lunes, 4 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 4





Al día siguiente me levanté con un poco de resaca, gracias al sonido de la alarma de mi móvil. Resoplé y me senté en la cama. «Creo que tomé de más» pensé. Tanteé sobre la mesita de noche en busca del teléfono, para silenciarlo. Eran las seis de la mañana y debía prepararme para tomar el desayuno a las siete en uno de los salones del hotel. Tenía una agenda planificada a la perfección para cada día, que incluía las comidas, las clases, la demostración de los mayoristas y hasta los momentos de descanso.


Me arreglé con un conjunto de chaqueta y pantalón color gris, blusa blanca y accesorios a juego, me calcé unos zapatos altos y negros, dejando mi cabello suelto. Dediqué algo de tiempo al maquillaje, quería verme extra linda y demostrarle a Pedro lo que se había perdido.


«¡Ya no era una niña!».


Las clases de la mañana pasaron en un abrir y cerrar de ojos. A la hora del almuerzo me encontré con un grupo de antiguos compañeros de la universidad. Nos sentamos juntos a comer y quedamos en salir después de las charlas de la tarde a un Pub cercano al hotel.


A pesar de todas las distracciones de ese día, no podía dejar de pensar en Pedro y en la despedida de la noche anterior. Mientras caminaba sumergida en mis pensamientos choqué sin querer con una pared de músculos cuando me dirigía al salón de conferencias.


—Lo siento —dije automáticamente, sin ver a la persona que había arrollado.


—Esta disculpada doctora Chaves —¿Era la voz de Pedro?, lo miré y por su expresión parecía divertido. Un grupo de personas que pasó junto a nosotros, miraron con curiosidad nuestro pequeño accidente—Sigues siendo una niña distraída. —Pero ¿qué se creía éste? Sus palabras me molestaron.


«¿Cuándo dejará de verme como una niña?, estaba furiosa».


—Y tú sigues siendo un presumido insoportable —le solté sintiéndome orgullosa por no haberme quedado callada. 


Pero su risa fue tan fuerte que aumentó mi enfado.


—Búscame cuando termines las clases, esta noche vamos a cenar —dictaminó al recuperar la compostura, dio media vuelta y se alejó a pasos agigantados. Me quedé allí, en el medio del pasillo y con la palabra en la boca.


«¡Arg, que demonios!, justo venir a tropezarme con él», me quejé mentalmente antes de retomar el camino.


«Este hombre se ha convertido en un pesado, ¿venir a darme ordenes? Conmigo estaba muy equivocado, esa táctica de mandón no le va a funcionar», seguí reprochándome, con la sangre burbujeándome en las venas por la rabia.


Tuve que detenerme antes de entrar en el salón al sentir que el móvil vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Lo saqué de inmediato y revisé la pantalla. Era un mensaje de texto de Oscar.


Oscar: ¿Qué haces, princesa?


Paula: Entrando a una clase súper aburrida


Oscar: Entonces te mando un beso, y hablamos más tarde


Paula: Ok


Volví a guardar el teléfono, sintiéndome algo extraña. El mensaje de Oscar no me pareció agradable, sino más bien, inoportuno. Aquello comenzó a preocuparme.


Entré en la charla algo inquieta. Debía darle freno a los sentimientos que Pedro estaba despertando en mí. No era justo que me ilusionara con él sólo por haberlo visto después de tantos años.


Al terminar las clases, subí a la habitación, quería descansar un poco antes de encontrarme con los chicos en el lobby del hotel. Lo había decidido, me iría con ellos y no con Pedro.


Fueron las palabras que me dijo en mitad del pasillo lo que me ayudó a elegir: «Sigues siendo una niña distraída». Cada vez que las recordaba me ponía de mal humor. Debía darle una lección.


Busqué dentro de mi bolso la tarjeta que él me había dejado en el avión, después de que me incitó a mirar su sensual escena con otra. Al encontrarla le mandé un mensaje de texto.


Paula: Olvida la cena, no va a pasar.


Me dirigí al baño, con una sonrisa en mis labios. Me sentía poderosa, dueña de mis acciones. Me lavé las manos, cepillé mis dientes y retoqué un poco el maquillaje. Su respuesta no tardó en llegar.


Pedro: Sí va a pasar, abre la puerta.


Sentí un extraño temblor en las manos al terminar de leer el mensaje. Saber que estaba afuera, esperando a que le abriera, hacía estragos en la boca de mi estómago.


Respiré hondo, procurando calmar mis nervios. Lo último que quería era que se diera cuenta del efecto que su sola presencia ejercía sobre mí.


Me di un último vistazo en el espejo satisfecha con la imagen que me devolvía el reflejo. Ya no era una niña, si él no lo notaba ahora, entonces era un idiota.


Fui a su encuentro, coloqué la mano en el picaporte, y negué con la cabeza antes de girar la manilla.


—¿Qué haces aquí? —Pregunté asumiendo una actitud presumida. Pedro me observó de pies a cabeza.


—¿Debo tomarlo como un cumplido? —Sus ojos brillaron con picardía—Paula tenemos que hablar —agregó retomando sus facciones serias.


Me aferré a la puerta para mantener la compostura y lo observé fijamente a los ojos.


—No puedo, tengo una cita con unos amigos de la universidad. —Procuré sonar lo más segura posible.


—¿Tienes miedo a estar sola conmigo? —Pedro dio un paso adelante, con mirada depredadora. Me esforcé por no moverme y, levanté la barbilla retándolo con mi actitud—Te aseguro que no muerdo —agregó antes de bajar su rostro y posar sus labios sobre mi cuello.


«¡Oh por Dios lo estaba besando!». Apreté los muslos con fuerza. Aquel pequeño contacto hizo que mi cuerpo reaccionara de inmediato. Un escalofrío me recorrió por entero.


Lo único que quería era cerrar los ojos, entrelazar mis brazos alrededor de su cuello y dejarme llevar. Pero con dificultad logré separarlo de mí, colocando las manos sobre sus anchos hombros para empujarlo. Al principio él me miró sorprendido, luego sonrió afectuosamente y negó con la cabeza.


—No creo, no tenemos nada de qué hablar —le solté con indignación—, y si te refieres al incidente del avión, no pierdas el tiempo. Estoy bien grandecita para asumir mis propios actos. —Él cambió la expresión de su rostro, sabía que me refería al hecho de haber aceptado su juego.


Apretó la mandíbula con firmeza repasándome de arriba abajo.


«Dios de todos los cielos, protégeme de este hombre, que me observa de una forma que me empuja a ceder».


—Me he dado cuenta que estás bien grandecita. Yo diría que muy hermosa, Paula. —Su afirmación me dejó sin habla—Está bien, Paula. Espero que disfrutes con tus amigos —cedió con voz cálida, y una mirada enternecedora.


Se marchó en silencio, dándome la espalda. Dudé por un instante, luego me deslicé dentro de la habitación, asegurando la puerta.


Caminé hasta el borde de la cama y me senté algo contrariada. No podía creer que le había ganado esa jugada a Pedro, peor aún, que haberlo rechazado me produjera tanto dolor en vez de alivio.


Debía calmarme para pensar con claridad. Dejé caer mi espalda sobre la colcha y cerré los ojos. Pero ¿qué me estaba pasando?, ¿por qué me ponía tan nerviosa cuando hablaba con él? Acaso, ¿todavía seguía enamorada de Pedro como una tonta?


Parecía una adolescente que no podía controlar sus emociones frente a un hombre atractivo. De alguna manera tenía que detener esta situación.


El ruido del móvil me sacó de mis pensamientos. Me levanté apurada para no perder la llamada, hallándolo encima de la cómoda. Sonrío al ver de quien se trata, aunque la felicidad no me invadió por completo.


—Hola Osqui —saludé con cariño a Oscar, intentando sonar normal.


—Hola princesa. ¿Cómo te fue en tu primer día? —No lo podía evitar, su alegría me resultaba contagiosa—Te extraño osita.


Consideraba a Oscar, el novio perfecto. Era atento, cariñoso y hasta detallista. Nos conocimos por casualidad en un mercado de verduras. Buscaba especias ese día para intentar preparar una receta de mi abuela Esther. No sé quién estaba más perdido en ese lugar, si Oscar o yo. Ambos nos sorprendimos cuando al mismo tiempo agarramos el frasco de tomillo.


—Me fue bien —suspiré al responderle. Para mi padre Oscar no me convenía. Según él, yo merecía un médico igual que él, un hombre que entendería mi profesión. No un abogado tramposo y desalmado.


—Tengo noticias del investigador David Rodríguez. Te anda buscando, le dije que te llamara. —Mi ánimo aumentó con esa noticia. Después de cumplir nuestro primer mes de novios, me animé a contarle a Oscar las dudas que tenía sobre mi madre. Él me prometió ayudarme. Dos semanas más tarde me había llevado a la oficina de David Rodríguez.


—¡Qué bueno!, ¿te adelantó algo?


—No dijo nada, pero no te preocupes, seguro te llama en estos días. Por cierto, ¿cuándo regresas? —preguntó un poco frustrado. Oscar era abogado y ya teníamos un par de semanas que no nos veíamos con regularidad. Él había estado la mayor parte fuera de la ciudad, trabajando en un caso de mucha importancia para su carrera.


—Estaré de vuelta para el día de acción de gracias —le notifiqué.


—Recuerda que lo pasaremos con mi familia. ¿Roberto querrá venir con nosotros? —Oscar tenía una familia maravillosa. A mí me encantaba compartir con ellos, pero no creía que mi padre se animara a tanto. Él respetaba mis decisiones, pero prefería mantenerse al margen.


—Será cuestión de preguntarle. Te aviso si dice que sí —la estrategia no me resultó, escuché a Oscar resoplar. Él conocía la opinión de mi padre.


—Bueno princesa, te dejo para que descanses. Imagino que estás agotada.


No quise contarle mis planes de esa noche. No solía ocultarle nada, pero ese día no me sentía con ganas de compartir con él cada cosa que hacía.


Nos despedimos cariñosamente, corté la llamada y fui por mi bolso. Bajé a encontrarme con el grupo de antiguos compañeros en el lobby, pero antes de irnos decidimos tomarnos una copa en el bar del hotel. Nos sentamos en una mesa cerca de la barra, éramos una tropa de cinco personas, entre las que se encontraba Mónica, una chica observadora y ocurrente, Sara, una pelirroja muy habladora, y los chicos son Tony y Marco, nuestros leales y divertidos acompañantes.


—Paula, ¿te diste cuenta cómo te mira el doctor Alfonso? Amiga no te despega el ojo —me comentó Mónica, al percibir la manera en que Pedro me observaba desde la barra mientras hablaba con dos compañeros de trabajo. Le hice una señal con la mano, restándole importancia al asunto.


—Es amigo de mi padre, hace rato intentamos hablar pero fue imposible, conoce a mucha gente. Y ¿tú cómo lo conoces? —el hecho de que ella lo reconociera me intrigó. Las dos habíamos estudiado juntas en Nueva York, y hasta donde sabía, Pedro no había pisado la ciudad desde aquel maldito día en que me rechazó.


—¿Y quién no lo conoce? —preguntó, Mónica—Él es una leyenda entre las mujeres. Desde que llegué no he parado de escuchar historias sobre ese hombre. Paula déjame decirte algo —habló en tono confidencial—, él podrá ser muy amigo de tu padre, pero no te mira con ojos de protector, sino de cazador. —La conclusión a la que llegó me desconcertó—Lo que quiero decir, es que es evidente que le gustas, Paula. —Las dos reímos al mismo tiempo. Yo procuraba ocultar mi nerviosismo.


—Vaya, Mónica, me has dejado sorprendida. No sabía que eras una experta haciendo ese tipo de apreciaciones. —Ambas volvimos a reír.


—No hay que ser un experto para darse cuenta. Pero si no te gusta, amiga, si él no es tu tipo, déjamelo a mí. El doctor Alfonso esta como quiere. Yo no perdería esa oportunidad.


El comentario me pareció tan fuera de lugar que aumentó mi inquietud. ¿De verdad Pedro estaba interesado en mí? ¿En la niña distraída que él un día rechazó? ¿Me atrevería a algo con él? La idea me provocó un enredo de emociones que nunca había sentido.


Aturdida me giré hacia la barra y vi a Pedro con sus profundos ojos azules fijos en mí. Asintió con la cabeza y levantó su vaso en mi dirección a modo de saludo. Acaso, ¿me retaba de nuevo?





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