraban la película que se transmitía en ese momento. Sin poder soportar la intriga, me giré para intentar ver entre los dos asientos a la pareja. Lo que capté me dejó con la boca abierta.


Lo primero que llamó mi atención, fue la pulsera tejida de colores brillantes que rodeaba la muñeca del hombre. La mano de él estaba metida por debajo de la falda de la chica. 


Entraba y salía con agilidad. Mis ojos no pudieron dejar de mirar. La escena además de erótica, era muy sexy, y aunque me molestara admitirlo, sentía como se humedecía mi intimidad.


Cerré los ojos y me incorporé en el asiento apretando los labios. Los abrí casi de inmediato para asegurarme que nadie me había visto espiando.


—Puedes seguir mirando no me molesta… ahora viene la mejor parte —escuché que él me decía por la rendija entre los asientos, usando un tono de voz bajo y estremecedor.


Casi morí por la vergüenza en el acto. Ese hombre sexy y terriblemente descarado había despertado en mí las ganas de entrar en su juego. Él quería que lo siguiera mirando como hacía disfrutar a la chica con su tacto. Lo peor era que yo quería ver e imaginar que me lo hacía a mí.


Comencé a dudar, pero al escuchar el sonido de la cremallera de su pantalón, no pude resistirme. La ansiedad por ver lo que pasaría a continuación me aceleraba el pulso.


Me giré con cuidado para no llamar la atención. Mi mirada se clavó en un miembro, grande, grueso y tenso. Una mano delicada, de uñas largas y pintadas de color rojo lo envolvía con firmeza. Subía y bajaba despacio, sin apuro.


Alcé la mirada hasta toparme con los ojos del hombre. Eran azules, de un tono claro y cristalino. Me resultaron hermosos, sobre todo, la intensidad con la que me observaba.


La rendija entre los asientos era estrecha y no me permitía ver con claridad su rostro. Además, la chica se había atravesado para besarlo con desesperación, bloqueándome por completo.


Me senté recta en mi asiento, me sentí apenada por haber sido descubierta, y molesta por haber caído en su trampa. 


Ese hombre era peligroso, un exhibicionista atrevido, que le gustaba llamar la atención.


«Te voy a ignorar, nada de esto está pasando», me repetí mentalmente. Tomé mucho aire y lo retuve por unos segundos en mis pulmones, para luego soltarlo poco a poco, concentrándome en mis respiraciones. Necesitaba poner en orden mis pensamientos. Si era posible después de haber sido testigo de una escena como aquella.


Dejé pasar unos diez minutos y, me levanté con cuidado de no mirarlos. Caminé hasta el diminuto baño del avión y aseguré la puerta. Miré mi reflejo en el espejo, estaba sonrojada, excitada y, sofocada.


«Esto no está bien» pensé, negando con la cabeza.


Abrí el grifo y arrojé agua sobre mi rostro. Lo sequé con cuidado con una toalla de papel, sintiéndome más tranquila. 


«Seguro son una pareja de recién casados», dije en voz baja para justificar el hecho. Pero no podía borrarme de la mente esa mirada azul.


Al volver a mi asiento, noté que la mujer sentada detrás de mí no seguía acompañada. Por alguna extraña razón, que no sé explicar, eso me hizo sentir mejor.


Me dispuse a sentarme cuando encontré un papel sobre el cojín de mi butaca. Lo tomé para examinarlo con detenimiento. Era una tarjeta personal, con la firma: Sandra Lagunes, Esteticista.


Entrecerré los ojos y miré a mi alrededor. No hallé rastros del hombre de los ojos azules. Volví a revisar la tarjeta y al voltearla, encontré del otro lado un mensaje escrito en bolígrafo.


«Espero te haya gustado lo que viste, llámame…». Junto se hallaba el número de un teléfono móvil.


—El hombre que estaba conmigo te la dejó —me dijo la mujer—Es mi tarjeta, se la di porque él no tenía donde anotar. Llámalo, no te vas a arrepentir. —Me soltó con frescura—También pueden llamarme, haríamos un trio estupendo —aseguró guiñándome un ojo y sonriéndome con malicia.


Me sonrojé hasta las orejas, y me senté sin decir nada, porque me había quedado sin palabras. Era la primera vez que vivía una situación de ese tipo.


Agarré mi bolso y lance en su interior la tarjeta. Saqué mi iPod y me coloqué los audífonos, queriendo eludir todo lo que me rodeaba. Busqué entre las canciones hasta dar con el álbum de Coldplay.


Cerré los ojos al escuchar las notas del primer tema y solté un bufido de frustración. La situación se me había escapado de las manos. Ese hombre… ¿qué se creía? Se notaba muy seguro de sí mismo, pero conmigo se había equivocado. Eso tenía que demostrárselo si volvía a toparme con él.











MISTERIO: CAPITULO 1





—Date prisa en lo que te bajes Paula, no quiero que pierdas el vuelo —dijo impaciente mi padre al estacionar frente a una de las entradas del aeropuerto.


Aquella última semana de otoño papá me llevó al aeropuerto 


La Guardia, de la ciudad de Nueva York, después de viajar de nuestro departamento en el Upper East Side, en Manhattan, cerca de Central Park. Debía abordar un vuelo con destino a Dallas, donde se celebraría El II Congreso Nacional de Medicina Moderna, en el que me había inscrito hacía pocas semanas.


—Tranquilo, no voy a perderlo —le aseguré dándole un ligero apretón en la rodilla, enseguida él se bajó para sacar mi equipaje del maletero. Tomé el bolso del asiento de atrás y me cercioré de no dejar nada antes de salir del auto.


—Nos vemos en unos días. Llámame para saber que llegaste bien. —Pidió y me dio un abrazo depositando un beso en mi mejilla.


Roberto Chaves, mi padre, a sus cuarenta y seis años, era apuesto. Con una altura de un metro ochenta y siete, piel bronceada y cabellos castaños, aún atraía miradas. Su excelente condición física se debía a su fanatismo por salir a correr a diario y a mantener una buena alimentación. Poseía un corazón de oro, era paciente, cariñoso y muy trabajador. 


Era médico, al igual que mi abuelo Tomas. Ambos provenían de una familia de cirujanos y por lo tanto, yo no podía ser menos. Decidí seguir los pasos de los dos hombres que más quería y admiraba en el mundo.


Un mes atrás me gradué de médico cirujano, con una especialización en pediatría en la Universidad de Columbia. 


Estaba tratando de conseguir trabajo en el Hospital de la ciudad, sabía que no me iba a ser fácil si no contaba con la ayuda de mi padre. Debía ampliar mis conocimientos y aumentar el valor a mi título. Por eso asistía al congreso.


Papá me entregó el asa de la maleta de ruedas, y nos despedimos para luego encaminarme a paso ligero, al interior del aeropuerto. Antes que las puertas mecánicas se cerraran tras de mí, me giré hacia él. Estaba recostado del coche viendo como me alejaba. Lo saludé con la mano y seguí mi camino hacia el mostrador de la aerolínea, para deshacerme del equipaje.


Cuando salimos juntos, muchas veces me daba cuenta como las mujeres lo observaban, pero muy dentro de mí, no conseguía entender como ninguna lo terminaba de atrapar. 


Yo era lo que llaman «un error de juventud», papá apenas contaba con veinte años cuando tuvo que ocuparse de mí. 


¿Y mi madre?, ella sencillamente se había esfumado. Pero eso no evitó que Roberto fuera un padre maravilloso.


La historia de mi madre para mí era un misterio. Un tema Tabú en la familia. Los abuelos no la nombraban y la eterna respuesta de papá a mis preguntas era: «no quiero hablar de eso ahora».


Esa actitud siempre me molestó. Por años insistí para que me concedieran algo de información, fracasando en cada uno de mis intentos.


Por eso había tomado la decisión de buscarla por mi cuenta, y descubrir que había sido de ella, si estaba viva o muerta, y los motivos que tuvo para dejarnos y desaparecer sin mirar atrás. Para mí ella era una incógnita, un enigma que deseaba resolver.


Oscar, mi actual novio, se había ofrecido a ayudarme. Él y yo llevábamos saliendo un par de meses, y desde que le había contado lo poco que sabía sobre mi madre, se había convertido en mi cómplice y soporte en esta investigación. 


Con su ayuda contraté los servicios de un investigador privado, para poder pasar esa página, y saciar de una vez por todas, mi curiosidad. Tenía derecho de conocer la verdad.


Desde siempre había tenido problemas para asumir compromisos y, responsabilidades, y de un tiempo para acá, mi inclinación por la bebida se había acentuado. Intuía que su abandono tenía mucho que ver con eso.


Necesitaba cerrar ese ciclo, seguir adelante y no dejarme arrastrar por la depresión.


En lo personal, me consideraba una romántica empedernida. 


Esperaba que algún día apareciera mi príncipe azul. Fiel creyente del matrimonio. Quizás eso se debiera a la unión tan hermosa que había visto por parte de mis abuelos y de cómo ellos se complementaban. Sin embargo y aunque sonará contradictorio, tenía serios problemas para mantener una relación romántica por más de tres meses.


Después de pasar los molestos chequeos de seguridad, me dirigí al área especial para las personas que viajaban en primera clase.


Los vuelos me ponían un poco nerviosa. Como me quedaba algo de tiempo decidí tomarme una copa y comerme un bocadillo, me moría de hambre. Caminé rápido hasta llegar a la sala VIP de la aerolínea con la que viajaba. Al entrar una mesa larga, adornada con un mantel blanco y un par de ramos de flores de diferentes colores colocados en el centro, llamó mi atención. Sobre ella se encontraban bandejas con distintos tipos de comida, desde pastas frías, hasta estofados de carne. Me acerqué y examiné cada una de ellas, tratando de elegir que servirme.


—Se ve buena la comida. —Me comunicó una voz masculina a mi lado, mientras yo, sin remordimientos, llenaba un plato con una de las ensaladas frías. Por el apuro del viaje no había almorzado y ahora mi estómago gruñía tan fuerte, que estaba segura que lo podían oír.


—Sí, todo luce delicioso —respondí sin mirarlo, por un momento su voz me había sonado ligeramente familiar, pero decidí no darle importancia.


Al terminar de servirme un poco del estofado de carne, levanté el rostro buscando al dueño de aquella voz dulce y profunda, pero era demasiado tarde. Se había ido.








MISTERIO: SINOPSIS





Paula es una chica normal, alegre, romántica y soñadora. 


Tenía dieciocho años cuando fue rechazada por Pedro, su amor platónico de la adolescencia, «¡Eres una niña para mí!», fue lo último que le dijo antes de desaparecer.


Han pasado 8 años, Paula se acaba de graduar de médico, sigue viviendo con su padre, tiene su mejor amiga Alicia y un novio que la adora. Su vida es tranquila y rutinaria, pero no todo es perfecto para Paula como todos creen, ella está obsesionada por descubrir los motivos que tuvo su madre para abandonarla. Un secreto de familia del que nadie es capaz de hablar.


Pedro Alfonso es un exitoso médico cirujano, un hombre seguro de sí mismo, ambicioso, prepotente y apuesto a rabiar. Un terrible accidente cambió su vida, e hizo que se convirtiera en un hombre incapaz de mantener una relación con una mujer por más de una noche.


Un encuentro inesperado con el pasado, los hará vivir situaciones que los pondrán a prueba, y aunque compartan la misma carrera, ambos tienen estilos de vida muy diferentes, demostrándoles que no todo se basa en emociones fuertes y misterios por resolver. Paula se verá en una encrucijada, donde elegir con quién quedarse será una decisión complicada.