lunes, 16 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 26





El sol estaba empezando a lanzar su rosado brillo a través de los ventanales cuando Paula se puso los vaqueros, la camiseta, el poncho, las botas y se recogió el pelo en una cola de caballo para rápidamente lavarse la cara antes de salir de la suite de puntillas.


Necesitaba dar un paseo; dar un paseo y pensar. Y estaba claro que no pensaba bien cuando Pedro estaba tendido a su lado en la cama y desnudo.


Una vez abajo, cruzó la desierta zona de recepción y salió por las puertas principales donde la recibió una sacudida de aire frío que casi la hizo tambalearse. Sin embargo, esa mañana algo así era justo lo que necesitaba.


Fuera, el cielo era gris plateado y los pájaros estaban dormidos; el único sonido era el de la nieve cayendo suavemente desde los árboles. Parecía un sueño.


Estaba allí intentando asimilar lo sucedido ese fin de semana, creer que no era más que un maravilloso sueño y comprender que cuando se despertara a la mañana siguiente estaría bien y de vuelta al mundo real.


De pronto la vida real era algo que le resultaba extraño. Muy lejano. Algo que le daba miedo. Lo único que tenía que hacer para solucionarlo todo era convencer a Pedro de que se quedaran allí, para siempre. Pidiendo la comida al servicio de habitaciones, haciendo que otros les lavaran las sábanas y haciendo el amor continuamente. ¡Así de fácil!


No. No podía decírselo. ¿Cómo iba a hacerlo cuando él había dejado bien claro una y otra vez que no era un hombre de relaciones serias? Tal vez su pasado había sembrado ese comportamiento, pero él lo había cultivado a fondo desde entonces.


No podía decírselo y ver cómo la rechazaba porque no había nada peor que tener amor y no saber dónde ponerlo. 


Cuando su padre había muerto le había provocado un
dolor terrible, la había destrozado por dentro, y ella había ido vagando de un lado a otro como un perrito perdido durante meses. Años, incluso. Hasta que había encontrado su lugar, y se había encontrado a sí misma, en Melbourne. Lo mirara como lo mirara, ninguno de los dos tenía el pasado necesario para poder permitirse una relación a largo plazo.


Suspiró, se acurrucó contra su poncho y se puso en marcha de vuelta a la calidez del vestíbulo.


La recepción ya no estaba vacía. Una mujer con falda ajustada, medias estampadas, botas altas y un gorro y un chal a juego estaba junto al mostrador. Se giró al oír las puertas giratorias.


–Paula.


–Mamá –dijo instintivamente, en lugar de «Virginia». Sin embargo, la mujer ni se fijó, así que ella no se molestó en corregirse.


–¿Qué haces levantada tan temprano?


–Necesitaba dar un paseo y tomar un poco de aire fresco. ¿Y tú?


–Me voy a casa.


–Oh, ¿pero no te dijeron que tenías la habitación pagada un día más?


–Sí, pero no creo que a Elisa le apetezca bajar a la mañana siguiente de su boda y encontrarse a su madre en el desayuno, ¿no?


–No, no lo creo. Eres muy considerada.


Virginia se rio justo cuando un hombre volvió al mostrador con unos papeles que le entregó y ella le lanzó una sonrisa que lo hizo ruborizarse.


–Bueno, ¿y dónde está tu media naranja?


–Dormido.


Virginia se rio.


–Si yo fuera tú, haría que mi misión en la vida fuera estar a su lado cuando se despertara.


Paula tragó con dificultad. Si pudiera elegir, no habría otra cosa que pudiera querer más y deseó poder confiar en su madre y compartir lo que sentía con ella, pero su pasado se lo impidió y esbozando una sonrisa le respondió:
–No temas, ya voy para allá.


–Siempre has sido una chica lista y ahora resulta que también eres una organizadora de bodas fantástica. Ha sido un fin de semana divino.


–¿Sí, verdad?


–Sofisticado, divertido, y en resumen una fiesta que pasará a formar parte de la historia de este lugar. Y todo gracias a ti.


Paula intentó asimilar ese extraño momento porque no estaba nada acostumbrada a recibir alabanzas de su madre.


–Gracias.


–Ya tengo un montón de nombres y números de futuras novias y sus madres que reclaman tus servicios si decides cambiar de profesión y volver a casa.


Parecía que Virginia estaba hablando en serio y que parecía estar esperanzada, expectante… ¿De verdad le gustaría que se quedara?


Volver a casa. Cerca de Elisa. Cerca de donde creció. Estar en un lugar donde la gente se preocuparía por ella, donde podría trabajar para alguien que no la volvía loca en el trabajo y que no la hacía sentir loca de amor.


La tentación era tan fuerte que en ese momento llegó a abrumarla, pero pasó al instante. Si se quedaba, acabaría marchándose otra vez. Y además, desde la primera vez que se había marchado, había podido construirse una vida; no una vida perfecta, pero sí su propia vida.


–Gracias, mamá, pero estoy feliz donde estoy.


La esperanzada sonrisa de Virginia desapareció.


–Me alegro por ti. Cuando eras pequeña me preocupaba mucho verte siempre en las nubes, leyendo y siguiendo a papá como un cachorrillo. Cuando yo era joven quería ver el mundo, vivir en la ciudad y dedicarme al arte, ser alguien. No me malinterpretes; amaba a tu padre y jamás lamenté ninguna de las decisiones que tomé al elegirlo a él, pero no quería que vosotras os quedarais atrapadas aquí, en un pueblo pequeño sin encontrar la razón que yo encontré para quedarme. Lo único que quería era que encontrarais algo especial que os hiciera destacar para poder tener las oportunidades que yo nunca tuve.


Alargó la mano con la intención de colocarle a Paula un mechón de pelo detrás de la oreja, pero se detuvo y se giró hacia el mostrador para firmar la factura.


–Estoy muy orgullosa de que lo hayas logrado. De que seas feliz.


Y mientras allí estaba ella, en el vestíbulo y escuchando aturdida las agradables palabras de su madre.


Inmediatamente supo que había algo que tenía que aclarar.


–¿Mamá?


–¿Sí, querida?


–¿Puedo hacerte una pregunta… algo complicada?


–¿Alguna vez te has topado con una mujer más complicada que yo?


Bueno… no…


–Vale, allá va. Cuando te casaste con esos… tipos… ¿fue porque creías que los querías como quisiste a papá?


–No, para nada –respondió la mujer sin vacilar.


–Entonces, ¿por qué?


Virginia respiró hondo y la miró. Unas patas de gallo asomaban bajo sus preciosos ojos y demasiado maquillaje cubría su aún maravillosa piel.


–La verdad es que echo de menos lo que es sentirse amada y estoy dispuesta a aceptar y conformarme con lo que sea por sentir algo parecido.


¿Eso era a lo que recurría su preciosa madre? ¿A los restos de otros amantes? Paula la agarró del brazo.


–Tú vales mucho más que eso. Lo digo en serio, no puedes seguir conformándote con lo primero que encuentres. 
Encuentra a alguien que ames, alguien que te ame a ti. Y haz lo que sea para no dejarlo marchar, ¿de acuerdo?


Virginia sonrió, pero no hizo ninguna promesa. Le dio un beso a Paula en la mejilla y la abrazó con sentimiento y sinceridad.


–Nos vemos en la próxima boda, hija. Y espero que sea la tuya.


Y entonces, guiñándole un ojo, Virginia se marchó envuelta por un vendaval de energía y color… y por el eterno dolor de haber perdido a su primer y verdadero amor.


Inmediatamente, la mente de Paula sobrevoló el vestíbulo para ir directa a una suite donde yacía un hombre al que amaba con desesperación.


Ahora más que nunca sabía que nunca se conformaría con lo primero que encontrara; no se conformaría con un hombre que le gustara. Quería un amante, un compañero, alguien que la hiciera reír y le hiciera pensar, un amigo genial y fiel al que pudiera confiarle incluso su vida.


Quería a Pedro.


Tenía todo lo que había soñado ahí, delante de sus narices. 


Ahora mismo. No podía preocuparse por las consecuencias porque si no lo intentaba jamás se lo perdonaría.











UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 25





La luz de la luna entraba por la ventana bañando la habitación con una plateada luz.


Pedro no sabía cuánto tiempo llevaba despierto y estaba observando cómo dormía Paula. Su piel era suave como la de un bebé, sus mejillas rosadas por el calor del aún titilante fuego que había encendido en ella después de la primera vez que habían hecho el amor, y tenía el cabello extendido sobre su almohada.


Y él, en lo único que podía pensar, era que al día siguiente todo volvería a la normalidad… con una innegable diferencia.


Ella no era como el resto de mujeres con las que había estado. Era dulce, sincera, leal y no de las que se permitían una aventura de vacaciones.


Lo había sabido antes de haberle dado comienzo a todo eso, lo había sabido antes de poner pie en Tasmania, lo había sabido en cuanto Sonia había sugerido la idea en esa cafetería de Melbourne. Y, a pesar de todo, había permitido que sucediera.


Podía culpar a esa increíble suite, podía culpar a la belleza y al increíblemente aire fresco de Tasmania, o podía culpar a Venus y a Marte.


Podía culpar a la alegría de Paula que tanto contrastaba con la oscuridad de su carácter, fruto de su experiencia de vida. 


Podía culpar al hecho de que ella le diera equilibrio. Un equilibrio que nunca antes había tenido. Un equilibrio que anhelaba en secreto.


Pero lo cierto era que su madre había tenido razón. Era un jugador, o mejor dicho, era un cretino que no se merecía que esa mujer hubiera saltado nunca en su defensa.


Él era el único culpable de todo.


Paula murmuró algo en sueños y soltó una suave carcajada. 


Al oírla, Pedro se odió a sí mismo porque ese sonido lo había excitado más todavía.


Apartó un mechón de pelo negro de su frente y deslizó un dedo sobre su mejilla y detrás de su oreja hasta llegar a su hombro. Ella se movió, se estiró y la sábana se movió dejando al descubierto su torso desnudo. Sus delicadamente redondeados pechos. Sus suaves pezones.


Sin pensarlo, Pedro se inclinó sobre ella y tomó uno de esos picos rosados en su boca. Ella gimió, se despertó en un instante y hundió las manos en su pelo.


Paula sabía a caramelo y a sol. Era cruel que una mujer supiera tan bien. Cerró los ojos mientras su lengua seguía dibujando círculos alrededor de su pezón y ella estaba al borde del gemido, a la vez que le sujetaba la cabeza como si no quisiera que se detuviera jamás. Pedro se tendió sobre ella mientras con la lengua acariciaba su otro pecho sin llegar a tocarle el pezón. Paula se contoneaba bajo él acercando su cálido cuerpo al suyo y él sintió el incontrolable deseo de adentrarse en ella, una y otra vez, pero sabía que tenía que controlarse. Se merecía un castigo. Y así, se tumbó a su lado. Ella gruñó a modo de protesta y deslizó una mano por su pecho y por el vello que le cubría el abdomen hasta llegar a…


Pedro cerró los ojos. ¡Eso sí que era un castigo! Le agarró la mano y poniéndole la pierna encima, la sujetó a la cama. Ella dejó de moverse y él se inclinó para tomar en su boca uno de sus pezones y siguió besando su cuerpo hasta que no pudo aguantar más. «Mírame», le pidió dentro de su cabeza. 


Quería que supiera quién la estaba besando, necesitaba que lo supiera, que lo recordara.


Ella abrió los ojos y miró directamente a las profundidades de su alma. Después, como si supiera lo que Pedro necesitaba, lo llevó hacia ella y lo besó.








domingo, 15 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 24




Comenzó una canción lenta.


Pedro vio a Roberto cerca colocándose los pantalones y la pajarita y echándose atrás su ridículo pelo rubio sin dejar de mirar a Paula.


–Es mía –le susurró al chico al oído mientras le daba una vuelta a Paula.


Con un suspiro que no intentó ocultar, Paula deslizó las manos por su pecho, por sus hombros y alrededor de su cuello. Él intentó contener el cosquilleo que le produjeron esas caricias, pero no había manera de detenerlo.


–No puedo creerme que ya sea de noche y que la boda haya terminado. Elisa ya ha cruzado el altar, Tim no se ha desmayado, mi madre aún tiene que intentar acaparar el escenario, y las cosas no podrían haber salido mejor. Pero claro, tengo que decir que esto es muy agradable –le dijo con una sensual voz mientras sus dedos jugueteaban con el pelo de su nuca.


Pedro la agarró con más fuerza contra su cuerpo, acercando su erección a su vientre. Aunque ella no lo mencionó, era imposible ignorar el calor y la dureza que atravesaban la fina tela de su vestido mientras bailaba, sonreía y saludaba a otras caras familiares que pasaban bailando ante ella.


Paula sacudió su larga melena y le lanzó una mirada que le dejó claro que estaba percatándose de lo excitado que estaba… y que lo estaba disfrutando. La muy descaradilla comenzó a moverse más suave y más dulcemente contra él. 


Bradley Pedrodeslizó una mano entre su pelo y bajó la otra sobre la suave curva de su espalda y algo más abajo…


Las pupilas de ella se dilataron hasta que sus ojos se volvieron negros como la noche, asaltados por una atracción sexual que a la vez los iluminó. Al instante, Paula saludó a un chico al otro lado de la sala.


–¿Quién era ese?


–Simon. Un amor de instituto.


–¿Os dejo solos?


–Demasiado tarde. Está casado y tiene cuatro hijos –apoyó la cabeza contra su pecho y canturreó suavemente.


–Y pensar que podrías haber sido tú –dijo él llevándole la mano a su hombro.


–Lo dudo mucho. Regenta la ferretería de su padre y jamás se habría marchado de aquí. Yo, en cambio, cuando mi padre murió supe que jamás encajaría aquí. Me largué en cuanto tuve suficiente dinero ahorrado. 



–¿Buscabas aventuras?


Ella hundió más los dedos en su pelo y con una suave voz dijo:
–Buscaba algo.


Y así, siguieron bamboleándose al ritmo de la música un largo rato más, perdidos en sus propios pensamientos y envueltos en un torbellino de tensión sexual que no hizo más que crecer según se acercaban más el uno al otro.


Pedro ya no pudo soportarlo más.


–¿Podemos salir de aquí?


Ella levantó la cabeza de su pecho y le respondió:
–Solo me queda una última labor de dama de honor por hacer, y después estoy libre. ¿Y sabes qué es? Algo en lo que podrías ayudarme.


–Después de haber visto tu maleta con cosas de «por si acaso», me da miedo decir que sí antes de saber en qué me estoy metiendo.


Ella sonrió.


–Implica montones de pétalos de rosa, un baño de burbujas, champán y preservativos.


–Entonces, ¡sí, claro!







UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 23





Pedro estaba recostado en un sillón rosa contra una pared del salón de baile del Gatehouse.


Sobre él una lámpara de araña rosa se sacudía delicadamente al compás de la música. A su lado unas peonías rosas flotaban en un cuenco de cristal lleno de agua. Estaba bebiendo café en porcelana china de Royal Doulton. La boda de Elisa y Tim era el lugar para el color rosa.


Los discursos ya habían terminado, la tarta ya se había cortado, los invitados ya llevaban varias copas de champán y Time Warp sonaba por los altavoces.


La fiesta había comenzado de verdad.


Pero a él no le importaba mucho lo que los demás invitados estuvieran haciendo, solo había una a la que estaba buscando. Una que parecía habérsele escapado de las manos una docena de veces ese mismo día con la excusa de tener que cumplir con algún deber de dama de honor.


Time Warp terminó y la sexy batería de I Need you Tonight resonó por todas partes. Los bailarines más mayores salieron corriendo a por agua y sillas, mientras que los jóvenes comenzaron a bailar. Los jóvenes entre los que estaban incluidos la novia y una elegante morena con un vestido negro con la espalda al aire.


Tal vez Elisa había heredado las habilidades de su madre en la pista de baile, pero Pedro jamás llegaría a saberlo porque sus ojos no se apartaron de Paula ni un instante. O, más específicamente, no se apartaron del contoneo de sus caderas que nada tenía que ver ni con habilidad ni con clases y sí con una innata sensualidad. Con la imagen de una sedosa piel cuando la falda se abría y mostraba su pierna. Con el modo en que sacudía su larga melena con el mismo desenfreno que había mostrado en la cama.


Cada sensual movimiento le recordaba lo que era tenerla rodeándolo, cómo su cálida piel se rendía a sus caricias, cómo sonaba su nombre en sus labios mientras ella se derretía en sus brazos.


Alzó los brazos al aire. Tenía los ojos cerrados. Era absolutamente ajena a la manada de hombres que bailaban todo lo cerca que podían de ella sin que sus parejas se dieran cuenta.


Era como un cisne en un lago lleno de patos. No encajaba ahí, estaba por encima de toda esa gente y de ese lugar. 


Jamás se quedaría allí.


La había seguido y había boicoteado sus vacaciones para asegurarse de que volvía a Melbourne y ahora estaba seguro de que lo haría. Se había quedado para asegurarse de que Paula lo pasaría bien como modo de agradecerle su duro trabajo y ahora estaba más que seguro de que se divertiría. Si esas fueran las únicas razones por las que estaba allí, perfectamente podía dejarle un mensaje diciéndole que se marchaba e irse sin más.


Dejó el café en la mesa y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en las rodillas.


–Es de mala educación marcharse antes que los novios.


Pedro se giró y se encontró a la madre de Paula sentándose a su lado; parecía una visión color verde manzana. Si su intención había sido destacar en ese mar de rosa, lo había logrado.


–Os habéis superado, Virginia. Reconozco una producción con clase cuando la veo –extendió la mano para estrechársela y ella le dio una copa de cerveza. Alzó la suya a modo de brindis y se bebió la mitad de un trago.


Pedro dio un sorbo algo más conservador y a juzgar por la mirada de la mujer, tenía la sensación de que iba a tener que necesitar estar sobrio para lo que pudiera venir.


–Conozco a los hombres de tu clase.


–¿Y qué clase es esa?


–Eres un jugador, no eres de los que se quedan. Lo sé porque, a excepción de uno, me he visto atraída hacia hombres como tú durante toda mi vida.


–¿Y te preocupa?


Ella se quedó mirándolo; sus ojos eran de un color distinto al de su hija aunque tenían la misma intensidad.


–¿Preferirías que me marchara?


Virginia se rio.


–Por favor. ¿Te parezco una bravucona?


Pedro la miró. Parecía ser alguien que fuera a dar problemas, más que parecer la madre de la novia.


Pero también era la madre de Paula y, por eso, no le apetecía discutir con ella.


–En absoluto… –dijo al levantarse para marcharse.


Ella le puso una mano en la rodilla y lo obligó a sentarse.


–Me he fijado en cómo miras a mi hija.


Él no se molestó en responder a lo que claramente era una acusación, aunque sus ojos sí que se desviaron por un instante hacia la pista de baile. Paula había vuelto a desaparecer y él maldijo para sí.


–Elisa se parece mucho más a mí. Ha nadado entre tiburones para encontrar a su pececillo. ¿Y Paula? No tiene ni un pelo de astuta en su cuerpo. Juega limpio, se esfuerza al máximo y cree que eso la hará triunfar. En la vida, en el trabajo y en el amor. En eso es igual que su padre. Ve el bien en todo el mundo… incluso en esos que no se lo merecen.


–Si estás a punto de preguntarme por mis intenciones con respecto a Paula, te quedarás decepcionada. Soy una persona muy discreta y mis asuntos personales no quedan abiertos a discusión.


–¿Pedro?


Pedro alzó la mirada y se encontró a Paula junto a ellos.


Tenía la melena alborotada, las mejillas encendidas y estaba preciosa. Le subió la temperatura de la sangre diez grados solo con mirarla. Era la mujer que llevaba todo el día evitándolo.


Entonces vio su expresión de preocupación, como si hubiera captado la tensión que había entre su madre y él.


–¿Va todo bien?


–Fabulosamente. Siéntate –dijo Virginia–. Pedro estaba diciéndome que es la mejor boda a la que ha ido nunca, ¿verdad, Bradley?Pedro


–¿Y te ha dicho también que es la primera boda a la que va?


Virginia se rio como si fuera lo más gracioso que hubiera oído en su vida.


–No. La verdad es que ha sido muy reservado con muchas cosas, como por ejemplo sobre la relación que tenéis los dos.


–Vale, ya está –dijo Paula con impaciencia antes de agarrar a Pedro de la mano y levantarlo–. Vamos, jefe. Me apetece bailar.


–Querida –dijo Virginia–, solo quiero conocer a tus amigos.


–Déjalo ya, Virginia, lo digo en serio –lo agarró con más fuerza y se situó entre los dos, como diciéndole a su madre: 
«Si quieres algo con él, tendrás que pasar por encima de mí».


¡Qué mujer! Con lo pequeña que era y cómo lo protegía. No era de extrañar que se le diera tan bien absorber los millones de pequeños dramas que lo asaltaban cada día en el trabajo. 


Ella hacía su vida más fácil solo con su presencia y siempre lo había hecho. La agarró con fuerza; ya era hora de que alguien le absorbiera los dramas a ella, para variar.


–Ha sido un placer charlar contigo, Virginia –dijo Pedro.


–Pedro, espero que encuentres el momento adecuado para despedirte de mí como es debido.


–Haré lo que pueda.


Virginia asintió antes de girarse y llamar a otro invitado para que se tomara una copa con ella. Mientras, Paula llevaba a Pedro hasta la pista de baile.


–¿A qué ha venido todo eso?


–¿El qué?


Paula se limitó a sacudir la cabeza y a dejar que la música acabara con sus preocupaciones.


Y mientras la veía contonearse con el pelo alborotado y esos músculos tan sexys y hermosos de su espalda moviéndose al ritmo de la música y de sus caderas, se preguntó cómo demonios se le había pasado por la cabeza acortar ese fin de semana.


La tomó en sus brazos, deslizó una mano por su espalda y respiró hondo mientras ella temblaba ante sus caricias.


Un día más…










UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 22





Paula vio una grieta en el cemento de la balaustrada del balcón al que daba el cuarto de baño donde Elisa estaba «tomándose un momento», que en el idioma femenino de las Chaves significaba «hacer pis».


Respiró una buena bocanada de aire fresco de la montaña y miró su reloj. El reloj que antes había pertenecido a su padre, con la diferencia de que ahora, cuando lo miraba, veía el reloj que Pedro había rescatado. Vio que solo faltaban cinco minutos para que diera comienzo la boda.


–Tu hombre es una belleza –dijo Elisa–. Es tan grandote, tan masculino, tan varonil, tan sexy. ¿Ya me entiendes, no?


Sí, claro que sí. Paula la entendía muy bien. No había pasado ni un minuto en todo ese fin de semana que no lo hubiera pensado. Y más. Con todo detalle. Pero ahora no era el momento porque había llegado la hora de casar a su hermana.


Su pequeña y valiente hermana.


Paula también quería casarse algún día. De verdad que sí. 


Pero no podía escapar de esas dudas. ¿Y si dejas de quererlo? ¿Y si él no te quiere lo suficiente? «¿Y si lo quieres más que a tu vida y muere?».


Elisa se dejó caer sobre un banquito de cemento y Paula se estremeció. Si su hermana no se hacía más manchas en la seda color marfil del vestido, sería un milagro.


–¿Crees que es posible amar a un hombre toda tu vida? – Preguntó Elisa–. ¿Ser feliz durmiendo con el mismo hombre durante el resto de tus días? ¿O el resto de los suyos? O… ya sabes lo que quiero decir.


Paula sabía exactamente lo que quería decir.


–Fíjate en mamá. ¿Crees que tenemos sus genes? –se sentó junto a su hermana y le tomó la mano.


–No estoy segura de ser la persona adecuada a la que preguntar. Nunca antes he estado enamorada.


Elisa abrió los ojos de par en par.


–¿Nunca? ¡Madre mía! Eso será porque pones el listón muy alto.


¿Era eso verdad? ¿Era ese el problema? Sabía que no se había enamorado de ninguno porque en ninguno había encontrado esa chispa que ella veía tan importante, porque ninguno había tenido nada brillante que decirle, porque sus dedos tenían una forma extraña o porque sus brazos eran demasiado cortos. Siempre se había dicho que simplemente estaba esperando a encontrar todo lo que buscaba en un hombre y lo cierto era que ya lo había encontrado. En Pedro. Solo pensar en su nombre la encendió por dentro y sus mejillas se iluminaron a tanta velocidad que se sintió mareada.


Entonces a Elisa comenzaron a temblarle los labios y ella centró la atención de nuevo en la novia.


–¿Ely? ¿Estás bien?


–Ojalá papá estuviera aquí –dos grandes lágrimas le cayeron por las mejillas.


A Paula se le encogió tanto el corazón que le dolió. Tragó el nudo que se le había formado en la garganta y contuvo las lágrimas. Le había costado dos horas maquillarse y no pensaba pasar por lo mismo otra vez.


Se giró para sacar unos pañuelos de papel de su bolso, pero los sollozos de Elisa se detuvieron al fin. Elisa no necesitaba pañuelos de papel. Necesitaba a su hermana mayor. Y así, le secó las lágrimas con su dedo y le dijo:
–Yo también le echo de menos, todos los días, pero ¿sabes una cosa? Hoy estaría muy orgulloso de nosotras, de vernos tan guapas y relucientes. Yo, como una chica de Melbourne y tú casándote con el hombre que amas. Sus chicas lo han logrado.


–Recuerdo que me decía que lo único que quería era que fuéramos felices y soy feliz. Verdaderamente feliz. Tú eres feliz, ¿verdad?


¿Era feliz? La mayor parte del tiempo, sí… ¿Podía ser más feliz? ¡Y tanto!


Pedro te haría feliz –dijo Elisa representando sus pensamientos de un modo tan acertado que Paula se preguntó si lo habría dicho en alto–. Por lo menos dime que es bueno en la cama.


¿Bueno? El inglés no era el idioma apropiado para llegar a describir lo que era Pedro. Tal vez en francés sonaría mejor, o en italiano. Sí, definitivamente en italiano.


–Esos dedos tan largos… –apuntó Elisa.


–¡Elisa! De acuerdo… Es mejor de lo que podría haberme imaginado.


–¡Pues entonces cásate con él!


Paula sacudió la cabeza y se encogió de hombros. ¿Cómo podía explicarle a una mujer que estaba a punto de casarse con el amor de su vida el triste trato que había hecho de «lo que sucede en Tasmania, se queda en Tasmania» con el fin de poder conseguir lo que fuera de ese tipo?


–Ahora mismo no me importa. Tu vida es tuya. No mía ni de mamá. Así que, señorita novia, ¿está lista para convertirse en la señora de Tim Teakle?


–Lo estoy –respondió Elisa sin vacilar–. Lo amo tanto que me duele, aunque es un dolor maravilloso en el centro de mi corazón. Hace que me quiera reír y cantar y bailar. Me hace resplandecer.


–Entonces, ¿qué otra cosa vas a hacer más que salir ahí y casarte con él?


Elisa extendió los brazos y se abrazaron. Con fuerza. Un largo rato.


Paula cerró los ojos e intentó no pensar en lo que acababa de descubrir: Pedro era el único hombre que había conocido que le hiciera querer reír y cantar y bailar. Y estaba tan obnubilada ahora mismo que no podía pensar con claridad.


No, no. Lo amaba, ¿verdad?


Amaba cómo le hacía pensar. Cómo la hacía derretirse. Incluso cómo prácticamente la volvía loca. Cómo la desquiciaba hasta el infinito y más allá.


Cerró los ojos con fuerza mientras la recorría un agridulce dolor.


La noche anterior, justo antes de que hubieran hecho el amor, ella había deslizado la mano por su mejilla, lo había mirado a los ojos, y había pronunciado en alto las palabras que estaba intentando utilizar para convencerse a sí misma. 


«Eres el hombre equivocado para mí».


Los ojos de Pedro se habían oscurecido, pero entonces había parecido iluminarse al sonreír y responderle: «No lo olvides nunca».


Lo amaba, pero ¿qué importaba eso cuando él se sentía demasiado herido y era demasiado testarudo como para corresponderle? ¿Qué iba a hacer?


¿Qué podía hacer más que salir de ahí y ser la mejor dama de honor que hubiera existido nunca? ¿Hacer todo lo que estuviera en su poder por evitar a Pedro y que descubriera lo que sentía? Era un plan excelente.


Y entonces Paula miró la hora.


–¡Llegamos tarde!


Elisa se recostó en el banco y dijo:
–Lo adoro, pero no creo que haga daño que le haga esperar un poco, ¿verdad?


Paula contuvo una carcajada. Elisa echaba de menos a su padre tanto como ella, pero no había duda de que era hija de su madre.